martes, 30 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 69

 


Esteban agarró una y rompió la caja. De pronto un puñado de plumas negras quedó libre y Paula se dio cuenta de lo que era.


Cacatúas jóvenes. Los hombres no iban tras Lisandro cuando perseguían al coche. Querían la mercancía robada que llevaban en el maletero.


Volvió a revivir su huida. El hombre que había agarrado a Lisandro no quería sacarlo del coche, quería meterse él. Y el hermano de Pedro lo había derribado, a pesar de la preciada mercancía, porque también pensaba que Lisandro era su objetivo.


Oh, Julian…


—Quédate aquí, Paula—dijo Esteban.


Ambos agentes se subieron a sus vehículos y se alejaron a toda velocidad. Paula se apoyó en el sedán, aliviada de saber que iban a ayudar Pedro.


—¿Cómo podía haberlo dejado allí?


—Paula.


El corazón le dio un vuelco y Paula se giró hacia la voz justo cuando Pedro salía de entre los árboles, sudando y respirando entrecortadamente.


Llegó hasta ella y la abrazó con fuerza.


—¿Estás bien? ¿Lisandro?


—Está bien. Está en el coche.


—¿Paula, qué ha ocurrido?




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 68

 


Ninguno de los dos habló mientras el sedán blanco se alejaba del peligro. Paula no levantó el pie del acelerador hasta que no estuvieron a casi un kilómetro de distancia.


Entonces miró por el espejo retrovisor.


—¿Estás bien, cariño?


Lisandro comenzó a llorar.


—Shh… no pasa nada, L. Todo ha acabado. Estás a salvo.


—Lo siento, mamá —dijo el niño entre sollozos—. Lo siento…


Paula aminoró la velocidad y lo miró a través del espejo. No se atrevía a parar. Se lo había prometido a Pedro.


—Hablaremos de ello más tarde. Voy a llevarte a casa.


El niño se fijó en algo que había en la carretera frente a ellos y gritó.


Paula pisó el freno y se detuvo a pocos metros de donde los vehículos de la policía del parque formaban un control.


Apagó el motor y salió del coche. Corrió hacia Esteban Lawson y un desconocido de uniforme, que parecían tensos y alerta, con las armas preparadas mientras ella corría.


—¡Pedro! —gritó ella sin darse cuenta de aquel hecho—. Está en…


—¡Paula, para! —exclamó Esteban Lawson con una voz severa apenas reconocible. Paula frenó en seco. Justo entonces su compañero vio al niño de ocho años asomar la cabeza por el asiento trasero de sedán y, sin mirarse el uno al otro, ambos agentes bajaron las armas—. ¿Qué diablos está pasando, Paula? —preguntó Esteban—. Recibí una llamada de aduanas; sus agentes llegarán aquí en cualquier minuto. ¿De quién es ese coche y por qué conducías como si estuvieras en un rally?


Pedro necesita ayuda, Esteban —Paula mantuvo las manos quietas, de pronto insegura por el tono poco familiar de la voz de su amigo, su voz de policía, pero aún así dio otro paso hacia él—. Ellos son más. Su hermano…


Le llevó más tiempo del que quería contar la historia, porque se le trababa la lengua con la adrenalina. Pero finalmente dio la información necesaria, incluyendo que Pedro se había metido en una situación peligrosa y sin arma.


Y sin saber que ella lo amaba.


—¿Sargento? —dijo el compañero de Esteban asomando la cabeza por encima del capó del sedán—. Tiene que ver esto.


Paula siguió a Esteban a la parte trasera del coche para ver lo que estaban mirando. Casi veinte cajas de bombillas alineadas en un compartimento especialmente creado y que encajaba en fondo del maletero. Había otras cuarenta cajas vacías apiladas allí.


¿Bombillas?






CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 67

 


Paula tragó saliva para intentar hacer desaparecer el nudo que sentía en la garganta. Por lo que ella sabía, Pedro estaba a punto de enfrentarse a tres hombres potencialmente armados solo con sus manos.


«Te quiero», deseaba decirle, pero sabía que nunca podría. En vez de eso, se inclinó hacia delante y le dio un beso en la comisura de los labios.


Después sonrió, miró hacia donde estaba su hijo y comenzó a moverse.


«No mires atrás». Por supuesto, eso no iba a funcionar; pero, cuando lo hizo, cuando miró hacia la linde del claro, Pedro ya había desaparecido. Se arrastró brazo sobre brazo por la tierra hasta encontrarse a la sombra del sedán blanco. Tomó aire y se incorporó lentamente hasta estar en cuclillas y poder ver el interior del vehículo. Su hijo estaba sentado en el asiento, abrazado a su mochila, mirando a los hombres, situados al otro lado.


Paula golpeó suavemente el cristal que los separaba. Lisandro la miró y ella se llevó inmediatamente un dedo a los labios para que no hiciese ningún ruido. El niño asintió y miró nervioso a los tres hombres. Ella hizo lo mismo.


Después levantó dos dedos y los hizo caminar por el borde de la ventanilla para preguntarle si podía correr.


Lisandro negó con la cabeza y levantó los pies. Se los habían atado.


Paula tragó saliva para controlar la rabia y levantó los pulgares para hacerle saber que lo había entendido. Luego buscó a Pedro con la mirada. Era como si hubiera dejado de existir.


Plan B.


Hizo entonces el gesto de girar una llave y Lisandro señaló entusiasmado el asiento delantero. Ella se estiró y vio que del contacto colgaban las llaves del coche.


Le hizo gestos a Lisandro para que se pusiera el cinturón y abrió lentamente la puerta del conductor. Se deslizó tras el volante y giró la llave en el mismo movimiento. El motor hizo un ruido, pero no arrancó a la primera. Al oír el ruido, los hombres se dieron la vuelta y empezaron a correr hacia ella. Le temblaban tanto las manos que casi no pudo girar la llave una segunda vez, pero en el último momento lo consiguió y el coche se puso en marcha.


Cientos de figuras negras salieron volando de los árboles, donde las cacatúas estaban durmiendo. Paula pisó el acelerador justo cuando el primer hombre abría la puerta trasera del coche. Lisandro gritó y comenzó a patalear con los pies atados cuando el hombre lo agarró por los tobillos.


Paula frenó en seco antes de arriesgarse a que Lisandro fuese arrastrado fuera del coche en movimiento.


De la nada surgió una figura familiar que se lanzó contra el desconocido y cayeron los dos al suelo.


Julian.


Por el espejo retrovisor, vio al tercer hombre desaparecer entre los árboles como si le hubiera cortado las piernas un fantasma silencioso.


Pedro.


—Aguanta, cariño —le dijo a Lisandro mientras pisaba el acelerador de nuevo. Dio la vuelta con el coche y se alejó a toda velocidad hacia el centro de administración de WildSprings