domingo, 31 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 43

 

Paula respiró profundamente y sonrió. No podía dejarse dominar por la triste después de haber obtenido justo lo que quería: la experiencia sexual más increíble. Y daba igual que ya se hubiera terminado. No pensaba colarse por Pedro, que le había dado todo lo que siempre había deseado: diversión, amabilidad y éxtasis. Después de aquello le resultaba fácil entender por qué algunas chicas se volvían locas por Pedro. Pero ella no iba a perder la cabeza.


Con una vez había sido suficiente. Lo cierto era que estaba agotada y apenas podía moverse.


Tras tomar una rápida ducha, se metió en la cama. La mezcla de agotamiento y satisfacción le hicieron sumirse en un profundo sueño, aunque lo último que pasó por su mente fue lo acontecido durante aquella increíble noche con Pedro.


–Paula.


Paula gimió y dio la vuelta en la cama. Estaba soñando con Pedro, con el modo en que había pronunciado su nombre una y otra vez cuando había alcanzado el orgasmo.


–¡Paula!


Pero lo cierto era que nunca lo había oído gritar así en sus sueños.


–¡Abre la maldita puerta!


Paula parpadeó, se apartó el pelo de la frente, se levantó y fue tambaleante hacia la puerta.


–¿Estás bien? –preguntó Pedro en cuanto la puerta se abrió–. Llevo rato llamando.


Llevaba unos pantalones cortos y una camiseta ceñida, y era obvio que había estado corriendo. La mente de Paula se llenó de imágenes en las que Pedro aparecía sin pantalones.


–Sí, claro –murmuró–. Estaba dormida. ¿Querías… algo? –preguntó, sintiendo que el aroma de Pedro, su altura, el ronco tono de su voz, estaban haciendo que su cuerpo reviviera. Tensó los músculos pélvicos para tratar de reprimir la sensación de estar derritiéndose.


–Estaba agotada. He pasado una noche bastante… agitada –dio un paso atrás al ver que Pedro se acercaba a la nevera, abría la puerta y sacaba la botella marcada con la V.


–¿Por qué no has abierto la botella de champán para celebrar tu nueva condición de exvirgen?


–Iba a reservarla para la cena –lo cierto era que Paula había olvidado por completo la botella–. Pero puede que la abra ahora –sentía la boca tan seca en aquellos momentos que no le pareció mala idea. Alargó la mano hacia la botella para que Pedro se la diera.


–Creo que aún no la mereces –dijo él, apartando la botella de su alcance.


–Como creo que ya sabes, ya no soy virgen.


–No estoy de acuerdo.


Paula miró a Pedro con expresión de asombro.


–Dime que no lo he soñado.


–No –Pedro rio–. Pero sigues siendo virgen en muchos aspectos. Has probado un poco de sexo estilo misionero. ¿No crees que deberías probar las demás opciones?


–¿En qué otras opciones estabas pensando? –preguntó Paula, fascinada.


–Intuyo que tienes una imaginación bastante fértil, Paula. ¿Qué otras opciones se te ocurren a ti?


Paula sintió que todo su cuerpo se acaloraba, pero no sabía si debía responder a aquello.


Pedro se inclinó hacia ella.


–No trates de hacerme creer que no has pensado en unas cuantas cosas.


De acuerdo, de manera que iba a ser más de una vez, pensó Paula. Gabe tenía razón; aún le quedaban muchas cosas por experimentar. Y quería probarlas todas con él.


–Puede que lamentes tu oferta. Mientras tú hacías ejercicio yo dormía, y no sé si vas a tener la energía suficiente para mantener mi ritmo –dijo en tono remilgado.


–Creo que me las arreglaré –Pedro carraspeó–. De manera que quieres seguir investigando esto, ¿no?


–No hay ningún esto entre nosotros –replicó Paula. No podía haberlo. Ella era libre.


–Me refería a tu naturaleza sensual. ¿No quieres explorarla un poco más? Aún no me has dicho si te han gustado más tus fantasías o la realidad.


–Todo esto es una especie de fantasía.


–De acuerdo –Pedro asintió–. Pero creo que hay un par de cosas para las que me necesitas en carne y hueso, ¿no?


Oh, sí, claro que lo necesitaba. Paula dio un paso más hacia Pedro.


–Me voy cuando termine la temporada.


–Ya habremos acabado para entonces –Pedro también dio un paso hacia ella–. ¿Qué otras formas habías imaginado de hacerlo, Paula? –preguntó con voz ronca–. ¿De pie, sentada, a cuatro patas, sobre la mesa, en la ducha…?


–Tú por detrás y yo vestida de chica vaquera, con botas… y sin pantalones.


Pedro carraspeó de nuevo.


–Por supuesto, eso también.


–¿Escribimos una lista? –preguntó Paula, que ya tenía un montón de ideas en la cabeza.


–Por supuesto, mientras yo pueda añadir mis propias ideas. Sujeta esto –Pedro entregó la botella a Paula y luego la tomó a ella en brazos para llevársela–. Y tiene que haber margen para la creatividad –añadió mientras salía.


