lunes, 19 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 20

 


En lugar de ofenderse, Pedro se echó a reír, lo cual desconcertó a Paula.


–¿Te resulta divertido? –le preguntó.


–Lo que me resulta divertido es que me lo digas a la cara. ¿Alguna vez te callas lo que piensas?


–A veces –como por ejemplo cuando no le había dicho que aquellos pantalones de lino gris le marcaban el trasero maravillosamente o que la camisa blanca hacía resaltar su piel bronceada. Tampoco le había mencionado que le daban ganas de acariciar esa ligera sombra de barba que tenía en la cara, o que cada vez que lo veía sonreír, sentía el deseo de… no importaba–. De niña, siempre que expresaba una idea, mi padre la echaba por tierra y hacía que me sintiera muy tonta. Y yo no soy tonta. Tardé un tiempo en llegar a esa conclusión. Ahora digo lo que pienso y no me preocupa lo que piense la gente porque la mayoría no me importa lo más mínimo. En lo que se refiere a mi valía como persona, la única opinión que me importa es la mía. Me ha costado bastante llegar a verlo así, pero la verdad es que estoy bastante satisfecha conmigo misma. Mi vida no es perfecta, por supuesto, y sigue preocupándome equivocarme, pero sé que soy una persona inteligente, así que, si cometo un error, aprenderé de ello.


–¿Entonces qué vas a hacer? –le preguntó él–. Con mi padre, quiero decir. Si se niega a ir contra sus principios.


–Espero que, si pasamos más tiempo juntos, pueda estar segura de que lo que estoy haciendo está bien.


–Tú misma lo has dicho, eres muy mujer muy hermosa y parece que mi padre está loco por ti, así que estoy seguro de que no te costaría mucho convencerlo para que dejara a un lado sus principios.


¿De verdad le estaba sugiriendo que sedujera a Gabriel? ¿Y por qué sentía escalofríos al oírle decir que era hermosa? Había escuchado aquellas palabras en boca de tantos hombres, que casi habían perdido el significado. Pero, ¿por qué era distinto con él? ¿Por qué le importaba lo que pensara de ella?


–Yo jamás haría eso –declaró con firmeza–. Respeto demasiado a tu padre.


Paula aprovechó una pequeña interrupción de Mia para poner fin a aquella charla tan extraña y tan poco apropiada. Daba igual lo que dijese o hiciese, parecía que la situación con Pedro se hacía cada vez más rara.


–Debería volver al palacio para acostar a Mia. Y a mí tampoco me vendría mal echarme un rato –seguía con el horario de Los Ángeles y, a pesar de lo cansada que estaba, había dormido muy mal la noche anterior.


Recogieron juntos los restos del picnic y, para sorpresa de Paula, Pedro agarró a Mia en brazos mientras ella doblaba la manta. Pero lo que más le sorprendió fue la naturaleza con que la agarraba y que, cuando fue a hacerlo, Mia se abrazó a él y apoyó la cabecita en su hombro.


Pequeña traidora, pensó, pero no pudo evitar sonreír.


–Parece que le gusta estar contigo –le dijo a Pedro, a quien no parecía molestarle la idea.


NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 19

 


–¿Y por qué no ibas a casarte con él? –le preguntó Pedro y Paula titubeó.


–A menos que prefieras no hablar de ello –matizó Pedro, aunque con una desconfianza en la mirada que daba a entender que pensaba que tenía algo que ocultar.


Su relación con Gabriel no era asunto suyo, pero si no respondía resultaría sospechosa. Claro que la respuesta podría alimentar la mala imagen que tenía de ella.


–Mi relación con Gabriel es… complicada.


–¿En qué sentido? Tú lo quieres, ¿verdad? –en su voz había cierto tono de acusación.


Justo cuando pensaba que las cosas iban bien y que podría estar cambiando de opinión respecto a ella, volvía a la carga con el empeño de dejarla en evidencia. Quizá debiera darle lo que buscaba. Seguramente a esas alturas no iba a cambiar nada.


–Lo quiero, sí –declaró–. Pero no estoy segura de estar enamorada de él.


–¿Qué diferencia hay?


–Tu padre es una persona increíble. Es inteligente, amable y lo respeto enormemente. Lo quiero como amigo y quiero que sea feliz. Sé que lo sería si me casase con él, o eso es lo que me ha dicho. Y, como comprenderás, me encantaría que Mia tuviese un padre.


–¿Pero? –se adelantó Pedro al tiempo que estiraba las piernas y se recostaba sobre los brazos como si se preparase para escuchar una buena historia.


–Pero también yo quiero ser feliz. Me lo merezco.


–¿Y mi padre no te hace feliz?


