sábado, 18 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 54

 

Tomas decisiones espontáneamente


Pedro llegó al bar antes de lo habitual y Paula notó al instante que pasaba algo.


–Lara me ha escrito –dijo él.


–¿Va a volver? –preguntó Paula fingiendo un leve interés. Había imaginado que aquel momento llegaría, que había estado fantaseando.


–No. Sigue sin decidir qué hacer.


–¿De verdad? –el corazón de Paula se aceleró–. Entonces, ¿me necesitas más tiempo?


–Sí, aunque si te parece, lo iremos decidiendo.


Paula se preguntó si hablaban del trabajo o de su lugar como amante, pero no expresó sus dudas. Ella sabía jugar sus cartas con tanta frialdad como él.


–Muy bien.


Ella estaba tan enamorada que estaba perdiendo el juicio, y esperaba ansiosa cada noche que él la estrechara contra sí, como hizo aquella misma noche.


En cuanto se despertaron, Pedro la abrazó y preguntó:

–¿Qué vas a hacer por la mañana?


–No sé –dijo ella, encogiéndose de hombros–. Quizá vaya al bar a ponerme al día con las cuentas.


–¿Por qué no vas a nadar? Luego podemos tomar un café.


No. Paula sabía que debía protegerse, convencerse de que sólo eran compañeros de cama y que pronto dejarían de serlo.


–Está bien –dijo, mientras Pedro comenzaba a acariciarla y le nublaba el entendimiento. Habría accedido a lo que fuera con tal de que no parara.


Un par de horas más tarde, después de haberse quedado adormecida y de darse una ducha cambió de opinión y fue al bar, porque quería que todo estuviera en perfecto estado cuando Lara volviera. Confiaba en que quisiera conservarla en su puesto. Le gustaba que no fuera ni demasiado grande ni demasiado sofisticado, y que la gente lo pasara bien en él. Por primera vez en su vida no estaba ansiosa por huir.


Estaba concentrada delante del ordenador cuando oyó la llave de la puerta. Sonrió pensando que era Pedro y se puso en pie. Debía haber adivinado que iría al bar y acudía para que tomaran café juntos.


Pero la persona que apareció en la puerta no era Pedro, sino un hombre al que no conocía.


–¿Quiere que le ayude?


–Disculpe. Me habían dicho que no habría nadie a esta hora.


–Pues se han equivocado. Soy Paula, la encargada –dijo ella, preguntándose por qué aquel hombre tenía llave del local.


–Soy Patricio, el abogado de Lara, la dueña –dijo él–. Estoy enseñándoselo a Julia, la agente inmobiliaria que se va a ocupar de la venta.


–¿Qué venta?


–¿Pedro no te lo ha comentado?


–Claro –dijo Paula, forzando una sonrisa–. Lo había olvidado. Les dejo solos.


–No nos molesta. De hecho, Pedro no quería molestarla pero ya que está aquí…


–No es molestia.


¿Pedro no quería molestarla? ¿Por eso la había animado a hacer algo aquella mañana fuera del local? ¿Por qué no querría que supiera que el bar estaba en venta? ¿Pensaba que no daba la imagen adecuada? Por una fracción de segundo pensó en ir al apartamento de Pedro, recoger sus cosas y marcharse, pero le pudo el orgullo. Podía hacer ese trabajo mejor que nadie y se lo demostraría al nuevo dueño. ¿De hecho, por qué no podía serlo ella? Se rió para sí. ¿De dónde pensaba sacar el dinero?




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 53



Se despertó tarde de nuevo. Y confuso. ¿Qué demonios le estaba pasando?


Miró a Paula y decidió no despertarla a pesar de que representaba una tentación casi imposible de resistir. Así que, a su pesar, se duchó y se fue.


Una vez en el despacho, leyó y releyó un mensaje de Lara, irritado. ¡Como si necesitara más complicaciones relacionadas con Paula! ¿Cómo iba a lograr comprometerla por más tiempo si nunca permanecía en el mismo sitio lo suficiente? Estaba seguro de que, en cuanto le dijera lo que Lara pretendía, se marcharía. Y aunque prendió en él una chispa de esperanza, la apagó al instante.


Era mejor mantener la cabeza fría.


Llamó a una agencia de colocación y explicó lo que necesitaba y cuándo calculaba que lo necesitaría. Luego fue a ver a un colega en la sección comercial del bufete y escribió un mensaje a Lara. Ella llamó al instante.


–¿Cómo que no puedes ocuparte tú mismo? –preguntó.


–Lara, me niego a vender el bar.


–¿Por qué?


–Porque estoy implicado en… –Pedro calló–. Yo me dedico al derecho criminal, no mercantil.


–¿A qué implicación te refieres? ¿Romántica? ¡Qué alegría! Estoy deseando conocerla.


