miércoles, 4 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 23




-¡Llegas tarde!


Paula se quedó parada con la llave en la mano de la puerta del apartamento de su amiga.


-¡Dímelo a mí!


Estaba exhausta y cercana a la conclusión de que había tomado la peor decisión de su vida aceptando aquel papel.


-¿Sabes? Solo me aceptaron a mí para que mi nombre vendiera más entradas. Soy un valor de novedad -comentó con amargura-. La mitad de la gente que venga solo esperará que me ponga en ridículo.


Su amiga no hizo caso de su autocompasión.


-Sí, sí. Eso no importa -contestó con impaciencia.


Miranda era su mejor amiga en el mundo de las pasarelas. 


Tenía una piel delicada y un pelo rojo como una nube. Sus expresiones siempre reflejaban sus emociones y en ese momento estaba sonrosada de excitación.


-¿Qué ha pasado?


-Lleva esperándote tres horas.


Solo en ocasiones como aquella, su inglés sin acento traicionaba sus orígenes noruegos.


-Pelo moreno, grande... muy, muy grande -se chupó los labios reflexiva-. El tipo de cuerpo que está mucho mejor sin ropa encima -lanzó un gemido de deleite cuando el sonrojo de Paula confirmó su teoría-. Sabía que tenía razón. La ropa no puede ocultar un cuerpo como ese. ¿Sabes? Estoy harta de los hombres con cuerpos delgados como chicos guapos. Dime, ¿crees que posaría para mi clase de natural? -preguntó con toda seriedad-. Podría inspirar mis instintos artísticos.


-¡Si se lo pides te mato!


El arte era la última afición de Miranda


-Bueno, si te pones así, no lo haré -respondió con evidente pesar. Había cerrado los ojos con actitud soñadora-. Solo imaginármelo...


-¡Ni se te ocurra! -dijo Paula con aspereza.


La mano de su amiga en el brazo detuvo su impetuosa entrada en el salón.


-Está enfadado.


-¿Qué?


-Aparte de ser encantador -se cruzó de brazos y lanzó un suspiro-. Es refrescante encontrar un hombre inteligente.


-¿De qué habéis estado hablando? -preguntó con dureza Paula.


No parecía ser la inteligencia de Pedro lo que tenía embobada a su amiga.


-Está enfadado, Paula. Contigo, creo.


-Bueno, no tengo yo la culpa. Podría pasar una semana retirada en Mongolia y seguiría haciendo algo que enfadara a ese hombre.


Los ojos verdes de Miranda se pusieron como platos.


-¡Nunca pensé que vería el día!


-No hables con rodeos -respondió Paula enfadada.


-Me iré a la cama.


-No lo hagas por mí -gritó Paula a sus espaldas.





RUMORES: CAPITULO 22





-Es lo menos que puedo hacer, Pedro, considerando que te has portado como un héroe. Paula se hubiera disgustado si no hubiéramos dejado la casa arreglada antes de que mis padres vuelvan. Por alguna razón se siente personalmente culpable, pero el fontanero ha dicho que la tubería del depósito lleva años perdiendo. Ya estaba débil. ¡Ah, ahí estás, Paula! ¿Ya funciona bien la fontanería? Se lo estaba contando a Pedro, lo bueno que es tener a un hombre que sepa usar sus manos. ¿Qué pasa? ¿Qué es lo que he dicho?


Un inarticulado gemido escapó de los labios de Paula.


-Déjalo, Ana.


Ana se soltó la bolsa del hombro.


-¡He llegado en mal momento! Lo siento. Pensé que Pedro podría tener hambre, pero parece que tienes la situación controlada. Me voy. Los niños están en el coche y tengo que recoger a Sam y a Nicolas de la guardería.


-No, la que me iba era yo.


-¿Me disculpas, Ana?


-No os preocupéis por mí -empezó ella.


Pero estaba hablando al vacío.


Paula pudo escuchar sus propios pies retumbar en las escaleras mientras abandonaba toda apariencia de normalidad y corría. Había llegado al coche antes de que él la alcanzara.


-¡Suéltame!


Se dio la vuelta jadeante, pero Pedro la asió por los codos.


-Cálmate -le ordenó con firmeza-. ¿Qué crees que estás haciendo?


-Nunca me he sentido más humillada en mi vida.


-¿Humillada porque alguien sepa que estábamos haciendo el amor?


