lunes, 19 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 29

 


Así que al día siguiente, tras consultar con Paula, Pedro reprogramó las citas para la tarde. La primera candidata, una mujer joven con unas referencias impecables, llegó antes de que Paula volviera, tarde y acalorada, del trabajo.


Tras diez minutos de charla con Ana Greenside, Pedro estaba seguro de que era la persona ideal; pero Paula no estuvo de acuerdo.


—Veo que la mayoría de tus trabajos han sido con niños mayores — comentó.


—Me encantan los bebés —dijo Ana con una sinceridad que convenció a Pedro.


—Pero no puedes quedarte hasta tarde…


Pedro había anticipado que ése sería un problema para Paula, cuya ambición la obligaría a permanecer hasta tarde en el trabajo, lo que significaba que querría una niñera que pudiera prolongar su jornada.


—Vivo con una madre inválida que me necesita por las noches. Pero puedo empezar mañana mismo si es lo que desean usted y su marido.


—No estamos casados. Dante no es nuestro hijo —dijo Paula precipitadamente.


—Lo siento. No lo sabía —dijo Ana, mirándolos alternativamente con curiosidad.


—Es culpa mía —dijo Pedro—. Debería haber explicado las circunstancias a la agencia —le hizo un resumen.


—¡Pobrecillo! —comentó Ana, afectada—. Es muy afortunado de tenerlos. Pero no le resultará sencillo cuando crezca.


—¿Qué quieres decir? —preguntó Paula.

 

—Siempre se hará preguntas. No será como los demás niños. La muerte de sus padres lo marcará.


—Nos tiene a nosotros.


Pedro podía percibir una creciente tensión en Paula.


—Sí, pero no son sus padres. ¿No van a adoptarlo? —Ana los miró inquisitiva.


Pedro sacudió la cabeza.


—No lo hemos hablado —dijo Paula a la defensiva.


En cuanto Ana se fue, Pedro dijo:

—Es perfecta. Deberíamos contratarla antes de que lo hagan otros. Paula negó con la cabeza.


—No. Está demasiado segura de sí misma.


Pero Anne había estado en lo cierto, por el bien de Dante debían tener en cuenta todos los puntos de vista. Pedro se mordió la lengua. Debía haber imaginado que Paula le llevaría la contraria.


—Sus referencias son fantásticas —dijo, haciendo acopio de paciencia.


—Primero tenemos que verificarlas —dijo ella—. Además, todavía quedan otras candidatas.


Antes de que Pedro respondiera, llegó la siguiente. En apenas unos minutos, Pedro miró a Paula con el rabillo del ojo y comprobó, aliviado, que le gustaba tan poco como a él, lo que le ayudó a relajarse y comprobar que Paula no se oponía a él por mera cabezonería.


Agradecieron a la mujer su presencia y Pedro la acompañó a la puerta. Cuando volvió al salón, Paula comentó:

—Era horrible.


—Estamos de acuerdo —dijo él. Y sonrió. Debía de ser la primera vez.


Paula le devolvió la sonrisa y Pedro se quedó mirando como hipnotizado sus sensuales labios. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada al sentir una oleada de calor.


—Quiero a alguien mayor, estable —dijo ella.


—Pero no demasiado mayor —apuntó él.


Paula frunció los labios en un gesto que Pedro ya conocía y que significaba que se avecinaban problemas.


—Ya veo que te has decidido por Anne —dijo Paula—. Deberías haberme esperado antes de empezar la entrevista.


El deseo que lo había poseído se disipó.


—No seas absurda. No ha sido algo planeado. Eres tú quien ha llegado tarde.


—Me ha surgido un imprevisto —dijo ella a modo de excusa—. Mañana no volverá a pasar.


Pero cuando Paula llegó a casa el viernes se encontró con que la tercera candidata había fallado y Pedro se había apresurado a contratar a Ana.


—Te he llamado, pero estabas reunida —dijo, furioso.


—Deberías haber esperado.


—No quería postergar la decisión y perder a Ana —dijo él en un tono de paciencia que irritó aún mas a Paula.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 28

 


Paula entró por primera vez en la mansión de Pedro la noche siguiente y se encontró con una escena desconcertante: Pedro tumbado en el suelo con Dante, ya bañado, que lanzaba grititos de felicidad sentado sobre el.


Vaciló en el umbral de la puerta al sentirse una extraña. Entonces Pedro la vio y le lanzó una sonrisa resplandeciente.


—Mira, Dante, ha llegado Paula.


El niño alargó los brazos hacía ella y Paula, dejando el ordenador en el suelo, lo tomó en brazos y hundió la nariz en su cuello. Olía a polvos de talco. Dante dejó escapar un gorgojeo de placer y Paula sintió que se derretía.


—¿Qué tal ha ido el día? —Pedro se incorporó y escudriñó su rostro.


—Mucho mejor que ayer —dijo ella con un suspiro. Saber que Dante estaba siendo atendido por el ama de llaves de Pedro le había quitado un gran peso de encima.


—¿Qué tal lo ha pasado Dante? —dejó al bebé en el suelo y, agachándose, le levantó la camiseta para mirarle la tripa—. Los granos están mucho mejor.


—Sí. Como estaba un poco inquieto, lo he bañado. El agua fresca le ha sentado bien.


—Le encanta bañarse —dijo Paula. Y miró a Pedro de reojo para ver si estaba tan mojado como ella solía acabar de las salpicaduras del bebé. Como era de esperar, al contrario de lo que le habría pasado a ella, Pedro presentaba un aspecto inmaculado—. A partir de ahora puedes bañarlo tú. Se ve que se te da mejor que a mí.


