domingo, 17 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 2




Una hora después, Paula estaba sentada en la enorme mesa del salón de la mansión de los Chaves.


Sentía aún cierta desazón tras su encuentro anterior con Pedro Alfonso. ¿Por qué había actuado de esa manera tan brusca con él? Hacía sólo un mes que había roto con Mikolaus Kutras, con el que había tenido la peor relación sentimental de su vida. No estaba preparada para abordar una nueva.


No estaba en su mejor momento, pero, aquella noche, no parecía ser la única. Se suponía que estaban allí para celebrar el cumpleaños de Elena Chaves. Viuda desde hacía casi un año, Elena había pedido a todos sus hijos que acudieran esa noche, y la había incluido a ella en la invitación. Siempre se había llevado muy bien con su tía. 


Cuando estaba en los Estados Unidos y su madre estaba en Italia, o terminando un rodaje en algún lugar del planeta, sabía que podía contar con su tía para todo.


Elena lucía habitualmente una amplia sonrisa, pero esa noche apenas era una sombra de sí misma. Y el resto de la familia tampoco parecía estar mucho más alegre. Baltazar, presidente ejecutivo de las Joyerías Chaves, mostraba una evidente expresión de preocupación. Teo, que había sido un hombre feliz y comprometido con su trabajo antes de ir a Bagdad como cirujano con la International Medical Corps, había vuelto totalmente cambiado. Ya no era el mismo hombre optimista y lleno de ilusiones, sino alguien desencantado y lleno de amargura.
Al lado de Teo, estaba sentada Pamela, que miraba constantemente de reojo a su hermano Baltazar. ¿Qué se traerían entre manos? Pamela había sido siempre muy poco femenina. Como gemóloga, a la vez que geóloga, hacía frecuentes viajes a África y a América del Sur para descubrir las bellezas ocultas de sus subsuelos.
Patricia, su hermana gemela, era más dulce y refinada. Diseñaba las joyas que se vendían en la cadena de tiendas de los Chaves y había vendido piezas de gran valor a miembros de la realeza europea, a estrellas del mundo del cine y a personajes relevantes de la alta sociedad.
Camilo, el menor de los Chaves, estaba sentado a la derecha de Paula. Tenía sólo veintiún años y debía regresar en un par de semanas a la Universidad Metodista del Sur. Camilo era muy sociable, pero esa noche apenas había pronunciado dos palabras. Él y su madre no habían cruzado una sola mirada en toda la noche.


Aquella noche, había un silencio inquietante en aquella mesa.


Tratando de romper la tensión, Paula probó un trozo de su tiramisú y se dirigió sonriente a Elena.


—El postre está exquisito.


—Sí, ciertamente —dijo Baltazar apoyando sus palabras—. Quisiera expresar mis mejores deseos para nuestra madre en este día de su cumpleaños.


Paula se sintió finalmente algo aliviada al ver cómo volvía a fluir de nuevo la conversación.


Pero enseguida la voz de Baltazar cobró un nuevo tono, esta vez frío y duro como una roca.


—He tratado de demorar todo lo posible el deciros algo que muy probablemente todos ya sabéis. Las Joyerías Chaves están atravesando una situación muy delicada. Con la recesión económica que estamos viviendo, nuestras ventas han caído drásticamente. Todos nuestros clientes, incluso los más adinerados, están recortando sus pedidos e incluso cancelando algunos previos. Y, en cuanto al público en general… Tenemos en nuestras tiendas a mucha gente mirando, pero muy pocos compran.


—¿Esta situación afecta sólo a las tiendas de Estados Unidos? —preguntó Elena.


—Las tiendas que gestiona Jose en Italia mantienen de momento su actividad, pero no abrigo muchas esperanzas de que sigan así por mucho tiempo.


