Pedro se disponía a acompañar a Marcos Helm, su jefe de la oficina de guardabosques, hasta su coche. Todavía no habían hablado del motivo principal de aquel encuentro. El visitante echó un vistazo a su alrededor y dijo:
—Debo admitir que esto parece un paraíso.
—Eso es muy relativo —sonrió Pedro.
—Bueno, parece un lugar muy pacífico.
—No hay otro lugar que me guste tanto.
Marcos golpeó un trozo de hielo con su bota y luego miró a su amigo.
—¿Qué diablos te ocurre? Para ser alguien que profesa amar la vida solitaria, te veo muy tenso.
—Me conoces demasiado bien, Marcos.
Habían llegado al porche frontal de la cabaña, pero en lugar de dirigirse hacia el coche, subieron los escalones y se sentaron en el columpio. Hacía un día hermoso, frío pero claro, y ambos se quedaron unos momentos en silencio.
—¿No crees que ya te has torturado demasiado?
—No es eso, aunque todavía me culpo por la muerte de Carlos y me culparé siempre.
—Bueno, si te gusta hacerte el mártir… Repetiré la pregunta. ¿Qué diablos te pasa?
—No podré volver a trabajar en los fuegos —repuso Pedro con tono inexpresivo.
—¿Te lo ha dicho el médico?
—Sí.
—Pues vuelve como supervisor de campo. El viejo Camilo se jubilará de la oficina de Ozark dentro de tres meses —suspiró—. Ya sé que no es eso lo que quieres hacer, pero…
—No, no lo es —repuso el otro, ceñudo—, ¿pero me dejarás tiempo para pensar en ello?
—Tómate todo el tiempo que necesites.
Marcos se puso en pie.
—Tengo que irme. Y a propósito, todavía no me has dicho por qué estás tan tenso.
—Y no pienso hacerlo.
El hombre sonrió.
—Siempre has sido muy terco, pero también el mejor en tu trabajo. Supongo que por eso te soporto.
—Vamos, márchate de aquí —ordenó Pedro, con rudeza, pero sonriente a su pesar.
Se quedó de pie y lo observó hasta que su camioneta desapareció por el camino. Luego volvió a sentarse en el columpio, pero no pudo quedarse mucho rato quieto. Su cuerpo y su mente se hallaban poseídos por demonios que insistían en atormentarlo. Era algo que le ocurría desde que dejara a Paula. Sin embargo, se aferraba a la idea de que le había hecho un favor.
Debería haber tenido más sentido común y no haber hecho el amor con ella. La gente que jugaba con los sentimientos se merecía sufrir luego. Su única alternativa era intentar olvidar a Paula y Olivia y continuar su vida como si nada hubiera cambiado.
Pero no era fácil. Los razonamientos no hacían nada por disminuir su tormento. Pensaba continuamente en aquella mujer y en lo maravilloso que era estar con ella. Había probado el paraíso y deseaba más.
Se levantó del columpio y un débil dolor en la pierna le hizo recordar su incapacidad. Sin embargo, podía trabajar. Marcos le había ofrecido un empleo, aunque no fuera el que deseaba. No podría volver a apagar incendios, pero al menos sí podía ofrecer a Paula una vida decente y…
Apartó sus pensamientos. Aunque quisiera acercarse a ella y decirle que había sido un estúpido, ella se negaría a verlo.
¿O no?
Unas gotas de sudor le cayeron por la frente. Se las limpió con el dorso de la mano mientras seguía pensando. ¿Por qué no volvía y le suplicaba que le perdonara? Si había una remota posibilidad de que ella accediera a verlo, tenía que aprovecharla.
En cuanto llegó a esa conclusión, se dejó llevar por un sentimiento de paz y la determinación de volver a intentarlo. Aquella vez haría todo lo posible por no estropearlo.
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