Pedro sonrió una vez más.


—He tenido que cambiarme. Estaba calado.


Paula se sintió mejor al instante.


—Mañana traerán parte de mis cosas. El resto las voy a dejar en un guardamuebles.


—Y yo he hecho algunas llamadas —dijo Pedro—. He citado por la mañana a algunas candidatas a niñera.


—Eso tenemos que hacerlo juntos —dijo Paula al instante. No pensaba consentir que la marginara de las decisiones importantes—. Quiero poder opinar sobre la persona que contratemos.


—Ya he hecho las citas —dijo Pedro frunciendo el ceño—. Voy a trabajar desde casa hasta que encontremos a alguien. No me parece justo dejar a Monica todo el trabajo.


—¿Quién es Monica?


—Mi ama de llaves. Pronto la conocerás.


—Te rogaría que cambiaras las citas a la tarde —dijo Paula bruscamente—. Compartimos la custodia y, por tanto, tenemos que tomar decisiones conjuntas.


Sabía que a Pedro la idea no le gustaba porque estaba acostumbrado a tomar decisiones y a mandar. Observó por unos segundos sus fuertes hombros y su mentón firme; sus ojos impenetrables. Un escalofrío le recorrió la espada y desvió la mirada hacia Dante.


—Quiero estar segura de que elegimos a la persona más adecuada — insistió.


—¿Y no te fías de mi decisión?


Paula pensó en Dana Ficher y en Jeremias Harper y se dijo que Pedro no parecía tener buen criterio a la hora de juzgar a la gente, pero en lugar de decírselo, se limitó a repetir:

—Tenemos custodia compartida. Sólo quiero asegurarme de que elegimos a la mejor.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 27

 


—Muchísimas gracias por habernos llevado a ver a Mauro Drysdale. Es un médico encantador —dijo Paula al llegar a su casa, entrando precipitadamente y haciendo ademán de cerrar la puerta.


Pedro metió el pie en la ranura.


—No vayas tan deprisa —gruñó.


—Si no te importa, tengo que atender a Dante —dijo ella, cruzándose de brazos para hacer fuerza con el hombro sobre la puerta.


—Claro que me importa —dijo él con gesto amenazador.


Pedro, es tarde. ¿No puedes esperar a mañana?


—¡No! —estaba harto de ceder. A partir de entonces, las cosas se harían a su manera. Empujó la puerta hasta que Paula se apartó—. ¿Vas a quedarte en casa mañana?


—No puedo. Estoy en medio de… —Paula dejó la Frase en el aire. Luego tomó aire y se pasó los dedos por el cabello—. Tengo que pensar qué hacer. Puede que contrate a una enfermera.


—¿Y dejar al niño con una desconocida? —Pedro sintió que la rabia que había logrado contener en los días precedentes emergía a la superficie.


—Buscaré a alguien con buenas referencias.


—No tienes por qué.


El temor nubló la mirada de Paula.


—¿Qué quieres decir?


—¡Me mentiste al decir que te tomarías tiempo libre en el trabajo!


—No te prometí nada.


—Me mentiste por omisión. Sabes que creí que ibas a hacerlo. ¿Cómo le atreves a llevar a Dante a una guardería sin mi permiso? ¡Recuerda que compartimos su custodia y que puedo pedir que te la retiren!


Paula lo miró aterrada.


—No puedes hacer eso.


—Claro que sí. Y lo haré si persistes en tu actitud. Aquí lo único que importa es el bienestar de Dante.


—Todo lo que hago es por su bien.


—No es cierto. Sólo te preocupas por tus propios intereses, por esa maldita carrera profesional que tanto te importa.


Paula palideció.


—Pero yo…


Pedro no estaba dispuesto a dejarse engañar por su aparente fragilidad.


—No hay nada peor que una mujer ambiciosa capaz de todo por conseguir lo que quiere.


Una constelación de pecas que Pedro nunca había observado destacó contra la palidez del rostro de Paula.


—Jamás pondría en peligro a Dante por mi carrera…


—¿Jamás? ¿Por eso lo llevas a una guardería en la que puede enfermar y en la que Sonia nunca lo habría dejado?


Paula dio un paso atrás.


—La propia Sonia lo apuntó. No he hecho nada que ella no hubiera aprobado.


Pedro vaciló por una fracción de segundo, pero Dante era su hijo y ya nunca estaría tranquilo dejándolo en manos de Paula.


—¿Por qué demonios no me has llamado? —preguntó, fuera de sí.


Eso era lo que más lo enfurecía. Dante era su hijo. Lo que no había sido más que un favor a un amigo se había convertido en lo más importante de su vida. Y Paula era tan testaruda y orgullosa que prefería arriesgar su salud a contar con él.


—Porque me lo habrías quitado —dijo ella con ojos centelleantes.


—¡Maldita…! —Pedro se contuvo al ver que Paula cerraba los ojos asustada. Dio un paso atrás y dominó la ira que lo sacudía de pies a cabeza—. Esto ha ido demasiado lejos. Me llevo a Dante.


—¡No! —gimió Paula—. ¡No puedes!


—Ya verás como sí.


Paula alzó la barbilla, retadora.


—No, Miguel y Sonia querían que compartiéramos la custodia, así que sólo veo una solución.


—¿Cuál?


—Que yo también vaya a vivir contigo.


Pedro la miró con incredulidad. Tras un tenso silencio, dijo:

—De acuerdo. Puedes venir.