martes, 10 de marzo de 2015

PECADO Y SEDUCCION: EPÍLOGO





Está nevando! ¡Está nevando!


Josrfina corrió al estudio, donde su padre estaba colocando en la copa del árbol el ángel que ella había hecho a los seis años.


Paula, que parecía tan emocionada como su hijastra, se balanceó sobre los pies.


—Nieve en Navidad, ¿qué más se puede pedir? —suspiró feliz.


—¿Qué te parece una hora de sueño? —sugirió su compañero, más pragmático.


—Anoche dormimos tres horas —la falta de sueño se había convertido en un modo de vida, pero privado de sueño o no, su marido seguía siendo el hombre más guapo del planeta, y desde que dio a luz dos semanas atrás, estaba siempre en casa para ayudarla.


Paula lo necesitaba. La ecografía que se hizo con Pedro al lado mostró con claridad la razón de su aumento de peso. La visión de los dos pequeños corazones latiendo había hecho llorar a Paula.


Pedro no reaccionó en el momento, y tardó semanas en hacerlo. Pero cuando lo hizo, compró una casa en el campo.


—Ha sido un impulso —admitió—. Cuando fui a ver a Gaby pasé por aquí delante y pensé que sería un buen lugar para nuestra familia. Pero si no te gusta…


A Paula le encantaba, así que ahora su hogar era una casa victoriana situada a unos cinco kilómetros de donde vivía la hermana de Pedro. Josefina estaba encantada de tener tan cerca a su prima.


Durante el embarazo, Paula y Gaby se hicieron amigas, y desde el nacimiento de los gemelos, había sido un gran apoyo, igual que Josefina, que estaba encantada con sus hermanos. La amenaza de custodia había desaparecido. 


Clara había abandonado toda idea de que Josefina viviera con ella tras canalizar su instinto maternal hacia su último proyecto: un santuario de burros.


—La nieve está cuajando —comentó Paula—. ¿Crees que mi madre y Carlos podrán llegar?


Al día siguiente tendrían a mucha gente a la mesa, aunque Mariza había decidido pasar la Nochebuena con Gaby. Sin embargo, todos irían al día siguiente a comer. Y por supuesto, también estaría allí Jose, el hermanastro de Paula, que ahora era un muchachito rollizo y sano al que no le había quedado ninguna secuela. Sara había pasado cuatro días en Cuidados Intensivos, y finalmente se había recuperado y había vuelto a casa una semana antes que Jose.


—Estarán bien.


Pedro se acercó a ella por detrás y le puso las manos en los hombros. Paula se reclinó contra él, se sentía segura y querida.


—Nuestra primera Navidad juntos. Ojalá Luciana estuviera aquí —murmuró melancólica.


—Vendrá en Nochevieja.


—Estoy deseando ver al bebé —Luciana había dado a luz a una preciosa niña llamada Cordelia, y le había pedido a Paula que fuera la madrina—. Cuánta paz —suspiró y miró hacia la nevada escena.


Y justo en aquel momento se escuchó el llanto de un bebé.


Paula se giró y ocultó el rostro en el suéter de Pedro.


—No debería haber tentado al destino —murmuró.


—¿Es Damian o Dario? —preguntó Pedro.


Sus hijos tenían ya personalidades muy definidas, pero para Pedro sus llantos eran tan idénticos como sus rostros, y le maravillaba que Paula pudiera diferenciarlos.


Ella giró la cabeza y escuchó un instante.


—Damian —se dirigió hacia las escaleras, pero él la retuvo.


—No, tú siéntate aquí y te los traemos, ¿verdad, Josefina?


Josefina, que siempre estaba dispuesta a ayudar, se puso de pie de un salto.


Pedro se giró al llegar a la puerta y volvió a acercarse a Paula.


—¿Te he dicho ya hoy cuánto te amo?


Paula sonrió cuando sus labios rozaron los suyos.


—Una o dos veces —murmuró contra su boca.


Josefina, que había vuelto a entrar al ver que su padre no venía, puso los ojos en blanco.


—¡Otra vez no! Se supone que sois los adultos responsables aquí. ¡Subid a una habitación!



