sábado, 30 de abril de 2016

MI CANCION: CAPITULO 20





Una música inesperada le despertó. Durante unos segundos, Pedro se quedó inmóvil, mirando al techo. Estaba tumbado en la cama de la habitación de invitados, que apenas se usaba.


Parpadeó varias veces y entonces se dio cuenta de que era la radio de la cocina. Paula. Debía de haberse despertado ya.


Al bajar la vista se encontró con ese bulto tan habitual debajo de las sábanas. Soltó el aliento lentamente. 


Levantarse de la cama directamente no era una opción porque estaba demasiado excitado. Era mejor esperar unos minutos y concentrarse en algo mundano y aburrido.


Pero no era fácil. Paula acababa de empezar a cantar la canción que sonaba en la radio y su tono de voz, sexy y susurrante, le hacía sentir un hormigueo por todo el cuerpo. 


Era como si estuviera tumbada a su lado, cantándole al oído.


Unos segundos más tarde llamó a su puerta.


Pedro, ¿estás despierto ya? He preparado té.


Pedro dejó escapar otro suspiro.


–Esa palabra no se dice en mi casa por las mañanas. Yo soy un hombre de café –dijo en un tono gruñón, golpeando la almohada y recolocándosela debajo de la cabeza.


–No hay problema. Puedo prepararte un café. ¿Cómo te gusta?


–Solo y fuerte, con un poquito de azúcar… igual que a mis mujeres.


–Ya veo que has recuperado el sentido del humor.


–Al parecer, sí.


Pedro apenas podía creerse que estuviera manteniendo esa conversación a través de una puerta cerrada.


–Por cierto, gracias por dejarme tu cama. Espero que no hayas estado incómodo. ¿Has dormido bien?


Pedro se frotó la mandíbula. Había pasado toda la noche dando vueltas, pero, a juzgar por su tono de voz entusiasta, ella sí había dormido como un lirón.


–No. No he dormido bien –le dijo.


No hubo respuesta.


Durante unos segundos, Pedro pensó que había regresado a la cocina, pero entonces, para su sorpresa, la puerta se abrió y Paula entró en la habitación. Llevaba unos vaqueros gastados y una camiseta blanca y ancha. Tenía las mejillas sonrosadas y una sonrisa en los labios.


–¿Pasa algo? –le preguntó él.


–¿Dijiste que no habías dormido?


Parecía estar preocupada, o a lo mejor se sentía culpable, pero en cualquier caso, era una oportunidad demasiado buena como para malgastarla, y Pedro no era de los que dejaban escapar una buena oportunidad.


–Sí… A lo mejor me quedo aquí un rato más.


Paula no era capaz de apartar la mirada del pecho de Pedro. Era todo fibra, músculo. Su vientre parecía duro como una piedra y tenía la piel bronceada.


–¿Por qué no vienes y te sientas a mi lado? –le preguntó de repente, dándole una palmadita en la cama.


–Yo he dormido bien. No necesito descansar más.


–¿Quién ha hablado de descansar?


Paula tragó con dificultad.


–Nadie, pero… No parece que haya mucho sitio –dijo, nerviosa.


De repente sintió un deseo tan grande que era inútil fingir indiferencia.


–Tú debajo de mí, yo encima… ¿Cuánto espacio necesitamos para eso? –le preguntó él. Sus ojos estaban ebrios de deseo–. Podemos hacer que funcione.


Paula miró hacia las ventanas. La tenue luz de la mañana se filtraba a través de las rendijas de la persiana. De pronto se vio asediada por las dudas.


–Yo nunca… –dijo, con el corazón desbocado–. Nunca he buscado sexo esporádico. Solo quería que lo supieras. ¿Tienes protección?


Él la miró fijamente.


–Tengo todo lo que necesito aquí mismo.


Pedro suspiró. Podía ver sus pezones endurecidos a través del fino tejido de la camiseta blanca que se había puesto.


Con manos temblorosas, Paula se bajó la cremallera de los vaqueros y se los quitó. Después avanzó hacia el borde de la cama. No llevaba nada más que la camiseta y unas braguitas blancas de algodón.


–¿Por qué no te quitas la camiseta?


Paula se detuvo durante unos instantes y entonces obedeció.


