viernes, 18 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 23







Paula permaneció en silencio durante el regreso al hotel. No se atrevía a hablar y se sintió agradecida por que Pedro le permitiera un tiempo para procesar lo que habían averiguado.


Cuando llegaron, ella arrojó la cartera sobre la mesa de café más cercana y se quitó los zapatos. Se sentía bien estar de vuelta en su suite. Pero no era suya. Era de Pedro. Y por primera vez se le cruzó por la cabeza que debía empacar e irse. Pero no se iría hasta que ella y él pudieran hablar. 


Considerando la expresión ofuscada de su rostro, necesitaría desahogarse. Que el cielo lo ayudara por tener esa pesadilla de abuela.


Paula se dejó caer en el sofá y golpeteó el lugar libre a su lado.


—Siéntate conmigo, Pedro.


En su lugar, él caminaba por la habitación como un animal enjaulado.


—Mi abuela está loca como una cabra.


Paula se rio en voz alta.


—Lo lamento —se disculpó cuando vio su ceño fruncido—. De verdad. Es solo que te ves tan británico yendo y viniendo como Sherlock Holmes cuando analiza un caso...


Pedro dejó de caminar y la observó. Su mirada era tan intensa que a Paula se le desdibujó la sonrisa, y su corazón se aceleró.


—No solo soy británico, sino que también soy un Alfonso. De punta a punta, me guste o no.


Había una dureza en sus palabras que Paula no había oído nunca. Era muy diferente de su forma de ser alegre, amable y optimista. Se sintió muy atraída a ese Pedro Alfonso.


—Ven aquí, Pedro —repitió ella.


—¿Quieres estar conmigo?


Quería. Más que nunca.


—Sí.


Él no le sacó la mirada de encima mientras se paraba frente a ella. Pero, en lugar de sentarse, estiró las manos y la hizo poner de pie. Ella se quedó sin aliento cuando él la acercó lo suficiente como para besarla. Ella quería saborear sus labios, quería que él la deseara. Cuando él se inclinó hacia su boca, lo hizo con una mínima duda, como si quisiera darle a ella la última oportunidad de alejarse. Era una oportunidad que Paula no quería. Lo acercó esos escasos centímetros hasta que sus labios se unieron.


Fue un beso lleno de deseo, con una pasión reprimida que le hacía perder la noción de tiempo y espacio. Cuando se rindió al abrazo de Pedro, una ola de deseo amenazó con consumirla. Pero no le importaba; no quería aferrarse a la seguridad. Quería estar con él, experimentar su lado pasional. Entrelazó los dedos detrás de la cabeza de Pedro


Oprimió su cuerpo contra el suyo hasta que no podía distinguirse dónde terminaba uno y comenzaba el otro.


Mientras Pedro le besaba el cuello, Paula se echaba hacia atrás en señal de invitación. Nunca había sentido tal desenfreno, tal conexión abrumadora con otra persona, ni había experimentado tanto deseo de hacer el amor con un hombre.


—Paula —su voz era un susurro ronco—, quiero que sepas que...


Pero lo que fuera que quería que ella supiera se vio interrumpido por alguien que daba golpes a la puerta de la suite. Paula se soltó, aunque alejarse del abrazo de Pedro era lo último que quería en el mundo.


—¿Quién diablos está haciendo tanto escándalo?


Pedro no había avanzado tres pasos cuando ella oyó la respuesta a su pregunta.


—Paula, ¿estás ahí, cariño? —Hubo varios golpes más—. Abre, corazón, tengo malas noticias.


Con los ojos bien abiertos, miró a Pedro. Era su abuelo.


—Yo abro —dijo él—. Será mejor dejarlo entrar antes de que alguien llame a seguridad.


Paula se acomodó rápidamente el pelo y se apantalló con las manos mientras Pedro se dirigía hacia la puerta. Logró dominar su aspecto justo cuando su abuelo entró.


—Paula, cariño, tenía que venir de inmediato. —Claudio le dio un beso y abrazo breves—. Tenemos que hablar.


Ella le hizo señas para que se sentara y luego se sentó junto a él. Agradeció con una sonrisa cuando Pedro le dejó una botella de agua fría frente a su abuelo.


—¿Qué sucede, abuelo?