A veces, la espontaneidad implicaba una ducha de champán.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 42

 


Condujo hasta la playa, donde se puso a correr con intención de quitársela de su cabeza, aunque no lo logró. Lo único que deseaba era estar en la cama con ella. Entonces empezaron las dudas, las preocupaciones. De pronto se encontró caminando en lugar de corriendo. Quería asegurarse de que Paula se encontraba bien. Tal vez había vuelto a la casa sintiéndose peor de lo que había aparentado. Tal vez su desenfadada despedida de la mañana no había sido más que una fachada, un intento de mostrarse sofisticada…


¡Diablos! Debía asegurarse de que se encontraba bien.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 41

 


Pedro temió no volver a respirar normalmente nunca más. Siempre se había preocupado de que sus parejas disfrutaran, y en aquella ocasión se había esforzado especialmente.


Pero debía enfrentarse a la incómoda verdad de lo sucedido. No solo había tenido relaciones sexuales con Paula. También le había hecho el amor, algo tan novedoso para él como para ella. Mientras la tenía entre sus brazos habría hecho cualquier cosa por ella, lo que suponía una pérdida de la propia voluntad que nunca había experimentado hasta entonces. Era posible que Paula hubiera perdido la virginidad, pero él también había perdido algo, algo que ahora poseía ella y que no sabía si lograría recuperar alguna vez, un trozo de su corazón de cuya existencia se había hecho consciente tras aquella experiencia.


–¿Te gusta dormir aquí? –preguntó Paula perezosamente, estirándose a la vez que dejaba escapar un gemidito que hizo que la sangre le ardiera de nuevo en las venas a Pedro.


–Tiene muy buenas vistas –contestó él sin pensar.


Desde su ventana podía ver la del dormitorio de Paula.


–¿Me has estado espiando? –preguntó ella con una risita.


–Te he visto en el jardín algunas veces, ya lo sabes.


Pedro carraspeó, esperando que Paula no creyera que la había estado observando porque estuviera colado por ella, o algo así.


Paula apoyó un codo en la cama para erguirse y mirarlo.


–Deja de preocuparte, Pedro. No voy a enamorarme de ti –dijo en tono burlón.


Pedro se quedó mirándola un momento, perplejo. ¿Desde cuándo era un libro abierto?


Paula sonrió, divertida y feliz.


–Ya te dije anoche que no voy a pedirte nada más.


Pedro pensó que eso estaba bien… aunque lo cierto era que sí quería más. Más de lo mismo.


Paula se inclinó hacia él.


–Por fantástica que haya sido esta experiencia, y por muy guapo que seas, ya sabes que no estoy interesada en una relación.


Pedro consiguió asentir mientras recordaba la de veces que él había dicho aquello mismo en el pasado.


–Solo ha sido una aventura de una noche –añadió Paula.


–Claro –dijo Pedro a la vez que simulaba una sonrisa.


Sin embargo, la que le devolvió Paula fue totalmente genuina.


–Estupendo. En cuanto acabe la temporada me voy de aquí. Voy a reservar el billete en cuanto pueda.


–¿En serio?


–Sí, así que haz el favor de no dejar el alquiler ahora. Necesito el dinero para pagarme el viaje.


–No lo dejaré.


–Estupendo –Paula salió de la cama rápidamente–. Aprecio realmente el esfuerzo que has hecho. Gracias.


¿De manera que eso era todo? ¿Le había ayudado a perder la virginidad y ella le agradecía el esfuerzo? Algún día comprendería que la experiencia sexual que habían tenido había sido increíblemente intensa comparada con la media…


Pedro trató de controlar la dirección que estaban tomando sus pensamientos, porque pensar en Paula en brazos de algún otro hombre no era lo que más le apetecía en aquellos momentos.


De pronto vio que Paula bajaba la mirada hacia las sábanas y se ruborizaba.


–Siento lo de…


Pedro siguió la dirección de su mirada y cubrió rápidamente la mancha roja que había en la sábana.


–Olvídalo –dijo, pero era como si Paula ya lo hubiera olvidado. Resultaba irónico que fuera él quien sintiera que había perdido la inocencia emocional. Pero no podía sentirse utilizado, porque Paula había dejado muy claro desde un principio lo que quería, y era lo mismo que él quería. Sus deseos habían convergido y ahora todo había acabado.


Paula se puso el vestido sin molestarse en ponerse antes las braguitas y el sujetador. Pedro trató de no excitarse viéndola, pero fracasó.


–¿Te vas? –preguntó.


–Sí, y tú tendrás que irte a trabajar luego, ¿no? Además, tengo cosas que hacer en el jardín.


¿Prefería trabajar en el jardín a pasar más tiempo en la cama con él? Aquello habría enfriado a cualquiera. Un minuto después de que Paula hubiera salido de la habitación, Pedro se levantó. No podía pasarse el día observándola desde la ventana.