PECADO Y SEDUCCION: CAPITULO 17




Estaba lista y completamente preparada.


Se había acostado cada noche pensando en que debía contactar con Pedro al día siguiente, y al despertarse encontraba siempre una razón perfectamente válida para dejarlo para otro día. Y el día que finalmente descolgó el teléfono, la llamada fue enviada directamente al buzón de voz. Decidida a no echarse atrás ahora que había llegado hasta ahí, Paula llamó a su oficina. Una secretaria con tono prepotente la tuvo esperando durante un buen rato y finalmente le dijo que el señor Alfonso no estaba en la oficina aquel día, que estaba fuera del país.


En cuanto colgó el teléfono, Paula pensó en las cosas que podría haberle dicho, pero no quería cargar contra el mensajero. Así que fuera del país… sí, claro. Pedro debería encargarse él mismo del trabajo sucio. 


Paula ya se había puesto la chaqueta para salir a enfrentarse con él, pero de pronto perdió el coraje.


Tenía que volver a encontrarlo pronto.


—Siento no haber corregido a esa enfermera y no haberle dicho que no éramos los padres —dijo ahora.


Al escuchar su tono lloroso, Pedro aspiró con fuerza el aire y luego lo soltó. Josefina había estado bastante enferma un par de veces, y eran momentos que no quería revivir.


—Lo siento. Sé que tendría que habérselo explicado, pero…
Pedro dejó escapar un silbido de desesperación, rodeó la silla y se puso delante de ella de cuclillas mirando su rostro pálido y triste.


—¿Puedes dejar de disculparte y de pensar que todo es culpa tuya? No es así.


—¿No? No sabía lo que mi madre sentía. Yo decidí lo que pensé que debía sentir.


Pedro soltó una carcajada amarga.


—Es lo mismo que ser padre. Yo llevo haciendo eso catorce años.


Paula le miró y sintió cómo se le hinchaba el pecho con el amor que sentía.


—Eres un buen padre.


Y lo sería también para su bebé. En sus momentos más calmados y racionales, Paula lo tenía claro, y también sabía que, cuando se le pasara el enfado y se acostumbrara a la idea, podría contar con él.


Pero Paula no quería obligaciones, quería amor.


—Yo estaba convencida de que, si mi madre hubiera tenido una opción, la habría aprovechado —admitió Paula con pesar—. Entonces me parecía todo muy simple, blanco o negro. Me he portado como una cría.


—No, eres una hija que quiere mucho a su madre. ¿Qué sentido tiene castigarte con esto, Paula? Llega un momento en el que la culpabilidad se convierte en autocompasión. No eres responsable de lo que ha pasado —aseguró con firmeza.


Paula bajó la cabeza y se mordió el labio inferior mientras escuchaba.


—No me excuses, soy una persona horrible —alzó la cabeza y le torció el gesto—. ¿Por qué sonríes?


—Porque no eres una persona horrible, y aunque lo fueras… —Pedro se detuvo. Había estado a punto de decir: «Aunque lo fueras te amaría». No era el momento—. ¿Qué te parece si seguimos el consejo de la enfermera y nos damos un respiro? No voy a aceptar un no por respuesta.


—Como siempre —murmuró Paula mirando hacia el bebé—. Ni siquiera es capaz de respirar por sí mismo.


—No puedes hacer nada aquí, y si ocurre algún cambio, nos lo harán saber. Carlos está con tu madre. Y ella está bien.


—¿Te lo han dicho?


Pedro no podía soportar ver la esperanza reflejada en sus ojos esmeraldas.


—Hablé con uno de los médicos cuando llegué —dijera lo que dijera, no repercutiría en el resultado final, y para Paula sería más fácil soportarlo así. Así que, en lo que a él se refería, una mentirijilla no tenía importancia.


—Es tan pequeño, y con todos esos tubos… —a Paula se le entrecortó la voz por la emoción—. Si algo le sucediera a mi madre, se quedaría solo.


—No estaría solo. Os tendría a Carlos y a ti. Ahora mismo está asustado, pero pase lo que pase, quiere a su hijo. ¿Cómo podría ser de otra manera?