Aunque no se diera cuenta de ello, sus movimientos fueron sensuales y provocativos cuando se quitó la camiseta por la cabeza. Sus pechos redondos y perfectos, con sus pezones oscuros y duros, apuntaban hacia él. Todas las curvas de su cuerpo exquisito estaban expuestas en toda su gloria; su cintura pequeña, la voluptuosa silueta de sus caderas, sus muslos bien contorneados…


Cuando tiró al suelo la camiseta por fin, su melena negra le cayó sobre los pechos, ocultándolos parcialmente.


–¿Me quito esto también? –le preguntó, señalando las braguitas.


–No –Pedro la agarró de los brazos y la hizo tumbarse en la cama–. Ese placer en particular va a ser mío.


Con el pelo alborotado alrededor de la cara, Paula tomó el aliento y lo contuvo al sentir sus manos sobre las caderas. 


Un segundo después, le había quitado las braguitas.


Pedro, yo…


Su boca caliente la hizo callar. Su lengua la invadía y su duro miembro masculino le apretaba el vientre.


Paula se dejó embriagar por el aroma de su cuerpo masculino. Sentía una de sus manos sobre el pecho. Pedro frotaba y masajeaba uno de sus pezones, pellizcándola de vez en cuando y apretando hasta hacerla gemir y menear las caderas. De repente, Paula sintió su boca alrededor de un pezón.


–Tengo que ocuparme de una cosa… –le dijo de repente, levantando la cabeza.


Estiró una mano hasta alcanzar una silla cercana y sacó un paquete de uno de los bolsillos de su pantalón. Sin perder tiempo, lo abrió y se puso la protección. Un momento después, la hizo separar los muslos e introdujo un dedo en su sexo húmedo. Ella contuvo el aliento. Estaba más que lista, así que se colocó sobre ella y la penetró. Paula sintió que todo pensamiento racional la abandonaba. Un placer extático desconocido la invadía. Pedro buscó la piel suave que unía su cuello con el hombro y la mordió, haciéndola gritar.


Después comenzó a besarla con fiereza, metiéndole la lengua en la boca al tiempo que llenaba su sexo, dejándose envolver por su calor. Ella se movía sin cesar, gimiendo y abrasándole la piel con su aliento caliente. De repente, levantó las caderas para permitirle entrar más adentro y entonces comenzó a temblar. Gritó una segunda vez y Pedro se dio cuenta de que tenía lágrimas en los ojos. Su expresión era de absoluto asombro, como una mujer que jamás hubiera experimentado todo el impacto orgásmico de un clímax sexual.


Con solo pensar en ello, Pedro perdió el control. En cuestión de segundos comenzó a empujar con más fuerza, susurrándole cosas al oído. El deseo fue en escalada y poco después se dejó arrastrar por una espiral de placer tan violenta y perfecta que era imposible describirla con palabras.


Unos instantes más tarde, se tumbó a su lado y deslizó las yemas de los dedos sobre la exquisita línea de su barbilla.


–¿Paula?


–¿Qué?


Pedro le estaba acariciando la oreja, sujetándole un mechón de pelo detrás. Mientras contemplaba esos ojos verdes casi incandescentes, se dio cuenta de que nunca había experimentado una emoción tan profunda e intensa. De alguna manera, se sentía extrañamente privilegiado.


–Creo que eres la mujer más hermosa que he conocido jamás.


Paula hubiera querido perderse en esas palabras y olvidar todo lo demás, pero era imposible.


«No me quiere. Lo único que hemos hecho ha sido disfrutar del sexo», pensó.


–Eso es un halago muy grande, viniendo de un hombre como tú –le dijo en un tono falsamente ligero.


Pedro frunció el ceño.


–¿Qué quieres decir?


–Quiero decir que seguro que has conocido a muchas mujeres hermosas. No me voy a engañar pensando que soy especial.


–Oye, ¿por qué dices eso? ¿No te das cuenta de todo el placer que acabas de darme? Me hipnotizas y me intoxicas, Paula. Lo que acabamos de compartir ha sido maravilloso.


Paula no pudo evitar sonreír.


–Gracias. Me alegra que pienses eso. Yo también lo creo. Pero ahora creo que debemos volver a la Tierra, ¿no crees?


Agarró la mano que Pedro tenía apoyada sobre su abdomen y le hizo retirarla. Rodó sobre sí misma y se inclinó para recoger su ropa del suelo.


–¿Adónde crees que vas?


