sábado, 10 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 57

 


—Hola Pidge —saludó Paula al gato. Escondido entre un montón de paja, al fondo de la cuadra, descansaba el felino con sus crías.


—No pasa nada, Pidge. Sólo quiero ver a tus hijitos, no te los voy a quitar.


—Por fin has encontrado el escondite —dijo Pedro detrás de ella, haciéndola sobresaltarse.


Había sido fácil esquivar a Alfonso mientras que los invitados estuvieron despidiéndose. Gabriela se había marchado también, suspirando por Claudio. A Paula le dio pena, aunque sabía que para su hermano se trataba de una liberación.


—¿Por qué se llama Pidge la gata? —quiso saber Pedro.


—Porque tiene seis dedos en las patas, como los pichones —respondió Paula, notando el cálido hálito de la presencia masculina.


—Ah —murmuró Pedro, tomando el brazo de la vaquera.


Se había reprochado toda la noche el hecho de haber sido tan idiota con ella.


Paula era mucho más sensible y honesta que sus propios padres. Era especialmente cariñosa con todas las personas que necesitaban consuelo… como con la insensata de Gabriela. Había estado escuchando su conversación, espiándolas detrás del porche.


—Querida, me he portado contigo como un imbécil.


—Tienes razón —respondió la vaquera.


—Pero es que cada vez me siento más y más acorralado —se lamentó Alfonso.


—¿Acorralado? No tienes más que pedírmelo y, en cuanto quieras te llevo en la avioneta a Rapid City.


Pedro le acarició los brazos, deseando abrazarla con ternura.


—No lo entiendes, cuanto más cerca estamos, más me preocupo por ti. Y eso me da mucho miedo, Paula.


La vaquera se quedó tanto tiempo en silencio, que Pedro no sabía si estaba enfadada o muerta de vergüenza ajena.


—¿Cómo crees que me siento yo? —dijo finalmente Paula.


—Por lo menos eres más honesta que yo.


La vaquera rió, con amargura.


—No es que quisiera flirtear. Simplemente quería actuar como lo he hecho siempre, haciendo que la gente lo pasara bien, sin preocuparme de nadie más.


—¿Por qué? —quiso saber Pedro.


Paula lo miró incrédulamente.


—Porque eres un hombre especial y no podría elegir entre el rancho y tú. No quiero pasarme el resto de mis días amando a un hombre que no me puede corresponder.


—Lo siento —dijo Alfonso.


Mientras Paula salía del establo, siguió hablando.


—Guárdate tus excusas. Se acabó. Vuelve a Seattle y yo me ocuparé de deshacer el entuerto de nuestro compromiso.


—No —respondió Pedro, indignado.


La vaquera lo miró con sorpresa.


—Puede que sea un poco torpe y lento, pero no soy un cobarde. Tendríamos que sincerarnos para saber qué es lo que sentimos el uno por el otro.


—Yo ya sé lo que piensas de mí: soy demasiado dramática y excesivamente emocional para ser tu esposa. Pero, cielo santo, soy una mujer de carne y hueso, ése es el problema.


—Pero Paula, estábamos discutiendo y dije unas cuantas tonterías.


—Pero en el fondo eso es lo que piensas de mí —concluyó la vaquera, mostrando signos de cansancio, más que de cólera—. A veces, el matrimonio es algo complejo. No se trata de algo delimitablemente perfecto. ¿Tú crees que mis abuelos nunca han discutido? Pues se pelean y se reconcilian, sabiendo que, probablemente, se volverán a pelear en otra ocasión.


—Pero si has planeado…


Paula le cortó la palabra.


—No, mira. Muchas veces, las discusiones se plantean intempestivamente. Pero lo que sí es algo planeado es la intención de reconciliarse, porque no puede haber en el mundo nada más importante que vivir con tu pareja.



FARSANTES: CAPÍTULO 56

 


—¿Paula?


Paula se quedó de piedra cuando identificó la voz de Gabriela Scott. Ahora se iba a librar del juego de Pedro. Le iba a contar que no estaban realmente comprometidos para que ella aprovechara aún más sus armas de mujer…


—¿Sí, señorita Scott?


Pedro me dijo que no te encontrabas muy bien. La verdad es que necesitaba hablar contigo y pensé que si no te importaba…


Su voz sonaba como si estuviera triste. Pero triste de verdad.


