viernes, 3 de diciembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO FINAL

 


Se deleitaron mutuamente con la visión del otro. Los contornos perfectos del cuerpo de Pedro hacían que Paula se acordara de su hogar, WildSprings. Colinas y cumbres de músculo, la hondonada entre las curvas de sus glúteos. Deseaba explorar cada centímetro de ese terreno.


Se recostó para estar cara a cara; deseaba saborearlo, ahogarse en las lagunas verdes de sus ojos.


—Te quiero —Paula no estaba segura de si lo había dicho o lo había pensado.


La boca de Pedro comenzó a moverse, pero sus sonidos parecían ahogados. Se dio cuenta entonces de lo mucho que estaba costándole controlarse.


—Me da miedo tocarte —dijo él—. No poder controlarme.


Paula estiró la mano y la colocó sobre su pecho. El corazón le latía con fuerza.


—¿Por qué ibas a controlarte?


—Ha pasado… No quiero abrumarte.


Paula se sentía femenina por primera vez en su vida. Dejó libre su espíritu salvaje y le devolvió la mirada con una promesa atrevida.


—Podré con todo lo que me eches. No puedes romperme.


—¿Es que nadie te ha dicho que no debes desafiar nunca a un miembro de las Fuerzas Especiales?


De pronto ya no había nervios. Ni reservas. Ni pasado. Solo estaba aquel hombre al que amaba y en el que confiaba por completo. Así que deslizó su cuerpo desnudo contra el suyo.


—Hasta ahora, soldado, lo único que haces es hablar. Déjame ver un poco más de acción…


Si Pedro se movía tan rápido en el campo de batalla como lo hacía en la cama, entonces no era de extrañar que el ejército hubiera trabajado tan duro por mantenerlo. En pocos segundos, Paula se encontró a sí misma boca arriba y con su cuerpo duro encima. Su boca sonriente devoró la suya.


Había merecido la pena esperar.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 78

 

Paula se arqueó al sentir sus labios en el cuello. Luego, cuando los tirantes del vestido se deslizaron sobre sus hombros, levantó instintivamente las manos para cubrirse el pecho.


—Déjame ver, Paula —le susurró él al oído—. Quiero ver mi nombre sobre tu cuerpo.


Su boca estaba caliente, una tortura húmeda sobre su piel mientras recorría sus hombros y bajaba por la columna hacia su destino. Se arrodilló tras ella y estiró las manos para terminar de bajarle el vestido hasta las caderas y dejar al descubierto el tatuaje.


Recorrió con los labios la delicada obra de arte grabada en su piel y Paula cerró los ojos. El calor de su boca sobre lo que había sido su vergüenza privada estaba cargado de sensaciones eróticas. Su cuerpo se curvó como una estatua de mármol, echó la cabeza hacia atrás y su respiración se aceleró mientras Pedro exploraba el águila gigante, pluma a pluma.


Descubrir que su señal de llamada era «Cola de águila» solo había servido para confirmar lo que Paula ya sabía. Que estaban hechos el uno para el otro. Se apartó de aquella exquisita tortura, se quitó los zapatos y se subió a la cama.


Pedro se quitó los zapatos y los pantalones sin apartarle la vista de encima. El corazón se le aceleró en el pecho. Así debía de sentirse una gacela antes del ataque del león. Salvo que para ella, la espera a cámara lenta era una tortura completamente distinta. La última vez que había visto su maravilloso cuerpo al descubierto había sido junto al embalse. Salvo que en esa ocasión no había bañador entre ellos.


Pedro se arrodilló sobre la cama y comenzó a acercarse a ella sin apartar los ojos de su presa. A Paula se le secó la boca por completo. El se estiró a su lado, tumbado boca abajo sobre las sábanas, lo que la ayudó a centrar la atención en la perfección de su rostro. El tatuaje de Pedro brillaba sobre su tríceps mientras él estiraba la mano para enredar los dedos en la seda de su vestido. Paula acarició las serpientes medio borradas y las recorrió con los dedos mientras él tiraba suavemente del vestido hacia abajo.





CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 77

 

Ella echó la cabeza hacia atrás y levantó la barbilla. Intentaba parecer valiente, pero no lo logró. Era su primera noche juntos. ¿Cómo no iba a estar nerviosa?


Teniendo en cuenta cómo había acabado su última experiencia.