Sin contestar inmediatamente, Paula se puso las braguitas y entonces se puso en pie. Se volvió a poner la camiseta y los pantalones. Sentía su mirada intensa sobre la piel.


–¿Vas a decirme qué pasa? ¿Por qué tanta prisa si tenemos tiempo? Podemos quedarnos aquí todo el día si queremos. No hay prisa.


Echándose el pelo hacia atrás, Paula se volvió hacia él.


–De repente he vuelto a la realidad. Eso es todo. Espero que ahora que nos hemos quitado este gusanillo podamos volver a la normalidad y concentrarnos en el trabajo. Creo que los dos deberíamos asegurarnos de que lo que ha pasado entre nosotros no va a volver a pasar, Pedro. A partir de ahora nuestra relación debería ser estrictamente profesional. Bueno, ahora que he dejado claras las prioridades, creo que voy a darme una ducha rápida y entonces prepararé el café –echó a andar hacia la puerta.


–¡Olvida el maldito café! –Pedro echó a un lado las mantas y se levantó–. Vuelve aquí.


–¿Para qué? –aunque no quisiera llorar, Paula ya sentía las lágrimas en los ojos–. ¿Para que siga haciendo tonterías?


Pedro no dijo nada, sino que se limitó a negar con la cabeza una y otra vez como si no entendiera nada. Paula dio media vuelta y se dirigió hacia el cuarto de baño sin decir ni una palabra más.


MI CANCION: CAPITULO 19





Pedro se había acercado a ellos por detrás. La tensión se podía cortar con un cuchillo.


Al ver que ninguno de los dos contestaba a su pregunta inmediatamente, les dedicó una mirada fulminante.


–¿Qué es lo que hay que entender? –repitió–. Nos quedaremos aquí bajo la lluvia toda la noche si es preciso hasta que me deis una respuesta.


Raul reprimió un suspiro.


–Muy bien, Pedro. Si realmente quieres saberlo, entonces te lo diré. Le estaba advirtiendo a Paula acerca de involucrarse en algo más personal contigo. Marcia nos dejó en la estacada hace unas pocas semanas y hemos tenido una suerte increíble al encontrar a Paula. Lo último que necesitamos es que las expectativas de la banda se vayan al traste porque ella se pueda sentir herida en un momento dado y decida abandonar el grupo.


–Yo no voy a dejar la banda. ¡Ya te lo dije!


Exasperada y avergonzada, Paula hubiera querido darle una buena sacudida a Raul. ¿Realmente la creía tan ingenua como para poner en peligro una oportunidad tan buena teniendo una aventura romántica con el mánager?


Pedro también parecía bastante molesto.


–Si hay algo personal entre Paula y yo, entonces eso es lo que es y es ahí donde se queda, en lo personal, entre nosotros dos. Los dos estamos de acuerdo en que la prioridad es el bien de la banda. Yo llevo mucho tiempo en este negocio y sé qué es lo más importante. Bueno, en cualquier caso, la noche ha sido muy larga y Paula necesita descansar para dar lo mejor mañana.


–Dadas las circunstancias, a lo mejor debería quedarse en mi casa, ¿no? –Raul apretó la mandíbula.


–Yo ya te he comunicado mi decisión y, por lo que a mí respecta, este asunto no necesita ningún tipo de debate –con cara de pocos amigos, Pedro tomó las llaves del coche que Paula le ofrecía y se dirigió hacia el coche.


–¿Por qué has tenido que decirle eso? –le dijo Paula a Raul.


–Porque alguien tiene que cuidar de ti, cielo. Pedro es mi mejor amigo, y también mi jefe, pero lo cierto es que no tiene muy buen historial en lo que a las mujeres se refiere. Aparte del asunto de su ex, cosa que probablemente le ha marcado para el resto de su vida, no es de los que tienen relaciones duraderas. Sé que me entiendes perfectamente. Y tú no eres como las otras chicas con las que ha estado. Eres sensible, para empezar. Si te implicas demasiado y te deja, no serás capaz de pasar página sin más y seguir adelante.


–¿Y qué me dices de ti, Raul? ¿Tienes un historial mejor? Bueno, y a pesar de lo que puedas opinar tú, soy completamente capaz de cuidar de mí misma. Esto es como un sueño hecho realidad para mí. Cantar con este grupo es muy importante para mí y no tengo pensado estropearlo todo de una manera tan absurda.


Pedro arrancó el coche y Paula le miró.