Claudio tomó una de las manos de su nieta y la sostuvo con fuerza.


—Odio ser quien te diga esto, en especial cuando estabas tan contenta, pero me enteré de algo alarmante. —Miró a Paula y a Pedro—. No saben lo que daría por no tener que ser yo quien...


—Aguarda, abuelo. —Paula decidió ahorrarle el sufrimiento. Si no hubiese sabido que su abuelo no tenía ni idea de que el matrimonio no era real, ese tono sincero de su voz habría sido suficiente para convencerla por completo. Estiró la mano y le oprimió el brazo, profundamente agradecida de que no hubiese sido cómplice en toda aquella mentira—. Supongo que has hablado con el señor Jenkins.


Claudio volvió a mirar a uno y a otro.


—¿Lo saben?


—¿Que no estamos casados? Sí. —Pedro se sentó en el apoyabrazos del sillón frente a ellos—. Encontramos al señor Jenkins hace un par de horas y nos contó todo.


Claudio sacudió la cabeza con expresión seria.


—Apenas podía creer lo que estaba oyendo. ¿Qué le sucede a ese tonto?


Paula permaneció en silencio. No sabía cuánto había confesado Wesley o qué versión de la verdad había contado, pero no quería decir algo involuntariamente que fuera para su abuelo como sal en la herida abierta.


—¿Se encuentra bien, Claudio? —la pregunta de Pedro rompió el silencio.


Paula lo miró con admiración. La preocupación de Pedro por su abuelo, cuando estaba lidiando con su propia ira y traición, era conmovedora.


Claudio se recostó sobre los almohadones del sofá.


—Oh, estoy un poco confundido con todo esto, pero es mi Paula quien me preocupa. —Se pasó la mano por el rostro cansado—. Seré honesto con ustedes: estoy más que decepcionado por que no estén casados de verdad.


—Yo también, Claudio. —Pedro se sentó en el sillón frente a ellos—. No sé qué le contó su amigo exactamente, pero debe saber, y me avergüenza admitirlo, que mi abuela está metida hasta el cuello en esto.


—¿Por qué? —preguntó Claudio.


Pedro encogió los hombros.


—No estoy al tanto de sus planes, pero supongo que fue una ridícula trampa para evitar que yo completara una tarea que ella nos había puesto a mí y a mis primos para cumplir mientras estábamos en Las Vegas. Y definitivamente logró que no pudiera hacer nada durante estos últimos días. Me distraje por completo.


—Pero ¿cómo supo tu abuela dónde estaban ustedes como para confabularse con Wesley?


—Estimo que nos habrá hecho seguir. —Pedro se encogió de hombros—. Es lo único que tiene sentido. No es la primera vez que controla mis actividades de cerca para poder sabotear mis planes.


—Sigo sin ver por qué se tomaría todo ese trabajo.


—Millones de dólares.


Claudio silbó por lo bajo.


—De todos modos me parece una locura. Pero, como sea que ustedes decidan manejar sus negocios, no es excusa para que Wesley haya elegido participar de esta tontería.


—¿Crees que podrás perdonarlo? —preguntó Paula.


Claudio hizo un sonido evasivo.


—No lo sé, cariño. Todo esto es mucho para asimilarlo en este momento. Es inquietante cuando crees que conoces a alguien y resulta que hace algo que jamás hubieras creído que sería capaz de hacer.


—Para ser justos, abuelo, nada de esto hubiese sucedido si Pedro y yo no hubiéramos bebido tanto. Fue horriblemente vergonzoso haber estado tan fuera de control. Sabes que no soy así.


—Lo sé, cariño.


—Y lamento que hayas terminado arrastrado en todo esto —continuó ella—. Imagino que te provocó un conflicto emocional la idea de que me había escapado para casarme con un hombre a quien no conozco.


—Oh, no lo sé —sonrió Claudio—. En realidad, estaba un poco emocionado con todo.


Pedro rio. Paula lo miró con el ceño fruncido. No le veía la gracia.


—¿En serio, abuelo? ¿No te horrorizó un poco que hubiese sido tan impulsiva?


—Oh, bueno, tal vez un poco cuando Wesley me llamó para contarme que te habías fugado para casarte. Pero, en cuanto conocí a este joven, bueno, supe que estaban hechos el uno para el otro. Pude verlo cuando los miré a ambos.


