jueves, 30 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 23

 

Más tarde, mientras estaban almorzando, Patricia le explicó lo que iban a hacer el resto de la tarde.


–Creo que ya tienes ropa para la mayoría de eventos sociales, pero me gustaría verte con ropa de trabajo. En cuanto hayamos terminado aquí iremos a comprarte unos trajes y luego te llevaré a la óptica.


–Pero si veo perfectamente bien con estas gafas –protestó Paula.


–Estoy segura de ello, pero, ¿no preferirías llevar lentillas? También te podremos comprar unas súper sexy gafas de sol. Si estás incómoda con las lentillas, te podríamos elegir otras gafas. Algo un poco más suave que saque el máximo partido a tus pómulos.


Paula se reclinó en la silla. Siempre había tenido miedo de probar las lentillas, pero tenía que admitir que estaba más que harta de las gafas. Algún día, cuando hubieran terminado de pagar los préstamos por los estudios de Facundo, tal vez consideraría operarse de la vista. Sin embargo, para eso quedaba mucho.


–Está bien. Me las probaré –afirmó.


Cuando Patricia Adams hablaba de un cambio, era ciertamente a eso a lo que se refería. Pau se miró en el espejo. No sólo llevaba lentillas, que no le irritaban los ojos, sino que también allí en el spa del club de tenis, la habían sometido a un tratamiento corporal y facial, con pedicura y manicura. En aquellos momentos, se sentía maravillosa. Además, su cabello había recibido un tratamiento acondicionador y a un nuevo estilismo que le había dejado las puntas de una oscura y lustrosa melena rozándole suavemente las clavículas.


Casi no se reconocía. La maquilladora que había estado explicándole lo que tenía que hacer para sacar el máximo partido a sus pómulos no había hecho más que decir lo hermosa y exquisita que tenía la piel. Cuando la nueva Paula Chaves quedó al descubierto, hasta Patricia lanzó un largo silbido de apreciación.


–Sí, sí –dijo Patricia–. El señor Alfonso va a estar muy satisfecho –añadió. Entonces, miró el reloj–. Es mejor que te vistamos y te llevemos a su suite. Son casi las siete y media y no me parece la clase de hombre al que le gusta que lo tengan esperando.


De repente, Paula se sintió muy nerviosa.


Patricia tomó la bolsa que contenía el vestido negro que tanto le había gustado a Pedro y la ropa interior que había insistido en que se pusiera.


–Toma. Ponte eso para que veamos lo guapa que estás.


Paula se sintió atrapada. Esa clase de cosas no ocurrían en su mundo. Las compras, la transformación, la calidad de las medias que se puso sobre las piernas depiladas… Era como si todo aquello formara parte de un sueño. Cuando se puso el vestido y se lo abrochó, se sintió un poco mareada.


Se colocó una mano en el estómago para aplacar sus nervios, pero le resultó imposible.


–¿Va todo bien? –le preguntó Patricia desde el otro lado de la puerta.


–Sí, sí. Estoy bien.


–Entonces, sal para que puedas mostrarnos el resultado final.


Paula respiró profundamente. Se puso los zapatos y se miró en el espejo. No era ella. No podía ser ella. Dedicó una sonrisa a la imagen que se reflejaba en el espejo. Ni siquiera los labios pintados de color rojo parecían suyos.


La glamurosa criatura que la observaba no era la misma Pau Chaves que se había marchado de su casa aquella mañana. No. Era la clase de mujer que siempre había deseado ser, pero que jamás había tenido el valor suficiente para alcanzar. Aquella era Paula Chaves.


De repente, se sintió más tranquila. Podía hacerlo. Podía ser la mujer que Pedro Alfonso necesitaba que fuera. Lo haría por Facundo y, más importante aún, por ella misma.


Cerró los ojos y se dijo que, a partir de aquel momento, era Paula Chaves, prometida y asistente personal de uno de los hombres más poderosos de Empresas Cameron.


Tanto la maquilladora como Patricia se mostraron muy contentas con el resultado final. Paula aceptó los cumplidos de ambas. En la mano llevaba un bolso vintage, que había sido regalo de Patricia.


–Toma, algo mío –le había dicho tras darle un abrazo–. Ahora, no te pongas a llorar o te estropearás el maquillaje.