–Lara, estoy muy ocupado. Adiós –dijo Pedro. Y colgó.


Luego se quedó con la mirada perdida, aterrorizado de que Lara tuviera razón.


Después del trabajo fue a darle la noticia a Paula, pero cambió de idea en cuanto la vio. Sabía que en cuanto le dijera que el bar estaba en venta, se marcharía, y él necesitaba un poco más de tiempo con ella. No se trataba de una mentira, sino de una omisión temporal. Sólo necesitaba disfrutar de ella como si estuviera de vacaciones, pasar unos días haciendo las cosas que no acostumbraba a hacer, hasta aburrirse y querer retomar su vida real. Se pasó la mano por la frente. Estaba seguro que aquel deseo que sentía por ella acabaría apagándose. No era posible que durara.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 52

 

Te fías más de la razón que de la intuición


Pedro volvió del juzgado habiendo ganado el juicio y recibió una llamada del decano de la facultad que no por esperada le causó menos satisfacción, ofreciéndole un puesto.


Salió del despacho y anunció a su secretaria que iba a dar una vuelta.


Pedro, pero si tienes una cita para comer con Mauro.


–Cancélala –ante la mirada de perplejidad de su secretaria, añadió–: Di que no me encuentro bien.


Decidió ir a las piscinas para poner sus ideas en orden, pero la natación no le proporcionó la calma que solía darle. Y sin darse cuenta, sus pasos lo dirigieron al local. Sin embargo, decidió no entrar por temor a que Paula creyera que iba a pavonearse de su éxito en el juicio.


En cuanto volvió a la oficina uno de los socios lo llamó, el mismo al que había dado plantón.


Mauro se puso en pie en cuanto lo vio entrar.


–Ya era hora de que tuviéramos una charla.


–¿Sabes que me han hecho una propuesta en la universidad? –comentó él.


–Lo comprendo. Tienes una mente privilegiada para la investigación y tu entusiasmo por el derecho es encomiable. Consigues hacer sencillo el argumento más complejo. Por eso mismo eres fabuloso como abogado. Sabemos que otros bufetes se han puesto en contacto contigo y que has decidió permanecer con nosotros. Ahora queremos agradecértelo convirtiéndote en socio de pleno derecho –Mauro sonrió–. Comprenderás que conlleva una serie de beneficios sustanciales.


Pedro sabía que el salario de la universidad no podía competir con el del bufete. Pero a su vez la universidad tenía otras ventajas: las vacaciones, los años sabáticos, tiempo para estudiar y escribir.


–Sé que te gusta hacer muchas cosas, pero necesitamos que te comprometas con nosotros al cien por cien.


La palabra «compromiso» lo puso en guardia.


–Estoy seguro –añadió Mauro–, que lo meditarás tan concienzudamente como haces todo.


Pedro asintió con la cabeza y salió. Se suponía que debía sentirse feliz al ver que los últimos años de su vida daban su fruto. Pero tenía que tomar decisiones y no sabía por dónde empezar.


Llamó a la puerta de su padre sin haberse molestado en concertar la habitual cita previa. En su momento lo había desilusionado al no haber querido entrar en su bufete, especializado en derecho mercantil. Pero a él le interesaba la batalla de los juzgados, el desarrollo teórico de la ley, la adrenalina de los juicios, no las intricadas regulaciones de los contratos entre empresas poderosas. Pedro rió quedamente. Paula tenía razón: era un idealista.


Por primera vez necesita que su padre actuara como tal y no como mentor.


–Hola hijo, ¿cómo estás?


–Bien –dijo Pedro, consciente de que se refería al trabajo.


–Ten cuidado con los académicos. No tardarás en ser juez. ¿Sigues teniendo mucho trabajo?


Pedro se quedó mirando a su padre preguntándose si mencionar a Paula, pero decidió que no. Su padre se acostaba con tomos de Derecho, igual que él hasta hacía unas semanas. Hasta entonces sólo había tenido historias de una o dos noches, pero siempre volvía a sus libros. Por primera vez comprendía el punto de vista de su madre respecto a su relación. Y al mirar a su alrededor, en lugar de pensar que ella no había comprendido su ambición y su deseo de ser el mejor en su campo, coincidió con ella en que quizá sólo le importaba el dinero.


Y en ese momento intuyó que su empeño en que aceptara ser el socio más joven o el juez más joven no era más que para poder pavonearse con sus conocidos de su éxito, como padre. Pero Pedro ni siquiera estaba seguro de que su padre fuera feliz. No cabía duda de que tenía una carrera exitosa, pero al acabar el día iba a una casa vacía.


Su padre miró el reloj de soslayo. Su tiempo valía dinero. Pedro se puso en pie, consciente de que nunca podría hablar con él más que de temas profesionales.


Su madre siempre le había pedido tiempo, siempre había dicho que quería alguien con quien reír y que la amara.


