miércoles, 10 de enero de 2018

EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO FINAL




Paula se quedó de pie delante de la ventana de su dormitorio y vio como el coche negro salía del garaje con su padre dentro. Conducía Leo y llevaba la lista de la compra.


En la casa se oía el ruido de los sirvientes. Toda ella estaba llena de actividad.


Ahora no estaba vacía.


Pero ella sí que lo estaba. Y sola.


Pensó que, cuando estaba con Pedro en la granja no se había sentido sola ni una sola vez. Y siempre tenía algo que hacer.


Podía bajar a la cocina y hacer una tarta.


Pero Pedro no estaría para comérsela.


Sólo con pensar en él se le quitaban las ganas de hacer nada.


Pensó en lo que la solía tranquilizar trabajar con las manos en la tierra. Tal vez si fuera a ayudar a Pablo al jardín… 


Estaba trabajando casi en el mismo sitio en que vio a Pedro por primera vez.


Se acercó más a la ventana para ver lo que hacía y, fuera lo que fuese, no lo estaba haciendo bien, pensó al verlo sacar una planta de la tierra y tirarla descuidadamente a un lado. 


Pedro nunca trataría así a una planta. Era amable con las flores y con… ¡con ella!


El teléfono interrumpió sus pensamientos y fue a descolgarlo.


—¿Diga?


—¿Pau?


Pedro. Sujetó fuerte el teléfono mientras la asaltaban un montón de emociones.


—¿Pau? ¿Estás ahí?


Ella no pudo encontrar la voz.


—Espera, no cuelgues, quiero decirte una cosa.


—¿Qué?


—Lo que te quiero decir, Paula mía, es que te amo mucho.


Eso la dejó más en silencio todavía.


—¿Paula?


—Oh. ¡Oh, Pedro!


—¿No cuenta eso?


—Sí. Oh, sí… Pero también hay otras cosas que cuentan.


—Ya lo sé. Lo solucionaremos.


—¿No sigues enfadado?


—¿Enfadado?


—Quiero saber si estás enfadado por… por todo.


—Oh. ¿Quieres saber lo que siento por eso de la granja?


—Sí.


—Ya veo. Sí, yo también quiero hablar de eso. ¿Por qué no voy a recogerte? Podemos ir a una hamburguesería o algo así.


Ahora Paula sonrió.


—Muy bien. ¿A qué hora?


—¿A las seis? No, a las seis y media estará mejor.


—De acuerdo.


—Haré la reserva en el Classic.


—¿El Classic?


—Te veré entonces, querida.


Así que la iba a llevar al Classic, pensó ella mientras colgaba. Era como una cita. Decidió ir a la peluquería y arreglarse todo lo que pudiera. Tenía todo el día para embellecerse. Eso la ayudaría a pasar el tiempo hasta que Pedro la fuera a recoger.



****


Pedro colgó y sonrió mientras buscaba el número del restaurante. Le iba a demostrar que estaba listo para entrar en su mundo.


¿El Classic su mundo? Eso era una tontería comparado con su mundo.


Bueno, pues se acercaría a él todo lo que pudiera en ese momento. Pero sólo era cuestión de tiempo que…


Una vez más el viejo Ford se detuvo delante de la casa de Paula. Pedro salió y llamó a la puerta.


Esta vez le abrió la señora Cook.


—Buenas noches, señor Alfonso. La señora Alfonso lo está esperando. Por favor, por aquí, señor.


Lo condujo a una habitación que él supuso era una especie de salón íntimo de la familia. Samuel Chaves estaba allí sentado en un sillón y le sonrió.


—Buenas noches, Pedro.


—Buenas noches, señor. ¿Dónde estaba Paula?


—Siéntate, siéntate. Me estoy tomando un martini. ¿Quieres tú uno?


—Gracias, pero… Sí, gracias. Creo que me tomaré uno.


Tomó la copa que le ofreció Chaves y se sentó en el sofá. 