—¡Abuelo!


—¿Qué? ¿Crees que llegué a esta edad sin reconocer el verdadero amor cuando lo veo?


Paula no podía creer lo que oía. Conocía a su abuelo lo suficiente como para saber que estaba siendo completamente sincero. Pero también estaba completamente loco, y así se lo hizo saber.


—Tonterías —replicó—. Admito que soy un completo romántico, pero no soy ningún tonto, jovencita. Nunca lo fui y nunca lo seré.


—Claro que no, Claudio. Paula y yo respetamos sus pensamientos. Usted es el experto en recién casados enamorados.


Pedro —protestó ella—, no lo alientes. No puedes creer lo que el abuelo está diciendo.


Él la miró durante un largo momento.


—¿No puedo?


No. Ella no podía. Y él no podía tampoco. La idea de que ella y Pedro estaban destinados a conocerse y enamorarse era absurda. Era cierto que ella se había sentido atraída por él al instante. El hombre era guapísimo. Y encantador, sin mencionar que también era inteligente y accesible. Así que sí, Pedro Alfonso era el tipo de hombre de quien se podría enamorar con facilidad.


—¿Paula? —Claudio movió una mano frente a ella—. ¿Qué sucede, cariño? ¿La flecha de Cupido te alcanzó y te dejó sin palabras?


Paula sacudió la cabeza. Sintió que se sonrojaba y evitó mirar a Pedro directamente. En su lugar, bajó la mirada hacia el enorme diamante en su mano. Se lo quitó y lo dejó sobre la mesa de café sin prestar atención al nudo en el estómago. No extrañaría el diamante en sí, pero de pronto su mano se veía vacía. Se puso de pie.


—Si me aguardas, abuelo, iré a empacar.


Ambos hombres se pusieron de pie, pero fue Pedro quien habló.


—No tan deprisa, Paula. —Apoyó la mano sobre el brazo de ella y la miró a los ojos—. Debemos hablar.


Claudio tosió con discreción.


—Bueno, ese es el pie para que yo salga y ustedes puedan hablar.


—No tienes que irte. No tenemos nada de qué hablar. —Sus palabras estaban dirigidas al abuelo, pero su mirada seguía clavada en Pedro.


—¿Nada? —La voz de Pedro era suave, seductora y, según Paula decidió, muy peligrosa porque le sería imposible irse si no lo hacía en ese momento.


Ella sacudió la cabeza.


—No estamos casados, Pedro. No soy tu esposa.


—Lamentablemente, no.


Pedro, no puedo quedarme.


—Te necesito. —Ella apenas pudo oír sus palabras, pero no había duda de la honestidad en su tono de voz—. Quédate esta noche.


Por más que quisiera, Paula no podía moverse. Ni pestañear. 


Ni hacer nada para romper el hechizo del momento.


Pero unos golpes en la puerta lo lograron. Los tres miraron hacia la puerta.


—Permítanme —dijo Claudio. Caminó hasta la puerta y la abrió de par en par—. Bueno, hola, Margarita, mi querida. Adelante.


Paula sintió que Pedro se ponía tenso a su lado. 


Instintivamente, ella se paró delante de él. Una ola de calidez la invadió cuando él le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo más cerca de sí.


La matriarca Alfonso entró dando zancadas, con el bolso en el brazo y una expresión acusatoria en el rostro. Examinó la sala como si estuviera haciendo una inspección militar.


—¿Tienen una reunión familiar sin mí?


Para su propia sorpresa, Paula no dudó en decir:


—Estamos haciendo planes para la boda. Llega justo a tiempo para ayudar



¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 22






La conmoción de Paula estaba clara en sus ojos. Se quedó observándolo, y él se preguntó si estaría decepcionada o aliviada cuando supiera que no estaban casados. Él estaba decepcionado. Pero también había un poco más que alivio. 


Había empezado a apreciar demasiado a Paula como para querer que estuviera atrapada o atada a alguien, incluso a él.


Pedro estiró el brazo y le acomodó un mechón castaño detrás de la oreja. Sintió que ella tembló cuando le rozó la mejilla.


