sábado, 21 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 32

 

—¡Vamos, Hawks! —gritó Mauricio en el salón de la casa de sus padres—. ¡Ya era hora, maldita sea!


El equipo de Seattle al fin había conseguido anotar contra los Rams, poniéndose por delante en el marcador por primera vez en los últimos momentos del partido.


—Ese lenguaje —reprendió su madre desde la cocina.


Pedro y su hermano intercambiaron unas sonrisas.


—Vuestra madre tiene el oído de un murciélago —su padre estaba sentado en un sillón de piel que había sido regalo de navidad de Pedro. Francisco tenía una cerveza en una mano y un cuenco con aperitivos al alcance de la otra en la mesilla.


—¡He oído eso también!


Más risas masculinas flotaron por encima del ruido de la televisión de pantalla plana que les había regalado Mauricio.


No se reunían cada domingo, pero Pedro disfrutaba cuando lo hacían, en particular cuando sus hermanos gemelos, los más jóvenes de la familia, también podían asistir desde la universidad. A pesar de su ausencia ese día, era agradable estar allí. Su madre, Edith, era una magnífica cocinera, y su padre se había relajado bastante desde que «los chicos Alfonso» habían dejado de preocuparle con sus andadas.


Cuando el partido terminó, Mauricio se puso de pie y se estiró.


—Creo que iré a ver si Mia quiere tomar un poco de aire fresco.


Su tono casual y su expresión inocente no engañaron ni por un instante a Pedro, pero contuvo la tentación de mofarse de su hermano mayor, quien seguramente lo habría amenazado con someterlo a cirugía sin anestesia si no dejaba de meterse con él.


—¿Otra cerveza, papá? —prefirió preguntar.


—No, gracias —su padre alzó la botella a medio llenar.


Pedro no era muy bebedor y después de la cena tenía que conducir, de modo que también él la descartó.


—¿Cómo va el trabajo? —preguntó por encima del sonido de las entrevistas postpartido. Su padre era constructor y los cuatro hijos habían pasado muchos fines de semana y vacaciones de verano trabajando en diversas de sus obras.


—Si logramos poner los cimientos antes de que el suelo se enfríe demasiado, seré un hombre feliz.


«No llegará ese día», pensó Pedro, observándolo. Su padre no era de los que veían el vaso medio lleno.


—Mauricio nos ha dicho que está pensando en incorporar a un socio en su trabajo porque está muy ocupado —añadió su padre.


—Es un buen médico —afirmó Pedro—. Le gusta a la gente.


Una incómoda pausa se estableció entre ellos mientras una voz en el televisor alababa las maravillas de la pizza congelada.


—¿Cómo va tu negocio? —preguntó su padre con cierto retraso.


—Bien —Pedro no se molestó en explayarse, ya que jamás había sentido que su elección de carrera fuera tan interesante como la de Mauricio.


Nada superaba tener un hijo doctor cuando se trataba del derecho de unos padres de alardear. Era su madre quien había empujado a los cuatro hijos a la universidad, pero él a menudo se preguntaba qué sentía su padre al ver que ninguno de ellos mostraba interés en hacerse cargo de la empresa familiar algún día.


—Tengo entendido que has contratado a una camarera como tu nueva secretaria —dijo su padre con tono hosco—. ¿Sabe escribir a máquina?


—Primero, Paula trabajaba en el Lounge en el centro hotelero, no en cualquier bar —repuso Pedro—. Y segundo, es mi asistente, no mi secretaria.


—Ya veo —fue todo lo que dijo su padre.


Le preocupó que su padre viera demasiado. Pero antes de que se le pudiera ocurrir un modo de cambiar de tema, la voz de su hermano sonó desde la cocina. Tenía el brazo en torno a la cintura de Mia y las caras de ambos estaban rojas por el frío… o lo que hubieran encontrado para ocupar el breve momento de intimidad del que habían disfrutado.


Pedro sintió un aguijonazo doloroso de envidia por lo que compartían. Mia era una mujer dulce que evidentemente adoraba a Mauricio.


—¿Quieres que ponga la mesa? —le preguntó Mauricio a su madre en un claro esfuerzo por ganar puntos para el postre.