Ella parpadeó ante su exposición fría de la situación.


-¿Crees que lo ha adivinado?


-Bueno, si no lo ha hecho, tu pequeña actuación debe haberle despejado cualquier duda. ¿Es que estás avergonzada?


Su expresión era fría y prohibitiva.


-¿Y quién no lo estaría? Rodando por el suelo como... como...


-¿Animales?


-Como te guste -dijo ella con un toque de desafío.


Su primaria prisa había sido algo fuera de su experiencia, pero la desbordante sexualidad de Pedro también estaba más allá de su experiencia.


-Perdona que no sea un amante civilizado, Paula, pero el hecho es que te gusto como soy. Crudo, áspero y sin refinar.


-¡Tú no eres así!


No pudo evitar que la instintiva protesta escapara de sus labios


Una mano le abarcó la barbilla y la obligó a alzar la mirada.


-¿No soy qué?


Su tono exigía una respuesta. Su expresión dejaba claro que estaba dispuesto a sacarle la verdad como fuera.


-No eres ninguna de esas cosas.


-¿Y qué soy?


Paula pudo sentir la tensión en él mientras esperaba su respuesta y no necesitó más estímulos. De alguna manera, se sentía aliviada de confesar lo que sentía.


-Precioso... Adictivo -la palabra emergió de su garganta con un tono dolorosamente erótico-. Te has quedado muy callado de repente -lo desafió mirándolo a los ojos.


Los ojos de Pedro la miraron casi con sospecha.


-Hablas en serio -jadeó como si se le hubiera olvidado respirar.


-¿Parece que me estoy riendo? -¿desnudaba su alma y qué conseguía?: ¡el tercer grado!-. No es que disfrute precisamente sintiendo esto.


-Pues debería disfrutarlo. Quizá deberíamos hacer algo al respecto.


La satisfacción masculina emanaba de forma indiscutible de él. Paula se tambaleó ligeramente cuando sus brazos se movieron para abarcar su cuerpo. Sus fuertes brazos la hacían sentirse vulnerable y femenina. Dios santo, se preguntó: ¿De dónde le habrían salido aquellas fantasías antediluvianas?


Entonces apretó los labios contra la comisura de su firme boca. Sería un crimen dejar pasar una oportunidad como aquella.


-¿Qué tenías en mente?


Besó su boca entreabierta y sintió cómo el torso masculino se inflamaba.


-¿Qué te parecen las orgías?


-En general soy muy abierta de mente. ¿Estamos hablando de situaciones comunales con mucha gente?


-Ocasiones más intimas y con menos gente -su lengua trazó el contorno de sus labios trémulos con firme precisión-. Uno a uno.


La sonrisa de Pedro era pecaminosa y sensual mientras sus dedos se enterraban en su espesa melena densa como seda pesada entre sus dedos.


-De verdad que tengo que irme a Londres, Pedro 


Si le hubiera pedido que se quedara podría haber sido hasta tan poco profesional como para hacerlo, pero su silencio la hizo pasar la prueba.


-Si consigo ese papel voy a estar muy ocupada. 


-¿Dónde vas a quedarte?


-Con una amiga, así que no hace falta que me mires así.


-Tengo un apartamento, si quieres usarlo. Un apartamento. 


Pero le sonaba demasiado a ser una mujer mantenida y visitada por el amante cuando a él le placiera.


-No lo creo.


No le gustó la imagen que conjuraba su mente. Ya estaba aceptando mucho menos de lo que quería tal y como estaban las cosas y tenía que poner los límites en alguna parte.


-Como quieras. Puedo ir el fin de semana. ¿Una cita, entonces?


Paula asintió. Una cita tenía la antigua connotación de un anillo en el dedo. Lo que ellos estaban acordando no tenía nada que ver con aquello, era más bien un salvaje hedonismo y satisfacción sensual. Él no quería ni necesitaba su amor, pero por el momento necesitaba y quería su cuerpo. Podía arrepentirse con el tiempo, pero de momento tendría algo que recordar.


Paula se liberó de su salvaje abrazo con el aire de una persona acostumbrada a tales experiencias explosivas.


-Te llamaré.


-Sería aconsejable.


No había nada de sutil en sus sedosas palabras de advertencia.



