martes, 2 de mayo de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 17





—¿A qué hora es la cita con los abogados?


Él frunció el ceño.


—No estoy seguro. ¿A las diez?


—Oh —ella miró el reloj y se mordió el labio inferior. Su intención era mirar la ropa y buscar algo para ponerse, pero con todo el lío…


—¿Qué ocurre?


—Mi ropa apesta… Anoche iba a lavarla. No puedo ir a ver a los abogados con unos vaqueros viejos y esa camiseta.


El recuerdo de lo sucedido la tarde anterior hizo que se le nublaran los ojos.


—¿Tienes ropa de premamá?


—Algunos pantalones de chándal y algunas camisetas. Nada decente. Mis vaqueros ya no me caben, pero son lo mejor que tengo y al menos anoche se lavaron, gracias a ti.


Pedro frunció el ceño y la miró de arriba abajo. Ella se aseguró de que llevaba el albornoz bien cerrado.


—Puedo preguntarle a Emilia si tiene algo.


Ella tragó saliva y alzó la barbilla.


—Por favor, no te molestes. Llevaré mis vaqueros.


Él se pasó la mano por el cabello y suspiró.


—Mira, después iremos de compras, ¿de acuerdo? Buscaremos algo para ti.


—Eso ayudará a que me consideren una zorra en busca de dinero —murmuró Paula.


—Tonterías —dijo él—. Considéralo un uniforme.


Ella no dijo nada, pero su expresión debió de ser muy clara porque él se rió.


—No del estilo de doncella francesa —dijo él—. Pero necesitarás ropa si vas a ayudarme a celebrar reuniones. Después de todo, no puedes esconderte en la cocina, ¿no? Y en cualquier caso, el techo del hotel era responsabilidad nuestra, así que considero que tienes derecho a que te compensemos por la ropa.


—Bueno, pero sólo algunas prendas. Lo justo hasta que haya ganado dinero y pueda comprarme más.


Él asintió.


—Trato hecho. Bueno, tenemos que ponernos en marcha. Me gustaría salir como dentro de media hora… ¿Tienes tiempo suficiente para prepararte?


Ella se rió.


—Media hora es más que suficiente —le aseguró, y aprovechó el tiempo para meter la ropa en la lavadora.


Llegaron a tiempo a la reunión con los abogados y, nada más entrar en el despacho, dos hombres se pusieron en pie y se acercaron a ellos. Hernan y Nicolas. Ella reconoció a Hernan por los informativos de televisión que solía presentar desde diversas partes del mundo, pero el rostro de Nico también le resultaba familiar.


Se percató de que lo había visto en el hotel antes de que Bernardo muriera.


Ellos tenían aspecto serio y parecían incómodos en su presencia. Era probable que Hernan lo estuviera porque, al fin y al cabo, había sido su esposa la que el día anterior se había metido con ella. Paula trató de no pensar en ello, enderezó los hombros y extendió la mano para saludarlos.


—Hola, soy Paula Chaves—dijo, y miró a Hernan a los ojos.


Él le estrechó la mano.


—Hernan Kavenagh —dijo él—. Emilia me ha pedido que te pida disculpas de su parte.


Paula esbozó una sonrisa. No estaba segura de que Emilia hubiera dicho tal cosa, pero era cierto que ella se había disculpado ante Pedro el día anterior y que quería ir a hablar con ella, así que quizá…


—Nicolas Barón —dijo el otro hombre, y le estrechó la mano con una sonrisa—. Te conozco. Tú trabajabas en la recepción cuando conocí a Bernardo Dawes.


—En la recepción y en un montón de sitios más —dijo ella—. Está bien que pueda realizar varias tareas.


Ellos se rieron y el ambiente se relajó una pizca. Los hicieron pasar, y puesto que el abogado estaba muy interesado en volver a escuchar la historia de Paula, ella la contó de nuevo.


—¿Y dice que no hay rastro del testamento, señorita Chaves?