Paula miró a la otra joven y vio que tenía marcas de haber estado llorando.


—¿Qué te pasa? —le preguntó a su clienta.


—Siento haber subido hasta aquí para molestarte. Has sido tan amable conmigo y yo, me he portado tan mal contigo… Se trata de Claudio.


Paula pestañeó, sorprendida.


—¿Qué pasa con Claudio? —preguntó la vaquera.


—Estoy enamorada de él, pero él no quiere casarse conmigo.


—Oh, ¿sí? —dijo la vaquera, sin poder imaginar a su hermano con Gabriela al lado—. ¿Has intentado hablar con él del asunto?


—Muchas veces. No puedo creer que me haya enamorado de él. Papá no aprobaría nunca nuestra relación.


Paula tenía ganas de mandar a la porra al papá de Gabriela…


—¡Me temo que Claudio no es la persona que esté más a favor del matrimonio!


Pedro era igual, hasta que te lo propuso a ti.


—Pero no es lo mismo.


—La idea de que nos casáramos fue de papá, porque así, él no podría abandonar nunca la compañía —explicó Gabriela—. Ya sé que no estuvo bien por mi parte perseguirlo y fastidiarle las vacaciones, pero ahora que se va a casar contigo, espero que no me guarde rencor.


—Por supuesto que no —dijo Paula, intentando ser comprensiva.


—Te seré sincera —continuó Gabriela—. Pedro siempre me ha asustado un poco. Es tan inteligente y controvertido con todo lo que hace… Estará mucho mejor contigo puesto que tú también eres inteligente; así podréis tener conversaciones interesantes.


Paula se mordió el labio, preguntándose qué podrían tener en común una joven de la alta sociedad con Claudio y, de qué podrían hablar Pedro y ella, a parte de lanzarse insultos…


—Necesito a mi lado a alguien más básico que Pedro y Claudio es el hombre más adecuado.


En eso Gabriela tenía razón: realmente Claudio era un tipo muy sencillo… ¡Desde luego, el amor era algo impredecible! Te llevaba a hacer tonterías y rarezas, perdiendo la razón.


Paula lo sabía, por experiencia: se había enamorado de Pedro, a pesar de haberlo evitado por todos los medios. Por lo menos era consciente de ello.


En esos momentos, su caso era como el de Gabriela. Ambas se habían enamorado de dos hombres que no creían en el matrimonio y que vivían en mundos ajenos a los suyos.


Sacudiendo la cabeza amargamente, Paula le daba palmadas en la espalda a Gabriela, para consolarla. No sabía muy bien qué decirle. Estaba claro que Claudio no iba a abandonar su vida de soltero por ninguna mujer, y menos aún, por una joven cosmopolita con más dinero que inteligencia. Aunque fuera su tipo y estuviesen enamorados, su hermano mayor no podría mantener a su familia, con el sueldo de vaquero.


—No sé qué hacer —dijo Gabriela, llorando sinceramente—. Sería capaz de quedarme a vivir en Montana, si fuese necesario.


Paula seguía pensando que aquella joven no tenía dos dedos de frente… pero al fin y al cabo se trataba de una mujer agradable.




FARSANTES: CAPÍTULO 55

 


Aquella noche, Pedro estaba apoyado en la pared del establo, mordisqueando una paja. Se trataba de la última fiesta que se celebraba por la noche, para los turistas que iban a abandonar el rancho el domingo. Todo el mundo estaba pasándolo bien, excepto Alfonso.


Paula estaba bailando una polca con Augusto Steele y ambos reían como nunca. La conciencia de Pedro se puso furiosa: parecía como si Paula fuese la prometida de Steele. Aunque, realmente tampoco era la suya.


Había estado poco pendiente de Alfonso durante la velada. Sin embargo había hablado y bailado con casi todo el mundo. Se había ocupado de que todos los invitados bailasen por lo menos una vez, y de que hasta los más tímidos no se quedasen sin pareja.


Todos los hombres solteros estaban embobados observándola y parte de los casados, también.


De repente, aparecía al lado de Alfonso, pero en seguida salía corriendo a bailar.


Pedro estaba celoso, porque Paula estaba compartiendo muchas canciones con Augusto y sus hijos. Estaba claro que Steele era la pareja perfecta para Paula.