Paula estaba muy orgullosa de su padre, aunque no había pasado demasiado tiempo con él cuando era pequeña. Ahora mantenían una estrecha relación y ella había disfrutado mucho yendo con él por Florencia, Roma y Milán a admirar las maravillosas piezas que se exponían en sus joyerías de lujo.


—Con la competencia existente actualmente en el mercado —prosiguió Baltazar—, nuestra firma ya no es tan importante y prestigiosa como antes. Necesitamos hacer algo y hacerlo ahora mismo.


—Por Dios santo, Baltazar, ¿tan mal están las cosas? —dijo Elena con tono de desolación.


La expresión de Baltazar se tornó sombría. Paula sabía bien que a su primo no le gustaba que se pusieran en tela de juicio sus afirmaciones.


—Más que mal. Ésa es la razón por la que me he decidido a hablaros de ello esta noche. Tras la muerte de papá, yo me hice cargo del negocio y descubrí en seguida que no era tan solvente como todos pensábamos. He llevado a cabo auditorías en todas las tiendas de la cadena y las conclusiones son las mismas. Si esto continúa así, nos veremos obligados a cerrar Atlanta, Houston y quién sabe si también Los Ángeles. Nuestro buque insignia aquí en Dallas necesita también un impulso, así que vamos a lanzar una fuerte campaña publicitaria a fin de recuperar el prestigio de nuestra firma.


Baltazar miró fijamente a Pamela por unos segundos y luego fue recorriendo con la mirada a cada uno de los asistentes. Paula se preguntó si no habría discutido ya el asunto previamente con su hermana.


—He desarrollado una campaña global —prosiguió él—, basada en el descubrimiento del diamante Santa Magdalena.


—¡El Santa Magdalena lleva perdido desde 1800! —objetó Patricia.


—En efecto —confirmó Baltazar.


—Los cazadores de tesoros encontraron hace unos seis meses el barco que se hundió llevando supuestamente el diamante —prosiguió Patricia—. Seguí con mucho interés el caso y no se encontró rastro de ninguna joya.


Paula sabía que Patrcia estaba siempre a la caza de cualquier suceso que pudiese aportar cualquier idea a sus diseños.


—Así es —dijo Baltazar muy sereno—. Por eso, los rumores de que los supervivientes de la tripulación lo robaron han vuelto a resurgir.


—¿No era el padre de Gavin Foley uno de los miembros de la tripulación? —preguntó Teo.


Paula esperó a escuchar una exclamación unánime de desaprobación en la mesa. El nombre de Foley no se pronunciaba nunca en aquella casa cuando los Chaves estaban reunidos.


Pamela se encargó de responder a Teo.


—Sí, el rumor que corrió fue que Elwin Foley se hizo con el diamante. Y tenemos buenas razones para pensar que el rumor es cierto.


Paula estaba al tanto de la disputa existente desde hacía mucho tiempo entre los Foley y los Chaves. Se había iniciado cuando el abuelo de Baltazar, Harry Chaves, había ganado a Gavin Foley en una partida de póker la propiedad de unas minas de plata abandonadas. Por lo que tenía entendido, Gavin había sido un jugador más que un trabajador. Las cinco minas que su padre había abierto nunca habían producido un solo gramo de plata, y eso que su padre se había matado a trabajar tratando de encontrarla. Gavin había decidido que él no llevaría nunca una vida tan desgraciada.


Tampoco llegó a pensar nunca que tendría la mala fortuna de perderlas en una partida de póker. El alcohol y la adrenalina le llevaron a ponerlas sobre la mesa de juego y Harry Chaves, el abuelo de Baltazar, sacó buen provecho de ello. Después, Gavin difundió la idea de que Harry le había hecho trampas.


Y así había empezado la rivalidad entre las dos familias.


En aquel entonces, todos pensaban que las minas carecían de valor, pero Harry Chaves trabajó duro, excavando profundamente, hasta encontrar la plata. Y así llegó a hacerse rico. Los Foley, incluida toda la descendencia, odiaron a partir de entonces a los Chaves.