Como era de esperar, lo echaron de la cocina. Cuando volvió a sentarse en el sofá, le dedicó a Pedro una mirada satisfecha. De niños y adolescentes, siempre habían competido entre sí para conseguir la atención de sus padres… siempre que no estaban metiéndose en problemas.


—Le preguntaba a tu hermano por esa mujer que ha contratado —le dijo su padre a Mauricio.


Pedro se puso tenso, con la esperanza de que su hermano no repitiera el comentario de la boda doble.


—Te refieres a Paula —repuso Mauricio—. Siempre he pensado que desperdiciaba su talento detrás de la barra del bar —continuó—. Es una chica inteligente con gran destreza para tratar a la gente. Entiendo por qué Pedro la ha contratado.


Este se sintió aliviado. Debería haber sabido que su hermano no lo delataría ante su padre.


—Me aseguraré de transmitirle tu opinión —dijo—. Hasta ahora, lo está haciendo muy bien en Alfonso International.


Se puso rígido cuando Mauricio le guiñó un ojo.


—¿Te ha contado Pedro que el fin de semana pasado llevó a Pau a la boda de Dario Traub? —le preguntó a su padre con fingida expresión de inocencia.


Las cejas blancas de su padre se enarcaron y miró a un hijo y luego al otro.


—¿Es verdad eso?


—La cena está lista —anunció su madre desde la puerta. Con un bol de ensalada en las manos, le dedicó a Pedro esa sonrisa feliz de mujer que espera ser abuela—. ¿A quien llevaste a la boda? —preguntó—, Pedro, ¿estás saliendo con alguien? ¿Alguien que yo conozca?


—Muchas gracias, hermano —musitó en dirección a Mauricio, que ya se había puesto de pie.


—Haré lo que haga falta para desviar la atención de Mia y de mí —repuso su hermano entre dientes—. Si crees que esto es malo, espera hasta que traigas a una chica a casa.


—¿Qué estáis murmurando? —demandó su madre, mirándolos con suspicacia.


—Nada, mamá —respondieron al unísono, con la práctica y la unión ante un adversario común que daban los años.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 31

 


Salvo por uno o dos comentarios inevitables, el silencio entre Pau y Pedro duró hasta después de subir otra vez al jet y dejar Spokane atrás. En esa ocasión, Pedro había elegido un asiento del otro lado del pasillo. De inmediato bajó la mesita plegable y colocó unos papeles sobre su superficie.


Aún molesta, Pau tenía la vista clavada en una página de la novela de bolsillo que había sacado de su bolso, sin comprender una sola palabra. Su mente no dejaba de dar vueltas como un hámster acelerado en una rueda de ejercicios.


¿Había cometido un gran error al pensar que podría reinventarse? Quizá antes había estado en el buen camino y su único talento tenía que ver con su conducta y aspecto a veces extravagante. Quizá había puesto su mira demasiado alta al aceptar el trabajo en Alfonso International. Si fallaba, ¿qué le dejaba eso? ¿Volver a ser camarera o a encontrar un trabajo como payaso para fiestas infantiles? Cualquiera de esas posibilidades sonaba lúgubre.


Miró a Pedro, quien estaba con la vista clavada en la oscuridad del otro lado de la ventanilla. Sólo pudo ver su reflejo borroso en el cristal.


Si era verdad que lo único que tenía para ofrecer era su apariencia, entonces, ¿para qué la había contratado? Miró furiosa la nuca de él. Para su consternación, Pedro eligió ese momento para girar con brusquedad y sorprenderla. Como un ciervo bajo los focos de algún vehículo, se quedó paralizada, incapaz de apartar la vista.


Ceñudo, él plegó la mesa y se puso de pie. Era demasiado tarde para que ella enterrara la nariz en el libro, de modo que lo dejó a un lado y juntó las manos mientras él reclamaba el asiento de al lado.


Desafiante, se negó a apartar la vista mientras Pedro se mesaba el pelo. Con las mangas subidas revelando un antebrazo musculoso y la sombra leve de barba en la mandíbula, le recordaba más a un modelo sexy de revista que a un inventor. Sospechaba que debajo de su fachada de hombre de negocios, tenía el cuerpo de uno.


Él carraspeó, luego se inclinó hacia delante con las manos unidas entre sus rodillas.


