viernes, 5 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 15



Pedro se quedó sentado en la camioneta con el motor encendido, agarrando el volante con fuerza e intentando calmar su corazón. ¿Qué era lo que acababa de ocurrir? Era consciente de que Paula había estado bebiendo y de que él había estado calentándola en la pista de baile, pero no había esperado que se lanzase a sus brazos así. Y cuando lo había besado… Había sido increíble. Jamás había conectado tan bien con una mujer. Tanto física como emocionalmente. Por eso le había costado mucho decirle que no. Y había estado a punto de volver después.


Si hubiese estado sobria habría aceptado su invitación sin dudarlo y en esos momentos estaría en su cama, pero, por suerte, había bebido. Eso le había servido de excusa para no continuar.


¿En qué había estado pensando? ¿De verdad había pensado que tener una aventura con Paula podía ser buena idea? No tenía tiempo para algo así. No tenía tiempo para ella, ni para nadie. Tenía una misión: desenmascarar a Rafael Cameron, y no podía distraerse.


Aunque Paula habría sido una distracción muy estimulante. Y había estado en lo cierto al pensar que debajo de aquel traje de chaqueta había una mujer apasionada y salvaje deseando liberarse. Pero debía mantenerse alejado de ella, por el bien de ambos.


Al día siguiente la llevaría al trabajo y, después de eso, su relación sería estrictamente profesional.


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Paula se despertó a la mañana siguiente con una horrible resaca, pero, sobre todo, avergonzada por su comportamiento del día anterior.


¿Cómo podía haber bebido tanto?


Y todavía peor que la humillación era tener que reconocer que se había divertido mucho. Charlando y bailando. Y coqueteando. No recordaba la última vez que había estado tan relajada, haciendo algo que no fuese trabajar. No podía olvidar cómo había bailado con Pedro, ni la suavidad de sus labios ni la fuerza de su erección.


Si no hubiese sido tan caballeroso y no hubiese echado él el freno, habría terminado acostándose con él. Y lo tendría allí tumbado en esos momentos, adormilado, despeinado…


Intentó apartar la imagen de su mente y le dolió más la cabeza.


Salió de la cama y fue a la cocina, donde se tomó tres pastillas y un vaso de agua fría. En el baño se asustó al ver su reflejo en el espejo. Menos mal que Pedro no estaba allí para verla, porque daba miedo.


Se duchó, se lavó los dientes y se vistió para ir a trabajar con sus pantalones vaqueros favoritos y una camisa de algodón. Los fines de semana siempre iba mucho más informal que durante la semana. Se secó el pelo y se lo recogió en una cola de caballo, se pinto los ojos y los labios. Y estaba pensando si poner la cafetera cuando llamaron a la puerta. No tenía ni idea de quién podía ser, dado que no solía tener visitas los sábados a las nueve y media de la mañana.


¿A quién pretendía engañar? Nunca iba nadie a verla. Últimamente no había tenido tiempo para amigos.


Abrió la puerta y se encontró con Pedro al otro lado.


–Buenos días –la saludó este sonriendo.


Iba vestido como el día anterior, con vaqueros, camisa y botas, pero había añadido un sombrero de cowboy al conjunto. Y estaba muy guapo.


Llevaba en las manos dos vasos de café de la cafetería favorita de Paula y cuando el aroma le llegó a la nariz no pudo evitar que la boca se le hiciese agua.


No se molestó en preguntarle qué hacía allí, dio por hecho que, después de lo sucedido la noche anterior, debía de pensar que estaban saliendo juntos. Le gustó que le hubiese llevado café, pero tendría que dejarle las cosas bien claras y decirle que lo de la noche anterior había sido un error que no volvería a repetirse.


Química sexual aparte, no estaban hechos el uno para el otro.


¿Por qué, entonces, tenía el corazón acelerado? ¿Por qué no podía dejar de mirarle los labios?


–¿No vas a invitarme a entrar?


Por norma, Paula no invitaba a nadie a su casa. En especial, a clientes, porque siempre intentaba guardar las apariencias lo máximo posible.