—Mi padre no me quería a mí —murmuró ella con voz cansada—. Quería que mi madre abortara, le mandó una carta diciéndoselo. Yo la encontré. Nunca se lo dije a mi madre, volví a guardarla. Mi madre solo era una estudiante que trabajó en su hacienda durante el verano. La trató como si fuera una basura, y a mí igual. Solo quería librarse de mí.


Pedro sintió una punzada de dolor por la niña que fue. Si Charlford estuviera allí ahora… pero no lo estaba. Había muerto, pero le había robado a Pedro la satisfacción de enfrentarse a él. Suspiró y la miró.


—Estás mejor sin un padre así.


—Eso es lo que dice Mariano también.


De pronto los recuerdos de su último encuentro surgieron entre ellos, y el aire pareció más pesado.


—Tu hermano no es ningún idiota. ¿Se encuentra bien después de que yo…?


—Está bien.


—Me alegro. Esa noche te dije cosas para herirte —Pedro sacudió la cabeza apesadumbrado—. Estaba celoso —le resultó más fácil admitirlo ante ella que ante sí mismo.


Paula abrió mucho los ojos ante aquella confesión.


—Eso fue lo que Mariano dijo también —murmuró, asombrada ante lo que implicaban sus palabras—. Le dije que era una tontería, que tú no eras celoso.


Los labios de Pedro esbozaron una media sonrisa.


—Tienes razón. No soy celoso excepto a lo que ti se refiere —la miró fijamente—. Me gustaría decirte que no volveré a actuar nunca así, pero creo que, si te veo besando a otro hombre, lo haría. Sabes que me vuelves loco desde el momento en que te vi, ¿verdad? —Pedro se pasó una mano por el pelo—. No puedo hablar de esto aquí.


Paula se puso lentamente de pie. Su cabeza era un auténtico caos. Estaba confundida, asombrada, emocionada. Miró hacia su hermano y se debatió entre el deber y el deseo.


—Siento como si le estuviera abandonando.


—De acuerdo, lo entiendo. Yo necesito un respiro. ¿Te traigo algo?


Paula negó con la cabeza y le miró marcharse. La puerta acababa de cerrarse cuando volvió a abrirse y entró la misma enfermera de antes.


—Voy a acomodar un poco a este pequeño. ¿Por qué no se va a tomar algo con su hombre? Para ellos puede llegar a ser muy duro, ¿sabe? Contienen demasiado sus emociones. 
El pequeño no estará solo, yo estaré aquí mismo, en el escritorio —señaló con la cabeza hacia la zona de enfermería.


Paula se quedó allí quieta un instante y luego asintió, sonriendo antes de lanzarle un beso a su hermano.


Peleándose con la bata blanca, que le quedaba enorme, alcanzó a Pedro en la puerta de la sala de padres. Pero estaba saliendo, no entrando.


—¿No vas a…?


Pedro giró la cabeza y la miró. Paula se olvidó de todo excepto de que era el hombre más guapo que había visto en su vida. La forma de su cara, los ojos, los labios, la cicatriz… todo. Le resultaba inconcebible haber pensado en algún momento que estaban mejor cada uno por su lado.


Aspiró con fuerza el aire. Ahora le tocaba el turno a ella. Se lanzó hacia lo desconocido y las palabras le salieron precipitadamente de la boca antes de que pudiera cambiar de opinión.


—Cuando te marchaste aquel día, sentí como si te hubieras llevado un trocito de mí —Paula alzó la mano con la intención de llevársela al corazón, pero gruñó frustrada porque el cinturón de la bata se le había enredado al cuello debido a los impacientes tirones—. Oh, vaya. ¿Me puedes ayudar? Me estoy estrangulando y no llego…


—No te muevas.


Los dedos de Pedro permanecieron firmes cuando le rozaron la piel de la nuca. Paula no estaba nada firme; estaba temblando y el menor roce de sus manos le provocaba descargas eléctricas.


—Ya está.


Paula mantuvo la cabeza baja mientras se sacaba el brazo por la manga.


—Yo siempre tan inoportuna —murmuró cuando por fin se quitó la bata. Entonces alzó la vista hacia Pedro y vio que estaba muy pálido y tenso, con la vista fija clavada en…
Bajó otra vez la cabeza.


