sábado, 4 de diciembre de 2021

LA MAGIA DE LA NAVIDAD: CAPÍTULO 31

 


Al día siguiente era Nochebuena. El día amaneció nevado y perfectamente navideño, pero la belleza exterior hizo poco efecto en Paula. Sin embargo, no tenía más remedio que disimular por Olivia. Puesto que era domingo y la tienda estaba cerrada, le había prometido que harían bizcochos y la niña no estaba dispuesta a olvidar su promesa. Además, Paula tenía que preparar la comida de Navidad para ellas dos.


Solange las había invitado a ir a su casa, pero ella rehusó. No se sentía con ganas para acompañar a nadie. Además, necesitaba mantenerse ocupada, hacer algo constructivo que apartara a Pedro de su mente.


Antes de que acabara la tarde, tenían ya tres cajas llenas de bizcochos. El pavo y los complementos estaban en el frigorífico, preparados para ser asados al día siguiente. Paula estaba agotada, pero no lo suficiente para poder dormir.


Oía a Olivia en el cuarto de baño, preparándose para acostarse. Cuando terminara, le diría que Pedro no iría a verlas el día de Navidad. Cegada por unas lágrimas repentinas, apagó la luz de la cocina y avanzó hacia la sala de estar. En lugar de sentarse, se acercó a la ventana y apoyó la cara contra el cristal. No veía nada; las lágrimas se lo impedían.


Tenía que dejar de sufrir. La vida tenía que continuar. Después de todo, tenía motivos para estar contenta. Había hecho una pequeña fortuna en la tienda y el día anterior había pagado una buena suma en concepto de primer pago. Pero ya no le bastaba con su negocio, y ni siquiera con su hija. Cuando Pedro la rechazó, algo se rompió en su interior y ya no podía seguir adelante.


Entonces, ¿por qué no había luchado más? Sabía que él la amaba. ¿Por qué le había dejado marchar tan fácilmente? Quizá la cobarde hubiera sido ella. Se había rendido demasiado pronto. Debería haber intentado hacerle recuperar el sentido común. ¿Acaso no había aprendido mucho tiempo atrás que hay que luchar por las cosas que merecen la pena?


¿Debería intentar convencerlo de nuevo de que lo amaba pasara lo que pasara. ¡Sí! Lo haría. Se lo debía a Olivia y a ella misma.


—Mamá, ya he terminado.


Paula se dio la vuelta. Su hija entró desnuda en el cuarto.


—Ya lo veo, cariño.


—¿Por qué lloras, mamá? ¿Tienes miedo de que Papá Noel no venga a vernos?


—Espero que venga a vernos a las dos.


—¿Ya es la hora?


—No, es demasiado temprano para Papá Noel. Antes de que venga, tenemos que ir a un sitio.


—¿Adónde?


—Te lo diré por el camino —dijo Paula, temblorosa—. Ponte algo bonito y caliente.


Diez minutos después, la joven cogió a su hija de la mano y avanzó hacia la puerta. Entonces oyeron un ruido poco familiar y se detuvieron a escuchar. Eran campanadas. El sonido de campanadas llenaba el aire.


—¡Mamá, mamá, es Papá Noel! —gritó Olivia, corriendo a la ventana.


Paula se quedó inmóvil, temiendo haber perdido el juicio.


—¡Mamá, date prisa!


La voz excitada de Paula la obligó al fin a moverse y se acercó a su lado.


—¡Oh!


Un carro tirado por caballos, decorado con luces y campanillas ocupaba el espacio frontal de la tienda. Encima había una persona vestida de Papá Noel.


Mientras Paula y Olivia miraban, el hombre saltó al suelo y luego cogió un saco que parecía lleno de juguetes.


—Ya te dije que era Papá Noel —gritó Olivia.


—Es Pepe vestido de Papá Noel —pudo decir su madre, mientras la niña corría a abrir la puerta.


Cuando Paula llegó hasta ellos, Olivia estaba colgada de su pierna, pero los ojos brillantes del hombre estaban fijos en la mujer.


—¿Me perdonas? —dijo simplemente.


—¿Me quieres?


—Más que a mi vida.


—Entonces, eso es lo único que importa.


—No, me he portado mal. Lo siento.


La joven no dijo nada.


—¿Quieres casarte conmigo?


Olivia lo cogió de la mano y tiró de él. Pedro se agachó hasta ella.


—¿Qué quieres, preciosa?


—¿Vas a ser mi papá?


—¿Quieres tú que lo sea?


—Sí —le acarició la mejilla—. Pero no irás a dejarme para irte al cielo como mi otro papá, ¿verdad?


—¡Oh, Olivia! —susurró Paula.


Pedro tragó saliva.


—Espero que eso no ocurra en mucho tiempo.


Cogió a la niña en brazos y se puso en pie. Se volvió hacia la joven.


—Bueno, ¿te casarás conmigo?


—Sí, sí —gritó Paula, echándose en sus brazos.






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