—Yo no lo he encontrado, y no sé dónde podría haberlo guardado Bernardo.


—¿Tenía un abogado?


—No lo sé. Había un hombre llamado Barry Edwards, sí creo que se llamaba así. Quizá él sepa algo. Creo que se ocupaba de la venta, pero no sé de dónde era. Bernardo no me contó nada.


—Conozco a Barry Edwards. Hemos tratado con él. Estoy seguro de que, si hubiera un testamento, habría salido en la conversación. Hemos estado hablando sobre el hecho de que usted reclama la propiedad. Hablaré con él otra vez, para ver si nos cuenta alguna novedad. Y, entretanto, ¿deduzco que está de acuerdo en marcharse del hotel y en que mis clientes puedan recibir el edificio vacío?


Ella asintió. Había olvidado el lujo que era tener un alojamiento digno, y la noche anterior le había parecido un sueño.


—No era un lugar seguro.


—Desde luego que no. El techo se cayó anoche —les dijo Nico—. He ido esta mañana. El colchón ha quedado enterrado bajo un montón de escombros. Pedro te sacó a tiempo.


A su lado, Pedro cerró los ojos y suspiró.


—¡Diablos! —murmuró—. ¿En serio?


—En serio. Lo vamos a demoler hoy antes de que suceda algo más.


Paula comenzó a acariciarse el vientre y miró a Pedro. Él estiró el brazo y le acarició el hombro un instante. Ella sonrió.


Ambos sabían que él había hecho lo correcto. Y Nico también, por haber clausurado la puerta para que ella no pudiera volver a entrar.


El abogado se aclaró la garganta.


—Bueno, entonces, lo siguiente que hay que hacer es recabar información acerca de tu reclamación.


—No creo que necesitemos estar todos para hacerlo —dijo Pedro, mirando a los demás—. ¿O sí?


Ellos negaron con la cabeza.


—¿Ustedes tienen algo más que añadir? —preguntó el abogado.


—Quiero redactar un contrato de trabajo —dijo Pedro—. Para proteger a Paula y asegurarme de que disfruta de todos los derechos del trabajador.


—Muy bien. Lo haré con ella, y después se lo mostraré por si tiene algo que añadir. ¿Eso es todo?


—Eso es todo, ¿no? —dijo Pedro, y los otros dos asintieron—. Regresaremos al hotel y continuaremos con lo que hay que hacer allí. Paula, ¿te importaría reunirte con nosotros cuando termines? No queda lejos de aquí. Estaremos en el despacho.


—Muy bien. ¿Por qué puerta?


—Por la lateral, donde está el guarda de seguridad.


Ella sonrió.


—Decidle que me deje entrar, ¿de acuerdo? No somos muy buenos amigos.


Pedro apretó los labios.


—Se lo diré.








CENICIENTA: CAPITULO 16




Consiguieron llegar hasta el día siguiente, Paula sin intentar escaparse de nuevo Pedro sin pasar toda la noche despierto preguntándose si todavía estaría allí.


Había pensado programar la alarma de robo para que saltara si ella abría la puerta de la calle, pero lo pensó mejor. Tenía que confiar en ella y no quería que se sintiera atrapada.


Paula había dicho que se quedaría. Así que le dio el beneficio de la duda y, por la mañana, ella todavía estaba allí.


Cuando Pedro se levantó de la cama, la vio al final del jardín, vestida con el albornoz y mirando el mar. De pronto, sintió una presión en el pecho que no quiso pararse a analizar.


Apretó el botón para oscurecer las ventanas, algo que no solía hacer, y después de ducharse y de vestirse, bajó para poner la tetera al fuego. Ella seguía en el jardín, mirando hacia el sol. Pedro abrió la puerta y salió a la terraza. Ella se volvió y sonrió.


—Buenos días —dijo él, y ella regresó descalza hacia la casa.


—Buenos días. Estaba empapándome de brisa marina.