Entonces se dio cuenta de que estaba en pijama, porque solo había tenido tiempo para ponerse unas botas y una chaqueta encima.


—Estaba en la cama cuando me llamaron para… —comenzó a explicarse.


Pero se detuvo al darse cuenta de que no era el pijama lo que estaba mirando, sino a ella. Más concretamente, al pequeño pero inconfundible bulto del vientre. Durante semanas había sido su centro de atención constante, y justo ahora se le olvidaba.


Paula alzó muy despacio la mirada desde la curva de su vientre hasta el rostro de Pedro. Su expresión seguía sin indicar nada.


Ni siquiera sabía si respiraba.


La certeza de lo que había recibido resultó completamente abrumadora. La vida, la vida que habían creado juntos crecía dentro de Paula… y la sensación de felicidad fue seguida al instante por un miedo insidioso que extendió sus raíces como un cáncer. Tenía tanto que perder en aquellos momentos, aquella felicidad era tan frágil que podría serle arrebatada en cualquier momento.


—Entiendo que esto sea un shock para ti, pero ¿qué…?


La chaqueta de Pedro todavía conservaba su calor cuando se la echó por los hombros. Todavía no le había dicho nada, y Paula se preguntó si aquella iba a ser la respuesta de Pedro, ignorarlo para que desapareciera.


El dolor que sintió en el pecho se transformó en rabia.


—¿No vas a decir nada?


Pedro apretó los músculos de su angulosa barbilla y cerró cuidadosamente la puerta de la sala de espera.


—Aquí no. Necesito un poco de aire fresco. Y un poco de intimidad.


Y ella necesitaba respuestas. Necesitaba algo de él tras varias semanas sin saber nada.


—¿Por qué?


Pedro alzó una ceja y dijo en voz baja:
—Piensa en dónde estamos, Paula. Esto es una unidad de bebés prematuros.


Ella se llevó inconscientemente las manos al vientre. Ladeó la cabeza y dirigió la mirada hacia la puerta cerrada.


—De acuerdo, pero no puedo estar demasiado tiempo lejos de mi hermano.


—Lo que tengo que decir no llevará mucho.


Paula trató de sentirse reconfortada con aquellas palabras y también trató de seguirle el rápido paso. Todos los pasillos le parecían iguales, aquel lugar era un laberinto, pero Pedro parecía saber exactamente hacia dónde se dirigía.


Seguramente durante el día, aquel rincón de gravilla con flores y bancos estaría muy concurrido, pero a aquellas horas de la noche estaba vacío.


Cuando salieron, Paula aspiró con fuerza el aire fresco. 


Aquel no estaba siendo un buen día.


—Iba a contarte lo del bebé —aseguró.


—¿Cuándo?


—Hace seis semanas.


—Eso es concretar mucho —Pedro bajó la vista hacia su vientre. Todavía no lo había asumido. Un bebé. Un escalofrío cálido le recorrió el cuerpo al imaginarla con el niño al pecho.


—Llamé a tu oficina. Me dejaron esperando mucho tiempo y luego me dijeron que no estabas en el país —Paula bajó la mirada y recordó el dolor y la rabia que había sentido y que todavía seguía sintiendo—. Capté el mensaje.


Pedro entornó la mirada.


—Pues yo no —la culpable debía de ser la secretaria temporal que lo único que hacía era limarse las uñas y que había ofendido al menos a dos clientes.


No le sorprendía, pero le enfurecía, y ya había dejado claro a la agencia que la había enviado que no estaba en absoluto satisfecho con su trabajo.


—¿Y cuándo está previsto que nazca?


—En Navidad —Paula se llevó otra vez la mano al vientre y dijo a la defensiva—: Ya sé que he engordado mucho.


—Estás preciosa, y serás una madre perfecta —Pedro nunca había asociado el embarazo a la sensualidad, pero al mirar a Paula y saber que su hijo crecía dentro de ella, la deseaba todavía más.


Pedro tomó asiento en uno de los bancos. Parecía no encontrarse bien. Nada estaba saliendo como ella pensaba.


—Supongo que estás en estado de shock.