–Sí, pero… –suspiró. No había otra manera de salir de aquella–. ¿Qué opinas de las relaciones íntimas antes del matrimonio?


Pedro no dudó ni un segundo.


–Me parecen inmorales.


La respuesta la sorprendió.


–Vaya, nunca había conocido a un hombre de veintiocho años que fuera virgen.


Él frunció el ceño bruscamente.


–Yo no he dicho que sea…


Se quedó callado, consciente de que él mismo se había acorralado. La expresión de su rostro era digna de ver.


–Ya entiendo, lo que dices es que es inmoral que tu padre tenga relaciones íntimas antes de casarse, pero si lo haces tú, está bien. ¿No es eso?


–Mi padre pertenece a otra generación y piensa de un modo diferente.


–En eso tienes razón y esa es una de las raíces del problema.


–¿Qué quieres decir?


–Creo que dos personas deben saber si son compatibles sexualmente antes de casarse porque, admitámoslo, el sexo es un factor muy importante para que una relación dure. ¿No crees?


–Supongo que sí.


–¿Supones? Sé sincero. ¿Te casarías con una mujer con la que no te hubieras acostado?


Pedro titubeó solo un instante antes de responder.


–Probablemente no.


–Bueno, pues Gabriel es tan tradicional que ni siquiera quiere besarme hasta que no estemos prometidos oficialmente. Y no quiere ni oír hablar de sexo antes de casarnos.


–¿De verdad pretendes hacerme creer que mi padre y tú nunca habéis…? –parecía incapaz de decirlo, lo cual resultaba divertido.


–¿Tanto te sorprende? Tú mismo has dicho que es de otra generación. No se acostó con tu madre hasta la noche de bodas y ni siquiera entonces le resultó fácil, por lo que me ha dicho.


Pedro cerró los ojos con fuerza.


–Perdona. ¿Demasiada información?


–Sí.


–Ahora que lo pienso, no sé por qué te estoy contando todo esto, es evidente que no es asunto tuyo. Y nada de lo que diga va a hacer que cambies la opinión que tienes de mí.


–¿Entonces por qué me lo cuentas?


–Puede que sea porque llevo toda la vida aguantando que me juzguen injustamente y estoy harta. No debería importarme si te gusto o no, pero por algún motivo, me importa.


Pedro la miró como si no supiera qué pensar.


–No es que no me gustes.


–Pero no te fías de mí. Aunque supongo que es lógico porque yo tampoco me fío de ti.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 18

 


Al menos Pedro había podido disfrutar de su madre durante veintiocho años. Eso no hacía que la pérdida fuera menos dolorosa. Sabía que esas cosas sucedían a menudo, pero le pareció terriblemente injusto que perdiera a su madre a una edad tan temprana y por culpa de una enfermedad tan común y aparentemente leve.


–¿Y tú? –le preguntó ella–. ¿Dónde has vivido?


–He estado en muchos lugares –respondió Pedro–, pero nunca he vivido en otro sitio que no fuera el palacio.


–¿Nunca has querido independizarte? ¿Vivir por tu cuenta?


Lo había deseado más veces de las que podría recordar. La gente solía relacionar realeza con lujo y excesos, pero las responsabilidades que conllevaba pertenecer a la familia real podían llegar a ser asfixiantes. Antes de hacer nada o tomar cualquier decisión, siempre tenía que pensar en su título y considerar en qué modo podría afectar a su imagen.


–Mi lugar está junto a mi familia –respondió a Paula–. Es lo que se espera de mí.


Mia comenzó a mover los brazos para reclamar su atención, así que le hizo una caricia bajo la barbilla que la hizo reír.


–Si yo hubiese tenido que vivir con mi padre todos estos años, ahora llevaría camisa de fuerza –aseguró Paula con amargura.


–¿No os lleváis bien?


–Con mi padre solo hay una manera de hacer las cosas, la suya. Digamos que no aprueba algunas de las decisiones que he tomado.


–¿Puedo preguntarte cuáles?


Paula suspiró antes de responder.


–En realidad creo que ninguna. Resulta irónico; hay gente que me detesta porque cree que soy demasiado perfecta y sin embargo mi padre está convencido de que no hay una sola cosa que haya hecho bien.


–Seguro que se alegra de que vayas a casarte con un rey.


–Podría decirle que soy la nueva Madre Teresa y le encontraría algún inconveniente. De todas maneras, no se lo he dicho. La única persona que sabe dónde estoy es mi mejor amiga, Jessy.


–¿Y por qué lo mantienes en secreto?


–No quería decirle nada a nadie hasta estar segura de que realmente voy a casarme con Gabriel.