Trató de concentrarse en la conversación, pero en lo único que podía pensar era en Pau. ¿Dónde estaba ella?


De repente interrumpió la conversación y se levantó. La puerta se había abierto y allí estaba Pau. Su Pau. Tan hermosa como siempre, pero más todavía. Parecía un sueño.


—Hola.


Pedro no podía dejar de mirarla. Deseó abrazarla y cubrirla de besos. Pero allí estaba su padre sonriendo como si todavía siguiera encontrando muy divertida la situación.


—Creo que es mejor que nos vayamos —dijo él mirando su reloj y dejando luego su copa que no había tocado—. He hecho una reserva.


—Sí. Será mejor que nos demos prisa.


Ella se inclinó y besó a su padre, pero era a Pedro al que quería besar. Pedro. Su marido. Hermoso como un actor de cine y tan elegante con ese traje oscuro y corbata…


—Buenas noches, papá. Te veré luego.


Samuel lo dudó mucho. Siguió sonriendo mientras se marchaban.


—Será mejor que me retoque el maquillaje —dijo ella a la entrada del restaurante—. Y también será mejor que tú te quites las marcas de carmín.


—Déjalo. Es como un anuncio de que me amas y yo te amo a ti. Sobre todo a tus manos —respondió él besándoselas—. Suaves y hermosas.


—Eso es porque me he hecho dos manicuras en los últimos tres días, señor Alfonso. Y eso me recuerda que tenemos que hablar de otras cosas además del amor que…


—Buenas noches —dijo el aparcacoches mientras le abría la puerta del viejo Ford.


—Pensé que esto te gustaría —le dijo él cuando estuvieron sentados en su mesa, cerca de la pista de baile—. Sé que te gusta bailar.


—Sí —dijo ella y recordó como habían bailado en la conferencia—. Me encanta bailar.


Tan pronto como les tomaron nota, se dirigieron a la pista de baile.


Le gustaba estar de nuevo entre los brazos de Pedro, tan cerca que podía oler su loción para después de afeitar, sentir su corazón latiendo junto al suyo.


—Eres muy buen bailarín —le dijo.


—Es cierto. Me viene de cuando era gigoló.


Ella se detuvo en seco.


—¡Pedro!


—Estaba bromeando —dijo él riéndose.


—No, no lo estabas. Creo que hay muchas cosas que no sé de ti y será mejor que me las empieces a contar.


—De acuerdo. No fui exactamente un gigoló, pero… bueno, parecido.


Entonces le contó que uno de sus trabajos mientras estaba estudiando fue de acompañante masculino. Cuando una dama necesitaba uno para una ocasión especial o se esperaba que faltaran hombres en algún acto, se contrataba a gente como él.


Volvieron a la mesa y Pedro continuó.


—La verdad era que el dinero me venía muy bien y aprendí mucho.


—¡Y pensar que yo te he aceptado con fe ciega! Debería haberte hecho investigar en vez de preocuparme porque descubrieras quien era yo.


—¿De verdad que eso te preocupaba? ¿El que descubriera quien eres?


Pau le dio un trago a su copa de vino.


—De alguna manera. Pero no demasiado. Disfrutaba siendo sólo yo, sin dinero. Y, al principio, no me di cuenta de que me estaba enamorando locamente de ti. Para cuando me di cuenta… Te lo iba a contar todo en el mismo momento en que me pediste que me casara contigo. Las cosas sucedieron tan rápidamente que no lo pude hacer. Y luego… bueno, tú lo descubriste.


—Y me porté como un asno. Lo siento, Pau.


—Yo también lo siento. Fue una forma horrible de descubrirlo. No quise que fuera de esa manera.


—Ya lo sé. Yo no debería haber actuado así.


Permanecieron en silencio mientras el camarero les retiraba los platos de las ensaladas y les ponía delante los entremeses.


—¿Por qué nunca antes hemos hablado de esto?


—Oh, lo hemos hecho. Creo que recuerdo que nos hemos gritado mucho.


