miércoles, 3 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 49

 

Paula no supo cuánto tiempo había pasado cuando volvió a encontrarse con la cabeza apoyada en el hombro de Pedro. Lo único que sabía era que se sentía increíblemente relajada y agotada. Sabía que debía volver a su habitación, pero estaba tan cansada… y tan calentita. Nunca la habían abrazado de aquella manera en la cama, de manera que le iba a llevar un rato encontrar la energía necesaria para levantarse.


–¿Echas de menos a tus abuelos? –preguntó Pedro.


La pregunta fue tan inesperada que Paula contestó sin pararse a pensar.


–Todos los días.


–¿Y nunca has tratado de localizar a tu padre?


Paula estaba a punto de quedarse dormida, pero sabía que tenía que contestar.


–Nunca he tenido suficiente información para seguir adelante –murmuró–. No hay nadie a quien preguntar. Mi madre se fue al Reino Unido al día siguiente de darme a luz y nunca volvió. Les pregunté un par de veces a mis abuelos por qué, pero no quería hacerles sufrir. A fin de cuentas, ellos se habían convertido en mis verdaderos padres. Tuvieron a mi madre cuando ya eran mayores, y fue una hija muy obstinada y testaruda. Yo no podía hacerles lo mismo. Pero ahora ya no están y puedo hacer lo que desee –no tenía que responder ante nadie excepto ante sí misma. Aunque no lamentaba cómo había sido su vida hasta entonces, había llegado su momento. Eso era lo que había heredado de su madre: la necesidad de no sentirse atada–. No dejo de preguntarme por qué no quiso aceptarme, por qué me abandonó y se fue al extranjero. Debió sucederle algo que hacía que le doliera incluso mirarme….


Acababa de expresar todo aquello en alto, y hasta entonces nunca se lo había dicho a nadie. Abrió los ojos de par en par mientras sentía que su corazón se endurecía por momentos. Estaba cometiendo una tontería. No podía permitir que los deliciosos y felices momentos posteriores al orgasmo le hicieran creer que había algo de auténtica intimidad entre Pedro y ella.


Ya hacía rato que debería haber vuelto a su dormitorio. Pero tenía que irse sin aspavientos, como si no acabara de confesar algunos de sus pensamientos más íntimos.


Besó a Pedro en el hombro y salió de la cama cuando él aflojó su abrazo. Luego trató de pensar en algo impersonal que decir. Al contemplar por la ventana la oscuridad reinante en el jardín, dio con ello.


–¿Te importa si utilizo tu cocina para preparar algo con el exceso de tomates que hemos recolectado? –preguntó mientras tanteaba en el suelo en busca de su ropa. Lo último que quería era que Pedro pensara que estaba tratando de invadir su espacio–. Lo haré mientras estés trabajando.


–Claro que no me importa –a Pedro no le gustó que sintiera que tenía que preguntárselo. Por unos instantes había creído estar penetrando su reserva, que era incluso más densa que el seto de la casa. Era evidente que estaba escapando.


–Es solo porque mi cocina no es lo suficientemente grande –añadió Paula.


–No tienes cocina –replicó Pedro sin poder contenerse. Tan solo tenía un fogón de cámping, un microondas y una mini nevera llena de botellas de champán.


Paula se limitó a sonreír antes de salir.


Pedro trató de no dejarse llevar por la decepción. Deseó que se hubiera quedado con él.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 48

 


Paula se estiró en la cama de su viejo dormitorio. Era hora de volver a la realidad de su actual camastro, pero Pedro la tenía rodeada con su poderoso brazo y se sentía demasiado a gusto como para moverse.


–¿Por qué has esperado hasta ahora para viajar? –preguntó Pedro perezosamente.


–Tenía que dejar preparado este sitio –las reparaciones necesarias después del terremoto habían sido caras y le había llevado tiempo ahorrar el dinero necesario para pagarlas.


–¿Y nunca has tenido tiempo de podar el seto?


Paula rio con suavidad.


–No. Al principio lo dejé porque estaba demasiado ocupada. Luego noté que mantenía a la gente alejada y me gustó la idea de preservar mi intimidad.


–¿Y qué piensas hacer cuando se te acabe el champán? ¿Tienes una nueva lista de proyectos o piensas viajar indefinidamente?


–Hay una nueva lista. Tendré que comprar el champán allí donde esté.


–¿Y qué es lo primero en tu lista?


–Vas a pensar que es una tontería.


–No, claro que no.


–Quiero ir al ballet en Londres.


–¿El ballet? ¿Eso es el número uno de tu lista? –preguntó Pedro en tono ligeramente escéptico


–Empecé a bailar a los tres años y estudié trece años seguidos –protestó Paula–. Siempre he soñado con ir allí.


–Si te gustaba tanto, ¿por qué lo dejaste? ¿No podías permitirte las clases?