—No, lo que estoy es enamorado —afirmó él sin vacilar—. Pensé que te había perdido. Y cuando te vi con Mariano, no pude soportarlo. Quería matarle. ¿Qué diablos hacemos llevando vidas separadas y fingiendo que podemos estar cada uno por nuestro lado? Yo no puedo, sé que no puedo. Te necesito, Paula.


Ella se lo quedó mirando. El corazón le latía con fuerza.


—No hace falta que digas eso —susurró.


—Tengo que decirlo —aseguró Pedro tomándola de las muñecas y atrayéndola hacia sí. Entonces la besó con infinita ternura.


Paula lloraba de alegría.


—Dilo —susurró. Necesitaba verlo en sus ojos cuando pronunciara aquellas palabras, solo entonces se atrevería a creerlo.


—Te amo, Paula. ¿Quieres darme una segunda oportunidad?


—Oh, Pedro, he sido tan desgraciada sin ti… te amo tanto…


Él soltó un gruñido y la besó apasionadamente. La sonrisa se le borró del rostro cuando se retiró y vio la tristeza en sus ojos.


—¿Qué ocurre?


Paula sacudió la cabeza.


—Me parece mal sentirme feliz en un momento así.


—¿No querría tu madre verte feliz?


Ella asintió entre lágrimas.


—Entonces, seamos felices. Las celebraciones pueden esperar, pero lo importante es que nos tenemos al uno al otro, y pase lo que pase, aquí y en otros momentos, estaré a tu lado. Lo sabes, ¿verdad, Paula?


A ella le brillaron los ojos de felicidad cuando miró el rostro del hombre tan increíble al que tanto amaba.


—Lo sé.


Pedro volvió a besarla antes de que entraran otra vez en la sala… juntos.




PECADO Y SEDUCCION: CAPITULO 16




La secretaria de Pedro estaba sentada en su escritorio cuando él entró en la oficina.


—¡Es él! —dijo ella haciendo aspavientos.


—Pásame la llamada a mi despacho —no preguntó de quién se trataba, solo había una persona capaz de sonrojar a su secretaria de mediana edad, y ese era Kamel, el príncipe de Surana—. Hola, Kamel, ¿qué puedo hacer por ti?


—Echarle valor.


Aquella era una respuesta que solo podía dar un amigo, pero Pedro alzó las cejas.


—¿He hecho algo que te haya molestado?


—Has hecho algo que ha molestado a mi esposa, que es lo mismo. Paula es la mejor amiga de Luciana, Pedro. ¡Ahora son incluso hermanas! Tu nombre está prohibido en mi casa. ¿Qué diablos te pasa, amigo?


Kamel no era el primero que le echaba la bronca. Josefina había dejado de preguntarle por Paula, pero podía ver la desaprobación y la decepción en sus ojos cada vez que le miraba.


Su mejor amigo, su hija… ¿debería hacer caso al mensaje? 


Pero no, Paula había dejado muy claros sus sentimientos, y aunque hiciera lo imposible por conseguir que volviera con él, ¿quién decía que no volvería a suceder? Él era como era.


—El caso es que no te llamo para echarte la bronca. Espero estar haciendo lo correcto… como sabes, Luciana está embarazada y los médicos no la dejan viajar en este momento. Y yo no voy a dejarla sola.


Pedro sintió como si le hubieran propinado un puñetazo en el pecho.


—¿Le ha pasado algo a Paula?


—No, Paula está bien. Es su madre, Sara. Se la han llevado a toda prisa al hospital. Al parecer sufre una severa preeclampsia y van a sacarle al bebé antes de tiempo para darle una oportunidad.


—¿Esto te lo ha contado Carlos?


—No, ha sido Paula. Al parecer Carlos no podía ni hablar del disgusto. Luciana está preocupadísima por Paula, por su padre y por Sara, y se siente muy culpable por no poder estar allí. Está enfadada conmigo porque no quiero dejarla e ir a ocuparme de la situación. Tengo muy claro que mi sitio está aquí con ella, pero si pudiera decirle que alguien va a estar con Paula, que no va a tener que pasar por esto sola…
Pedro apretó las mandíbulas.