—Sí, fuego e ira —dijo él—. Pero no hemos hablado de verdad ni una sola vez… sobre nada. No razonablemente.


—Tal vez estábamos demasiado ocupados —dijo ella sonriendo, antes de meterse una croqueta en la boca.


Ciertamente ella había estado más ocupada que nunca en su vida.


—O lo estábamos amándonos y siendo amados. No te olvides de eso, Pau. Eso es lo que cuenta.


—Sí, pero también cuentan otras cosas —dijo ella dejando su tenedor sobre la mesa—. Eso es de lo que hemos venido a hablar, ¿recuerdas?


Él asintió.


—Y también dijiste que querías hablar de lo de la granja —añadió Paula.


—Ah, sí. Eso. Hay algo mal en los papeles.


—¿Algo mal? Preston no me ha dicho nada.


—¿Preston? Ah, tu abogado —dijo Pedro.


No había visto nunca ni al tal Preston ni ningún papel. Lo único que sabía era lo que le había dicho Samuel de que ella le había regalado la granja.


—Quiere verte. Tiene algo que ver con tu firma en la cesión —continuó.


—Pero la ha hecho él mismo. No puede estar mal.


—Pero lo está. La granja se cede a Pedro Alfonso y debería poner Pedro y Paula Alfonso —dijo él sin mirarla.


—Oh, Pedro —exclamó ella con lágrimas en los ojos—. ¿Es así como lo quieres?


—Por supuesto, así es como lo quiero. Y no lo aceptaré de ninguna otra forma. Todo lo que yo poseo pertenece también a mi esposa. La granja. Mi negocio. ¿Sabías que acabo de firmar un gran contrato con Tampa Florists? Pero no lo confirmaré hasta que no nos incluyan a los dos. Pau, las cosas vas a sernos más fáciles ahora, te lo prometo. Puedes contratar a alguien para que te ayude con la casa y…


Pero le estaba hablando a una silla vacía. Pau se había levantado y lo besó en la boca. No le prestaron ninguna atención a los demás clientes, que se pusieron a aplaudir.


—Oh, PedroPedro. Que cosa más dulce —dijo volviéndolo a besar—. Por supuesto. Así debe ser. Nuestro. No mío ni tuyo. Es una solución preciosa para nuestros problemas. No me extraña que te ame tanto.


Fue a besarlo de nuevo, pero él protestó.


—Siéntate, querida. Nos está mirando todo el mundo.


—No me importa. A lo mejor me levanto y les digo que Pedro ama a Paula y Paula ama a Pedro, ¡y todo lo que tenemos es nuestro! ¿No es maravilloso? Yo…


—No te atrevas a montar un espectáculo. ¿Quieres terminar de cenar?


—Ya no tengo hambre. Pero todo estaba delicioso y no creo que nunca haya disfrutado más de una comida. ¿Y sabes qué voy a hacer? A primera hora de la mañana voy a llamar a Preston para que haga que todo lo que tengo sea nuestro. Yo…


Pedro tragó saliva.


—Espera, Pau. Esa no es una buena idea.


—Sí que lo es. Si lo tuyo es mío, entonces lo mío es tuyo.


—Querida, hay mucha diferencia entre un muy pequeño negocio que acaba de empezar y treinta millones de dólares.


—¿Quieres decir que no vas a aceptar mis millones? —le preguntó ella estupefacta.


—Lo estoy intentando, querida. Lo estoy intentando. Leandro me ha dicho que cree que yo podría aprender a vivir con ese dinero. Y, de acuerdo. Me sacrificaré y viviré con él. Pero no me pidas que lo acepte. Todavía no.


—Ya nos ocuparemos de esto más tarde. Prométeme que no te importará lo que yo me gaste.


—Mira, yo nunca te he impedido que…


—Prométemelo.


—Te lo prometo.