–Tengo que irme –dijo, volviéndose hacia Raul.


Sin decir ni una palabra más, caminó hasta el coche y subió. 


Unos segundos después, el vehículo se incorporó a la vía tras un chirrido de neumáticos.



****


Pedro fue a ver a Paula por última vez. Cerró la puerta con cuidado y se fue a dormir. Le había cedido su habitación, así que esa noche iba a quedarse en la habitación de invitados. 


Se dejó caer en un butacón, se echó hacia atrás y fijó la vista en el techo.


Soltando el aliento, miró a su alrededor. El apartamento, lujoso y caro, estaba a un tiro de piedra de King’s Road, pero la decoración minimalista y la sensación general de vacío dejaban claro que casi nunca pasaba por allí. Sus pensamientos divagaron hasta volver a Paula. Si era sincero con ella y le decía que no buscaba nada estable… 


¿Accedería a acostarse con él hasta que las llamas del deseo se extinguieran por sí solas?


–Eres todo un trofeo, Pedro Alfonso. Lo sabes, ¿no?


Odiándose a sí mismo, se puso en pie y comenzó a deambular por la estancia. Lo que podía ofrecerle no era gran cosa. Ella no le había dicho más que unas pocas palabras al llegar al apartamento. Se había limitado a mirarle con esos ojos grandes y llenos de alma y había comentado que la casa era muy bonita. Después había recorrido el salón y se había detenido delante de todas las imágenes que decoraban las paredes, maravillada.


La mayoría eran fotografías de los artistas con los que Pedro había trabajado, y también había una o dos modelos que habían participado en la grabación de los videoclips. 


Recordaba haber pensado en ese momento que ninguna de ellas le hacía la más mínima sombra a alguien como ella. 


Debería haberle dicho lo hermosa que estaba esa noche, lo bien que había cantado, lo orgullosos que estaban todos de ella…


Masculló un juramento y se dirigió hacia el cuarto de baño. 


Había caído bajo el hechizo de Paula Chaves y solo una ducha podía hacerle sentir algo mejor en ese momento.


MI CANCION: CAPITULO 18





La primera sorpresa que se llevó Paula al llegar a Londres fue descubrir que iba a tener que alojarse en la casa de Pedro durante las dos noches que iban a pasar en la capital. Al parecer todos los demás miembros de la banda tenían casas en la ciudad, y Raul también. Pero Pedro no había tardado en vetarle cuando se había ofrecido a alojarla en su casa.


En ese momento ya era demasiado tarde como para organizar una alternativa, así que Paula no había tenido más remedio que guardarse las dudas y aceptar. Lo más importante era la actuación y definitivamente tenía que causar una buena impresión.


Cuando llegaron al emplazamiento del concierto, no obstante, situado al oeste de la ciudad, tuvo que cambiarse en el aseo porque, después del ensayo, la prueba de sonido y la reunión con el gerente del lugar, ya no había tiempo para volver al apartamento de Pedro y arreglarse allí.


Frunciendo el ceño, hizo todo lo posible por maquillarse delante de los viejos espejos del servicio. El corazón se le salía del pecho y la mano le temblaba.


Unos minutos más tarde fue a reunirse con el resto de la banda en el backstage. Se sentía como una niña pequeña que juega a ponerse los vestidos de su madre. Raul caminaba de un lado a otro, charlando animadamente. 


Delante de la plataforma del escenario se agolpaba la multitud y el aire estaba cargado de tensión, como cuando un relámpago anuncia la tormenta.


Corría el rumor de que muchos de los antiguos seguidores de Blue Sky habían ido al concierto para apoyarles en su regreso con una nueva vocalista. Como era lógico, Paula temía no pasar la prueba de fuego.


Raul le había dicho que su estilo era muy distinto al de Marcia, pero que eso era algo positivo. Su potencia vocal encajaba a la perfección con el estilo de la banda.


«Es la combinación perfecta, divina», le había dicho con una sonrisa.


¿Dónde estaba Pedro? Había estado con ellos hasta una media hora antes. Había comentado algo respecto a unos preparativos de última hora y había desaparecido.


–¿Todo el mundo está bien?


De repente estaba allí, y su sonrisa iluminaba el pequeño espacio del lateral del escenario como un faro en mitad del mar. Sus ojos la buscaron de inmediato.


–Estás impresionante.