—No debería haber dicho lo que dije —comenzó con voz baja—. Tú no has hecho nada malo. De hecho, me has dejado asombrado con todas esas estadísticas que soltaste sobre nuestros productos. A pesar de su actitud de comadreja, creo que Harían también quedó impresionado. ¿Cuándo has encontrado el tiempo necesario para absorber tanta información?


—Siempre que no he tenido otra cosa que hacer, me he puesto a estudiar el catálogo —repuso Paula, satisfecha de que hubiera llamado comadreja a Kingman. Había tratado con muchos tipos como él cuando trabajaba en el bar—. También me he llevado folletos a casa.


Pedro relajó un poco la boca como si fuera a sonreír, pero luego se contuvo.


—Me asombra tu iniciativa, pero no es de eso de lo que quiero hablar ahora mismo.


Pau se preparó. A pesar de su aparente aprobación, ¿iba a despedirla? ¿Qué haría entonces, volver con la cabeza gacha junto a Gastón? La idea de suplicar que le devolvieran su antiguo trabajo le revolvió el estómago.


—Escucha —continuó Pedro—, sé cómo es Harían. Es el típico machista en vías de extinción, pero su actitud no es del todo rara en alguien de su edad. Lo has manejado con mucha diplomacia.


El comentario le aflojó el nudo que había empezado a formarse en el estómago de Pau desde que Harían casi se había negado a soltarle la mano. Pedro tenía razón; siempre habría hombres que intentarían tratarla como a un objeto. Eso no significaba que debiera permitirlo o dejar que esa actitud la alterara.


—Sé lo que tratas de decir —repuso—, y te lo agradezco, pero como es evidente que fuiste consciente de la actitud de Harían y reconoces que no hice nada malo en el modo en que lo traté, ¿por qué estás enfadado?


Pedro la estudió durante un largo rato.


—Realmente no tienes ni idea, ¿verdad?


Confusa, ella movió la cabeza.


—Supongo que me sentí un poco celoso —soltó—. Sé que no tengo ningún derecho a sentir algo así, pero el modo en que parecías memorizar cada palabra suya me pudo, supongo. Llámalo algo de machos, pero una parte de mí quería que tu sonrisa deslumbrante se centrara en mí.


Pau no supo qué responder ni adonde mirar. Quiso decirle que no tenía motivo alguno para estar celoso, y menos de alguien como Harían, pero Pedro era su jefe, no su novio. Quizá su comentario había sido hecho en tono de broma.


Él alzó las manos.


—Veo que mi gran confesión sólo ha servido para que la situación sea más incómoda, de modo que sería mejor que los dos olvidáramos que la he hecho, ¿de acuerdo? Has dejado claro que te tomas en serio tu futuro en la empresa. No me cabe ninguna duda de que serás una gran incorporación. Además, te doy mi palabra de que no tendrás que volver a preocuparte por una reacción fuera de lugar por mi parte.


—Yo… de acuerdo —Paula trató de proyectar cierto entusiasmo en su voz, a pesar de sentirse más confusa que antes. ¿Qué era lo que realmente quería Pedro Alfonso?




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 30

 

Estaba impaciente por alejar a Pau de Harían Kingman y regresar a casa. Todo el tiempo que había pasado en el concesionario y luego en el club de campo de Harían, apenas había podido contenerse de decirle al viejo verde que la dejara en paz.


No tenía ni idea de si Paula encontraba a Harían fascinante por algún motivo que él no alcanzaba a comprender o si simplemente fingía para incrementar el tamaño del siguiente pedido de Kingman. El modo en que había expuesto las estadísticas acerca de la línea de productos Alfonso y alabado los beneficios del nuevo modelo que en ese momento estaba en producción, lo había impresionado incluso a él. Era evidente que en su tiempo libre había estado estudiando.


—Ha sido maravilloso conocerte —le dijo Paula a Harían con una amplia sonrisa cuando los tres se encontraron en la nueva e impresionante sala de exposición con sus escaparates de dos plantas de alto—. Me tiene impresionada lo que has construido aquí.


—Vaya, gracias, Paula —repuso Harían mientras ella liberaba la mano que él sostenía entre las suyas—. Ven a verme cuando quieras —miró a Pedro—. Y la próxima vez deja al jefe en casa.