—Lo primero que voy a hacer va a ser llevarme a navegar a Paty y Julian. Tal vez también a Buddy si tú nos acompañas. O, tal vez compre un barco. Me voy a llevar a Dom a que reciba clases de tenis en el club. El profesor es realmente bueno. Igual que Maria es una actriz excelente. No la has visto actuar, pero yo sí. Jeronimo conoce a un productor y…


—Espera un momento. Para eso vas a tener que pelear con mi padre, no conmigo.


—De acuerdo. Oh, Pedro, vamos a hacer cosas maravillosas. Pero tú vas a tener que poner tus invernaderos y demás al otro lado de la granja. Y derribar ese establo. Estropea la vista. También creo que deberíamos remodelar la casa. Y vas a tener que contratar a gente para que te ayude. Trabajas demasiado. Espero que encuentres tiempo para jugar al golf o algo así. Y para llevarme a bailar más a menudo.


Una vez dentro del coche, Pau estaba ansiosa por volver a su hogar donde, con la ayuda de Pedro, florecería como una rosa bajo el sol de verano.





EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 24







Se marchó en cuanto pudo, pero ya eran casi las once cuando llegó a la casa de la familia de Paula. Aparcó el Ford sintiéndose ansioso. Después de que le colgara el teléfono esa noche, sabía muy bien que se podía encontrar conque le dijeran que no estaba o algo así.


Pensó en ello.


Uno de sus trabajos cuando estudiaba en el instituto había sido vendedor a domicilio de enciclopedias, y allí había aprendido que lo primero que había que hacer cuando le abrieran una puerta era meter un pie dentro para que no la cerraran inmediatamente y eso era lo que iba a hacer si era necesario.


Llamó a la puerta con el pie preparado.


La puerta se abrió.


La visión de la autoritaria figura de Samuel Chaves le resultó enervante e irritante.


—Ah, Alfonso, buenos días —le dijo Chaves, menos formidable en mangas de camisa.


Y además le sonreía.


Pedro lo miró suspicazmente.


—Buenos días —respondió—. Me gustaría hablar con mi esposa.


Chaves retrocedió.


—Bueno, pase, pase. Estamos disfrutando de un desayuno tardío.


¿Qué le pasaba a ese hombre? Pedro lo siguió hasta la cocina. Era más grande y moderna que la suya, pero seguía siendo una cocina.


Y allí estaba Pau. Su Pau. Con su hermoso cabello cayéndole sobre los hombros. La deseó tanto que casi le dolió. Se quedó donde estaba, mudo. Como si se diera cuenta por primera vez de lo mucho que la amaba.


Pau pensó que la estaba mirando como si no la hubiera visto nunca antes. ¡Y seguía enfadado! Su estúpido orgullo. Si no podía aceptar un regalo de su esposa…


Ella también tenía su orgullo. Tenía dinero y el derecho a compartirlo con el hombre al que amaba más que a su propia vida. Si él no podía comprenderlo…


Pedro había levantado los brazos automáticamente, pero ella no corrió a ellos como era su costumbre y retrocedió, preparándose para la batalla.


—Pau… —dijo él dudando al ver el desafío en sus ojos—. Me alegro de verte, estás preciosa. ¿No podemos ir a alguna parte? Hay cosas de las que tenemos que hablar.


—Sí. De cosas como el respeto.


—Bueno…


¿De qué demonios le estaba hablando ella?


—Yo tengo derechos.


—Por supuesto que los tienes.


—Y tengo dinero.


—Oh. Pero hay cosas más importantes que el dinero. Me di cuenta de ello anoche.


—¿Sí? Está bien que lo tenga, pero sólo he de tener cuidado en cómo lo gasto, ¿no?


Pedro pensó que seguía molesta por lo de la opción de compra. No podía culparla. Él había actuado como un animal.


Pero ahora sabía que nada importaba salvo su amor. Deseó decírselo, hacerla comprender.


—Paula, tenemos que hablar.


—Yo no quiero hablar. Ya está hecho.