Pero de todas las personas que conocía, Pedro debía de ser una de las que menos importancia daba a las apariencias. Además, le estaba sonriendo de manera muy sexy y el café olía estupendamente. No podía decirle que no. Así podrían hablar de lo de la noche anterior y establecer límites.


Se apartó y se preguntó qué estaría pensando Pedro mientras miraba a su alrededor. Qué le parecerían los muebles de segunda mano y la moqueta roída. No era un apartamento fuera de lo normal, pero el alquiler era asequible y la zona, tranquila, y tal vez los muebles fuesen viejos, pero eran suyos.


–Muy acogedor –comentó Pedro.


–Quieres decir que es pequeño –replicó ella, cerrando la puerta.


Él se giró a mirarla.


–No, quiero decir acogedor. Me gusta. Me gusta que no se parezca en nada a tu imagen profesional.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 14

 


Paula suspiró al notar los labios de Pedro en los suyos, besándola despacio, con ternura. Su barba le hizo cosquillas. Era la primera vez que besaba a un hombre que no estuviese afeitado, pero le gustó. De hecho, era el mejor beso que le habían dado. Con diferencia. Y eso que no había hecho más que empezar.


Pedro llevó una de las manos a su rostro y luego la enterró en su pelo antes de besarla más profundamente. Ella gimió al notar que le metía la lengua en la boca. Solo podía pensar en que quería más. Era tan maravilloso que no quería que terminase nunca.


Notó que la apretaba contra su cuerpo y cuando se dio cuenta de que estaba excitado, sintió calor por todo el cuerpo. Y tardó solo dos segundos en decidir que aquel beso tampoco iba a ser suficiente. Quería acariciarlo, sentirlo.


Quería acostarse con él. Quería notar el peso de su cuerpo apretándola contra el colchón mientras se movía en su interior.


No podía desearlo más.


Le sacó la camiseta de la cinturilla de los pantalones y metió las manos por debajo para apoyarlas en su estómago, y él gimió contra su boca. Todavía no había visto su cuerpo, pero estaba segura de que era perfecto. Empezó a retroceder, haciéndolo entrar en su apartamento, pero Pedro se detuvo de repente y rompió el beso.


–Paula, no puedo.


¿Cómo era posible? ¿No la deseaba? Pues la estaba besando como si la desease.


–No pienses que es porque no te deseo –le dijo él–. Te deseo más de lo que puedas imaginar, pero has bebido más de la cuenta. Me sentiría como si me estuviese aprovechando de ti.


«Aprovéchate de mí, por favor», quiso decirle ella, pero tenía razón. Había bebido demasiado. Y era probable que el alcohol le estuviese nublando el juicio.


¿Cómo que era probable? Claro que tenía nublado el juicio. Estaba invitando a un cliente a entrar en su apartamento con la intención de acostarse con él. Un hombre que no cumplía ni uno solo de los requisitos que, para ella, debía tener un hombre para salir con él. Aunque no tenía intención de salir con él.


Solo quería tener sexo con él.


–Tienes razón –admitió, retrocediendo y apartándose de él, agarrándose al marco de la puerta para poder guardar el equilibrio–. No sé qué estaba pensando.


–Si te sirve de consuelo, yo estaba pensando exactamente lo mismo.


Eso hizo que Paula se sintiese todavía peor.


–Gracias por haberme convencido para que saliese contigo esta noche –le dijo–. Me lo he pasado muy bien.


–Yo también.


–Espero que podamos ser amigos. Podríamos repetirlo algún día.


Pero sin el beso. Y con menos alcohol.


–Me encantaría.


Paula pensó que si no cerraba la puerta pronto, corría el riesgo de volver a lanzarse a sus brazos.


Él debió de pensar lo mismo, porque le dijo:

–Tengo que marcharme.


–Gracias por la cena, y el vino, y por haberme enseñado a bailar.


–De nada. Gracias a ti por haberme hecho compañía.


