martes, 1 de junio de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 60

 


Volvieron a la casa en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos, en lo que había pasado esa mañana, pero ella sentía que el humor de Pedro no era tan jubiloso como el suyo propio. Parecía demasiado tranquilo y cerrado. Debería de estar feliz y contento, tanto como ella. Todo había terminado. Con esa fusión, los Alfonso podrían comprarle sus acciones y éstas no estarían ya más entre los dos. Carmichael ya no sería nunca más un enemigo. Todos eran libres.


A Paula le hubiera sorprendido el saber que los pensamientos de Pedro eran casi los mismos; pero su interpretación era levemente diferente. Eran libres, de acuerdo, pero ¿para hacer qué? ¿Qué haría ella ahora? ¿Quedarse? ¿O marcharse? Ahora se podía permitir mantener a Mateo por sí misma. No había nada que la mantuviera con él, excepto, quizás, su amor por él.


Entraron en la casa y se dirigieron directamente a sus habitaciones. Pedro se puso a juguetear con las llaves mientras Paula dejaba la chaqueta sobre una silla. Lo miró. Parecía nervioso, preocupado. Se le acercó y le tomó de la mano.


Pedro se rió nerviosamente.


—¿Sabes algo? Tengo la cabeza flotando ahora mismo. Esta mañana he hecho algo que iba contra todo en lo que creía. Luego tú sacaste esa carta y casi me muero. ¡Mi propio padre era el espía! ¡Qué suyo era eso! Todo entonces cobró sentido. Él siempre estaba tomando decisiones por nosotros. ¿Por qué no vimos lo que estaba haciendo con Darío? ¿Por qué no lo supimos?


—Porque estabais ciegos…


—Por los celos. Continúa, dilo. Es cierto. Todos estábamos celosos por cómo trataba papá a Darío. Era como si alguien estuviera usurpándonos su atención y amor. Es por eso por lo que yo me porté como un bastardo con Darío cuando éramos jóvenes. Ahora lo sé.


—No te culpes, Pedro. Tú no podías saber lo que estaba haciendo tu padre. Y, bajo esas circunstancias, el echarle la culpa a Darío no estaba muy descaminado.


Él se pasó una mano por el cabello.


—Lo sé, lo sé. Pero eso no me hace sentirme mejor. Me siento como una anguila. ¿Qué pensará de nosotros Dario?


—Él hizo las paces con todos vosotros hace ya años. Él ya tiene lo que quería.


—¿Y tú? —le preguntó él—. ¿Tienes lo que quieres, Paula?


—No lo sé.


—Bueno, ya tienes tu dinero. Eso es un principio.


—Es cierto. Me resulta todo más fácil al saber que puedo ocuparme de Mateo.


—Entonces ¿ahora qué? ¿Qué va a pasar con nosotros?


—Bueno, supongo que vamos a tener que decidir lo que queremos. Si queremos seguir casados y todo eso —le dijo ella mirándole a los ojos—. Esto es, si es que me quieres.


Pedro la tomó en sus brazos y enterró el rostro en su cabello.


—¡Oh, querida! Eso es lo único de lo que he estado seguro siempre. Nada me parece más importante que eso… no sé por qué.


—¿Ah, no? Yo sí lo sé —le dijo ella poniéndose de puntillas y rozando levemente sus labios con los de él—. Porque me amas —susurró—, y porque yo te amo a ti.




EL TRATO: CAPÍTULO 59

 

Pedro los observó un poco incómodo; sus sentimientos todavía no estaban muy claros. Sabía que una rivalidad de toda la vida no se iba a transformar en amistad en cuestión de minutos. Y, a pesar de que su lado racional ahora aceptaba a Darío más como un amigo que como un rival, no podía evitar que se le revolviera un poco el estómago al ver a su esposa en brazos de ese hombre.


Mientras los miraba, un hecho irrefutable se le pasó por la cabeza. Sin ese trato que les había presentado Dario, Paula y él nunca hubieran podido estar casados realmente. Una sonrisa le cruzó el rostro. Suponía que, después de todo, también tenía un montón de cosas que agradecerle a Dario Carmichael.


Pedro se puso de pie mientras Darío se separaba de Paula. Los dos hombres se estuvieron mirando a los ojos durante un largo instante, en silencio. Pedro extendió su mano y Darío se apresuró a estrechársela.


—Lo siento —le dijo Pedro—. Lo siento por muchas cosas a lo largo de los años, pero, más que nada, por esto —le dijo señalándole la nota—. Puede que tarde mucho tiempo en poder considerarme tu amigo, Darío, pero me gustaría intentarlo si me dejas.