—Soy la última persona del mundo a la que Paula querría ver allí.


—Esto no se trata de ti.


El comentario golpeó a Pedro con la fuerza de una patada bajo el cinturón. Necesitaba oír algo así. Tal vez Paula no le quisiera en su vida, y tenía sus motivos, pero sería un estúpido si no intentaba convencerla para que cambiara de opinión. Pero eso sería en el futuro. Ahora la prioridad era estar ahí para ella, liberar sus pequeños hombros de tan pesada carga.


A medio camino de la puerta, con las llaves en la mano, Pedro le dijo a Kamel:
—Voy para allá —estaba a punto de lanzarle el teléfono a su secretaria cuando se dio cuenta de que no sabía dónde iba—. ¿En qué hospital está?


Pedro recorrió cada segundo de los cincuenta kilómetros con las mandíbulas apretadas y los nudillos blancos de sujetar con tanta fuerza el volante. Se torturaba al pensar que Paula estaba pasando por aquello sola. Sola. La palabra no dejaba de reverberar en su cabeza.


Pues bien, ya no tendría que enfrentarse sola a nada más.


Él iba a estar allí para ella tanto si Paula quería como si no. No iba a dejarla ni a sol ni a sombra.


«Muy bien, Pedro, intenta salirte con la tuya como una apisonadora, que hasta ahora te ha ido muy bien. ¿Qué te parece si demuestras un poco de humildad y dejas que Paula decida si quiere que estés ahí o no?», se dijo.


El hospital era un laberinto de pasillos, pero finalmente encontró a alguien que fue capaz de decirle dónde estaba la sala de espera. La expresión seria de la enfermera no era una buena señal.


Paula iba a necesitar mucho apoyo si algo le había pasado a su madre. ¿Habría contactado alguien con su hermano?


—¿Señor Alfonso?


Pedro dejó de caminar arriba y abajo y se giró hacia el médico de bata blanca que había entrado en la sala. Asintió con la cabeza para indicar que era él.


—¿Hay alguna noticia?


—¿Es usted de la familia?


Pedro tuvo que hacer un gran esfuerzo para no mostrarse ofendido por la pregunta después de todo el tiempo que llevaba allí esperando.


—Soy Pedro Alfonso. Paula Chaves es mi prometida.


El médico suavizó la expresión y le tendió la mano.


—Lo siento, pero antes hemos tenido un incidente. Un reportero se enteró de lo que había pasado y llegó hasta las puertas de la sala de recuperación vestido de operario. Una enfermera le guiará a la unidad de prematuros.


—¿Ha sido niño?


El médico asintió.


—Es muy pequeño, como cabía esperar, pero su condición es estable. Lo que más nos preocupa en estos momentos es la madre.


Cuando llegó a la unidad de cuidados especiales de prematuros, Pedro se sintió muy alejado de su zona de confort. Asintió para dar las gracias cuando le dieron una bata y, tras lavarse las manos, le guiaron hacia una zona de la sala que tenía un panel de cristal.


La enfermera que le acompañó estaba diciendo algo reconfortante, pero Pedro solo entendía la mitad de las palabras. El corazón se le detuvo en el pecho al ver a Paula a través del cristal sentada al lado de la puerta. Llevaba también una bata quirúrgica, y tenía la vista clavada en el pequeño trozo de humanidad que estaba en la incubadora, conectado a unos tubos y a unas máquinas que emitían pitidos. El niño parecía más pequeño que la mano de Paula, y la expresión amorosa de su rostro mientras acariciaba con el dedo la minúscula mejilla del bebé, provocó que a Pedro se le llenaran los ojos de lágrimas.



*****


Paula oyó entrar a la enfermera, pero no apartó la mirada de la pequeña figura de la incubadora. Los bebés debían ser rollizos y rosados, pero su hermanito era minúsculo y tenía la piel brillante. Parecía tan frágil que le daba miedo tocarle, aunque decían que el contacto era bueno para él.


Al escuchar unos pasos, Paula levantó la mano y giró la cabeza. Abrió los ojos de par en par al verle.


Pedro había anticipado muchas reacciones por parte de Paula, pero no la que tenía delante.