—Entonces, tendrás que estar mucho rato —dijo él, con una sonrisa.


—Lo haré. Merece la pena. Este sitio es precioso.


—¿Has dormido bien?


Ella asintió.


—Estaba cansada.


—Ayer fue un día duro.


—Sí —dijo ella, con cierta expresión de tristeza en la mirada—. ¿El jardín está todo vallado? —preguntó después de una pausa.


—Totalmente.


—¿Pebbles podrá escaparse si la dejo salir de casa?


—Sólo si la verja estuviera abierta, y normalmente no lo está. Y si la dejas en el jardín de atrás, no podrá llegar hasta el de delante. Imagino que no puede escalar. Hay un muro con una puerta en el garaje, y otro muro al otro lado, así que no podrá llegar a la playa a menos que la verja esté abierta.


—¿Y podría salir por la puerta del salón y pasear por el jardín?


—Podría.


Paula sonrió.


—Le encantaría. Solía tumbarse en el tejado durante horas, tomando el sol y observando a los pájaros. Es probable que ya no pueda cazar, pero le encanta verlos.


—Seguro. Déjala salir sin problema. Le sentará bien estirar las piernas.


Ella sonrió y se alejó dejando las huellas mojadas sobre la pizarra. Él oyó que abría la puerta y esperó a que saliera de nuevo con la gata.


—¿Té o café? —preguntó él.


—Un té sería estupendo pero, ¿no se supone que tengo que prepararlo yo?


—Sólo si vas a aceptar el trabajo.


Se hizo una pausa, y al final ella sonrió y dijo:
—Yo prepararé el té.


Pedro suspiró aliviado y sonrió.


—Tú vigila a la gata. No estoy seguro de que preparar el té de la mañana sea parte de tu contrato de trabajo —dijo Pedro, y entró en la casa tratando de no pensar por qué, de pronto, se sentía tan contento




CENICIENTA: CAPITULO 15





—¿Por dónde quieres que empiece?


Ella lo miró extrañada, sin estar segura de que pudiera creer una sola palabra de su boca, pero había dejado la verja abierta, le había mostrado dónde estaba el botón para abrir y le había dicho la contraseña por si en algún momento se encontraba la verja cerrada.


También le había dado la llave de la puerta principal y de la lateral, el código de la alarma, doscientas libras en efectivo y una tarjeta de banco con la contraseña.


¿Tanto confiaba en ella?


Paula se dio una ducha en la habitación de invitados y, cuando salió, Pedro ya había secado a la gata, le había dado de comer y había deshecho la bolsa de Paula.


—Tu ropa está empapada —dijo él, frunciendo el ceño. Se marchó un instante y regresó con un par de pantalones de chándal, una camiseta y un albornoz. Todo le quedaba grande, pero no le importaba. Estaba calentita y la gata estaba dormida en su regazo, su ropa estaba en la lavadora y ella estaba esperando a que él empezara a hablar.


Pedro también se había duchado. Se había puesto unos vaqueros viejos y una sudadera de algodón. Con los pies encima de la mesa, volvió la cabeza y la miró a los ojos.


—Empieza por el principio —dijo ella—. Desde que te diste cuenta de que yo estaba viviendo en el hotel y decidiste poner en marcha este plan.


—No es un plan.


—Entonces, ¿cómo lo llamarías? Ah, sí, ya lo recuerdo… Solucionar un problema —dijo ella—. Creo que ésas fueron tus palabras.


Él blasfemó en voz baja y se pasó las manos por el cabello.


—Fue como quince días después de que formalizáramos el contrato de compraventa…


—¿Formalizarlo? —preguntó ella, mirándolo con pavor.


—Sí… ¿Creías que tratábamos de arruinarte la vida por que sí? Por supuesto que hemos formalizado el contrato. Lo hicimos el día antes de que Bernardo muriera.
Acordamos que él podía quedarse allí durante un mes después de la formalización para que buscara un lugar donde vivir, pero si te soy sincero, creo que él sabía que se
estaba muriendo y que quería tener el dinero en el banco antes de que falleciera, así que permitió que siguiéramos adelante con la compra.