RUMORES: CAPITULO 21




Conducir su propio coche era una bendición. Era maravilloso no depender de nadie. La mañana estaba despejada y fresca, ella era joven y saludable y tenía toda la vida por delante. Solo una cosa empañaba la imagen perfecta. Por mucho que lo intentara, no podía evitar que el recuerdo de Pedro nublara un momento perfecto como aquel.


Aparcó en el patio de la granja. Solo había un coche más aparcado. No podía recordar quién tenía que trabajar ese día. Las nuevas moquetas se pondrían el viernes y esperaba que todo se cumpliera según los planes. El calendario había sido muy apretado.


Había sido un trabajo de titanes coordinar a los fontaneros, electricistas, escayolistas y carpinteros para reparar todo antes de que sus padres volvieran del crucero. Se había desesperado al intentarlo, pero justo cuando estaba a punto de patalear, Alejo había obrado cierta magia. Sospechaba que la magia habría consistido en una buena suma, pero en ese momento no le había importado.


La puerta principal estaba entornada.


-Hola, ¿hay alguien?


No hubo respuesta, así que se acercó en la dirección del ruido. La escayola del techo del recibidor se había quitado ya y pudo ver un par de botas entre las vigas. Pasó por delante de una estufa eléctrica y se alegró de que los electricistas hubieran terminado.


-Esto es lo que me gusta ver: trabajo duro.


La figura se dobló de entre las vigas con impresionante agilidad.


-Estamos para servir.


Paula sintió un fuerte sonrojo. Miró a su alrededor con expectación, pero estaba sola.


-¿Qué estás haciendo aquí, Pedro?


-Había un problema con las vigas.


-Eso no contesta a mi pregunta.


-Estoy siendo un buen vecino. ¿Qué pasa? ¿No crees que esté a la altura del trabajo?


-Estoy segura de que tienes cosas mejores que hacer.


-Lo cierto es que agradezco la oportunidad de mancharme las manos. No encuentro nada deshonroso en el trabajo manual.


Alzó sus grandes manos y Paula sintió de nuevo aquella sensación prohibida despertar en su estómago.


-No estaba sugiriendo que lo fuera.


Apartó la mirada, pero eso no consiguió que recuperara el equilibrio. La camisa verde que llevaba estaba desabrochada por encima de la cintura y hasta ese momento ella había conseguido ignorar aquella vasta extensión de pecho salpicado de vello. Los músculos delineados de su torso brillaban con un velo de humedad y los oídos empezaron a retumbarle para cuando llegó a la altura de sus ojos.


-A veces me rebelo contra los horarios, planes de ventas y reuniones interminables -continuó él- Hago novillos y me voy a los talleres. Una de las cosas en las que insistía mi padre era en que aprendiera desde abajo. Aprendí todas las fases de la producción y puede que no sea tan rápido como esos hombres en la actualidad, pero todavía puedo construir un coche entero con mis propias manos si hace falta. No hay nada como ver los resultados de tu trabajo aparecer ante tus ojos.


El orgullo y la capacidad brillaban en su cara.


-¿Y no se sienten incómodos tus hombres cuando trabajas con ellos?


-Yo nunca he llevado un estilo de dirección de distanciamiento. Es contraproducente e ineficaz. Además, ellos no reaccionan ante mi cuerpo sudoroso como tú. Si lo hicieran, podría sentirme inquieto.


Paula lanzó un gemido y sintió una punzada de humillación.


-Los hombres miran, ¿por qué no pueden hacerlo las mujeres? ¡No pensaba que se me notara tanto! De todas formas, tienes un cuerpo bonito. No era nada personal.


Paula se sintió orgullosa de lo fría que había sonado.


-Una dama muy decidida -susurró él con admiración-. Y ya no tienes la escayola para estropear tu estilo.


Pedro bajó la mirada hacia sus piernas enfundadas en unas finas medias negras. Sus ojos siguieron la curva de sus pantorrillas y la elegante delgadez de sus muslos que desaparecían bajo el dobladillo de la falda de cuero negro.


-Ya podré llevar vaqueros de nuevo. Ha sido un alivio librarme de la escayola, casi tanto como lo será librarme de ti.


Que la hubiera pillado admirándolo como una adolescente hambrienta era demasiado para su orgullo. Él tenía más masculinidad en su dedo meñique que la mayoría de los hombres en todo el cuerpo.


-¿No estás satisfecha con mi trabajo?