—Estuvimos a punto de hacerlo esa noche, pero no nos casamos. Había un certificado de matrimonio, pero no lo firmé.


Paula se dejó caer contra el auto y cerró los ojos por un largo momento. Cuando los abrió, mantuvo la mirada fija en el horizonte.


—¿Por qué teníamos una licencia en primer lugar?


Pedro luchó con el poquito de memoria que había recuperado.


—No estoy seguro —admitió—. Pero creo que me estabas mostrando cómo era el proceso. Recuerdo que Jenkins recibió un llamado y luego nos ofreció un trago. Es todo lo que recuerdo.


—Me siento tan estúpida... —Su voz era tan tenue que él apenas pudo descifrar las palabras.


Sin detenerse a pensar si era lo correcto, Pedro atrajo a Paula a sus brazos. Ella accedió y se rindió a su abrazo. Él apoyó la mejilla sobre la cabeza de ella y en ese momento lo supo. Supo que nunca podría conseguir suficiente de ella, ni que podría regresar a Inglaterra sin ella. Quería tener a Paula Chaves. Para siempre.


Ella retrocedió y lo observó.


—¿Qué quieres decir con que estuvimos a punto de hacerlo? ¿Qué sucedió?


Pedro comenzó a responder, pero se detuvo al ver que Wesley Jenkins salía del depósito de armas.


—Allí viene Jenkins. Solo sígueme la corriente, ¿quieres?


Paula asintió su acuerdo. Él se apartó de ella y le hizo una seña a Wesley para que se acercara.


—Gracias por darnos un momento de su tiempo, señor Jenkins.


—¿Qué puedo hacer por ustedes, muchachos? —preguntó Wesley mirando a uno y a otro.


Pedro decidió no perder el tiempo. Ya sabía la verdad; solo quería una confirmación.


—¿Cuánto le pagó mi abuela por su participación en esta farsa?


Wesley Jenkins dio un paso hacia atrás; su expresión era una mezcla de confusión y culpa.


—No sé de qué habla.


Pedro deslizó el brazo sobre los hombros de Paula. Ella se veía como si alguien le hubiera disparado en la frente. Él volvió su atención hacia el dueño de la capilla Rosa Amarilla de Texas.


—No juguemos a las escondidas con la verdad, señor Jenkins. En primer lugar, permítame asegurarle que mi abuela está acostumbrada a que se haga lo que ella quiere.
Digamos que es persuasiva. Puedo comprender cómo lo habrá abrumado para que aceptara seguir su plan.


Tal como Pedro había esperado, Wesley aprovechó la sugerencia de que lo habían obligado y se aferró a ella como a un bote salvavidas.


—Sí, eso es lo que sucedió. Intenté decirle que no, pero no me dejó otra opción.


—¿Cuánto le pagó? —preguntó Pedro. Tuvo cuidado de mantener la voz baja y un tono que no sonara acusatorio, algo que no era fácil. Su instinto quería estrangular al hombre por la angustia que sus mentiras le habían provocado a Paula.


Oprimió los hombros de ella de modo tranquilizador, pero mantuvo la mirada en el hombre frente a él.


—Aceptaré no demandarlo por fraude si cumple con mis condiciones.


Cuando no hubo respuesta durante varios segundos, Pedro entrecerró los ojos. Había aprendido una o dos cosas al observar cómo operaba Margarita Alfonso a través de los años. La intimidación no era su método preferido para cerrar un trato, pero quería ahorrarle más angustias a Paula.


—Tengo poco tiempo y menos paciencia, señor Jenkins. Desde mi punto de vista, no es una decisión difícil la que debe tomar. Hace un trato conmigo o enfrenta cargos por registrar una licencia matrimonial falsa.


—Pero en realidad no la registré.


Finalmente estaban averiguando algo.


—Eso podría salvarlo de la cárcel.


—Lo siento, señor Alfonso, de verdad. —Wesley volvió su atención hacia Paula—. Perdóname, Paula. No pensé que haría daño al dejar que su abuela le hiciera una broma a tu novio.


Pedro la acercó más a él, con la esperanza de que el contacto físico fuera una señal de apoyo.


—No gasté el dinero. —Las palabras salieron atropelladamente con un tono de culpabilidad.


