jueves, 8 de julio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 58

 


Pedro la esperaba al pie de la escalera al día siguiente.


—El helicóptero esta aquí y mi jet está esperando en el aeropuerto de Lima para llevarte donde quieras. El apartamento de Londres es tuyo. Yo no volveré a usarlo y no debes temer nada respecto a la empresa… ya no estoy interesado.


—Ah, qué generoso —dijo Paula, irónica.


—Sin duda volveremos a vemos algún día, pero si esperas un divorcio rápido, te equivocas. No voy a dártelo. Y, ahora si me perdonas, tengo caballos que atender. Espero que te hayas ido cuando vuelva.


—Te aseguro que no estaré aquí. En cuanto al divorcio, me da igual. No creo que tenga intención de casarme en mucho tiempo. Y no quiero un céntimo de tu dinero, no me hace falta. Lo único que quiero es tu promesa de que no harás nada en detrimento de Ingeniería Chaves. Y lo quiero por escrito, Pedro.


—Lo tendrás —dijo él, antes de darse la vuelta. 


Paula se decía a sí misma que era lo mejor, pero lloró durante el viaje de vuelta a casa y lloró en Londres, en la cama que habían compartido.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 57

 


Un par de horas después Paula salía de su habitación. Aquélla sería su última cena con Pedro, pensó, mientras bajaba al comedor donde, según le había informado una criada, la esperaba «el señor».


Pero durante la cena se mantuvo en silencio.


—Parece que no te gusta la comida —comentó él cuando estaban terminando—¿O es otra cosa lo que no te permite probar bocado?


Había lanzado el guante, pero Paula estaba dispuesta para la pelea.


—Si te refieres a la carta, estoy de acuerdo en que los sentimientos que se expresan en ella son inaceptables. Te aseguro que lamento mucho lo que le pasó a tu hermana. La pobrecilla debió sufrir mucho…


—¿Eso es todo lo que tienes que decir?


—No —Paula había pensado mucho en la gente y las circunstancias que rodeaban a la carta—. Dime una cosa, Pedro, ¿tú veías mucho a tu padre?


—¿Qué tiene que ver eso?


—¿Tu padre trataba a tu hermana como si fuera una hija? ¿Era mucho mayor que tu madre?


—No trataba a Solange como si fuera una hija y tenía casi treinta años más que mi madre…


—Eso podría explicarlo todo —le interrumpió Paula.


—¿Explicar qué, que tu padre sedujo a mi hermana? No intentes inventar excusas.


—Muy bien, no lo haré —Paula se irguió en la silla—. Mi padre nunca escribió esa carta, Pedro. La letra es de mi abuelo, Elías Chaves, que debía tener más de cincuenta años cuando mantuvo una aventura con tu hermana. Lo cual, supongo, es aún peor.


—Tu abuelo —repitió Pedro, incrédulo.


—Sí, mi abuelo. Elías ha sido el nombre de todos los primogénitos de mi familia durante muchas generaciones... salvo en el caso de mi hermano Tomas. Mi padre nunca se llevó bien con mi abuelo y no quiso ponerle su nombre.


—No puedo creer que Solange…


—Mi padre y mi tía se quedaron horrorizados por el comportamiento de su padre cuando tuvieron edad para descubrir qué clase de hombre era —siguió Paula—. Era un mujeriego, la oveja negra de la familia. Mi abuelo y mi abuela llevaban vidas totalmente separadas, pero compartían la misma casa. Cuando murió, su nombre no volvió a ser mencionado nunca. Era un hombre terrible y toda la familia estaba avergonzada de él. ¿Nunca te has preguntado por qué mi tío Antonio, que es un pariente político, es el presidente del consejo de administración de Ingeniería Chaves?


Pedro la escuchaba, atónito.


—Mi tío Antonio era el gerente y la persona que se ocupaba de que la empresa no se hundiera hasta que mi padre fue mayor de edad. Mi abuelo no tenía cabeza para los negocios y se gastó una fortuna en mujeres. Así que ya ves, era una vergüenza para los Chaves.


—Paula…


—Ahora ya sabes la verdad. No soy psiquiatra, pero lo que intentaba decir antes es que quizá tu madre y tu hermana estaban buscando una figura paterna. ¿Quién sabe? Es asombroso cómo algunos episodios de la infancia afectan a la gente. Mira mi tío Camilo… ¿sabes por qué viste de esa forma y me anima a hacerlo a mí? ¿Te acuerdas del vestido de lamé plateado? Mi tío Camilo cree que mi padre y Tomas se han pasado intentando ser todo lo contrario a mi abuelo. Demasiado conservadores, demasiado estrictos, demasiado asustados de convertirse en Elias Chaves, el libertino. Y a lo mejor tiene razón.


—Paula… —Pedro alargó una mano para tocarla, pero ella se levantó a toda prisa.


—Que haya sido mi abuelo en vez de mi padre no cambia nada. Aunque me sorprende. Sueles ser tan concienzudo en todo lo que haces… ¿No te habías dado cuenta de que en la carta dice «si fuera un hombre libre, que no lo soy»? Eso debería haberte indicado que era un hombre casado. Cuando fue escrita, mis padres ni siquiera se conocían.