Era un hombre amante de la familia. Le encantaban los niños, y con Paula habría tenido una docena más. Había crecido en un rancho y conocía el negocio por dentro y por fuera. En la actualidad, se dedicaba a la cría de caballos. Los abuelos de Paula le tenían mucho cariño. Y para colmo, vivía en la finca de al lado…


Pedro detestaba sentirse celoso: era la táctica de su madre, que se había pasado la vida flirteando con otros hombres para fastidiar a su padre. De ese modo, le había hecho sentirse un fracasado como marido y como persona.


Para calmarse, bebió un poco de limonada. Paula no sería capaz de portarse así con él, ¿o, estaba equivocado? Mientras Alfonso seguía el torbellino de la vaquera, la pregunta se mantenía en su cerebro, sin descanso.


—¡Oh, cielos! Me encanta bailar la polca —dijo Paula entusiasmada, abanicándose con las dos manos.


—Ya lo veo —arguyo Augusto, frotándose la rodilla derecha—. Casi no puedo seguirte, eso quiere decir que me estoy haciendo viejo.


—Pobrecito… —dijo Paula sonriendo y dándole una palmada en le mejilla, que le sentó a Pedro como una patada en la espinilla—. No puedes parar ahora, teniendo en cuenta que llevamos veinte años perfeccionando el estilo.


Pedro, por favor, sálvame —exclamó Augusto cuando descubrió a Alfonso, medio escondido en una esquina—. El próximo baile es para vosotros dos.


—Gracias —murmuró Pedro.


Paula rió de buena gana. Su amigo siempre se quejaba cuando bailaban juntos, pero ella nunca le hacía caso.


—No te pierdas la próxima polca: verás en acción a un auténtico agente de bolsa, llamado Pedro Alfonso


Pedro paró a Paula por el codo y le susurró:

—Me tendrías que pedir este baile, Paula. Estaría encantado de concedértelo.


La vaquera no entendió lo que quería decirle Alfonso.


—Hemos bailado varias canciones. ¿Qué es lo que ocurre?


—Nada —respondió Pedro, molesto.


Ante ese panorama, Augusto se despidió y fue a buscar a los niños, para volver a casa.


—Nos veremos el próximo fin de semana —dijo la vaquera.


—Mañana por la mañana, estaré por aquí, tengo que tratar un asunto con Samuel.


Cuando Steele se alejó, Paula dio media vuelta hacia Pedro.


—¿Se puede saber qué es lo que te pasa? Has estado toda la noche en un rincón y con aire ausente —quiso saber Paula.


—¿Yo? —dijo Pedro, sorprendido.


—Te has portado altivamente, sin querer hablar con nadie. Pensé que habías cambiado desde que llegaste a Montana, pero ya veo que no ha sido así.


—Y yo creía que un novio tenía derecho a pasar más de cinco minutos por hora, con su prometida. Sin duda, estaba en un error.


—Eres… —murmuró Paula, dejándole con la palabra en la boca y volviendo a la pista de baile.


¡Menuda cara tenía ese hombre! Un compromiso falso no le daba ningún derecho sobre ella. Ni siquiera un auténtico compromiso, la haría cambiar de actitud con los invitados.


—Espera un momento, Paula.


La vaquera lo miró y giró hacia él.


—¿Qué quieres?


—Perdona, no tendría que haber hablado de nuestro compromiso.


—Por supuesto que no. No soy de tu propiedad y te recuerdo que no estamos prometidos. Todo esto no es más que una broma que te has inventado para divertirte y está claro que no debía haberte seguido el juego.


—De acuerdo —respondió Pedro, tratando de calmarse antes de hablar—. Pero no se puede decir que disfrute sintiendo celos, no esperaba que recurrieses a ese tipo de devaneos conmigo.


—¿Qué devaneos? —preguntó Paula, anonadada.


—Has estado flirteando con todos los hombres de la fiesta. ¿Cómo querías que me sintiese?


—No estaba flirteando, estaba haciendo mi trabajo. Por si te interesa, aún trabajo para el rancho —dijo Paula, agresivamente—. Lo que hacía era intentar que todos los invitados estuviesen cómodos y relajados, como en su casa.


—Sí, pero Augusto y tú…


—Para mí, Augusto es como mi hermano mayor: somos amigos y nada más. Además, desde que perdió a su esposa, no se le ha visto con otra mujer.


