jueves, 25 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 3

 


La joven le explicó que, la parte más importante de su actividad como educadora estaba centrada en evitar los embarazos no deseados de las madres adolescentes.


—Oh, entiendo —farfulló Pedro.


Paula se peinaba el pelo distraídamente, con la ayuda de sus dedos.


—Doy clase a chicos y chicas jóvenes, que todavía son bastante ingenuos, pero los dos cursos superiores son terribles. Creo que los adolescentes son una especie aparte. ¿Tú qué opinas?


—Yo creo que deberías bajar de ese árbol, cuanto antes.


—¡Pero si llevo intentándolo desde hace una hora!


—Si tuvieras dos dedos de frente, les habrías dado un poco de dinero a los chicos, para que se compraran una cometa nueva. O simplemente, les habrías echado por las buenas.


—El dinero no lo es todo en la vida… Ellos mismos habían fabricado la cometa y estaban muy orgullosos de ella.


—En cualquier caso, ¿por qué no bajas del árbol?


—Estoy atrapada.


—¿Atrapada?


—Sí, no puedo salir de aquí. Me resbalé y mi camiseta se rasgó de arriba a abajo. Casi me caigo y me mato.


—Pues quítatela.


—Ni hablar.


A medida que los jirones de algodón se iban cayendo al suelo, Pedro pudo comprobar que Paula no llevaba sujetador.


—Más vale que no te muevas… Al fin y al cabo, hay muchos niños por aquí.


La joven hacía lo imposible para no caer desde esa altura al suelo. Se encontraba ridícula: ninguna mujer moderna e independiente se habría visto atrapada en esa situación.


—Márchate, por favor —le pidió Paula a Pedro.


—Estoy en mi casa y tú estás en mi árbol. Creo que necesitas ayuda.


—Estoy bien, no necesito tu ayuda —mintió la joven, luchando por mantener el equilibrio.


—¿Qué vas a hacer? ¿Quedarte allí hasta que anochezca, deseando que a los niños no se les ocurra volver con linternas? De todas maneras, podrían aprovechar la ocasión para disfrutar de una buena lección de anatomía…



FARSANTES: CAPÍTULO 2

 


Los chicos se alejaron de mala gana, excepto un muchacho rubio que se atrevió a sostenerle la mirada.


—Paula, gracias por haber recuperado nuestra cometa. ¿Seguro que no quieres que llamemos a los bomberos? Me encanta cuando aparece el camión, lleno de luces intermitentes…


—No gracias, no es necesario. Vete a jugar con los otros niños —dijo la joven, despidiéndose con la mano.


—Bueno, pero volveré más tarde para comprobar que estás bien —quiso asegurarse el niño, desconfiando de la eficacia del ogro para resolver el asunto.


—¿Qué pasa? —le preguntó Pedro a la joven—. ¿Por qué no puedes bajar?


—Mmh… —ella miró hacia abajo, dejando ver unos grandes ojos verdes y una melena de color canela—. Usted debe ser el señor Alfonso, si no me equivoco.


Él asintió.


—Hola, yo soy Paula Chaves, la hermana de Lorena.


Pedro no pudo evitar esbozar una sonrisa. Lorena era la joven que se ocupaba de la cena cuando tenía invitados en casa, y que hacía la limpieza tres días a la semana. No tenía nada que ver con aquella joven desaliñada, que estaba colgando del arce.


—Encantado de conocerla —dijo Pedro—. ¿Por qué está usted allí arriba, en vez de Lorena?


Paula, se irguió unos centímetros más, mientras el tejado de la pequeña casa crujía ligeramente.


—Lorena iba a casarse el mes siguiente, pero descubrió que su futuro marido tenía relaciones con otra mujer: no es una buena persona. Todos lo sabíamos excepto ella, que es un poco ingenua y siempre piensa bien de la gente.


Pedro pestañeó, diciendo:

—Ya entiendo…


—Yo le calé desde el primer momento —dijo Paula, con cierta complicidad—. Antes de haberse comprometido con ella, cuando estaban empezando a salir, ya se relacionaba con otras mujeres.


—¿Intentó probar suerte contigo?


—Sí, pero yo le pinché con un tenedor en la mano —Paula parecía muy satisfecha con su relato—. Creo que le di en una vena.


—¡Ah! —se estremeció Pedro, que no sabía si felicitarla o ir a buscar los papeles de su sociedad médica—. ¿Cómo se lo tomó Lorena?


—El muy canalla le dijo a mi hermana que todo había sido un malentendido, y que lo sentía mucho —contestó Paula, recogiéndose el pelo hacia atrás con la mano y arrugando la nariz—. Fingía tan bien, que resultaba repugnante.


—¿Y ella le creyó?