Algo para lo que tampoco estaba preparado era la fuerza de los sentimientos que se desataron en su interior al verla. 


Parecía tan vulnerable y estaba tan bella que en aquel momento supo que habría dado la vida por evitarle aquel momento de dolor.


Parecía una persona en trance cuando se puso de pie. No le gritó, no le rechazó, sino que esbozó una sonrisa trémula.


—¿De verdad estás aquí? —era como un sueño, aunque las últimas horas habían sido una completa pesadilla.


Pedro se acercó a ella en dos pasos, y Paula se lanzó a sus brazos, rodeándole la cintura y apoyando la cara en su pecho. Pedro hizo lo único que podía hacer: la rodeó a su vez con sus brazos mientras ella sollozaba.


—Lo siento —murmuró Paula contra su pecho. Los sollozos habían disminuido, pero ella seguía allí apoyada, incapaz de apartarse—. Te he echado de menos.


La presencia de Pedro  llenaba cualquier habitación en la que entraba, pero en aquella caja antiséptica y blanca resultaba abrumadora aunque también intensamente reconfortante. 


Paula se había sentido hasta entonces desesperadamente sola, incapaz de reprimir los pensamientos negativos que se le pasaban por la cabeza.


Y ahora ya no estaba sola. Se apartó del pecho de Pedro, se llevó una mano al vientre y recordó que no estaba sola y nunca más volvería a estarlo. No era el momento ni mucho menos el lugar para hablar de la nueva vida que crecía en su vientre cuando había otra vida nueva luchando desesperadamente por salir adelante.


Y no solo eso…


Los labios le temblaron al sentir cómo los ojos se le llenaban de lágrimas.


—Mi madre podría morir, Pedro.


Él le acarició la mejilla suavemente con los dedos antes de tomarle las manos y colocárselas en el pecho.


—¿Por qué pensar en lo peor? Tu madre está en el mejor sitio posible, y torturarte de ese modo no va a ayudarla. Lo que necesitas es un descanso.


Paula esbozó una tenue sonrisa. Necesitaba el amor de Pedro. Lo anhelaba. Por ese amor se despertaba en medio de la noche sintiendo su vacío como un gran agujero negro en el pecho. Los sentimientos que llevaba semanas conteniendo amenazaron con hacer explosión. Quería contarle a Pedro lo del bebé, pero mantuvo el control. Aquel no era el momento ni el lugar.


—¿Has visto a Carlos? —le resultaba extraño preocuparse de alguien a quien durante tanto tiempo había odiado, pero así era. Nunca pensó que a Carlos Latimer le importara de verdad su madre, pero lo primero que les dijo a los médicos fue que hicieran todo lo posible por salvar la vida de su mujer.


Había estado repitiendo lo mismo una y otra vez, y seguía al lado de Sara en lugar de estar con su heredero.


Pedro sacudió la cabeza.


—No, no le he visto.


—Esto está siendo muy duro para él —admitió Paula.


Ella había tenido que controlar su propio miedo para calmar a su padrastro, y cuando lo consiguió, las lágrimas de Carlos le habían resultado todavía más difíciles de lidiar.


—Yo también te he echado de menos.


Aquellas palabras roncas la llevaron a alzar la mirada hacia él. Quiso decirle: «Si me has echado tanto de menos, ¿por qué demonios te fuiste y no volviste?». Pero se mordió el labio y preguntó:
—¿Cómo te has enterado de lo de mi madre?


—Kamel me llamó para contármelo. También me dijo que Luciana está preocupadísima por ti y muy frustrada por no poder estar a tu lado en estos momentos.


—No sé por qué te han llamado. No tenías que haber venido.


Los oscuros ojos de Pedro se mostraron tiernos cuando le apartó un mechón de la cara.


—Los dos sabemos que eso no es cierto.


Paula se lo quedó mirando durante un largo instante y luego, sin decir una palabra, apartó la vista y volvió a tomar asiento en la silla que había al lado de la cuna. Tenía una expresión de desdén, pero su lenguaje corporal decía otra cosa.


Sus típicos mensajes contradictorios, pensó Pedro. Apretó las mandíbulas con frustración. No tenía claro qué respuesta esperaba, pero cualquier cosa habría sido mejor que aquel silencio.