El deseo de plantar su semilla dentro de la mujer a la que amaba fue tan inmediato, tan primario que no pudo evitar levantarla en brazos y hacerla suya en aquel mismo lugar.


—Nunca te haré daño, Paula. En lo que a mí respecta, ésta es tu primera vez, como si nunca hubieras hecho el amor.


—Nunca he hecho el amor —dijo ella—. Eso es cien por cien cierto.


Pedro agachó la cabeza y la besó mientras se desabrochaba los botones de la chaqueta militar. Cuando la prenda alcanzó la silla más cercana, se encargó de la corbata, sin dejar de saborear a Paula.


La camisa fue el próximo objetivo. Dado que sería la última vez que llevaría puesto su uniforme, ponérselo para la boda le había parecido apropiado. Una transición simbólica entre su vida anterior y la nueva. A su superior le había sorprendido saber de él, pero no enterarse de que se retiraría del ejército cuando su contrato expirase, para poder así concentrarse en su familia.


En su nueva familia.


La camisa beis voló por el aire y sus dedos se encontraron con los de Paula mientras intentaba quitarse el cinturón. Sintió un escalofrío al notar sus dedos recorriendo sus oblicuos. La necesidad hacía que se mostrasen torpes. Habían estado semanas conteniéndose, desesperados por conocer sus cuerpos, pero decididos a empezar su vida juntos de una manera que fuese respetuosa para su hijo.


Pedro se detuvo y sintió un vuelco en el corazón. Era el hijo de los dos.


Sonrió. Era padre. Las maravillas de aquel día no habían hecho más que comenzar.


Paula lo miró con las mejillas sonrojadas.


—¿Pedro? Será mejor que no cambies de opinión ahora…


Le agarró las manos y tiró de ellas hacia arriba, lejos de aquel juego peligroso. No le costó esfuerzo alguno girarla entre sus brazos y arrastrarla contra su cuerpo. El calor de su espalda desnuda se expandió por su torso mientras le besaba los hombros.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 76



Pedro se mostró respetuoso porque el rango de coronel así lo exigía, pero fue un tremendo esfuerzo. Agarró el auricular del teléfono con fuerza.


—Gracias, señor. Sí, así lo haré. Adiós.


Pasó unos segundos intentando recomponerse, consciente de la mirada gris que se le clavaba en la espalda. Luego se volvió hacia Paula y se aclaró la garganta.


—Tu padre desea que te dé la enhorabuena de su parte.


Le molestaba que Paula estuviera demasiado asustada como para hacer la llamada ella misma. Paula. La mujer descarada que se enfrentaba a contrabandistas sin dudar. La mujer que se encaraba con él como si fuera un maestro de escuela, y no un asesino entrenado. Estaba sentada al borde de su cama, aún con el vestido de boda con el que se había casado, esperando nerviosa.


—¿Cómo está?


—Bien. Nos agradece que le hayamos informado sobre la boda —la abrazó, porque sabía que lo iba a necesitar—. Ha preguntado por Lisandro. Sabía dónde estabais, Paula. Casi desde el momento en que os mudasteis.


Pedro sentía rabia. No solo porque el coronel hubiera seguido a su hija y a su nieto durante los últimos seis años, sino por el impacto que esa noticia tenía en su vida.


—¿Todo el tiempo?


Le dio un beso en la cabeza y la mantuvo entre sus brazos.


—Yo haría lo mismo, Paula, si te fueras de mi lado. Tendría que saber que estuvieras bien.


—Eso es porque me quieres.


Pedro dejó que pensara en ello. Se apartó y lo miró con ojos llenos de angustia.


—No —dijo—. Él no me quiere.


—No de una manera convencional. Creo que, quizá, a su manera… Pero no puede mostrarlo —le permitió digerir la información por un momento—. Parecía destrozado, Paula.


Destrozado, pero aun así un hombre duro. Pedro dedujo eso tras tres minutos al teléfono. Paula lo había soportado durante veinte años.


—No quiero hablar de él esta noche —dijo ella—. Esta noche no. Deslizó los brazos por su espalda desnuda, hasta donde el águila tatuada extendía sus alas sobre sus caderas. Supo entonces que había una manera certera de deshacer el daño que el coronel había causado en su alma.


El amor. En todas sus formas. Incondicional. Apasionado. Eterno.


—¿Está nerviosa, señora Alfonso?