sábado, 4 de diciembre de 2021

LA MAGIA DE LA NAVIDAD: CAPÍTULO 8

 


Paula se quedó inmovilizada por el terror. No podía pensar ni moverse.


—Mamá.


El gemido de Olivia, seguido por el silencio, fue el catalizador que puso en movimiento a su madre. Echó a correr hacia su hija, pero Pedro llegó un segundo antes que ella. Ambos se arrodillaron simultáneamente al lado de la niña.


—Olivia, cariño, mamá está aquí.


Inspeccionó con las manos el cuerpo de su hija. Sólo después de tocar algo húmedo vio la sangre. El terror volvió a invadirla.


—¡No, oh, no! —musitó.


—Vamos a llevarla dentro —dijo Pedro.


Olivia intentó controlar las lágrimas mientras el hombre cogía a la niña en brazos y la llevaba hasta la cabaña. Con una gentileza que contrastaba con la fuerza de sus músculos, la depositó sobre el sofá.


—¿Está inconsciente? —pudo preguntar al fin la joven.


Se arrodilló a su lado para inspeccionar la herida. En la parte trasera de la cabeza, cerca de la base del cuello, tenía una herida de la que manaba sangre.


—Olivia, ¿me oyes? —preguntó Pedro.


Extendió la mano y le retiró el cabello de la herida. Después le palpó la carne.


—Mamá —gimió Olivia.


Paula sintió una oleada de alivio y soltó un gemido a su vez. El hombre la miró preocupado.


—No irá a hacer alguna estupidez como desmayarse, ¿verdad?


Aunque su rudeza era precisamente lo que necesitaba para recuperar el control sobre sí misma, a Paula le hubiera gustado abofetearlo.


—No —repuso, con toda la frialdad de que fue capaz. Y volvió su atención a Olivia.


—Me alegro, porque esto no es nada serio. Voy a buscar agua caliente y unas vendas. No se mueva.


La joven cogió la mano de su hija entre las suyas.


—Mamá, me duele la cabeza.


—Lo sé, cariño, pero muy pronto estarás mejor. Te vamos a curar, ¿de acuerdo?


—De acuerdo —sollozó Olivia.


Pedro se colocó a su lado una vez más y, con una agilidad que ella nunca habría asociado con sus rudas manos, lavó y curó la herida antes de cubrirla con una venda.


Cuando hubo terminado, Paula fue consciente por primera vez de lo cerca que estaba de ella. Podía ver sus ojeras y oler el sudor de su cuerpo. Pero, sobre todo, podía sentir la dureza muscular de sus brazos y hombros al rozarla.


Se estremeció de repente y luego se apartó. Los ojos del hombre se ensombrecieron y apretó los labios, como si creyera que ella lo encontraba repulsivo. Pero aquélla no era la razón por la que se había apartado. No lo encontraba nada repulsivo y eso era exactamente lo que la preocupaba.


Pedro se puso en pie y Paula lo miró y le sonrió, con la esperanza de eliminar su enfado.

—Gracias por todo —dijo.


—Ha sido culpa de Moro —contestó él.


La joven no replicó. Se volcó sobre el sofá, cogió a Olivia en brazos y la estrechó contra ella.


—Mamá.


—Mamá está aquí.


La niña suspiró y, acercándose más a ella, cerró los ojos.


Cuando se hubo dormido, repuesta ya al parecer del susto, Paula intentó controlar sus emociones, pero no pudo. El corazón le latía violentamente. Se masajeó las sienes con los dedos y sintió que el cansancio la invadía.





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