martes, 9 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 29

 


Paula dejó el bolso en la mesa que había al lado de la ventana y tomó una de las novelas de tapa dura que se le había olvidado esconder.


Pedro pensó que tal vez le había parecido demasiado difícil para su supuesto nivel de lectura, pero, tal vez para no ofenderlo, Paula no hizo ningún comentario y la volvió a dejar en su sitio.


–¿Tienes hambre? –le preguntó–. Me quedan unos restos de pizza.


Ella negó con la cabeza.


–Me he tomado una ensalada hace un par de horas.


–¿Quieres algo de beber? Tengo cerveza y agua mineral.


–No, gracias.


Seguía sin estar del todo cómoda.


–Creo que se nos ha olvidado algo –le dijo él.


Ella se giró a mirarlo. Tenía el ceño fruncido.


–¿El qué?


Pedro se acercó, la abrazó y le dio un beso en los labios. Paula gimió suavemente, puso las manos en su cuello y apoyó su cuerpo contra el de él.


Eso estaba mucho mejor.


Pedro le metió las manos por debajo de la camisa.


–No puedo quedarme –le dijo ella, sin intentar detenerlo.


No se resistió cuando le quitó la camisa, ni cuando le desabrochó los vaqueros y se los bajó, de hecho, levantó los pies para sacárselos.


Ni siquiera intentó detenerlo cuando la tomó en brazos para llevarla a la cama, ni cuando se arrodilló a su lado para bajarle las braguitas.


No le dijo que no cuando le separó las piernas, agachó la cabeza y le acarició el sexo con la lengua.


Y no se quejó cuando le hizo llegar al orgasmo no una vez, sino dos.


Después de hacer el amor, con ella entre los brazos, Pedro tuvo la certeza de que no iba a marcharse a ninguna parte hasta la mañana siguiente.


Y no podía conformarse con menos.


Y no quería conformarse con menos.


Paula no había pretendido pasar la noche en la habitación de Pedropero cuando se despertó eran las siete de la mañana.


Tenía que ir a casa y prepararse para volver al trabajo si no quería llegar tarde.


Ella nunca llegaba tarde.


Intentó levantarse sin despertarlo, pero Pedro la agarró.


–¿Adónde vas? –le preguntó con voz somnolienta, acariciándole un pecho.


Y ella, como la noche anterior, fue incapaz de decirle que no. No había pretendido que ocurriese aquello, ni implicarse tanto, pero Pedro tenía razón.


Le gustase o no, tenían una relación. Aunque todavía no sabía si era solo sexo o algo más.


Lo cierto era que, en esos momentos, no le importaba. Porque sabía que, antes o después, era inevitable que se terminase.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 28

 


Vio a Paula.


–Eh, ¿qué estás haciendo aquí?


–¿Llego en mal momento? –preguntó, recorriendo la habitación con la mirada, como si esperase encontrarse a alguien más.


–Lo siento. Estaba hablando por teléfono con mi jefe.


Ella frunció el ceño y retrocedió.


–Ah, lo siento. Si tienes que seguir hablando con él, puedo marcharme.


–No pasa nada. Entra.


Paula se quedó donde estaba.


–En realidad, solo he venido a darte esto –le dijo Paula, sacando del bolso un reloj barato que formaba parte de su disfraz.


Pedro lo tomó.


–No sabía dónde estaba.


–En el suelo de mi despacho. Te lo quitaste antes de que… Pensé que podías necesitarlo.


–¿Por qué no entras? –le preguntó Pedro.


Ella negó con la cabeza.


–Tengo que volver a casa.


Pedro pensó que le pasaba algo. Parecía nerviosa. Estaba rara.


–¿Qué ocurre, Paula?


–¿Por qué lo preguntas?


–Porque es evidente que te preocupa algo. Estás incómoda y no sé por qué.


Ella se mordió el labio y bajó la vista a la moqueta verde del suelo.


–Es… una tontería.


–Cuéntamelo.


–Que me había parecido buena idea venir, pero al llamar a la puerta, y como has tardado tanto en abrir, he empezado a pensar que tal vez estuvieses… ocupado.


–Con otra mujer.


Ella asintió.


–Y eso me ha hecho pensar que, en realidad, no tengo ningún derecho a venir aquí así. Sin avisar. Nos hemos acostado un par de veces, pero eso no significa que tengamos una relación ni que yo pueda presentarme aquí así.


Pedro se apoyó en el marco de la puerta.