—Quizá he metido la pata —dijo Pedro, confuso.


—¿No me digas? —dijo Paula, con los brazos cruzados y derramando un par de lágrimas cálidas—. No paras día a día para conseguir tu objetivo conmigo. Pero al mismo tiempo, tampoco paras de decirme que no tienes la intención de casarte, y menos conmigo.


—Intenta comprenderme —le insistió Pedro—. Tus abuelos son el único matrimonio bien avenido que conozco en el mundo. Siempre había pensado que ese tipo de unión no podía existir.


—Lo comprendo, pero, ¿sigues pensando que tienes derecho a sentirte celoso? Yo siempre he sido muy clara contigo: mi intención era poseer el rancho, casarme y tener hijos. ¿Por qué iba a querer ponerte celoso?


—Querida…


—No me llames así y déjame en paz.


La vaquera pensaba que todos los hombres eran iguales. Su hermana Lorena había tenido suerte: su prometido era un auténtico calavera, fácil de identificar y de mandarlo a paseo. Los hombres como Pedro primero eran agradables, pero luego te partían el corazón.


Paula subió el camino que llevaba a la casa principal, pero se quedó sentada en el balancín del porche. Allí podía tener un momento de intimidad, observando el panorama del rancho apaciblemente.


Pedro podía volver a Seattle con toda tranquilidad.


No pensaba volver a verlo nunca más.


Pedro permaneció en la fiesta. Su ego se había visto amenazado y lo había pagado con Paula, de nuevo. ¡Pero es que había sido tan cariñosa con Augusto! La vaquera debería haber sido consciente de que él la estaba mirando…


—¿Pedro?


¡Qué espanto! Se trataba de Gabriela Scott. Con la paciencia al límite, la saludó brevemente.


—Hola.


—¿Dónde está Paula? Necesito hablar con ella.


—No se encontraba muy bien y se ha marchado a su casa.


—¡Oh! Voy a verla, a ver cómo está —se empeñó Gabriela.


Realmente, era lo último que necesitaba Paula en ese momento, enfrentarse a esa arpía, pero él no pensaba mover ni un dedo por ninguna de las dos mujeres…




FARSANTES: CAPÍTULO 54

 


Los dos jóvenes cabalgaron rápidamente y solo cuando estuvieron lejos, aflojaron la marcha de sus monturas.


Al cabo de un rato, Paula dijo:

—Pedro, debería averiguar qué ha pasado exactamente. No tenía que haber ocurrido ningún incidente. Para estos casos, hacemos firmar a los turistas un escrito en el que no nos hacemos responsables de lo que les pueda pasar, pero eso no quiere decir que no nos preocupemos de ellos. Al contrario, hacemos todo lo posible para proteger a nuestros invitados.


—Paula, ya que puedes comprender a los animales, trata de decirme lo que se estaban diciendo Claudio y Gabriela sin palabras.


—Eso es ridículo —protestó la vaquera.


—Verdaderamente, han ocurrido cosas muy serias entre esos dos y si te fijas en la banda del sombrero de tu hermano, se puede decir que él también protege bien a las turistas… A este paso, va a tener que reponer su almacén de preservativos, antes de que termine la semana…


Paula hizo una mueca de desesperación.


El propio Pedro estaba sorprendido: Claudio no era muy exigente a la hora de tirarle los tejos a una mujer.


Y Alfonso siguió diciendo:

—Hacen una buena pareja. Son como Conan el Bárbaro y la madrastra de Blancanieves.


—Para, Pedro —dijo Paula, riendo abiertamente—. Estoy segura de que Gabriela tiene también sus cosas buenas.


—Dime alguna.


La vaquera se mordió el labio, intentando reconocer algo positivo en ella.


—Bueno… Ella es… Su coche es muy bonito.


—¡Aja! — masculló Pedro, triunfante—. O sea, que te gustan los coches caros, ¿eh? Pues te regalaré un deportivo rojo como regalo de compromiso.


—No he dicho que quiera uno, sino que me gustan. Y en cuanto al lado positivo de Gabriela, tú lo tienes que conocer mucho mejor que yo.


—¿Quieres saber algo bueno de ella? —sonrió Alfonso—. Me ha dado la oportunidad de conocer Montana y le estoy muy agradecido.