Paula siguió el consejo y, con los buenos deseos de las dos mujeres resonándole en los oídos, respiró profundamente y se dirigió a la suite.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 22

 

Durante un instante, Pau sintió un profundo alivio por no tener que verse sometida al examen de Pedro en todo lo que se probaba. Sin embargo, no tardó en comprender que era la aprobación de él lo que buscaba cada vez que salía del probador.


Era patética. Pedro la estaba chantajeando para que fingiera ser su prometida y ella lo echaba de menos… ¡Qué rápidamente había caído en sus garras!


Sonrió a Patricia.


–Va a ser muy divertido. ¿Qué nos toca ahora?


–Primero, haremos que nos empaqueten todo esto. Luego, te sugiero que vayamos a comprar lencería y a almorzar. Me muero de hambre. ¿Tú no?


Patricia se echó a reír cuando el estómago de Paula comenzó a hacer ruidos.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 21

 


Al escuchar el tono de su voz, Paula se obligó a mirarlo. Entonces, vio, sin duda alguna, lo que él estaba pensando. El deseo se apoderó de ella como si fuera un ser vivo. Sentía que los senos le pesaban y que ansiaban las caricias de Pedro. Tenía una repentina sequedad en la garganta. Se estaba imaginando cosas. Él había dicho que debía fingir ser su prometida, pero en aquellos momentos, la expresión de su rostro distaba mucho de ser fingida. Resultaba evidente el deseo que tenía hacia ella. La lujuria se apoderó de ella hasta lo más íntimo y amenazó con impedirle respirar.


–¿Te pondrás este vestido para mí esta noche? –le preguntó él.


–Si quieres –replicó ella a duras penas.


–Estás muy hermosa. Nada podría darme más placer que tenerte a mi lado con este aspecto. Seré la envidia de todos los hombres que haya en el restaurante.


Pedro sonrió. Paula también lo hizo, pero de pura satisfacción. Por una vez en su vida, se sentía hermosa. La admiración que se reflejaba en el rostro de Pedro era tan evidente que no dejaba lugar a dudas. A pesar de que no estaba dispuesta a examinar cómo la afectaba aquella admiración, no podía dejar de sentir cómo la sensualidad se apoderaba de ella. Era casi imposible.


Alguien se aclaró la garganta, lo que hizo que Paula prestara de nuevo atención a lo que le rodeaba.


–Está bien. Tenemos que ir a algunos sitios más antes de que hayamos terminado. En realidad, casi no hemos empezado.


–Me cambiaré –dijo Paula mientras entraba de nuevo en el probador.


–Toma –comentó Pedro mientras se sacaba las gafas del bolsillo y se las devolvía.


Paula se las puso y cerró la puerta. Al verse en el espejo, sintió que se le cortaba la respiración. Con el cabello suelto sobre los blancos hombros y el escote del vestido, comprendía muy bien por qué Pedro había reaccionado de aquel modo. Recordó que no le había mirado en concreto ninguna parte de su cuerpo. Ella no se había sentido incómoda bajo su escrutinio. Se miró cuidadosamente en el espejo.


El vestido tenía un corte exquisito. Si hubiera sido hecho a medida especialmente para ella, no podría haberle sentado mejor. El modo en el que se curvaba alrededor de la estrecha cintura y se acampanaba sobre las caderas para terminar justo por encima de las rodillas destacaba sus atributos de un modo que ella jamás hubiera podido soñar. Deslizó la mano por la tela para alcanzar la invisible cremallera que llevaba en el costado. Las yemas de los dedos le vibraban mientras se deslizaban sobre la fina tela. Jamás había soñado que pudiera tener algo que le hiciera sentirse tan hermosa como aquel vestido. Y aún quedaba más.


Se lo quitó y se lo entregó a Patricia para que lo añadiera a las otras prendas que Pedro ya había aprobado.


No sabía cuándo iba a ponerse tanta ropa. Hasta aquel momento, ni una sola prenda era adecuada para ir a trabajar. Aparte de cuando salía a tomar café con su amiga Gabriela y Sara, tenía poca vida social. Evidentemente, todo eso iba a cambiar dramáticamente.


Cuando salió del probador, Patricia estaba sola.


–El señor Alfonso ha tenido que marcharse, así que ya estamos las chicas solas –dijo.