–En primer lugar, quiero dejarte algo claro: no hay ninguna otra mujer. No la ha habido desde que rompí mi compromiso y no la habrá mientras esté contigo. Te lo prometo. Y con respecto a nuestra relación, o lo que sea, te guste o no, lo pretendiésemos o no, tenemos una relación. Tal vez dure una semana, o un mes, o cincuenta años. Todavía no lo sé, pero sí que sé que lo nuestro va mucho más allá del sexo.


Paula volvió a morderse el labio y esbozó una sonrisa.


Lo miró con los ojos muy abiertos, de color azul en esos momentos, y Pedro solo pudo pensar en desnudarla y meterla en su cama.


–Y puedes venir cuando quieras aunque sea sin avisar. Aunque siento curiosidad por saber cómo has averiguado que estaba aquí, porque no recuerdo habértelo dicho.


Ella se ruborizó.


–Estaba en el informe que me dio de ti la fundación.


–¿Vas a entrar?


Paula se humedeció los labios y asintió.


–Solo un minuto.


Y él pensó que, en cuanto la tuviese entre sus brazos, sería mucho más que un minuto.


–Perdona por el desorden –le dijo, cerrando la puerta–. Como no viene nadie a verme, no me molesto en recoger mucho.



APARIENCIAS: CAPÍTULO 27

 


El domingo, Pedro se sentó en la cama del hotel y pensó en los últimos días. Le sorprendía que, en un solo fin de semana, hubiese cambiado tanto su percepción de las mujeres y de las relaciones.


En los dos últimos días con Paula había tenido más sexo que en los últimos tres meses con Alicia.


Tal vez eso tenía que haberle hecho pensar que algo iba mal, pero había dado por hecho que era solo una fase, que ambos estaban muy ocupados y que, después de la boda, volverían a desearse como antes.


Sí, Alicia había estado muy ocupada acostándose con otro. Delante de sus narices, que tal vez fuese lo peor, saber que había estado tan ciego que no había visto lo que ocurría en su propia casa o, en ocasiones, en sus establos.


Pero en esos momentos intentó recordar por qué había querido casarse con ella y no lo consiguió.


Por aquel entonces, le había parecido lo lógico, tal y como iba su relación.


Había querido a Alicia a su manera, pero lo que había sentido por ella no se parecía en nada a lo que, solo en unos días, había empezado a sentir por Paula. No era exactamente amor. Y todavía no sabía adónde les llevaría aquella relación, ni si estaba preparado para tener una relación estable.


Solo sabía que, después de la traición de Alicia, había pensado que no volvería a confiar nunca en otra mujer, pero Paula era diferente.


No se parecía a ninguna otra mujer que hubiese conocido.


No le importaban la riqueza ni el estatus social.


Le interesaba más tener éxito ella que aprovecharse del de otro. Y lo apreciaba por el hombre que era de verdad.


¿Pero cómo reaccionaría cuando se enterase de que había estado mintiéndole?


Y, lo que era peor, si aquella gala era tan trascendental para su carrera, ¿cómo reaccionaría cuando él desenmascarase a Rafael delante de tantas personas importantes?


¿Le echaría la culpa de haber estropeado la celebración, o lo consideraría un error propio?


Y si ocurría esto último, ¿qué se suponía que debía hacer él? ¿Dejarlo todo?


Aunque en esos momentos no sabía si iba a poder destapar algo. Sin poder acceder a los libros de la fundación, no tenía pruebas de nada.


Aunque sí tenía un as en la manga.


Un as que no quería utilizar si no era necesario.


Y, al parecer, iba a serlo. Solo faltaban tres semanas para la gala y se le estaba terminando el tiempo.


Se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta, ya que solo su capataz y su ama de llaves sabían que estaba allí. Y eran las nueve y media de la noche.


Se levantó de la cama, donde había estado utilizando el ordenador, y fue hasta la puerta.


Se maldijo.


Era Paula. ¿Cómo había averiguado dónde estaba?


Miró a su alrededor para asegurarse de que no había nada que pudiese delatarlo.


Recogió los papeles que había en la cama y los metió en el cajón del escritorio, cerró el ordenador y lo guardó en su funda antes de esconderlo debajo de la cama.


Ella volvió a golpear la puerta y a llamarlo por su nombre.


Pedro se metió la cartera en el bolsillo. No pensaba que Paula fuese a mirar en ella, pero no quería correr riesgos.


Fue de nuevo hasta la puerta y la abrió.