—Y murió antes de que pudiera hacer nada con el dinero —dijo ella—. Pero si le habéis pagado el dinero… ¿Dónde está? ¿Lo tiene Ian?


—No, supongo que no. El banco no lo entregará hasta que no se haya nombrado un albacea. Hicimos una pequeña retención, que pagaríamos cuando nos entregaran la propiedad vacía, y todavía la tenemos porque, por supuesto, hasta hoy, no hemos tenido la propiedad vacía.


—Hasta que se te ocurrió la manera de sacarme de allí.


—No fue así —suspiró él—. Bueno, supongo que sí, pero no por ese motivo.


—Entonces, ¿por qué?


—¡Por qué era muy peligroso! Anoche no dormí pensando en que se te podía caer el techo, y estaba en lo cierto, porque cuando regresé esta mañana, la plancha del techo de la escalera se había caído. El tejado está hecho añicos, Paula. Ya viste cómo se caía una plancha el otro día. La madera está podrida y, seguramente, las viguetas también. Sólo es cuestión de tiempo hasta que se caiga todo el edificio. Y había que pensar en el bebé que llevas en el vientre.


Ella bajó la mirada y se acarició el vientre. Pedro tenía razón, había sido peligroso estar en el hotel. La noche anterior se había asustado al oír que se caía el techo del pasillo pero, una semana antes, ella estaba en el baño cuando se cayó el
techo de la habitación y esa vez se asustó de verdad. Toda su ropa se había estropeado y el colchón había quedado empapado y lleno de escayola.


Si hubiera estado en la cama en ese momento…


Se estremeció y frunció el ceño.


—¿Estás bien? ¿Has entrado en calor?


—Sí —contestó, aunque no era cierto que se encontrara bien.


—Paula, sé que no te lo vas a creer, pero yo quería que salieras de allí por tu bien, y si de paso eso significaba que el edificio quedaba vacío, mejor. Si hubiese sido un lugar seguro, habría permitido que te quedaras si eso era lo que querías, y mañana te habría llevado a ver a los asesores legales para hablar del tema.


—¿Para poder solucionarlo todo y deshaceros de mí cuanto antes?


—Porque no quiero que te engañe un hombre que ni siquiera se molestó en visitar a su padre enfermo hasta que estaba muriéndose —dijo él.


¿Podía creer lo que le decía? Parecía bastante enfadado.


Ella suspiró. No tenía otra opción. No tenía dónde vivir, ni dinero. Y, además, pronto nacería su hija. No tenía posibilidad de elegir, y estaba cansada de luchar.


—Sabes, si hubiera sabido que habíais formalizado el contrato de compraventa y que hiciera lo que hiciera no podría evitar que el dinero cambiara de manos, no habría pasado tanto tiempo en ese lugar tan horrible —dijo ella—. Pensé que estaba retenido en espera de la autenticación del testamento… ¿Y por qué no me echasteis sin más?


Él se rió.


—Lo íbamos a intentar —dijo Pedro—. Por eso mañana vamos a ver a los asesores. Teníamos dificultades para desahuciarte, y además estaba el tema de tu seguridad y de nuestra responsabilidad hacia ti —dijo él—. Íbamos a demoler esa zona, y tú estabas retrasando nuestros plazos. Mañana teníamos una reunión con los asesores legales para hablar de ello.


—¿Y por qué me ofreciste el trabajo? Quiero decir, si tu equipo de asesores estaba a punto de sacar las pistolas, ¿por qué no permitiste que lo hicieran?


Él miró a otro lado.


—Porque descubrimos que estabas embarazada.


—¿Y?