¿Acaso no había sido suficientemente claro?


¿Esperaba Paula que se arrastrara?


¿Qué quería?


¿Tal vez un poco de humildad?


Su furia desapareció tan rápidamente como había surgido.


Lo cierto era que haría cualquier cosa para recuperar a Paula… y sinceramente, se había mostrado de lo más inoportuno.


«Los dos sabemos que eso no es cierto», había dicho. En otras circunstancias, Paula se hubiera echado a reír.


Lo cierto era que sentía que no sabía nada, y entendía todavía menos. Le dolía la cabeza por la falta de sueño y el estrés incesante de no saber si su madre estaba bien. Tenía las hormonas disparadas y, para colmo, su secreto le pesaba sobre la conciencia. Pedro podría estar diciendo lo que ella quería oír, o tal vez estuviera confundiendo la simple amabilidad con otra cosa.


Paula no podía confiar en su buen juicio. Y esto era demasiado importante para cometer errores y quedar expuesta al ridículo, o peor todavía, a la compasión.


Pedro se acercó un poco más y bajó la voz al acercarse a la cuna de cristal.


—¿Cómo está?


—Dicen que es un luchador.


Pedro tenía la sensación de que necesitaba serlo, pero no dijo nada.


—¿Cuánto tiempo llevas aquí?


—No tengo ni idea —reconoció ella.


—Estás agotada.


—Estoy bien. El que está destrozado es Carlos. Quiere a mi madre de verdad, pero yo nunca pensé que fuera así. Creí que se había casado con ella por el bebé —deslizó la mirada hacia la incubadora—. Pero estaba equivocada. Muy equivocada en muchas cosas. Si mi madre muere, nunca podré decirle que lo siento —le temblaron los labios y parpadeó para contener las lágrimas que inundaban sus luminosos ojos.


Pedro se apoyó en el respaldo de su silla.


—Tu madre está recibiendo los mejores cuidados posibles.
Paula giró lentamente la cabeza para mirarle. La tristeza encubierta de sus increíbles ojos despertó en él todo el instinto protector que poseía. Solo quería abrazarla… para
siempre. Le rozó suavemente la mejilla con el dedo pulgar.


—Juzgué a mi madre por su aventura con Carlos, pero siempre pensé que se había visto atrapada en aquella situación, que no tuvo alternativa. Que si terminaba con él se quedaría sin trabajo y sin hogar. Me dije a mí misma que por eso siguió con la relación.


Paula sacudió la cabeza.


—Nunca se me ocurrió preguntárselo a ella, nunca hablamos del tema y…


Dio un respingo al escuchar el sonido de una alarma y miró hacia la cuna con pánico.


Entonces entró una figura uniformada en la sala. Paula sintió la reconfortante presión de los dedos de Pedro en el hombro mientras veían cómo la enfermera miraba al bebé antes de presionar unos cuantos botones.


—¿Está…?


—Está bien. Todos los padres se asustan al principio, pero luego aprenden a leer estas máquinas mejor que nosotras. La sala de padres está el fondo del pasillo, por si quieren tomarse un café o darse un respiro. Mi nombre es Alison, acabo de entrar al turno y voy a cuidar de… ¿ya saben cómo se va a llamar?


Paula negó con la cabeza.


—De acuerdo, nos veremos más tarde —la enfermera de mejillas sonrojadas escudriñó el rostro de Paula—. ¿Se encuentra usted bien, mamá?


Paula no tenía fuerzas para hablar, y menos para corregir el error. Ahora era un error, pero en un futuro no muy lejano no lo sería.


¿Y si no era una buena madre? Oh, Dios, no estaba preparada para aquello.


Y si ella no lo estaba, ¿qué pensaría Pedro?


Había imaginado su reacción una docena de veces cada día.



Había imaginado todas las reacciones posibles, cada acusación que podría lanzarle con el calor del momento, y ella había trabajado todas sus respuestas, frías, calmadas y comprensivas. No se sentiría herida, se mostraría como una mujer adulta. Iba a ser madre, se dijo. Había llegado el momento de crecer.