Incluso mientras hablaba, Pedro pensó que se había quedado corto con las palabras. Estaba radiante como una estrella. El top morado que habían escogido dibujaba su silueta perfecta y la larga falda negra acariciaba su abdomen plano y las curvas de sus caderas como si se la hubieran hecho a medida.


–Confía en mí. No tienes nada de qué preocuparte. Solo tienes que salir ahí fuera y cantar como cantas en los ensayos. Si te pones nerviosa, mírame a mí. Yo estaré ahí delante en cuanto salgáis.


–Muy bien. Eso haré… Eso puedo hacerlo –Paula logró esbozar una sonrisa a duras penas.


Raul deslizó las manos a lo largo de sus brazos y le dio un beso en la mejilla.


–Para que tengas suerte, preciosa… aunque no vas a necesitarla.


Paula apenas abrió los ojos durante los primeros compases de la primera canción. Era mucho más fácil olvidarse de la multitud para poder cantar. La ruidosa bienvenida de los fans la había tomado por sorpresa al salir al escenario. No esperaba tanta efusividad.


Nadie la conocía todavía y tenía muchas cosas que demostrar…


Sin embargo, no tardó en dejarse llevar por la música y por las ganas de cantar. Comenzó a llevar el ritmo dándose palmadas en el muslo y poco a poco empezó a disfrutar del momento. Estaba segura de que actuar para un público era una descarga de adrenalina increíble, y no se equivocaba. 


Nada de todo lo que había experimentado en su vida hasta ese momento le había parecido tan perfecto, tan placentero.


En ese momento abrió los ojos. Y fue entonces cuando vio a Pedro.


Él estaba allí, dando palmas junto al resto de la gente, observando en silencio. Sus rasgos hermosos no pasaban desapercibidos para nadie y algunas chicas le lanzaban miradas furtivas. Soltando el aliento lentamente, Paula le dedicó una sonrisa rápida y entonces se volvió una vez más hacia el mar de rostros que tenía delante.


Mucha gente les hacía fotos con las cámaras de los teléfonos móviles. Casi podía sentir la sensación de sorpresa en el aire, el placer… Santiago Bridges marcó otro redoble para darle ánimos y Mauro Casey se acercó un poco.


–Les vas a tener comiendo de tu mano, Pau –le dijo al oído.


Y así fue. Para cuando terminaron la última canción, se había metido a toda la gente en el bolsillo. La gente aplaudía, gritaba, saltaba…


Ya de vuelta en el backstage, se vio asediada por un río de admiradores, miembros del equipo y fans que deseaban darle la enhorabuena, y se abrió camino entre ellos hasta llegar a una pequeña sala donde les esperaba una botella de champán… cortesía de Pedro. Paula apenas pudo saborear la exquisita bebida. Todo parecía tan surrealista. Lo que sí notó, no obstante, fue el roce del brazo de Pedro alrededor de su cintura.


Aunque el gesto pudiera suscitar especulación, nadie se atrevió a hacer la más mínima insinuación. Raul, por su parte, les observó con el ceño fruncido durante un instante y entonces gritó que necesitaba otra cerveza, sin dirigirse a nadie en particular.


La sala se vació rápidamente y el equipo de montaje cargó la furgoneta. Tank y Dave habían trabajado muchas veces con Pedro y sabían qué tenían que hacer en cada momento.


Raul apartó a Paula un momento justo cuando iba a subir al coche de Pedro. Este le había dado sus llaves y le había dicho que no tardaría mucho en regresar. Aún estaba dentro, ultimando detalles para la actuación del día siguiente, la última en Londres. Le había dicho que la segunda noche habría mucha más gente porque la prensa ya se habría hecho eco del éxito de la banda gracias a los comentarios de la gente en las redes sociales y acudirían al evento en masa.


Mientras Paula esperaba a que Raul hablara, comenzó a llover.


–¿Pasa algo? –le preguntó, ansiosa.


–No lo sé. Dímelo tú.


–Ahora sí que estás siendo un poco críptico –Paula intentó esbozar una sonrisa, pero enseguida se dio cuenta de que Raul no estaba de buen humor precisamente.


–¿Pasa algo entre Pedro y tú?


Paula sintió que el corazón se le caía a los pies.


–Y no me digas que no sabes de qué estoy hablando.


–No hay nada entre Pedro y yo. Cuida de mí y me ha ayudado a encajar en la banda. Eso es todo.