—No te hagas ilusiones —repuso Pedro, tratando de no sonar tan hosco como se sentía—. Gracias por el almuerzo —alargó la mano y Harían se la estrechó con entusiasmo.


—Gracias a ti —le guiñó un ojo—. Te llamaré.


Sin otra palabra, Pedro mantuvo la puerta abierta del lado del acompañante del coche de alquiler hasta que Paula se acomodó. Con un último saludo, se sentó ante el volante y arrancó.


En silencio, se metió en el tráfico y puso rumbo al aeropuerto. A su lado, Paula jugueteaba con un botón de su abrigo.


—¿Cómo crees que ha ido? —preguntó ella al final con voz baja.


Pedro trató de tragarse su irritación. No era culpa de ella que Harían fuera un ligón. ¿Es que él era mejor al contratarla con el fin de llegar a conocerla mejor? Por no haber tenido las agallas de insinuarse en el bar como hubiera hecho cualquier hombre.


—Si sé juzgar la situación —respondió Pedro con un toque de sarcasmo—, creo que el próximo trimestre podemos esperar un pedido más grande que el habitual.


—Supongo que tomarse el tiempo para visitar a los clientes sí da sus frutos —indicó ella complacida.


Pedro tuvo que pegar un frenazo para no empotrarse contra un coche que iba delante de él.


—En especial si quien hace la visita es alguien con tu aspecto —nada más pronunciar las palabras, Pedro lamentó haberlas dicho.


Al mirarla y ver su expresión atónita, se sintió incluso peor. Antes de poder disculparse, ella se giró en el asiento para encararlo.


—¿Qué quieres decir? —demandó con tono cortante. Tenía las mejillas encendidas.


—Nada. Lo siento.


De no ser porque el intenso tráfico requería toda su atención, y no se atrevía a quitar la vista de la calle, le habría palmeado la mano.


—Si el señor Kingman quedó impresionado conmigo, fue porque conocía bien los detalles de los productos, no porque yo… coqueteara con él, si es eso lo que insinúas —la voz le tembló a Pau—. Es un hombre de negocios.


Pedro aprovechó un semáforo en rojo para mirarla.


—He dicho que lo siento.


Ella cruzó los brazos sobre el pecho, se acomodó en su asiento y adelantó el mentón en un gesto de enfado.


Pedro se dio cuenta de que lo único que Paula quería era que la trataran como a una profesional, pero él lo había estropeado. Por miedo a empeorarlo, permaneció en silencio. Quizá contratarla había sido un error.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 29

 

¿Pedro le había dicho que era hermosa? Supo que seguía ruborizada al continuar observando por la ventanilla del pequeño jet, negándose a mirarlo a los ojos o a mostrar que su comentario improvisado la había afectado.


Infructuosamente, se dijo que quería que admirara su cerebro, no su aspecto. A pesar de su determinación, quería que Pedro Alfonso la encontrara atractiva.


¿Estaba destinada a permanecer como una aventura superficial y mal preparada para alcanzar objetivos que requerían algo más que una cara bonita? ¿Era incapaz de persuadir a un hombre de que le pusiera un anillo en el dedo y la amara?


No es que considerara menos a cualquiera, hombre o mujer, que anhelara exactamente eso, pero sus aspiraciones habían cambiado.


—¿Te interesan las formaciones de nubes o intentas abrir un agujero en la ventanilla y escapar? —preguntó Pedro con tono burlón.


Pau parpadeó.


—Lo siento. Sólo estaba pensando.


—¿En qué?


Paula buscó una respuesta.


—En el CC3 —soltó—. Me preguntaba si no deberíamos ofrecerlo en más colores.


Pedro pareció perplejo.


—A las vacas no les importa el color —repuso—. Además, ¿qué le pasa al verde?


Ella se encogió de hombros.


—Nada. Sólo estoy buscando ideas nuevas.


Él se reclinó en su asiento con una leve sonrisa. A ella le recordó la expresión que había puesto cuando habían estado a solas en la boda. Cuando había pensado que la besaría.


—No tienes que pensar todo el tiempo en el trabajo —la reprendió él con gentileza—. Cuéntame qué te gusta hacer cuando no estás en la oficina.