—Nuestra familia trató por todos los medios de poner fin a la disputa —dijo Elena—. Devon otorgó a Rex el usufructo de la propiedad de las tierras.


De lo que Paula había oído en sus visitas a la mansión cuando era pequeña, sabía que su tía había sido parte activa también de aquella disputa. Supuestamente, tanto Rex Foley como Devon Chaves la habían estado cortejando a la vez. Y Devon, el padre de Baltazar, había vuelto a ser el ganador. Aquel triángulo amoroso había contribuido a fomentar aún más la tensión entre las dos familias.


—Tu padre intentó apaciguar a los Foley —insistió Elena.


—Estoy convencido de que Travis Foley, que es quien vive allí ahora —observó Teo con sarcasmo—, se despierta cada mañana maldiciendo a los Chaves porque la tierra que pisa no le pertenece.


—Puede ser —admitió Baltazar fríamente—, pero los Chaves tenemos aún los derechos sobre los minerales y tenemos buenas razones para creer que el diamante Santa Magdalena está escondido en una de esas minas.


—¡Estás bromeando! —exclamó Patricia—. ¿Qué te lleva a pensar eso?


—Estuve examinando los documentos privados de papá tratando de hallar alguna idea para sacar a flote nuestro negocio, y estudiando las escrituras de la propiedad me di cuenta de que allí estaba la clave para dar con el paradero del diamante Santa Magdalena.


—¿Y nadie se ha dado cuenta en todos estos años? —replicó Teo con escepticismo.


—En las escrituras hay algo en lo que nadie parece haber reparado hasta ahora —comenzó explicando Baltazar—. Hay unos símbolos, una especie de petroglifos. Uno de ellos es un águila con las garras en forma de diamante. Estaban muy desdibujados, de modo que los envié a un experto. Tras el análisis, llegó a la conclusión de que los símbolos fueron
grabados después de fijar las escrituras. De adolescente, exploré las minas en persona para ver qué había en ellas, y creo que el águila es la clave para encontrar el diamante.


—Cada una de las minas tienen un petroglifo grabado en una roca a la entrada de la mina: una tortuga, un lagarto, un árbol, un arco y un águila —explicó Pamela—. Creemos que el padre de Gavin escondió el diamante en la mina del águila. Dado que él fue quien robó el diamante, no podía venderlo fácilmente. No en vano, pasa por ser el diamante ámbar más grande del mundo. Cualquiera lo habría reconocido. ¿Qué otra cosa podía hacer sino ocultarlo en alguna parte hasta encontrar la forma de hacer una fortuna con él? Por otra parte, sabía lo peligroso que era el trabajo en las minas, de forma que dibujó los símbolos en la escritura para que su esposa o su hijo pudieran descubrirlos cuando él ya no estuviese.


—Admito que se trata sólo de una conjetura, pero es una conjetura que podría reportarnos muchos beneficios. Estoy adquiriendo todos los diamantes ámbar que puedo. Creo que se revalorizarán extraordinaria-mente en cuanto encontremos el diamante Santa Magdalena. La repercusión mediática del hallazgo será enorme. Tendremos nuestras tiendas preparadas para servir toda una gama de productos de diamantes ámbar. Patricia puede ir trabajando sobre esta idea. Mientras tanto, me gustaría poner en marcha una nueva campaña publicitaria en toda nuestra cadena de tiendas —Baltazar dirigió en ese momento su mirada hacia Paula—. Paula está de acuerdo en liderar esta campaña y todos nos sentimos felices de tenerla entre nosotros. Es tan conocida como Paris Hilton, pero desde que pasa tanto tiempo en Europa, la prensa americana parece haberse olvidado un poco de ella. Hará una larga gira por todos los Estados para promocionar la campaña. Empezaremos por la apariencia de nuestras tiendas, promoviendo nuestra atención a los clientes, dejando que los clientes preferentes envíen sus sugerencias por correo electrónico a Paula, y dejando que ella concierte algunas entrevistas personales con los que considere de mayor interés. Patricia, mientras tanto, puede comenzar a trabajar en el diseño de los diamantes ámbar y Paula confeccionará un catálogo de todos sus diseños. Queremos que todos nuestros clientes salgan de nuestras tiendas habiendo comprado algo. Nada de técnicas agresivas de venta, hay que hacer que nuestros clientes se sientan tan especiales que ellos mismos se muestren deseosos de comprar nuestros productos. Estoy considerando la idea de lanzar la iniciativa de un desayuno con los Chaves, croissants y café expréss, así como la de champán y entremeses algunas tardes. Todo forma parte del esfuerzo que debemos hacer entre todos para sacar a flote el negocio de la familia.