—¡Oh! —repuso Paula, mientras que se le encendían los colores.


—¿Qué te parece, querida?


—Me alegro de que estés disfrutando tanto en el rancho.


—Gracias —replicó Pedro, educadamente.


El joven se acercó más a la montura de Paula y, le acarició la trenza que le colgaba sobre el pecho. A continuación, notó bajo sus dedos el encaje del sujetador que llevaba puesto. Dio un suspiro, recordando sus insinuaciones sobre Gabriela y Claudio.


—Lo pasaría mucho mejor, si… —siguió hablando Alfonso.


—¡Calla, Pedro! —dijo dulcemente, Paula, ordenándole a su caballo que se alejara—. Deberías aprender a abandonar la partida, cuando vas ganando.



FARSANTES: CAPÍTULO 53

 


Se trataba de Gabriela, que perseguida por Claudio, había entrado en el establo. El hermano de Paula, que estaba mucho más tranquilo, ató a los caballos en una valla del corral. Ambos se enzarzaron en una larga discusión, que les condujo al centro del barracón.


La vaquera y el joven no podían acallar sus risas. Pedro, que estaba riendo a mandíbula batiente, se quiso incorporar apoyándose en una cuerda. Antes de que pudiera advertirle de que aquella soga abría una trampilla, Paula y él aterrizaron en pleno suelo del cobertizo.


Gabriela pegó un chillido. Y Claudio, sin sorprenderse demasiado le dijo a su hermana:

—¡Hola Red! ¿Dónde estuviste anoche? La fiesta estuvo muy bien.


Paula no dijo nada y cayó, con la cara aplastada sobre el pecho de Pedro.


Para Gabriela se trataba de un momento crítico: no sólo había perdido a su futuro marido, sino que otra mujer se lo había arrebatado. Paula lo sentía por ella.


—¿Estás bien, querida? —preguntó Pedro.


—Sí, ¿y tú?


—Muy bien. Parece que va siendo una costumbre que aterrices encima de mí. ¿Esta vez has perdido también la camisa, o no?


—Tonto —dijo Paula, pellizcándolo.


—¡Hey! Sólo era una pregunta. Ya sabes que siempre estoy dispuesto a cubrir tu desnudez con mi propia ropa…


—Claro —repuso la vaquera, sacudiendo su melena sobre los hombros.


Miró hacia Gabriela un segundo y le sorprendió que, en vez de estar enfadada, estuviese melancólica. Ella los miró a su vez.


—¡Hola a todos! —dijo Pedro, animadamente, intentando quitar la paja que se les había pegado encima a él y a Paula—. Lo siento, pero tenemos prisa. Justo ahora salíamos a comprobar el estado de las vallas del rancho. Lo comprendéis, ¿verdad?


—Por supuesto, se ve que teníais mucha prisa —exclamó Claudio, viendo la camisa de Paula entreabierta.


Pedro dio la vuelta a la vaquera y se dispuso a abrocharle los botones de la camisa, que difícilmente había conseguido desabrochar. Claudio le caía bien, pero algunas cosas pertenecían a su más estricta intimidad… como el sujetador de encaje de Paula.


—Me ha parecido oírte decir que un animal estaba herido —quiso saber la vaquera.


—No ha sido muy grave, pero la turista no se ha molestado en absoluto por el percance y no hemos podido volver antes.


—Eso no es cierto… —protestó Gabriela, gritando.


Paula frunció el ceño.


—Señorita Scott, siento que no pueda comprenderlo, pero nosotros tenemos que proteger…


—Querida —le interrumpió Alfonso—, eso es un problema que tienen que resolver Claudio y Gabriela.


—Pero…


—Nada. Tenemos mucha prisa esta mañana —replicó Pedro, llevándose a Paula de la mano, a través del establo—. Hemos de pasarlo bien, disfrutando de un picnic en el campo.


Esto último lo dijo Alfonso al oído de Paula, que estaba completamente desconcertada.


—Pero tengo que saber lo que ha ocurrido, porque esto es el negocio de mi familia. Necesito saber si Gabriela ha hecho algo peligroso, para que no lo repita…


—No tiene nada que ver con el rancho, créeme —dijo Pedro con seguridad, mientras ambos se subían a caballo.