Pedro le podía gustar o desprenderse de ella, pero la granja era suya.


—Tienes que aceptarlo. Se acabó.


—¡De eso nada! —exclamó él furioso—. No, Pau. No lo voy a aceptar.


—Ese es tu problema. Para mí no significa nada.


—No lo puedes decir en serio. Escúchame.


Fue a acercarse a ella, pero se encontró en su camino a Samuel Chaves. Se había olvidado de que estaba allí.


Vio como Chaves apartaba una silla.


—Siéntate aquí. ¿Qué te parece una tortilla? Tomates y queso. Resulta que Pau se ha hecho una gran cocinera.


—No, gracias.


¿Por qué ese hombre le hablaba de comida cuando todo su mundo se le estaba cayendo abajo?


—Bueno, por lo menos tómate un café. Siéntate, Pedro.


¿Pedro? ¿Ese hombre lo había llamado Tony? Una cosa tan familiar como si él fuera…


—Pau, querida, sírvele a tu marido una taza de café.


Entonces vio en su mirada que se estaba divirtiendo. Chaves se estaba divirtiendo con la situación. ¡A su costa! Estaba casi imitando sus propias palabras en la cocina de la granja.


Miró a Pau, que estaba tomando la cafetera.


¡Maldita sea! ¡Ya estaba de nuevo bajo el poder de su padre!


¡El asunto más importante de su vida se iba a tratar en la cocina!


¿Y ante una persona que se estaba riendo de él?


¡De eso nada!


Se levantó impetuosamente y fue a marcharse de allí.


—¡Espera! —exclamó Chaves y lo siguió.


—¡Déjalo ir!


—¿Qué? —Dijo su padre—. Creía que querías verlo.


—No.


—¡Oh, por Dios!


Salió corriendo para seguir a Pedro, pero él ya se había metido en el coche y se marchaba.


Demasiado tarde, volvió a la cocina y miró exasperado a su hija.


—¿Llevas gimiendo tres días y, cuando por fin aparece, lo arrojas a la calle?


—¡No he estado gimiendo!


—Yo diría que sí.


—Ha sido Pedro el que ha arrojado algo. Es por eso por lo que ha venido. Para arrojarme a la cara mí regalo.


—¿Qué regalo?


—La granja.


—Oh, Paula. No creo que…


—La he comprado y se la he dado a él ayer. Sabía que se enfadaría.


—¿Te ha dicho eso?


—No le he dado la oportunidad. Anoche le colgué el teléfono.


—¿Llamó?


—Sí.


—Pau, tal vez no fuera por eso por lo que llamó.


—Oh, sí que lo fue. No me había llamado antes, ¿no? Y hoy ha dicho que no lo va a aceptar, tú lo has oído.


—No he oído nada de un regalo ni de una granja. Y, lo que es más…


Lo había visto a él. La forma en que había mirado a Paula. 


En esa mirada no había más que adoración y no era Presidente de un montón de consejos de administración por ser estúpido y no saber juzgar a las personas. Era casi divertido verlos a los dos. Él tan ansioso por tenerla de nuevo a su lado que era capaz de comer estiércol con tal de conseguirlo. Y ella paranoica por su independencia. Lo que le gustaba. Pedro tenía quizás demasiado orgullo, pero era la clase de hombre que le gustaría para su hija. Agitó la cabeza.


—Mira, Pau. Creo que los dos estáis confundidos.


—En eso tienes razón. Lo hemos estado desde el primer día. ¿Te he contado cómo nos conocimos?


—No. Supe de esta relación por la prensa, ¿recuerdas?


Ella asintió.


—Y ese fue el principio del fin.


—Bueno, cuéntame. ¿Cómo empezó?


—Con una mentira. Él estaba trabajando allí —dijo ella señalando al jardín—. Con las rosas. Yo lo había estado observando. ¿Sabes una cosa? Me gusta verlo trabajar. Siempre lo hace con tanta intensidad y, a la vez es tan cuidadoso…. Es curioso, ¿Verdad? Un machista tan cabezota… Y tan gentil con las flores y con…


Se interrumpió cuando un sollozo le subió a la garganta.