Eran las palabras de un hombre ético que había sucumbido a la avaricia. Pedro sintió una puntada de vergüenza por las acciones de su abuela. Era típico de ella: tenía un talento asombroso para encontrar almas vulnerables que hicieran el trabajo sucio por ella.


—Bien. Eso le facilitará hacer un cheque por el monto total a nombre de la institución benéfica que prefiera y enviarlo a mi suite en el Oasis del Desierto dentro de las próximas veinticuatro horas. Después de eso, olvidaremos todo lo sucedido, en tanto y en cuanto no tenga nada más que ver con mi abuela y prometa no hacer ninguna otra cosa que afecte a Paula. ¿Está claro?


Wesley puso las manos en los bolsillos y pateó el polvo a sus pies. Respiró profundo y miró a Paula.


—Lo siento, cariño.


Pedro la observó y deseó con más fervor que cualquier otra cosa que había deseado que ella no hubiera tenido que vivir esa traición.


—Nunca quise hacer algo para lastimarte ni avergonzarte —continuó—. Es solo que las cosas iban mal en la capilla, y la oferta de tanto dinero puede tentar a cualquier hombre. Si sirve de algo, estoy muy avergonzado de mí mismo.


Pedro decidió que Paula ya había soportado bastante.


—Vamos, Paula.


—Aguarda. —Se soltó de su abrazo. Miró a Wesley Jenkins directo a los ojos—. ¿Mi abuelo lo sabía?






¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 21






Encontrar a Wesley Jenkins no era tan fácil como Paula había esperado. El cartel de “Salí a apostar” aún estaba colgado en la puerta de la capilla Rosa Amarilla de Texas. 


Miró por el vidrio, pero no pudo distinguir ningún movimiento.


Al igual que el abuelo de Paula, Wesley era viudo. Pero no era un apostador. Eso hacía que el cartel fuera bastante sospechoso.


Paula buscó el celular en el bolso.


—Creo que conozco a alguien que sabrá dónde encontrarlo —le dijo a Pedro. Buscó el número y lo marcó. Una breve conversación la llevó a marcar otro número y esa vez tuvo éxito. Con un agradecimiento sincero, finalizó la llamada y se dirigió a Pedro con voz triunfante—. ¿Te gustaría un paseo hasta el campo de tiro?


—Eso depende de a qué le tiremos.


La sonrisa de Pedro casi le debilita las rodillas. Cuando sonreía, se le hacían unas arrugas en el borde de los ojos. 


¿Tenía idea de lo atractivo que era? Paula lo dudaba. Guardó el celular en el bolso y se dirigió al auto.


—No es tanto tirar, sino cazar —comentó ella por sobre el hombro—. Vamos. Hagamos algo antes de que la presa desaparezca.


Paula había estado en el campo de tiro Dead Center varias veces, así que no necesitó consultar el GPS mientras salía de la ciudad. Si bien no se consideraba aficionada a las armas, había aprendido a manejarlas. Había olvidado que a Wesley le gustaba practicar tiro al blanco hasta que su sobrina le había recordado que, como era fin de semana, Paula tendría grandes posibilidades de encontrarlo en el campo.


El viaje transcurrió rápido mientras Pedro la acribillaba a preguntas sobre el paisaje. Ella observó el panorama monótono color arenisca.


—¿Nunca habías estado por el oeste antes de este viaje?


Él sacudió la cabeza.


—No había visitado Nevada, no. Solo Los Ángeles.


Ella lo miró. Él vestía una camisa escocesa verde y azul marino, y unos vaqueros. Los anteojos de sol ocultaban su expresión; en su lugar, Paula veía reflejado en los cristales el cielo azul brillante del desierto.


—Estás muy lejos de casa. No imagino que esto se compare con Inglaterra.


Él sonrió.


—Deberás venir y juzgar por ti misma.


Ellos pertenecían a dos mundos diferentes, y su tiempo juntos sería muy breve. Paula estaba demasiado apegada a Pedro y sabía que eso no era bueno para ella. Pero la velocidad con la que había sucedido era lo que más la desconcertaba.


Detuvo el auto frente al campo de tiro.


—Averigüemos si estamos casados.


Pedro no se movió. En su lugar, miró por la ventanilla. Paula no podía ver su expresión, pero era claro que no estaba tranquilo.


