jueves, 3 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 35

 


Se quedaron inmóviles, satisfechos, felices, y, por mutuo acuerdo, en silencio. Había demasiadas cosas que decir y las palabras no habrían conseguido sino echar a perder la belleza del momento. El silencio fue roto por el teléfono. El contestador se puso en marcha automáticamente.

—¡Hola! ¿Hay alguien ahí? ¿Pedro? ¿Paula? Si estáis ahí coger el teléfono, por favor.

Paula le empujo y se sentó en la cama.

—Es Pablo.

—No contestes —dijo él.

—Bueno —prosiguió Pablo—. Ya que no estáis dejaré un mensaje. ¿Dónde os habéis metido? Lorena no puede servir la comida hasta que no estéis aquí. Y todo el mundo tiene un hambre de lobo. ¡Venga, chicos! ¡Es hora de divertirse! ¡Venid a la fiesta!

El contestador se desconectó.

—¿Fiesta? —preguntó Pedro—. ¿Qué fiesta?

Paula gimió y se llevó las manos a la cabeza. Pedro se las apartó.

—¿Qué fiesta, Paula?

—La de Pablo. La fiesta para celebrar el comienzo de las obras. ¿No te avisó Lorena?

—Sí, mencionó algo sobre una fiesta. Pero no paraba de parlotear y no recuerdo que me dijera cuándo era. ¿Era hoy?

—Es ahora.

Pedro la miró con incredulidad.

—Nos imaginamos que lo habías olvidado y me enviaron para avisarte.

—¿Y qué más?

—Lo olvidé…

Pedro sonrió a su manera.

—No bromees.

Paula ignoró el calor que había en aquella sonrisa y le dio un cachete en la cabeza.

—Deja que me levante.

Cogió sus ropas y entró en el baño para refrescarse. Cuando salió, Pedro seguía tumbado desnudo sobre la cama.

—Date prisa —le urgió—. Ya llegamos con dos horas de retraso.

—No me apetece ver a tanta gente ahora mismo. Vuelve a la cama.

Pedro, no seas ridículo. Tenemos que irnos.

—¿Por qué?

—Porque nos esperan.

—¿Y qué?

—Que si no aparecemos todo el mundo empezará a preguntarse dónde nos hemos metido y qué estamos haciendo. Murmurarán.

—Me importa un bledo.

Paula se acercó a la cama con las manos en las caderas. Contempló por un momento su aspecto despeinado.

—Ya sé que no te importa. A ti nunca te ha importado lo que pensara la gente. Pero yo soy la alcaldesa y a mí sí me importa. Ahora levanta y vístete.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 34

 


Pedro se incorporó sobre un codo para mirarle la cara. Estaba congestionada, los ojos cerrados con fuerza, como si sintiera algún dolor. Sin embargo, él sabía que no. Todo su cuerpo vibraba bajo sus caricias, y el placer que eso le proporcionaba sólo se ensombrecía ante la urgencia de su propia necesidad.

Paula abrió los ojos y le sonrió lentamente. Él le devolvió la sonrisa.

—Quiero hacer el amor contigo —susurró.

Paula le acarició en el centro del placer. Pedro cerró los ojos y ella tomó el miembro entre sus dedos. Le acarició lentamente, con movimientos largos y firmes hasta que él le sujetó la muñeca para detenerla.

—No más.

Pasó un brazo por encima de ella, abrió un cajón de la mesilla de noche y rápidamente se protegió. Antes de que ella pudiera hacerle algún elogio por su consideración, Pedro estaba en posición entre sus piernas. Mientras lo miraba, ella pensó que nunca había habido un hombre tan magníficamente viril como él, en posición y listo para hacerla suya.

Entró en ella.

Paula se perdió cuando él la colmó. Cada movimiento de sus nalgas le hundía más profundamente en ella. Le rodeó la cintura con las piernas y recibió sus empujes con suspiros y gemidos. Eso era lo que ella había deseado desde el principio. Ser suya, ser parte de él, estar maravillosamente unidos, tanto que no estaba segura de dónde acababa ella y empezaba él.

Pedro había alcanzado el delirio. Ella era tan suave, tan firme, tan ardiente que cada vez que se hundía en ella pensaba que acabaría ahogándose en su plenitud. Le levantó las nalgas para profundizar la penetración, pero en vez de prolongar el placer sólo consiguió acelerar su propio alivio. Intentó detener el rugido de su cerebro pero su cuerpo no le hizo caso. Con un último gemido, dejó de resistirse y saltó al vacío para dejarse caer en el paraíso.

Apoyó la cabeza en la dulce almohada de sus pechos mientras recuperaba el aliento. Sintió que Paula le acariciaba la cabeza, los cabellos húmedos de la nuca.


ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 33

 


Al mirarlo a los ojos, recordó la última vez que le dijo aquellas mismas palabras. Entonces le había acompañado… Se frotó los brazos para sacudirse un frío súbito, pero sus manos pronto fueron desplazadas por las de Pedro que la abrazaba. Podía sentir el calor de su pecho desnudo, su respiración agitada. Él le tomó la cara entre las manos.