Paula analizó por unos instantes las ideas de Baltazar. Le gustaban todas ellas y algunas incluso le parecían divertidas. 


Aunque la mayor parte de su armario era de diseñadores europeos, algunos de sus modelos eran americanos. De hecho, una de sus diseñadoras habituales vivía en Houston. Llamaría a Tara Grantley esa noche para ver cuándo podían verse.


¿Le acompañaría Pedro a Houston adonde vivía Grantley? 


Sintió una extraña desazón al pensarlo.


Baltazar estaba a punto de incorporarse cuando su madre se levantó de la mesa antes de que él lo hiciera.


—Quédate donde estás, Baltazar. Tengo algo que decir a la familia.


Camilo, al lado de Paula, se arrellanó en su asiento, poniéndose muy tenso, apartando a un lado el plato del postre y comenzando a mover nervioso las piernas por debajo de la mesa. Sin duda, había ocurrido algo entre Camilo y su madre, pero ¿qué?


—No voy a robaros mucho tiempo —comenzó diciendo Elena—, pero hay algo importante que necesito deciros. Cuando el año pasado me comunicaron que tenía un cáncer de mama, me replanteé muchos aspectos de mi vida. Tengo algunas cosas de las que arrepentirme. Ahora que no está vuestro padre, me siento en condiciones de revelaros un secreto que he mantenido durante muchos años. He pensado bien a quién podía beneficiar y a quién perjudicar esta revelación. Pero finalmente he decidido que no puedo guardarlo por más tiempo. He hablado ya del asunto con Camilo porque es a él a quien más afecta. No me resulta fácil decirlo, así que trataré de explicarlo en pocas palabras. 
Hace veintidós años, durante una época no precisamente muy feliz de mi matrimonio, mantuve una relación con Rex Foley. Camilo es el fruto de ella. Vuestro hermano no es un Chaves, es un Foley.


Paula observó como el estupor y luego el dolor se adueñaban sucesivamente de los rostros de todos los asistentes. Camilo agachó la cabeza, como esperando el rechazo de todos sus hermanos y hermanas. Patricia, Pamela y Teo lo miraron perplejos, como si no pudiesen entender que uno de los suyos pudiera ser un Foley. Y Baltazar… Baltazar miraba a su madre con una expresión de ira como nunca antes le había visto Paula. Algo había estallado de repente esa noche en el seno de aquella familia y ella no se sentía a gusto formando parte de ella. Ella no era uno de los hijos de Elena. No podía ayudarles a resolver sus problemas internos. No hasta que no hubieran digerido la noticia.


Paula se acercó a Camilo y le tomó la mano.


—Todo va a salir bien.


Sabía que aquellas palabras no le iban a servir de ninguna ayuda, pero las dijo de todos modos.


—Nada volverá a ser como antes —dijo él mirándola a los ojos.


Paula se levantó entonces de la mesa y puso la mano sobre el hombro de Camilo. Luego hizo lo propio con Patricia, con Pamela y con Teo, pero se detuvo un instante al llegar a donde estaba Baltazar, sentado muy arrogante en su silla.