—Muy bien, muy bien. Sigue. Él estaba trabajando y tú lo observabas…


—Oh. Bueno. La señora Cook iba a llevarle café en un termo y lo hice yo. Entonces él pensó que yo era la doncella y yo se lo dejé creer. Así empezó todo. Mintiendo.


—Debe haber habido más que una mentira.


—Oh, sí. Fue… bueno, de repente me vi libre. Era sólo yo. No mi dinero. El dinero puede ser como… bueno, como una cortina de humo, que oculta tu verdadero ser. Y afecta a la gente de distintas formas. Me refiero a la forma en que reaccionan. Es como si no me pudieran ver a mí por mi dinero. Los hombres como Gaston me desean por él y Pedro me odia porque lo tengo.


—Oh, querida —dijo su padre abrazándola—. Te equivocas. Pedro no te odia.


—Al principio no. Yo le gusté. Y él fue tan abierto conmigo… Me contó todos sus planes. Trabaja como jardinero, pero va a ser arquitecto de jardines y tiene muy buenas ideas. Dice que nos estamos enterrando en cemento y que deberíamos… Bueno, las cosas eran distintas. Me hablaba muy libremente y me dejaba que lo ayudara en la granja. Y él… me dijo que me amaba. Oh, papá, nunca he sido más feliz en toda mi vida.


—Bueno. Pues a mí eso me parece un verdadero romance.


—Eso es lo que yo pensé y por lo que seguí mintiéndole. Pero no es real. Se acabó y no me importa. Es un gran alivio.


—No lo dices en serio.


—Oh, sí. Lo he pensado mucho y he tomado una decisión —dijo sirviéndose una taza de café y luego le ofreció la cafetera a él—. ¿Otra taza?


Su padre agitó la cabeza.


—¿Cuál decisión?


—Ya estoy harta de fingir.


—¿Oh?


Su padre se daba cuenta de que ahora estaba fingiendo. 


Haciendo como si no le importara mientras que su corazón estaba roto. Y a él le rompía el corazón verlo.


Así que él también tomó una decisión.


—Tengo unas cuantas citas —le dijo—. Te veré más tarde.



*****


Pedro no dejaba de pensar en las palabras de ella. Se había acabado y tenía que aceptarlo. ¿Su matrimonio se había acabado? No quería creérselo.


¿Era idea de ella o de su padre?


Estaba claro que había sido de ella porque él había actuado como un asno.


Muy bien, lo había hecho. Puro instinto de los Alfonso. Una estúpida clase de orgullo que le decía que cualquier cosa que tuviera que hacerse por su familia tenía que ser hecha por él. Estaba equivocado e iba a tener que decírselo a ella. 


Pero ya estaba de nuevo bajo las alas de su padre y… Lo había tratado de ocultar, pero se había dado cuenta de que se estaba riendo como una hiena de él. ¡Y eso le quemaba!


¿A dónde iba? Eso se lo preguntó cuando se percató de repente de que estaba conduciendo. Se había dirigido automáticamente a la granja.


Si hubieran estado solos… ¿Por qué se había tenido que meter su padre?


¡Para protegerla a ella! Como él mismo.


Sí, como él. Ahora era suya. ¿Es que no sabía su padre que él trataba de protegerla?


La verdad era que se sentía muy culpable. Había sido un idiota. Pero se juró a sí mismo que lo arreglaría.


Cuando llegó a la granja ya estaba más calmado.


No había casi empezado a trabajar con las flores cuando oyó el motor de un coche acercándose. Levantó la mirada y vio un coche tipo Chaves deteniéndose delante de la casa.


Era Samuel Chaves en persona.


¿Y ahora qué?


Se acercó y dijo:
—¿Qué puedo hacer por usted, señor Chaves?