—Sabes que te deseo —dijo tan bajo que ella tuvo que hacer un esfuerzo por escucharle—. Pero tú también tienes que desearme. La decisión es tuya.

Paula lo miró a los ojos y luego estudió los rasgos duros de su rostro. Se le ocurrió que tanta perfección debería ser ilegal. Pero al mismo tiempo, no pudo evitar ponerse de puntillas y ofrecerle sus labios.

Pedro no necesitaba que lo animasen. Le cubrió la cara de pequeños besos sin dejar de sujetarle la cabeza. Ella le acarició el pecho, dejando que sus dedos se enredaran en el vello rizado, sintiendo los fuertes latidos de su corazón.

—Sí, pequeña. Tócame. Tócame por todas partes.

Ella le obedeció. Animada por sus palabras, deslizó las manos sobre su pecho una y otra vez hasta que se encontraron en el cierre de sus pantalones.

—Sí —jadeó él contra sus labios—. Sí.

La besó entonces, conquistando su boca con los labios. Sus lenguas se encontraron, sus cuerpos se tocaron y fue como una descarga eléctrica. El beso terminó. Se miraron a los ojos comunicándose más de lo que nunca podrían con palabras. Silenciosamente, abrazados, subieron las escaleras.

Cuando llegaron al dormitorio principal, Pedro la guió hasta la enorme cama doselada. Paula se sentó en el borde y lo observó mientras se desabrochaba los vaqueros. Sin apartar los ojos de ella, primero bajó una pernera y después la otra. Con una sacudida cayeron en el suelo a los pies de Paula. Pedro no llevaba nada debajo y estaba visiblemente excitado. Se aproximó a ella para besarla con rudeza en la boca.

—Ahora te toca a ti.

Pedro retrocedió un paso para mirarla quitarse el vestido de verano. Cuando terminó, se lo dio y él lo dejó cuidadosamente sobre una silla.

—Levántate.

Paula se puso en pie, sin vergüenza, orgullosa, llevando sólo un sujetador y las braguitas a juego. Había hecho demasiado calor para ponerse las medias, pero el brillo en las pupilas de Pedro le dijo que había acertado en su elección.

Avanzó hacia él y le puso una mano sobre el pecho. Por un instante, Pedro no movió un solo músculo. No podía. Si lo hubiera hecho no habría tenido más remedio que arrojarla sobre la cama y enterrarse en ella, sin caricias, sin paladeos, sin preliminares de ninguna clase. Estaba excitado, su erección era un mudo testimonio de aquella verdad.

Pedro

Al mirarlo, Paula sintió una sensación de poder, un poder que provenía de su feminidad, que no había sentido nunca. Restregó sus labios sobre aquel pecho.

—No… No te muevas —dijo él.

Ignorando su advertencia, le pasó las manos sobre el pecho una vez más y siguió bajando hasta acariciarle el miembro. Como una gata, se apretó contra él. Pedro gimió y la ayudó atrayéndola por las nalgas.

Cayeron juntos sobre la cama. Las manos de él revoloteaban por todo su cuerpo como pájaros ardientes, ávidos de caricias. Le quitó el sujetador para tocarle los pechos, estirándole suavemente de los pezones, los movimientos acompasados con la lengua buscando el fondo de su boca.

Bajó la cabeza hasta el pecho y pronto sus senos estuvieron cubiertos de besos húmedos, hambrientos. Ella le acarició la espalda, los brazos, el pelo. Pedro ardía, su piel quemaba. Se impacientó. Le quitó las braguitas y las tiró lejos. Le acarició la cara interior de los muslos para acabar abarcando el vello entre sus piernas, sujetándola cuando ella se sacudió al sentir el contacto.

—Calma. Déjame acariciarte. Ábrete para mí. Eso es, ábrete.

Le acarició los rizos húmedos con unos dedos que alcanzaban puntos más íntimos con cada movimiento. Cuando llegó a la fuente del calor gimió mientras que todo su cuerpo temblaba. Eso era lo que el deseaba, lo que había soñado durante tantos años. Una marea de recuerdos le envolvió mientras introducía el dedo en ella del mismo modo en que solía hacerlo hacía tanto tiempo. Todo su cuerpo se tensó con aquella imagen y ocultó el rostro en el hueco de su hombro para que Paula no se diera cuenta de la emoción que le inundaba.

Paula también temblaba. No podía aguantar mucho más. Se sentía como si estuviera subiendo por una escalera de mano hacia una luz que resplandecía en lo alto. Casi estaba allí, casi… y entonces, él encontró su lugar secreto. Lo acarició con la yema del pulgar en círculos lentos y firmes. Ella gritó su nombre al sentir que la escalera se hundía y la arrojaba en una caída libre al centro mismo del clímax.