—Sí. Además, se lo llevó al hospital para que le pusieran la vacuna contra el Tétanos.


—Sabia decisión —comentó Alfonso, lacónicamente.


—El tenedor estaba limpio —protestó Paula—. Todavía no habíamos empezado a comer…


Pedro se frotó la frente porque le dolía la cabeza: había tenido una semana muy ajetreada y estaba deseando relajarse en casa. Pero, aquello, de momento, parecía tan inalcanzable como un sueño.


—¿Siempre le cuentas a los desconocidos tus asuntos personales? —preguntó Alfonso, asombrado.


—No somos desconocidos. Lo seríamos más si continuases siendo tan reservado.


—No soy tan solitario —protestó Pedro.


—Lo sé todo de ti. Lorena te invitó el día de Nochebuena a cenar a casa, pero tú rechazaste la propuesta, aun no teniendo planes familiares. Estaba preocupada pensando que estarías completamente solo, en una casa tan grande como la tuya. No tenía la intención de seducirte, sino de ser amable contigo.


—Yo nunca… Es absurdo —balbuceó Pedro, sin saber qué decir—. Jamás he pensado de ese modo.


—Es mejor así —le advirtió Paula—. Lorena no es tu tipo. Ella piensa tener un montón de hijos y un marido que se ocupe de la familia. No tiene ningún interés en un hombre que esté todo el día fuera de casa, ejerciendo de gurú financiero en Washington.


La conversación, cada vez era más ridícula. Pedro replicó:

—Hay mucha gente que no quiere tener hijos. Eso no quiere decir que sea la escoria de la sociedad, sino simplemente honesto. ¿Tú querrías estar rodeada constantemente de un puñado de mocosos, que te interrumpieran cada cinco segundos?


—Me encantan los niños —dijo Paula, arrugando la nariz—. Bueno, excepto a final de curso, soy profesora de instituto.





FARSANTES: CAPÍTULO 1

 


—¿Y ahora qué pasará? —murmuró Pedro Alfonso, aparcando el coche en la entrada de su casa.


Un grupo de niños estaba amontonado alrededor de uno de los arces del jardín, mirando insistentemente hacia arriba.


—¿Ocurre algo? —preguntó el propietario de la casa.


—La cometa se nos ha quedado enganchada en el árbol —dijo uno de los chiquillos—, Paula la ha desenredado, pero ahora no puede bajar.


—¿Quién es Paula? —interrogó Pedro.


—¡Pues, Paula…! —contestó el niño con impaciencia.


Pedro se acercó al grupo y miró hacia arriba, esperando encontrarse con una adolescente marimacho. Lo que vio en lo alto del arce fue algo muy diferente. Se trataba de una mujer en pantalón corto y una sugerente camiseta de algodón, que se había quedado atrapada en la cabaña, construida años atrás, en la copa del árbol. El hombre se fijó en sus largas piernas y en la armoniosa línea de su pecho mientras intentaba bajar del viejo arce. Estaba claro que no se trataba de un marimacho… Habitualmente, las mujeres que le gustaban eran rubias, con piernas largas y un aspecto impecable. Sin embargo, Paula era más bien atractiva. De ella emanaba una sexualidad saludable que le hacía recordar las cálidas sensaciones del fuego y el vino.


«Para de pensar en esa mujer», se autocensura Pedro, intentando pasar por alto su instinto masculino. «Ni es el momento ni el lugar apropiado para fijarse en ella».


Sobre todo, teniendo en cuenta que, en aquellos días, se había visto obligado a enfrentarse a la mujer que lo había estado acosando sin el mínimo respeto. Se trataba de la hija del jefe, y estaba empeñada en casarse con él. Al recordarlo, Pedro notó como un escalofrío le recorrió toda la espalda.


—Chicos, no os preocupéis. Ya me ocupo yo de esto —dijo Alfonso a los niños, mandándolos a casa.


Tenía fama de ogro porque no le gustaban mucho los crios. No debía haberse comprado una casa en esa zona tan familiar. Sin embargo, lo había hecho porque aquel ambiente representaba todo lo que no había disfrutado en su hogar.




FARSANTES: SINOPSIS

 


Parecía como si todas las mujeres del mundo desearan casarse con el guapo y adinerado Pedro Alfonso. Todas, excepto Paula Chaves, su novia fingida. Se trataba de un juego por parte de Pedro, y de una vía de escape a tanta presión amorosa, teniendo en cuenta que el matrimonio era lo último que le preocupaba. O, al menos, eso era lo que él decía.


Sin embargo, el hecho de compartir con Paula y los suyos unas agradables vacaciones en el rancho familiar de Montana le había colmado de satisfacción. En un descuido, olvidando su condición de soltero empedernido, la deliciosa ranchera pelirroja le arrebató el corazón...