Apoyó finalmente la mano sobre su hombro, inclinándose un poco hacia él.


—Llámame —le dijo.


Sabía que tenía que llamarla, tenía que ultimar los detalles de la primera fase del plan que él mismo había marcado. Quizá entonces le diría lo que pensaba sobre lo que
acababa de suceder, pero no albergaba demasiadas esperanzas. Baltazar era un mundo en sí mismo.


Cuando llegó a la altura de Elena, advirtió que sus ojos estaban llenos de lágrimas. Se inclinó para darle un abrazo.


—Quería que tú también lo supieras —le susurró su tía.


—Te lo agradezco, tía, pero creo que esto es algo privado de la familia. Me vuelvo al hotel.


Cuando salió del salón, se hizo un profundo silencio. Se preguntó quién sería el primero en romperlo. Y se preguntó también si alguno de ellos se daría cuenta de que tenían una ocasión de oro para poner fin de una vez por todas a la disputa con los Foley.


En cualquier caso, sentía la necesidad de salir de allí y refugiarse en la tranquila suite del hotel, para olvidar todas las tensiones, no sólo de esa noche, sino de los meses pasados. Nadie allí sabía la verdadera historia de lo que realmente había sucedido en aquel club de Londres un mes antes. Nadie conocía la verdadera historia de su relación con Miko Kutras.








ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 1





LA puerta de la biblioteca de la mansión de los Chaves se abrió de repente, irrumpiendo en la estancia una hermosísima mujer de cabello largo y rubio: Paula Chaves. Su rostro aparecía con asiduidad en las portadas de las revistas de moda y en las páginas de la prensa sensacionalista.


Sin poder evitarlo, Pedro Alfonso se quedó por un momento sin respiración, deslumbrado por su belleza. No quería ser el protector de una modelo de la alta sociedad que representaba el paradigma de la niña criada en medio del lujo y la opulencia. Pero, en su calidad de responsable de seguridad de las Joyerías Chaves, no le quedaba otra elección. Y menos aún cuando Baltazar Chaves le había pedido personalmente ese favor.


Paula, con aquel ajustado vestido azul y aquellos zapatos de tacón de aguja, podía dejar sin respiración a cualquier hombre. Pero no a él. A él no le iban las divas.


—Siento llegar tarde —dijo ella con una sonrisa que contribuyó a acentuar aún más su belleza.


Sus miradas se cruzaron durante unos segundos. Pedro se sintió como transportado a otro mundo.


—Mi… Mi vuelo sufrió un retraso —se excusó ella, con la mirada aún fija en la suya—. Vine todo lo deprisa que pude.


Se detuvo al observar que él ni sonreía ni hacía la menor intención de acercarse a saludarla.


Si esperaba que él cayera rendido a sus pies, iba lista.


—Señorita Chaves, soy su guardaespaldas. Comenzaré mi servicio esta noche, cuando vuelva usted a Sky Towers. Baltazar me aseguró que un chófer de la familia la acercará al hotel después de la cena de cumpleaños de la madre de Baltazar. Me reuniré allí con usted y estaré a su lado durante toda la semana.


Paula alzó arrogante su pequeña y bien dibujada barbilla.


—El placer es mío, señor Alfonso. Me gustaría decirle, antes de nada, que no considero que necesite tener ningún guardaespaldas. Todo ha sido idea de Baltazar, no mía.


Pedro no dio un solo paso hacia ella. Sabía que tenía que marcar desde el principio una infranqueable frontera entre ambos.


—¿No necesita un guardaespaldas? —preguntó él muy sereno—. Pues tengo entendido que se produjo cierto desagradable incidente a su llegada al aeropuerto.


Baltazar le había puesto al corriente del suceso. Había tenido que resolver un problema de seguridad en Houston y no había podido estar allí antes. Al menos, había conseguido llegar justo a tiempo para reunirse con Paula antes de la celebración del cumpleaños de Elena Chaves.