Paula apoyó la mano sobre el brazo de Pedro.


—¿Qué sucede?


Él se quitó los anteojos y los dejó sobre el tablero antes de girar hacia ella. Su expresión era una mezcla de enojo y de otro sentimiento que ella no pudo distinguir. Paula abrió la boca para hablar, pero la cerró. Era evidente que él tenía algo que decir.


—Se supone que debemos entrar allí, sin ninguna vergüenza, y exigir que nos digan la verdad sobre lo que sucedió cuando estuvimos en la capilla, ¿verdad?


Paula asintió.


—Básicamente.


Pedro la miró a los ojos.


—¿No te da un poco de vergüenza el hecho de que estuviéramos tan ebrios que no nos acordamos de nada?


—¿Un poco? Me da mucha vergüenza. —Paula desvió la mirada y se quedó observando a través del parabrisas—. Nunca había tomado tanto como para perder el control de mis acciones. Nunca había tomado tanto como para olvidar lo que había hecho o dejado de hacer. —Se entusiasmó con el tema y se volvió hacia Pedro —. ¿Cómo crees que me siento al tener que enfrentar a tu abuela? Hubiese echado fuego al conocerme en circunstancias normales, pero ¿creyendo que yo estaba tan ebria que me casé con su nieto y no lo recuerdo? ¡Ja! Me siento más que humillada. —Respiró profundo y continuó. Parecía que él no era el único que necesitaba decir algo—. Y también está mi abuelo. 
Nunca había hecho nada para avergonzarlo ¿y ahora esto?


El silencio invadió el automóvil.


—Entonces, ¿es un sí?


Paula rompió a reír. El divertido humor inglés de Pedro era algo más que adoraba de él.


—Sí, me da vergüenza.


—A mí también. —Pedro abrió la puerta y se bajó. Se dirigió hacia el lado de Paula y le abrió la puerta—. ¿Preferirías manejar esto sola? —preguntó.


—No. —Paula intentó poner las manos en los bolsillos traseros del jean, pero el diamante en su mano izquierda se lo dificultaba. Nunca se acostumbraría a utilizar semejante monstruosidad, sin importar lo costoso que fuera. Y no dudaba de que había sido terriblemente caro. Pero Pedro había insistido en que usara el anillo para contrariar a su abuela, o al menos para molestarla. El juego que parecía tan natural para ellos dos a Paula le daba la idea de purgatorio de relaciones.


—¿Paula?


Ella sacudió la cabeza para despejar los pensamientos. Era momento de sacarle la verdad al único hombre que la conocía.


—Lo siento. Creo que el señor Jenkins se mostrará más dispuesto si habla con alguien que conoce. Puedes acompañarme o aguardar aquí.


Pedro hizo una mueca.


—Eres muy amable. —Sin aguardar a que ella marcara el camino, él se dio vuelta y caminó hacia la entrada.


Paula se apresuró para alcanzarlo. Entonces, él estaba tan harto de toda esa farsa como ella. Bien.


Una vez adentro, ella hizo una pausa para que sus ojos se acostumbraran a la semioscuridad que había en el interior. 


Paula aguardó su turno para registrarse detrás de dos hombres. Una mujer joven atendía en el mostrador. Tenía el pelo platinado atado en una cola de caballo alta, y sus uñas eran de un rosa chillón. Tenía estampado “Dead Center” con cristales brillantes en el frente de su remera.


—¿En qué la puedo ayudar? —preguntó cuando llegó el turno de Paula. Las palabras estaban dirigidas a Paula, pero su mirada estaba clavada en Pedro.


Paula se acercó un poco más a él con la esperanza de entrar en el campo de visión de la recepcionista.


—Mi marido y yo buscamos a alguien que tal vez esté aquí.


En favor de la recepcionista, la palabra “marido” pareció despertarla del trance inducido por Pedro. De mala gana, lamentablemente, se volvió hacia Paula.


—¿Son policías?


Paula echó un vistazo a Pedro. Su expresión permaneció imperturbable, aunque ella podía jurar que sus ojos brillaban. Ella volvió a mirar a la recepcionista.


—No. Pero tenemos un amigo que tal vez esté aquí, con el que necesitamos hablar. ¿Podemos ingresar al área de tiro?