Pedro agarró un trapo de la escalera y lentamente empezó a limpiarse las manos. Los músculos de sus antebrazos se tensaron.


-Estoy segura de que es ejemplar, pero no es... apropiado que estés trabajando aquí.


-¿Te importa explicar eso un poco? Soy un poco lento.


Si lo fuera, la vida sería mucho más simple.


-¡Si quieres saberlo, estoy harta de que me cuides! -explotó ella sin pensar.


-¿Miedo a las consecuencias?


El brillo de sus ojos le hizo preguntarse qué tipo de consecuencias tendría en mente y sintió una punzada de excitación en el estómago.


-Yo no tengo miedo de ti ni de nada de lo que puedas hacer. Solo vete.


Hizo un gesto amplio con la mano.


-Le dije a Alejo que echaría una mano.


-Esta no es la casa de Alejo.


-Tampoco es la tuya -señaló él con irritante lógica-. Ya te he dicho que solo estoy siendo buen vecino. Tus padres son mis vecinos. He pasado página en mi vida.


-¿Y por qué?


Pedro suspiró.


-Fuiste tú la que dijiste que era un vecino raro, que nunca me pasaba a tomar el té y esas cosas.


-Ya, y yo me lo creo.


-Quizá lo esté haciendo por amor.


Oírlo bromear con aquello le dolió, pero el orgullo la hizo mantener una expresión imperturbable.


-Por perversidad, diría yo. Más para irritarme a mí.


-¿Crees que me tomaría tantas molestias por ti? Además, si no hubieras aparecido por sorpresa hoy, no te hubieras enterado.


-Hubiera tenido tu factura.


Su respuesta pareció irritarlo considerablemente.


-¿Es que todo lo reduces al dinero?


-¿Qué quieres decir? -preguntó Paula con peligrosa calma. Ella estaba disfrutando de los frutos de su trabajo, pero ni su peor enemigo la llamaría nunca avariciosa-. Tú esperas siempre que te recompensen por lo que haces. ¿Por qué debería ser yo diferente?


-Supongo que es deformación profesional en ti -murmuró Pedro mirándola con una superioridad que la hizo apretar los dientes-. Tú te quitas la ropa para deslumbrar a los hombres por dinero...


A Paula le aletearon las fosas nasales de la rabia y alzó la barbilla.


-¡Yo nunca me he quitado la ropa! -gritó. De hecho había rechazado una fortuna por hacerlo varias veces-. Me pagan por ponerme ropa, no por quitármela.


¿Cómo se atrevía a poner su profesión de una manera tan sórdida? Ella era la primera en admitir que había tenido mucha suerte, pero había trabajado muy duro y oírlo denigrarla así la puso furiosa.


-¿No encuentras despreciable posar desnuda con la única intención de inflamar a los hombres?


Pedro miró su cara sofocada con los ojos entrecerrados.


-¡Con la única intención de vender ropa y casi siempre a mujeres! -lo contradijo ella con ardor-. Y lo único despreciable de todo lo que he hecho en mi vida ha sido acostarme contigo. Lo demás ha sido duro trabajo -lanzó una áspera carcajada-, y eso incluye a acostarme contigo también.


No había podido evitar el veneno, pero se había pasado y se maldijo a sí misma en silencio.


-Tu recuerdo de la ocasión parece ser más vivido que el mío.


-Eso es mentira -jadeó ella.


Pedro esbozó una sonrisa burlona.


-Mentira por mentira -murmuró con voz ronca-. Tu empezaste primero.


-Lo retiro si lo haces tú -admitió Paula con una oleada de excitación en las venas-. No fue un duro trabajo acostarme contigo.


La satisfacción brilló en los ojos masculinos.


-Y yo no he olvidado ni el menor detalle de cómo fue hacerte el amor.


El aire casi crujió con la electricidad.


Paula se aclaró la garganta.


-Bien... bueno. Está bien dejar las cosas claras.


-Sí, desde luego. Quizá deberíamos repetirlo si tienes un hueco en tu agenda.


Una forma agradable de pasar el rato, eso era lo único que había sido para él. Eso ya lo sabía Paula, pero le dolía que le confirmaran sus miedos.


-Buena idea, pero me vuelvo a Londres pronto. Ahora mismo, de hecho. No hay nada que me entretenga aquí.


Dobló las rodillas para mostrarle el estado de su pierna.