La miró como si fuese a volver a besarla. De hecho, dio un paso hacia ella, pero algo en su mirada debió de advertirle lo que ocurriría si lo hacía, porque se dio la vuelta y desapareció por el pasillo.


Cuando oyó el motor de la camioneta arrancando, Paula cerró la puerta y entró en casa.


Había estado a punto de cometer un enorme error. Había cruzado una línea que se había prometido que jamás cruzaría. Por suerte, Pedro había echado el freno, pero ¿por qué en vez de sentirse aliviada se sentía tan mal?



APARIENCIAS: CAPÍTULO 13

 


Paula miró el reloj que había encima de la barra y vio sorprendida que eran casi las doce de la noche, pero lo estaba pasando tan bien que no le apetecía marcharse. Aunque, si la llevaba a casa, tal vez le diese un beso de buenas noches. Sabía que no debía permitírselo. Lo suyo no tenía futuro, pero solo la idea hizo que le temblasen las rodillas.


Se puso los zapatos y la chaqueta y salieron al aparcamiento. Iba tan inestable con los tacones por la gravilla que Pedro tuvo que sujetarla.


–Tengo el coche en el despacho –le contó.


–Sí, pero no estás en condiciones de conducir.


–¿Y cómo iré a trabajar mañana?


–Me pasaré por tu casa por la mañana y te llevaré.


Aquella parecía la solución perfecta, porque, de ese modo, tendría que volver a verlo. Quizás él también quisiese volver a verla.


La ayudó a subir a la camioneta y luego dio la vuelta para sentarse al volante.


–¿Adónde vamos?


Ella le dio la dirección de su apartamento y, por el camino, pensó en lo raro que era que se sintiese tan a gusto en su compañía, teniendo en cuenta que solo se habían conocido unas horas antes. Normalmente le costaba acercarse a la gente y bajar la guardia. Le costaba confiar. Era una persona reservada por naturaleza, pero esa noche le había contado a Pedro cosas que no había compartido ni con sus mejores amigos. Incluso su secretaria, que llevaba trabajando para ella desde que había montado la empresa, no sabía nada de su niñez. Tal vez se había sentido cómoda confiando en Pedro porque él también había tenido un pasado complicado.


–Estás demasiado callada –le dijo este–. ¿Todo bien?


–Sí. La verdad es que me siento bien. De hecho, hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien. Me he divertido mucho esta noche.


–Yo también.


Al llegar a su casa, Pedro aparcó delante del edificio y salió a abrirle la puerta. Al bajar, Paula estuvo a punto de perder el equilibrio.


–¡Cuidado! –le dijo él, sujetándola del brazo–. ¿Estás bien?


–Creo que estoy un poco más contenta de lo que pensaba –respondió ella, aferrándose a su brazo y sintiendo su músculo duro y su calor.


No pudo evitar preguntarse cómo sería el resto de su cuerpo. Y cómo reaccionaría Pedro si intentaba averiguarlo.


Llegaron a su puerta y Pedro le quitó las llaves de la mano para abrirla, luego, se volvió hacia ella.


–Lo he pasado muy bien esta noche.


–Yo también.


«Ahora, bésame y hazme feliz».


–Gracias por hacerme compañía.


–De nada.


«Venga. Bésame», siguió pensando Paula.


Lo vio inclinar la cabeza y levantó la barbilla. Cerró los ojos y contuvo la respiración mientras esperaba a notar sus labios. ¿Le daría un beso lento y dulce, o apasionado y salvaje? ¿Tendría los labios tan suaves como parecían? ¿A qué sabrían?


Notó su aliento en la boca, el olor a limpio de su aftershave, y notó la caricia de sus labios… ¿en la mejilla?


Pedro estuvo así un par de segundos y luego se apartó, pero después de haber pasado toda la noche en un perpetuo estado de excitación, Paula supo que no iba a poder conformarse con tan poco.


Olvidándose por completo de su sentido común, lo agarró por el cuello y le hizo bajar la cabeza para darle un beso en los labios.