—Los paparazzi consiguieron enterarse de mi llegada, pero me las arreglé para darles esquinazo —dijo Paula con cierto rubor en las mejillas.


—No sólo fueron los paparazzi. Había una multitud esperándola, llegaron incluso a impedir la salida de la limusina. Señorita Chaves, hay dos cosas que debe aprender mientras esté bajo mi protección. Una, que debe ser siempre sincera conmigo. Dos, que no debe correr riesgos innecesarios. ¿Entendido?


—¿Entendido? —repitió Paula desafiante, echando chispas por sus ojos dorados—. Creo que fue usted agente del Servicio Secreto. Y muy bueno, según tengo entendido. Eso es genial, es encomiable. Pero no voy a dejar que me diga lo que puedo y lo que no puedo hacer. ¿Entendido?


Tenía delante de él a una mujer bellísima y luchadora, no cabía duda. Pero iba a tener que ignorarlo si quería tener la situación bajo control.


—Mi trabajo es mantenerla a salvo.


—Muy bien, limítese entonces a cumplir con su trabajo. Como portavoz de Joyerías Chaves, tengo que hacer todo lo que Baltazar me encargue, y eso conlleva relacionarme con mucha gente. También tengo algunos compromisos propios, y no siempre puedo predecir como resultarán.


—¿Como aquel tipo que la estuvo acosando el año pasado?
Paula palideció. Pero se recuperó enseguida y esbozó una sonrisa.


—Nadie ha vuelto a acosarme últimamente, no se preocupe por eso. Usted sólo tiene que protegerme durante unas pocas semanas. Iré a Italia unas cuantas semanas a finales de agosto. Cuando vuelva, Baltazar ya habrá buscado a otra persona y usted podrá volver a su trabajo de seguridad en las tiendas.


—Mientras tanto, tenemos que trabajar juntos.


—No, señor Alfonso. Usted sólo tiene que limitarse a evitar que me acosen mis fans.


Pedro recordó entonces una imagen de Paula publicada el mes anterior en un periódico sensacionalista. Un paparazzi le había sacado una foto bailando en un club de Londres. 


Una foto que valía su peso en oro. Se le habían aflojado los tirantes y se le había caído la parte de arriba de su elegante vestido.


¿Había sido un simple accidente o habría sido todo un estudiado montaje publicitario?


Un súbito rubor cubrió las mejillas de Paula, y Pedro supuso que ella estaba recordando también aquel incidente. De forma brusca, Paula se dio la vuelta con la intención de salir de la estancia.


—Señorita Chaves… —dijo él sorprendido.


—Ya hablaremos más tarde, no quiero hacer esperar a mi tía el día de su cumpleaños.


Y, dicho eso, Paula Chaves desapareció de la estancia.


—Muy bien —murmuró entre dientes Pedro, pasándose la mano por su pelo moreno cortado al estilo militar.


Paula Chaves le iba a dar más problemas de los que se había imaginado. Pero sabría manejarla.


¿Acaso no había trabajado como miembro de seguridad al servicio del presidente de Estados Unidos?










ANTE LAS CAMARAS: SINOPSIS






La supermodelo Paula Chaves necesitaba tomarse un descanso. El trabajo de su guardaespaldas, Pedro Alfonso, era precisamente ése, garantizar su seguridad durante el tiempo que pasara en Dallas. 


Pero ella no iba a encontrar la paz y la tranquilidad que buscaba, porque nadie antes había hecho latir su corazón tan deprisa como lo hacía Pedro.


En Paula, Pedro descubrió a una mujer con tantas facetas como los diamantes que ella promocionaba. Sin embargo, no le gustaba mezclar el trabajo con el placer, especialmente con los paparazzi siempre al acecho. 


¿Acabaría por bajar la guardia para dejar que Paula entrara en su corazón?