–No podemos permitirnos otro tropiezo después de lo de Marcia. Si terminas marchándote del grupo porque te has involucrado demasiado con Pedro, eso tendrá consecuencias para el grupo. No creo que se merezcan algo así después de lo mucho que han trabajado, ¿no crees?


–No. Por supuesto que no –Paula levantó la barbilla–. No te preocupes, Raul. Para mí el grupo es lo primero. Además, no tengo ganas de meterme en una relación con nadie.


«Mentirosa. Nadie quiere estar solo para siempre», dijo una vocecilla en su interior.


–Entonces veo que nos entendemos bien –dijo Raul, secándose las gotas de lluvia que le caían sobre la mejilla.


–¿Qué es lo que hay que entender exactamente? –preguntó una voz masculina.






MI CANCION: CAPITULO 17




Criminal… Paula podría haber usado el mismo adjetivo para describir el beso de Pedro. La forma en la que reclamó sus labios fue poco menos que salvaje y casi la hizo perder el equilibrio.


Dejando escapar un gemido gutural que brotaba desde lo más profundo de su alma, Pedro le sujetó la cabeza y lamió los rincones más escondidos de su boca. Paula sentía su lengua cada vez más adentro, emulando así los detalles más íntimos del acto sexual entre un hombre y una mujer. Paula contenía el aliento y probaba su sabor. Sus sentidos estaban intoxicados por el aroma del bourbon y el calor. Se aferró a la seda de su camisa como si le fuera la vida en ello, como si estuviera a punto de caerse por un precipicio.


No había dudado ni una fracción de segundo en cuanto él había capturado sus labios. Todo su cuerpo se rebelaba contra la razón y buscaba ese contacto que tanto había anhelado. Por primera vez en mucho tiempo era capaz de recordar que estaba viva, que respiraba y que era capaz de amar y de sentir. Hacía demasiado tiempo que nadie la abrazaba y la hacía sentirse deseada. Hacía demasiado tiempo que la habían amado como una mujer desea ser amada por un hombre.


Casi sin pensar, empezó a empujarle con las caderas y entonces se oyó gemir a sí misma. Su cuerpo jadeaba y vibraba de deseo. Sedienta de placer, le dejó mordisquearla y lamerle los labios, encontrándose de vez en cuando con su lengua en un baile desesperado.


Pedro comenzó a empujarla y Paula pudo sentir la solidez de su miembro erecto contra el abdomen. Estaba muy excitado, listo para ella.


De repente se apartó con brusquedad. Paula le miró a los ojos, sorprendida.


–No quiero que nuestra primera vez tenga lugar contra una puerta. Tienes que decirme qué es lo que quieres –al terminar de hablar, pasó el pestillo de la puerta–. ¿Quieres quedarte conmigo esta noche? Podemos irnos a la cama ahora y terminar lo que hemos empezado. Puedo tenerte despierta toda la noche y darte un placer que jamás has imaginado. ¿Es eso lo que quieres?


Con unos dedos hábiles, Pedro le desabrochó los tres primeros botones del abrigo y apartó las solapas para tocarle el pecho a través del fino material de la camiseta. Sus pezones, duros y rígidos, le rozaban las yemas de los dedos.


Paula se preguntó por qué se detenía y le preguntaba qué quería. ¿Acaso no podía seguir adelante y tomar lo que le ofrecía?


Sus dedos largos le rodeaban el pezón del otro pecho en ese momento, apretando y pellizcando, impidiéndole pensar con claridad… pero Paula sabía que era una locura. Todo era una locura. Y una escena de seducción apasionada en una habitación de hotel difícilmente podía conducir a una relación personal estable y profunda. ¿Acaso era sexo todo lo que quería de ella? Si era así, entonces su actitud era poco menos que un insulto. Podía obtener sexo de cualquier mujer que quisiera.


Al darse cuenta de lo cerca que había estado de tirar por la borda algo tan preciado como el respeto por uno mismo, Paula le hizo apartar las manos y se alisó la camiseta.


–¿Qué sucede?


–No me voy a acostar contigo, Pedro.