Dario sonrió de oreja a oreja.


—Disculpa aceptada. Creo que ahora Roberto nos debe de estar mirando y sonriendo.


—Yo también lo creo. Pero, vas a tener que permitirme que te invite a unas copas, a cenar, o a algo; sé que tenemos un montón de cosas de qué hablar.


—Tengo una idea —intervino Paula—. ¿Por qué no invitamos a Darío a cenar a la casa de la ciudad y yo cocinaré?


—¿Tú sabes cocinar? —le preguntó Pedro.


Paula se encogió de hombros.


—Siempre se puede encargar la cena.


—¡Hecho! —dijo Darío, riéndose y dándole una palmada en la espalda a Pedro.


Eduardo se les acercó y también se dieron las manos.


—Tú y yo tenemos muchas cosas de qué hablar. ¿Qué tal si nos vamos a mi despacho ahora y hacemos una reunión?


Paula se rió en alto cuando Darío gruñó. Suponía que había oído algo acerca de las infames reuniones de Eduardo.


—De acuerdo, Edu —dijo Darío—. Pero yo hago una pausa para comer.


Paula y Pedro los vieron desaparecer hacia el salón. Pedro hizo que ella le mirara.


—¿Nos podemos ir ahora a casa? —le dijo—. Creo que nosotros también tenemos un montón de cosas de qué hablar.


—Sí. Creo que podemos.




EL TRATO: CAPÍTULO 58

 


Los tres hermanos se miraron entre sí, los dolorosos recuerdos afloraron a la superficie y una oleada de comprensión reemplazó la hostilidad que sentían desde hacía tanto tiempo.


Eduardo estudió el papel, sujetándolo como si fuera una reliquia de su padre, al que tanto había amado y respetado.


—¿Por qué no nos lo dijo?


—Creo que él quería que pareciera un simple trato de negocios, sin que se viera ningún favoritismo por su parte hacia Darío —le dijo Paula—. Quería a Darío como si fuera un hijo y, para vuestro padre, traer a Darío a la compañía completaría el círculo. También quería salvar la cara con vosotros. Hacía tanto tiempo que estaba diciendo eso de que la compañía era sólo para la familia que se vio atrapado. Quería que Darío estuviera en el consejo de administración, pero su orgullo le impedía admitirlo. Así que la fusión con Bradford era su forma de hacerlo parecer como un buen negocio sin que se necesitaran más explicaciones.


Eduardo se quedó mirándola por un momento, sumido en sus pensamientos, luego asintió ante la sabiduría que había en sus palabras.


—Supongo que le debemos al señor Carmichael una disculpa muy larga —dijo suavemente—. Todos nosotros. Y tú, jovencita, lo que has hecho hoy ha sido algo muy valiente. Creo que también voy a tener que cambiar de forma de pensar con respecto a ti —le dijo tomándola de la mano y sonriendo.


Paula le devolvió la sonrisa y le apretó la mano.


—Eso me gusta, Eduardo.


Brian se le acercó desde el otro lado de la mesa y la abrazó.


—¡Eres sorprendente! ¿Por qué no me dijiste nada de la nota?


—No supe lo que decía hasta la otra noche. Y le prometí a Darío que no la utilizaría a no ser que fuera absolutamente necesario. La reacción de Eduardo lo ha justificado ¿no crees?


Brian se rió.


—Sí, creo que se le podría llamar muy bien una necesidad —luego se dirigió a sus hermanos—. Si no me necesitáis más, tengo que irme corriendo.


—Vete —le dijo Eduardo amontonando las carpetas.


Pedro se acercó a Paula.


—Has ganado —le dijo con una evidente mezcla de emociones en la voz.


—Todos lo hemos hecho —le dijo ella y, en voz más baja añadió—: Gracias.


La puerta se abrió y apareció la cabeza de la secretaria.


—Perdón —les dijo—. Aquí hay alguien que quiere verlos.


La puerta se abrió de par en par y Darío Carmichael apareció en el umbral.


—¡Dario! —dijo Paula casi echando a correr hacia él. Él abrió los brazos y la abrazó.


—Espero que no te importe. Tenía que venir. ¡No podía esperar una llamada telefónica!


—¡Lo logramos! —le dijo ella sonriendo ampliamente.


—Ya lo sé. Brian me lo ha contado todo cuando salía. ¡Eres una chica fantástica! —le dijo él volviendo a abrazarla.