Él había seguido los pasos de su padre sin cuestionarse nada, y por eso nunca había comprendido.


Aquella tarde, en su apartamento, se dio cuenta de que los objetos de Paula empezaban a invadirlo todo. Repasó sus CD. Todo country. Puso el primero y deseó que estuviera en casa. Luego deseó no haberlo deseado.


Entró en su dormitorio y al ver sus botas vaqueras pensó que pronto las usaría para marcharse y dejarlo. Miró el reloj y frunció el ceño. Debía estar a punto de cerrar. Si quería acompañarla a casa, debía irse. No quería que volviera sola.


Caminó hacia allí a paso ligero sintiendo una extraña aprensión. Deseaba a Paula más de lo que quería, y más teniendo en cuenta que cualquier día se iría y lo dejaría con el corazón roto. La sangre se le congeló. Debía acabar con ella de inmediato. O como tarde, al día siguiente.



NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 51

 

Por primera vez en su vida, Paula estaba haciendo algo a lo que quería dedicar toda su energía. De hecho, se trataba de dos cosas. ¿Cómo era posible que hubiera encontrado al mismo tiempo algo que verdaderamente quería hacer y al hombre con quien compartirlo, y que fuera completamente imposible convertirlo en realidad? ¿Cómo iba a decírselo si él estaba destinado a tan altas metas?


Pedro se tomó su silencio como una negativa.


–¿Y el violín?


–Sólo era un hobby. Se nota en cómo lo toco.


–Pero te encanta la música country.


–Sí, aunque no es frecuente tocar a Bach en estilo country. Si quieres luego te enseño.


Pedro rió.


–Sólo lo escucharé si tocas desnuda. Bueno, o con el sombrero vaquero puesto.


Pedro permaneció sentado en su taburete mientras ella trabajaba, charlando con Camilo sobre la liga de rugby. Paula lo observaba con el rabillo del ojo. Nunca lo había visto tan relajado, y encontraba irresistible esa faceta de su personalidad.


–Vayámonos a casa –dijo, insinuante–. Deja a Camilo al cargo.


–Que tú te hayas tomado la tarde libre no significa que los demás podamos hacerlo.


Nunca le había resultado tan peligroso como aquella noche. Nunca su corazón había latido tan aceleradamente.


–Camilo puede ocuparse –insistió él.


Pedro, de verdad que debo trabajar. Adelántate tú –dijo ella, indicando la puerta.


Él pareció decepcionado y Paula pensó que se debía a que esperaba que hiciera siempre lo que a él se le antojaba. El problema era que a ella también le apetecía, pero que ya no se trataba sólo de una mera atracción física, o una manera de combatir el insomnio. Empezaba a tener sueños irrealizables. Las palabras de Sara habían sido como un virus que empezaba a propagarse. Era impensable que pudiera conservarlo. No sería más que una rémora para él.


–Pasas demasiado tiempo aquí. Te ordené que te tomaras un día libre y no has obedecido –era evidente que Pedro no iba aceptar una negativa como respuesta–. ¡Camilo, ocúpate de cerrar!


Camilo se giró bruscamente desde la mesa que estaba recogiendo y los vasos que llevaba en la bandeja salieron disparados y se hicieron añicos.


Paula no pudo contener la risa mientras intentaba reprender a Pedro.


–No deberías haber hecho eso.


Pedro le lanzó una sonrisa pícara.


–Cárgalos a mi cuenta. Venga, vamos a divertirnos.


El Pedro informal quería jugar, y Paula fue incapaz de seguir resistiéndose




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 50

 

Te gusta el reto que conlleva la competitividad

Paula limpiaba los caños de la cerveza para no pensar en que el sexo con Pedro empezaba a convertirse en amor.


Sara entró en el bar y ella se puso en tensión, aunque lo disimuló perfectamente.


–Hola, pensaba que estarías en el juzgado.


Pedro sigue allí, pero no me necesitaba.


–¿Quieres algo? –preguntó Paula, reprimiendo el comentario que le pasó por la mente.


–Un vino blanco –pidió Sara. Cuando se lo sirvió, añadió–. Pedro me ha dicho que estudiaste música en la universidad.


–Así es –Paula se preguntó por qué Pedro habría hablado de ella con Sara.


–¿Nunca has querido tocar en una orquesta?


–No soy lo bastante buena.


Al ver la expresión de sorpresa de Sara, Paula decidió hacer por ella lo que claramente pretendía hacer: humillarla.


–Trabajé de camarera para pagarme los estudios y cuando acabe el grado, me dediqué de pleno a la hostelería.


–Como dicen –comentó Sara en tono despectivo–, los opuestos se atraen.


–¿Por ejemplo?


Pedro y tú. No tenéis nada en común –se inclinó sobre la barra como si compartieran un charla íntima–. No sé si eres consciente de que Pedro tiene una carrera en la que pensar.