–Mi profesora me ofreció clases gratis, pero el problema era el tiempo. Tenía otras cosas que hacer –contestó Paula. Su abuela acababa de enfermar y su abuelo necesitaba ayuda para cuidarla.


–De manera que quieres ir al ballet en Londres –dijo Pedro con una evidente falta de entusiasmo.


–Sí. Quiero ver al Royal Ballet en Covent Garden. Me gustaría asistir a la representación de algún clásico. No es lo tuyo, ¿no? –añadió Paula con ironía.


–¿Todos esos tíos dando saltitos en leotardos y sin decir nada? No –bromeó Pedro.


Paula le dio un suave rodillazo en el muslo.


–Sabía que ibas a decir algo de los leotardos. ¿Por qué os sentís los tíos tan amenazados por ellos?


–No son solo los hombres. Las bailarinas también suelen ser huesudas, sin formas, sin apenas pechos… No son precisamente sexys.


Paula se irguió en la cama, indignada.


–¿No te gustan las bailarinas?


Pedro sonrió de oreja a oreja y alzó una mano para volver a atraer a Paula contra su costado.


–Creo que ya sabes lo que siento por tu cuerpo.


Paula decidió que aquella respuesta no era suficiente y se resistió.


–No solo me parece fantástico –añadió Pedro mientras daba marcha atrás sin ningún pudor–. Es tu forma de moverlo. Se nota que sabes lo que estás haciendo y a la vez da la sensación de que es algo inconsciente. Tienes una gracia natural que no había conocido hasta ahora.


–Vas a tener que seguir con los cumplidos porque aún me siento insegura en el departamento de la falta de pechos.


Pedro rio.


–Tu estás muy bien surtida en ese departamento.


–Con mi sujetador para realzarlos.


–Como ya sabes, me gustas mucho más sin sujetador –Pedro deslizó una mano hacia arriba por el estómago de Paula para demostrarlo–. De hecho, creo que estarías genial en alguna revista; ya sabes, con esas borlas en los pezones… –añadió a la vez que le hacía tumbarse y se situaba sobre ella.


–Siento decepcionarte –murmuró Paula mientras le dejaba hacer–, pero no creo que lo mío sea la revista.


Pedro siguió acariciándola íntimamente.


–Si ya es demasiado tarde para el ballet clásico, podrías dedicarte a enseñar, o tener tu propia tienda de productos para el ballet. Te gusta la venta al público, ¿no?


–Me encantaba ir a las tiendas de baile a mirar los… trajes –murmuró Paula a la vez que separa las piernas para facilitarle el acceso–. Siento debilidad por las lentejuelas y las mallas…


–Pues yo creo que deberías probar las borlas.


Pedro echó las caderas atrás al instante para penetrarla con firmeza.





SIN ATADURAS: CAPÍTULO 47

 


Paula utilizó su diminuta ducha como excusa para mandarlo a paseo. Sentía que necesitaba respirar un poco. No se había acostado con Joaquín porque este no la había excitado lo suficiente como para tenerla en el suelo bajo su cuerpo, jadeando, retorciéndose de placer… como acababa de hacer Pedro. No podía creer que le hubiera permitido hacerle todo lo que le había hecho, ni que le hubiera gustado tanto que ya empezaba a excitarse de nuevo…


Mientras se vestía se dio cuenta de que tenía hambre. Cuando bajó a por algunas verduras para su comida, encontró a Pedro en la terraza, cortando un trozo del enorme bistec que tenía ante sí.


–¿Por qué no te quedas aquí a comer? –preguntó Pedro en tono desenfadado–. Apenas debes caber en tu apartamento con todo lo que tienes amontonado. Prometo que no te morderé.


Paula no contestó de inmediato. Resultaba intrigante comprobar lo cómoda que se sentía cuando tenían relaciones sexuales y lo incómoda que parecía ante la perspectiva de pasar con él un rato normal. ¿Sería tímida en el fondo? Dado el atrevimiento con que había llevado el asunto de su virginidad, no resultaba muy lógico pensar aquello, pero, teniendo en cuenta otros detalles de su comportamiento, la idea resultaba bastante lógica.


–Yo ya casi he terminado –añadió para tratar de facilitarle las cosas.


Tres minutos después Paula estaba sentada a la mesa, con el plato lleno de comida. No era de extrañar que estuviera tan delgada. Pedro mantuvo el tono de conversación ligero hasta que Paula empezó a animarse y a responder. Él contó algunas anécdotas de su trabajo y ella sazonó la conversación con algunas de las suyas. Resultó que trabajaba unas horas a diario en la tienda de regalos de la esquina, tienda a la que no entraban casi nunca jóvenes de su generación.


Pedro no entendía por qué trabajaba La conversación siguió en un tono lo suficientemente interesante como para retenerla allí hasta que oscureciera y el dormitorio les hiciera señas.