—Pues que hay cierta diferencia. Una gran diferencia. Mi hermana estuvo en una situación parecida a la tuya cuando se quedó embarazada, y regresó a vivir con nuestros padres. Era un poco mayor que tú, con una hija pequeña y otro bebé en camino, pero al menos tenía familia donde acudir. Tú no tienes dónde ir, y por mucho que creas que soy un cretino, no podía dejarte en la calle. Y no pensé que aceptaras un gesto caritativo, y has de admitir que no me vendría mal tener a alguien que me ayude a mantener mi casa en orden. Además, tengo mucho sitio.


Ella no podía discutírselo, pero había algo en la manera en que él evitaba mirarla que hacía que dudara acerca de sus motivos. O bien trataba de ocultarle algo o había algo que no quería compartir con ella. ¿Algo relacionado con Kate? Fuera lo que fuera, trataría de averiguarlo más tarde.


—¿Y cómo descubristeis que yo estaba allí? —preguntó ella.


—Nos dijeron que había un inquilino que no quería marcharse, alguien que había trabajado en el hotel y que reclamaba su derecho a la propiedad. Dijeron que no había problema y que te marcharías cuando terminara el mes. Y después, pasó el mes y tú seguías allí.


—¿E Ian te dijo que yo no tenía derecho a la propiedad?


—Así es. O sus abogados, aunque no sé cómo pudieron decir tal cosa sin el testamento.


—Incluso sin el testamento, hay una posibilidad de que yo pueda reclamar la propiedad para mi hija. Hay una ley antigua que habla sobre los bebés que todavía están en el vientre de su madre.


Él asintió y ella lo miró a los ojos.


—Pero antes de hacer nada, tengo que demostrar que es hija de Jaime.


—¿Hay alguna duda?


Ella lo miró fijamente y él levantó las manos.


—Sólo pregunto,Paula. Podría ser importante. Si no estás segura, tenemos que saberlo antes de pagar.


—¿La desconfianza es algo característico en vuestra familia? —preguntó ella—. Es hija de Jaime. Por supuesto que lo es. No soy yo quien necesita la prueba, Pedro
añadió—. Es el juez. Y si Ian consigue el dinero antes de que nazca…


—Pero no lo conseguirá. Todavía no lo tiene, y si tú reclamas ese dinero, no declararán a un albacea hasta que todo quede demostrado. Nuestros abogados te lo explicarán mañana y empezarán a mover el tema… Suponiendo que quieras hablar con ellos.


Paula tenía que tomar una decisión. Podía regresar a la calle, ponerse en manos de los servicios sociales e intentar librar la batalla legal sin recursos, o podía quedarse en aquella casa preciosa con un hombre que, a pesar de que no tenía motivos para confiar en ella, había sido amable y le había ofrecido ayuda para librar la batalla legal desde una posición segura.


Y eso era lo que necesitaba.


Seguridad.


Para ella y para el gato, y sobre todo para su hija.


—¿Paula?


Ella lo miró a los ojos y trató de sonreír.


—Lo siento. Creo que quizá te haya juzgado mal. Al menos, te debo el beneficio de la duda.


—Creo que es razonable que me hayas juzgado mal, en vista de lo que has oído —dijo él con una media sonrisa. Después, frunció el ceño—. ¿Puedes perdonarme? ¿Perdonarnos? ¿Y te quedarás aquí?


Paula pensó en ello. Quizá tuviera que pasar un tiempo antes de que pudiera perdonarlo, y tendría que pensárselo mucho antes de perdonar a Emilia, pero ¿quedarse en aquella casa? Quizá.


—Dijiste algo de un contrato de trabajo. Creo que sería una buena idea dejarlo todo aclarado. No quiero que nadie haga insinuaciones.


Él asintió.


—Por supuesto. Podemos hacerlo mañana.


—Y mencionaste algo sobre la cena —añadió.


—Así es —dijo él con una sonrisa—. Hay un guiso de pollo… Ya está en el fuego.


Ella sonrió despacio.


—Entonces, empecemos por ahí y mañana nos ocuparemos del resto.