—Hola, Pedro. Pensé que debíamos hablar.


—Ya lo hemos hecho. Esta mañana.


Si ese tipo se creía que le iba a poder ofrecer una cantidad de dinero para que facilitara el divorcio no sabía con quien estaba hablando.


—No. Los que hablasteis fuisteis Pau y tú. O, más bien no hablasteis, por lo que pude ver. Me gustaría tomar el tumo ahora, si no te importa.


—Mire, señor Chaves. Ya sé que hay muchos tipos hambrientos de dinero detrás de la herencia de su hija.


—Muchos. Abundan. Creo que acaba de recibir un telegrama de Adrián Carstairs, el magnate naviero, que está ansioso por aumentar su imperio con…


—El caso es que yo no soy uno de ellos. Está perdiendo el tiempo si ha venido aquí para tratar de comprarme.


—Me alegro de oírlo. Eso pone las cosas mucho más fáciles.


—¡De eso nada! Pau significa para mí mucho más que el dinero y me voy a pegar a ella como con pegamento. 
Firmaré todos los acuerdos económicos que usted quiera.


—Esas cosas son muy complicadas, me temo que la vas a tener que aceptar con dinero y todo.


—Paula tendrá problemas para librarse fácilmente de mí. Así que ya le puede decir a ese magnate de las navieras que… ¿Qué me ha dicho?


—He dicho que vas a tener que aceptar también su dinero. De otra manera las cosas se pueden poner complicadas y molestas. ¿No lo ves? Ahora, retomando tu pequeño discurso de esta mañana…


—Que le pareció muy gracioso, ¿no? ¿Podría contener su diversión lo suficiente como para explicarme qué demonios me está diciendo?


—Yo… yo…


Chaves se atragantó con la risa, pero logró continuar hablando.


—Espera. Tranquilo, hijo. Lo que estoy tratando de decirte es que no he venido a hundir vuestro matrimonio, sino a salvarlo.


Esa frase fue como una poción mágica, balsámica y tranquilizadora.


—¿Ha venido para salvar nuestro matrimonio?


—Eso espero. Pensé que podía actuar como una especie de intérprete.


—¿Un intérprete?


—Para todos los malentendidos que ha habido esta mañana.


Pedro no supo lo que estaba pasando. Pero el señor Chaves había ido allí como amigo y él lo estaba dejando allí fuera de una manera muy poco educada.


—Vamos, señor. Entremos. Siéntese. ¿Quiere algo frío?


—Eso estará bien.


Chaves se quitó la chaqueta y se sentó en un sillón.


—Gracias —dijo cuando Pedro le dio un refresco frío—. ¿Cómo te están yendo las cosas?


—Ahora bien. Acabo de firmar un contrato con Tampa Florists y estoy preparando… Oh, no importa eso ahora. ¿Qué ha querido decir antes con lo de los malentendidos?


Chaves le dio un trago a su refresco y sonrió.


—Quiero decir que tú estabas hablando de una cosa y Pau de otra.


—No comprendo.


—Seguro que no. Viniste a mi casa a decirle que lo lamentabas y a arreglar las cosas entre vosotros. O algo así, ¿no?


Pedro asintió.


—Bueno. Pau no pudo oír lo que tú le estabas diciendo. Estaba tan segura de que tú habías ido porque estabas enfadado por la granja que ni siquiera pudo hablar de otra cosa.


—Ah, la opción de compra. Me había olvidado por completo de ella.


—Más que eso, hijo. La ha comprado y te la ha puesto a tu nombre.


—¿Ha hecho eso? ¿Para mí? No debería haberlo hecho.


—Bueno, pues lo ha hecho. Y ese es tu problema. Yo sólo he venido a interpretar esos malentendidos.


Entonces se levantó, tomó su chaqueta y le pasó el bote vacío a Pedro antes de añadir:
—He disfrutado de esta visita, hijo. Ahora te dejo que sigas con tu trabajo.