-¿Y qué vas a hacer en Londres? -preguntó él con curiosidad.


-Trabajo, amigos, ya sabes. Además, voy a hacer un papel en uno de los teatros del West End.


-Paula Chaves conquista el mundo.


Ella no quería conquistar el mundo. Solo quería conquistar a un hombre. Quería que un hombre le rogara que se quedara.


Quería oírlo declarar que no podía vivir sin ella, pero era una fantasía y lo sabía. Ella no significaba nada para Pedro. La deseaba, eso seguro, pero no era suficiente.


-Eso es un poco prematuro. Quizá el próximo año.


-Entonces esto es un adiós.


«No llores, idiota», se dijo a sí misma con fiereza. «¡No llores!».


-Adiós.


Parpadeó y cuando estaba dándose la vuelta, una mano la asió por el antebrazo.


-¿No te has olvidado algo?


-¿Qué?


-Mi factura...


-Ana tiene mi dirección -dijo ella empezando a darse la vuelta de nuevo.


No podía soportar una larga despedida. Si no salía de allí en aquel mismo momento, haría una locura como declararle su amor.


-No creo que necesitemos un intermediario.


Pedro la atrajo más hacia sí y Paula lanzó un gemido al ver el explícito brillo de sus ojos.


-¿No estarás sugiriendo que me acueste contigo en pago a los servicios prestados? ¡Vaya con la gratitud! Nunca me habían pasado una factura tan cara.


Intentó sonar burlona, pero el temblor de la voz le estropeó el efecto.


Lo miró entonces con furia desesperada por ocultar que encontraba aquella sugerencia increíblemente excitante.


-No estoy sugiriendo que hagas nada por gratitud -murmuró él atrayéndola más a sus brazos-. La necesidad es el incentivo aquí, la necesidad mutua. He intentado ignorarlo y racionalizarlo, pero no puedo pensar con cordura -sus ojos brillaron de deseo-. ¿Crees que te dejaría irte así? ¿A conquistar nuevos territorios? ¿Así sin más?


-Lo cierto, Pedro, es que no puedes hacer gran cosa para detenerme.


El deseo y el desprecio que notaba en sus ojos la hizo sentirse enferma. En medio de su confusión, no fue capaz de distinguir que el blanco de su desprecio era él mismo. Paula dejó de forcejear para librarse de sus brazos porque sus esfuerzos solo hacían que él la asiera con más fuerza.


-¿Te hace sentirte segura mantener la distancia de tus amantes?


-No sé de qué estás hablando.


La intensidad de las emociones que emanaban de él le produjo un mareo.


-¿Te has parado alguna vez a pensar que podrías tener suficiente con un solo hombre?


Aquello era lo último que esperaba oír de él.


-¿Tú?


La expresión de Pedro se puso más sombría al interpretar mal su incredulidad.


-No me gusta compartir a la mujer que está en mi cama con otros hombres.


Ninguna ternura, solo protección de su territorio. Sus esperanzas volaron.


-Yo no soy propiedad tuya, Pedro Alfonso. Una noche, eso es todo lo que hemos tenido o tendremos nunca susurró-. ¡De todas formas, ¡vaya valor que tienes! ¿Qué hay de Rebecca?


-Rebecca es una amiga, no tiene nada que ver con nosotros.


-Bueno, Leandro es mi amigo...


-¿Llamas a un ex amante, amigo, Paula? Entonces debes tener muchos amigos.


-Leandro no es mi ex amante, es...


-Bueno, por su propio bien, será mejor que lo pases a la otra lista aprisa -la cortó él con salvajismo-. No lo necesitas mientras me tengas a mí.


-La cuestión es si te quiero a ti. Estoy segura de que muchas chicas se sienten rendidas por ese machismo, pero personalmente encuentro patética esa exhibición de virilidad desbocada.


Pudo ver su cara entre una nube de furia, pero no era solo furia lo que empañaba sus sentidos; había un fuerte elemento de anticipación y excitación.


-¿Es eso un hecho?


-Lo es.


-Entonces, ¿por qué estás temblando?


-Tengo... tengo frío -susurró ella con voz ronca.


-¿Y si te vas de mi lado, quién te mantendrá caliente?


-Me compraré una bolsa de agua caliente -sugirió ella con debilidad-. ¡Dios, Pedro! Esto es estúpido. Déjame irme. Sé que no vas a forzarme.