–No era eso lo que tenía en mente precisamente


–Muy bien. Entonces te lo digo de otra manera –impaciente, Paula se apartó un mechón de pelo de la cara y le miró fijamente–. No voy a tener sexo contigo. No voy a poner en peligro mi relación con el grupo, ni tampoco dejaré que me uses porque sea un «consumible conveniente». Y, aunque puedas pensar lo contrario, no he venido aquí esta noche porque tuviera algo personal en mente. Lo único que quería era que me dieras un poco de seguridad de cara a la actuación de mañana, porque estaba un poco nerviosa. Eso es todo.


Pedro masculló un juramento. Sus ojos azules, repentinamente turbios, la atravesaron.


–¿Es eso lo que crees? ¿Piensas que me aprovecharía de ti y que te utilizaría porque quiero sexo? Si es eso lo que piensas, Paula, entonces te he infravalorado mucho. 
Conoces todas esas historias tan malas sobre mí. Te las has creído como si fueran un hecho y me has condenado a pesar de que te conté lo que realmente pasó entre mi ex y yo. ¿No recuerdas que fue mi reputación la que se vio arrastrada por el lodo cuando escribió todas esas mentiras en aquel artículo? No fue su reputación la que se vio dañada, sino la mía.


Paula no sabía qué decir. ¿Era culpable de haberle juzgado injustamente? ¿Acaso no le había dado ni una oportunidad de demostrar su integridad?


Suspirando con inquietud, Pedro se mesó el cabello.


–Bueno, en cualquier caso, quizás sea mejor que te vayas, no vaya a ser que tu respetabilidad se vea comprometida si te codeas tanto con alguien de una reputación tan dudosa como la mía. Será mejor que te vayas a casa y que descanses un poco. Ya sabes lo que nos espera mañana y quiero que te encuentres lo mejor posible.


Paula sintió que el corazón se le paraba un instante.


–Lo siento. Yo…


–No te castigues. Lo vas a hacer muy bien, Paula. Eso es lo que necesitabas saber, ¿no? Lo único que tienes que hacer es concentrarte en las canciones, en la música. Blue Sky es un gran grupo y te ayudarán todo lo que puedan. No va a ser tan duro como te imaginas. Confía en mí. Tienes una gran voz y eres una chica preciosa. Lo tienes todo para triunfar en este negocio. No puedes fallar.


A pesar de todos sus halagos, Paula no se quedó tranquila.


–Iba a decir que siento… –Paula se sonrojó.


–¿Qué es lo que sientes? ¿Haberme besado?


–Creo que debería irme.


–Aunque me duela estar de acuerdo contigo, seguramente tienes razón, pero desearía que no la tuvieras.


Paula se volvió y trató de abrir el pestillo de la puerta. 


Cuando lo consiguió, salió de la habitación como si la persiguieran mil demonios.


Pedro se quedó allí de pie, solo una vez más, en silencio. La botella de bourbon que acababa de abrir era toda una tentación, pero era mejor no engañarse pensando que eso iba a ayudarle. Ya había sufrido bastante en la vida como para saber que esa no era la solución.


La de su ex no había sido la única traición que había tenido que soportar en la vida. Su madre se había quedado embarazada a la edad de dieciséis años y le había dado en adopción. El centro de acogida no había podido encontrarle unos padres adoptivos porque tenía un soplo en el corazón. 


Había pasado los primeros ocho años de su vida entrando y saliendo del hospital y a esas alturas ya se había acostumbrado a ser un niño solitario. Con el tiempo el soplo se había corregido por sí solo y había acabado resignándose a vivir en el centro hasta la edad de dieciséis años.


Pero a él nunca le había parecido algo negativo porque la necesidad le había enseñado a depender de sí mismo únicamente. Los únicos amigos que había tenido habían sido los libros y así había desarrollado una curiosidad insaciable. 


Siempre le había ido bien en los exámenes. Había conseguido una plaza en la universidad para estudiar antropología y había sido precisamente por esa época que la música había empezado a interesarle mucho.


Atravesó la habitación y abrió la ventana. Definitivamente necesitaba algo de aire. Una intensa ráfaga de viento le golpeó en la cara, sorprendiéndole. El calor que manaba de su cuerpo, no obstante, no disminuyó ni un grado.


Aunque Paula se hubiera marchado, todavía ardía por dentro después de ese abrazo que se habían dado. Era como si cada terminación nerviosa de su cuerpo vibrara con la electricidad y la tensión. Darse una ducha fría era la mejor solución, pero tal y como se encontraba en ese momento hubiera sido como poner una tirita sobre una quemadura de tercer grado.