—No sé qué decir...


—No hay nada que decir. Aunque hubiera sido mi padre quien dejó embarazada a tu hermana… ¿por qué ibas a castigar a su hija? ¿Qué clase de retorcida venganza es ésa? —Le espetó Paula—. Pero la verdad es que, aunque estabas equivocado, has acabado siendo el ganador. Como siempre, supongo.


—Siento mucho haberme equivocado, Paula. No habría dicho nada aquel día en el yate de haberlo sabido… deja que te compense de alguna forma. Dime lo que quieres y será tuyo.


Paula quería su amor, pero sabía que nunca podría dárselo porque era una emoción desconocida para él.


—No lo entiendes, Pedro. No ha cambiado nada. Sólo te casaste para vengarte de los Chaves… y luego te indignas al saber que tomo la píldora —Paula sacudió la cabeza—. Me engañaste el día que me pediste que me casara contigo y me engañaste el día de nuestra boda. ¿Puedes devolverme la confianza, la ilusión? No, no lo creo. Y ahora, si no te importa, me voy a dormir. Me gustaría marcharme por la mañana. Lo antes posible.


Después de decir eso salió del comedor sin mirar atrás.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 56

 


El ama de llaves sirvió el café en un patio de estilo español y los dejó solos enseguida.


—No sabía que tu casa fuera tan antigua —murmuró ella, mirando alrededor. La casa de Pedro, a doscientos kilómetros de Lima, era una finca de estilo español, llena de cuadros, tapices y obras de arte originales que debían costar una fortuna.


—La familia Alfonso ha vivido aquí desde que mi antepasado, Sebastián Alfonso, llegó a Sudamérica con los conquistadores —respondió él, levantándose.


—Pero me contaste que tu bisabuelo había desheredado a tu abuela. ¿Cómo has recuperado la casa? Ah, espera, no me lo digas: le hiciste al propietario una oferta que no pudo rechazar —dijo Paula, sarcástica.


—No, no fue así. Mi bisabuelo la echó de aquí, pero años más tarde su hermano mayor, que lo había heredado todo, se arruinó y mi abuela le compró la casa. Durante los últimos diez años de su vida, mi madre y yo vivimos aquí con ella.


—Ah, ya veo. Tu abuela debió ser una mujer asombrosa —murmuró Paula. Hija desheredada de un rico hacendado, propietaria de un burdel para volver luego a la casa de su infancia… esa sí que era una jornada extraordinaria.


—Sí, lo era —asintió Pedro—. Una Alfonso con el coraje necesario para hacerle frente a todo. Desgraciadamente, mi madre y mi hermana no heredaron esa fuerza de carácter —dijo luego, tomándola del brazo—. Ven, creo que ha llegado el momento de la gran revelación.


La llevó a un estudio con paredes forradas de madera y, después de indicarle que se sentara en un sillón de cuero, abrió un cajón del que sacó un sobre.


—Lee la carta —le dijo—. Y luego llámame mentiroso si te atreves.


Con desgana, Paula tomó el sobre. El remite era la dirección de su casa en Kensington. No, no podía ser...


Luego empezó a leer.


Dos minutos después, doblaba cuidadosamente el papel y volvía a guardarlo en el sobre.


—Muy interesante —dijo, levantándose—. Pero, ¿te importaría que la estudiase en mi habitación? Estoy agotada del viaje. Podemos hablar de ello durante la cena.


—Sigues sin creerlo —murmuró Pedro, perplejo—. Nunca deja de asombrarme lo que es capaz de hacer una mujer para negar una verdad desagradable. Pero como tú quieras… cenaremos temprano, a las siete, para que puedas irte pronto a dormir.


Pedro no sabía qué pensar. Creyó que se pondría a llorar al leer la carta y comprobar que todo lo que había dicho de su padre era cierto, pero Paula no había mostrado emoción alguna. Claro que no debería sorprenderlo. Una vez lamentó haberle contado la verdad sobre su padre, pero ya no. Una vez había pensado que ése sería el único obstáculo en su matrimonio, pero fue antes de descubrir que Paula no tenía intención de ser la madre de sus hijos. Habría sido feliz como su amante, pero en cuanto a ser su esposa… era tan clasista como su padre.


Llevaba toda la vida soportando comentarios o rumores despectivos sobre su familia y ya no le molestaban. Pero había esperado que su mujer lo respetase. Sí, se alegraría de librarse de ella, pensó. Entonces se le ocurrió algo…


¿Por qué no mantenerla como amante hasta que se cansara de ese delicioso cuerpo suyo? Al fin y al cabo, eso era lo que Paula parecía querer.


No, inmediatamente decidió que su orgullo no se lo permitiría. Paula lo había utilizado como un semental. Y nadie usaba a Pedro Alfonso.


Airado, salió del estudio para echarles un vistazo a sus caballos… al menos, ellos eran leales.