El cambio súbito de tema la desconcertó. ¿Buscaba pasar el rato o realmente le interesaba?


—Mi vida no es muy interesante —repuso—. Me gusta leer y la jardinería. Estoy aprendiendo a tejer y practico con una bufanda para mi hermano Eric para Navidad. Algún día, cuando disponga de más tiempo y espacio, quiero aprender a hacer edredones y colchas —pensó unos instantes—. Me gusta cocinar, aunque no se me da muy bien, aparte de que no es muy divertido cocinar para uno solo —Dios, ¿era tan aburrida como sonaba?—. Y colecciono búhos —añadió con timidez—. Eso lo resume todo.


¿Por qué no se había aficionado al paracaidismo o desarrollado pasión por los artefactos aztecas, de modo que pudiera estar preparada cuando alguien se lo preguntara?


Él enarcó las cejas.


—¿Búhos? —repitió—. ¿Vivos o embalsamados?


—Estatuillas —explicó—. De cerámica, cristal, madera tallada, incluso tengo uno de mármol.


—Ah —comprendió él—. Yo colecciono modelos a escala de equipos de construcción.


—¿Cómo excavadoras o apisonadoras? —preguntó insegura. Quizá no era la única rara que iba en el avión.


Fue el turno de Pedro de reír entre dientes.


—Exacto. Están hechos en latón, en proporción perfecta y con detalles increíbles. De hecho, acabo de comprar una máquina para asfaltar en una subasta en Internet.


—¿En serio? —no se le ocurrió qué más decir, salvo quizá ¿por qué?—. Eso sí que me gustaría verlo.


Pedro rió.


—Si pudieras verte la cara —movió la cabeza—. Buhos y apisonadoras, ¿no somos un caso?


Al parecer era el día de Pau de ruborizarse, porque su comentario le coloreó las mejillas.


—Aterrizaremos en cinco minutos —anunció la voz de Erika por el sistema de altavoces—. La temperatura en Spokane es de dos grados y el cielo está despejado.


Pedro seguía sonriéndole.


—Supongo que tendrás que ver mi colección y valorarla.


—¿Es algo parecido a mostrarme tus planos y dibujos? —repuso sin pensar. ¡Dios, y encima coqueteaba con él!


Algo ardió en los ojos de él durante un instante.


—Supongo que tendremos que preparar algo y descubrirlo.





QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 28

 


Pedro intentó mantener la mente en los negocios durante el corto vuelo, pero con Paula sentada lo bastante cerca como para inhalar la fragancia a limón fresco de su champú, le resultó arduo. Al final, dejó a un lado el papeleo que había estado repasando con ella.


—¿Te gusta tu trabajo hasta ahora? —le preguntó, sirviendo un vaso de agua fría para cada uno.


Los grandes ojos castaños de Paula dejaron de mirarlo y los clavó en el bloc en el que había estado tomando notas.


—Me gusta.


No sonó del todo convincente, o quizá aún no lo había decidido.


Fuera como fuere, ¿qué esperaba que contestara?


—¿Y lo llevas bien? —insistió.


Probablemente no sería inteligente mencionar que haría los cambios que pudiera querer con tal de mantenerla contenta. Sin duda se marcharía si llegara a descubrir que se había enamorado de ella.


Después de beber un sorbo de agua, Paula lo miró con expresión decidida.


—Aprendo mucho —afirmó—. Gracias por traerme contigo hoy.


—De nada —al contratar a Paula, no le cabía ninguna duda de que había recibido más que lo que había esperado. Contuvo una sonrisa arrepentida detrás de la copa mientras también él bebía.


¿Cómo transmitirle que involucrarse con su jefe no pondría en peligro su trabajo? Todo lo contrario, haría muy, muy feliz a su jefe. Tendría que improvisar.


—Harían te caerá bien —comentó—. Sólo recuerda que no levantó su negocio siendo un blando. Le gusta interpretar el papel del hombre que se queda atontado por una mujer hermosa, pero debajo de esa fachada es duro como el acero, así que no dejes que te engañe.


—Lo recordaré —repuso, ruborizándose. Giró la cara para mirar por la ventanilla, como si de pronto le fascinara la vista.