-¿Me concedes tanta decencia? Me sorprendes -murmuró él con sarcasmo.


-No estamos hechos el uno para el otro. Si ni siquiera te caigo bien.


Un impaciente vaivén de su cabeza cortó las objeciones.


-Estamos hechos el uno para el otro en la cama. Ni siquiera necesitamos una cama -se corrigió Pedro con voz aterciopelada-. No te hagas la dura, Paula. Es un infierno.


-¿Qué opción nos queda, Pedro?


Él posó las manos a ambos lados de su cara y atrajo sus labios hacia sí. Como un hombre privado demasiado tiempo del agua, bebió toda su dulzura.


-¡Dios, he pensado en esto cada segundo del día! -jadeó al levantar la cabeza-. ¿Y tú?


-¡Oh, sí! -con un suave grito, Paula enroscó los brazos alrededor de su cuello y le cubrió la boca con besos ansiosos-. Esto es una locura.


Pero una locura maravillosa. Su fuerza contenida, el aroma masculino de su cuerpo, la potencia de su excitación al apretarle las caderas contra él, ¿cómo podría privarse de aquellos salvajes placeres?


Un suave y hambriento bramido reverberó en su garganta mientras empezaba a quitarle la ropa con manos impacientes. Paula se retorció y empezó a ayudarlo.


-Eres tan preciosa que duele -dijo con un beso cargado de desesperación-. ¿Sabes lo que me haces solo con mirarte?


-Deseo... -casi balbuceó al intentar desabrocharle el botón de los pantalones. La fuerza se evaporó de sus piernas en el mismo momento en que su falda cayó al suelo-. ¡No puedo hacerlo! -gimió con frustración mientras caían ambos de rodillas.


Su deseo no era suave ni controlado; era torpe y áspero y rugía por sus venas como un río desbordado.


Paula deslizó las manos bajo su camisa abierta. Su piel mojada era como el satén y no podía juntar los dedos en su espalda. Apretó la cara contra él y empezó a darle besos con los labios abiertos en el torso, mordisqueándole la piel tensa.


Paula no se enteró de cuándo él extendió su abrigo sobre el suelo. Fue un alivio encontrarse tendida de espaldas. Agarró las solapas de su camisa abierta y tiró hacia atrás, antes de que rodaran juntos de medio lado.


Pedro apartó el encaje que cubría uno de sus senos. Tenía los ojos entrecerrados al deslizar la mirada por la cálida carne temblorosa.


-¿Es el frío el que hace eso? -preguntó al ver los pezones rosas temblar e inflamarse-. ¿O yo?


-Ya lo sabes.


Los dedos de Paula se enroscaron contra los duros contornos de sus nalgas mientras la boca de él descendía hacia sus senos temblorosos. Paula alzó una pierna sobre su cadera y lo sintió palpitar contra el nido de su pelvis. 


Lanzó un grito cuando la hebilla la pinchó en el vientre.


-¿Qué es?


Pedro tenía la piel de la cara tensa, su boca parecía más jugosa y sus ojos... ¡Oh, Dios! Solo con mirarlo a los ojos se derretía.


-Es solo el cinturón.


El bajó los dedos por su muslo y le movió un poco la pierna.


-Solo un minuto -prometió mientras se desabrochaba la hebilla con una sola mano.


-No, déjame -dijo ella cubriéndole la mano con la suya. Paula se puso de rodillas para montarlo y, con la lengua entre los dientes, terminó el trabajo que él había empezado. Pedro la miraba con los párpados entrecerrados y el pecho le palpitaba como si no pudiera meter suficiente aire en los pulmones. Paula pudo sentir los leves temblores que sacudían su cuerpo y le dirigió miradas cargadas de deseo mientras terminaba de quitarle la hebilla.


Estaba tan absorta que el sonido de su propio nombre no penetró en su conciencia al instante.


-Paula, ¿dónde estás? He traído el almuerzo, pero no he traído suficiente para dos -el segundo escalón siempre había crujido. ¡El segundo escalón! ¡Ana! Paula bajó la vista hacia su cuerpo medio desnudo y dirigió la mirada horrorizada a la cara de Pedro.


-¡Oh, Dios!


Agarrando su ropa salió corriendo hacia la habitación más próxima, que resultó ser el cuarto de baño. Con una prisa febril, se puso la ropa