—Lo siento, pero no creo que sea buena idea. —Señaló hacia unas sillas plegables en la esquina de la sala—. Pero pueden aguardar allí si quieren.


Paula comenzó a protestar, pero se detuvo cuando Pedro apoyó suavemente la mano sobre el hombro de ella.


—A mi esposa le preocupa que nuestro amigo no se entere de la noticia por nosotros. No es el tipo de cosa que un hombre debería oír en el contestador, si sabe a qué me refiero. —La sonrisa de Pedro era afable—. Sería un gesto de amabilidad hacia el señor Jenkins si pudiera guiarnos hasta él.


La rubia asintió, con los ojos bien abiertos.


—Entiendo completamente. Si pudiera dejarme una identificación, los llevaré hasta donde está Wesley. —Después de haber tomado la licencia de conducir de Paula, se agachó detrás del mostrador y sacó dos auriculares protectores. Salió del mostrador de vidrio y les hizo señas para que la siguieran por el corredor que llevaba a la galería de tiro. Deslizó la tarjeta de acceso y mantuvo la puerta abierta para que ellos pasaran. Una vez adentro, los guio por una hilera de líneas de tiro. Había mucho ruido para oírse entre ellos, así que señaló al hombre que buscaban y se retiró.


Paula observó mientras Wesley tiraba un cartucho de municiones al blanco. Era difícil saber, desde donde estaba ella, si los tiros eran precisos, pero ella sabía que en algún momento se detendría para recargar el arma. Cuando lo hizo, ella le indicó con una seña a Pedro para que no se moviera.


—Señor Jenkins —dijo después de que él había dejado el arma sobre el estante—, ¿puedo molestarlo un momento?


Sobresaltado, miró a Paula con sorpresa.


—Ah, hola, Paula. —Miró a su alrededor antes de volver a dirigirse a ella—. Me sorprende verte aquí. Tu abuelo nunca mencionó que te gustara tirar al blanco.


—No me gusta precisamente. Vine a buscarlo a usted. ¿Me permite un momento?


Él levantó las cejas y luego frunció el ceño.


—No le pasa nada a tu abuelo, ¿no?


—Él se encuentra bien. ¿Podemos salir a un lugar más silencioso para que le pueda hacer unas preguntas? —Ya era malo tener que hablar sobre el tema con alguien, y definitivamente no quería gritar para que la oyera.


—Este no es un buen momento, Paula. —Cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro—. ¿No deberías estar de luna de miel?


Paula miró por sobre el hombro hacia donde Pedro estaba parado observándolos.


—Por favor, señor Jenkins, necesito hablar con usted.


Wesley asintió.


—Dame unos minutos para guardar las cosas y te veré afuera.


Paula sonrió en agradecimiento y regresó adonde estaba Pedro. Le hizo una señal para que la siguiera por donde habían entrado. Una vez que devolvieron la protección auditiva y ella recuperó su licencia de conducir, salieron para aguardar a Wesley.


Ella se apoyó sobre el auto.


—Creo que estamos perdiendo el tiempo, Pedro. Si Wesley nos está mintiendo por alguna razón, ¿por qué de repente dirá la verdad solo porque le hagamos unas preguntas? —Aguardó a que Pedro le respondiera, pero él permaneció en silencio. Ella suspiró—. Tal vez deberíamos haber esperado hasta el martes para averiguar si existe una licencia matrimonial válida registrada en nuestro nombre en lugar de andar persiguiendo arcoíris.


Pedro tampoco dijo nada. Paula se mordió el labio. No era el momento de comenzar una discusión con él. Ambos estaban estresados. Ella observó las nubes durante varios minutos antes de mirar el reloj.


—¿Por qué el señor Jenkins demora tanto? —se preguntó en voz alta.


Pedro se volvió hacia ella con expresión adusta.


—No importa.


Paula abrió más los ojos.


—Creo que el sol de Nevada está empezando a afectarte. Entremos y busquémoslo antes de que se vaya sin hablar con nosotros.


—No importa —repitió. Sus miradas se cruzaron—. El hecho de ver a Jenkins debió haber activado algo porque ahora me acuerdo. Sé lo que sucedió esa noche en la capilla.