–¡Qué interesante! Cuéntame –dijo Paula con una forzada sonrisa.


–Quieren hacerlo socio del bufete, la universidad lo persigue para que dé clases y se rumorea que puede ser el abogado más joven en ser elegido para el Tribunal Supremo.


–¿De verdad?


Sara asintió.


–Necesita alguien que pueda estar a su altura –bebió un trago y dejó la copa con gesto displicente–. Tiene que tomar decisiones importantes y debe tener a la mujer adecuada a su lado.


–Me alegra que tenga un futuro tan prometedor. Eso lo hace terriblemente atractivo, ¿no crees? –dijo Paula mientras sacaba brillo a una copa y la miraba al trasluz–. ¡Que chica tan afortunada soy! En cuanto a tomar decisiones, Pedro no es ningún niño y no creo que necesite ayuda.


–No lo dudo, Paula, pero ¿no te parece una lástima que vea sus oportunidades lastradas por una mujer que no dé la talla?


Paula tuvo que morderse la lengua para no reír al oírle pronunciar esa palabra, cuando Pedro y ella sólo eran amantes sin ningún compromiso. Ella sabía perfectamente que no pertenecía a su círculo. No necesitaba que una abogada de éxito se lo restregara. Los dos sabían que no estaban hechos el uno pata el otro. Pedro pronto se cansaría, y ella tendría que marcharse y reparar su corazón en algún otro lugar. Pero lo que no iba a hacer era dejarlo para que aquel monstruo manipulador saltara sobre él. Vivían en Nueva Zelanda en el siglo veintiuno y el sistema de clases estaba supuestamente abolido… aunque la comunidad de la abogacía fuera algo más conservadora que la media.


Era verdad que para Pedro ella representaba un pasatiempo, una mujer un tanto excéntrica de la que hablaría en el futuro como «una buena amante sin futuro».


Ni siquiera era una buena música ni había tocado el violín desde el día que encontró a Pedro. Él, en cambio, iba a ser juez, y se convertiría en un pilar de la sociedad. Efectivamente, era ridículo pensar que pudiera casarse con una chica que servía cervezas en un local de moda.


Así que sólo le quedaba aprovechar el tiempo que pasara con él hasta que llegara Lara, y confiar en que no se le rompiera el corazón. Y entretanto, no pensaba dejar que aquella bruja le hiciera sentir inferior.


En cuantos se marchó, puso uno de sus CD favoritos y llamó Camilo para decirle que iba a salir un par de horas. Necesitaba pensar. La situación empezaba a complicarse.


Volvió al bar después de las cuatro y le sorprendió ver a Pedro, vestido informalmente y jugando un billar con Camilo.


–¿Dónde te has dejado el traje? –preguntó ella.


–He pensado que no la necesitaba para dar una charla en la universidad.


–¿Y como te has contagiado del espíritu universitario, estás jugando al billar?


–Me he tomado la tarde libre. El juicio ha sido pospuesto hasta mañana, así que he llegado a dar la charla a tiempo.


–¿Ha salido bien?


–Muy bien.


Paula imaginaba que la sala estaría llena.


–¿Muchas chicas guapas en la primera fila?


Pedro sonrió.


–¿Crees que iban a verme y no a escucharme?


–Seguro que estaban pendientes de cada palabra.


Paula se apoyó en una mesa mientras seguían jugando. Cuando metió la bola negra, Camilo protesto.


–Creía que habías dicho que no jugabas bien.


Pedro sonrió.


–Ha sido un golpe de suerte –dijo, dejando el taco en su sitio.


–¿Es que lo haces todo bien? –preguntó Paula, irritada.


–¿Tú qué crees? –dijo él con un guiño.


–Que sí.


–¿Quieres jugar? –preguntó él indicando la mesa de billar con una sonrisa de picardía.


–Tengo trabajo.


–De hecho, trabajas demasiado.


–Mira quién fue a hablar.


–Pero yo estoy acostumbrado.


Claro, y ella no. Seguía considerándola una inconstante e incapaz de mantener el ritmo de trabajo.


Pedro la miró fijamente.


–¿Pasa algo?


–Tu amiga Sara ha venido a verme para hablar de tu futuro –al ver la expresión de sorpresa de Pedro, añadió–: Se ve que eres un hombre muy solicitado. Te quieren hacer socio, profesor y, según se rumorea, juez.


Pedro asintió con la cabeza.


–Lo de juez no es más que una posibilidad entre muchas. Lo que no entiendo es por qué Sara te lo ha contado.


Paula se entretuvo poniendo botellas en orden.


–No sé. Salió en la conversación –dijo, decidiendo no clavar una puñalada en la espalda de la bruja que, después de todo, trabajaba con él y que quizá en el futuro llegara a ser su amante.


–¿No te ha encantado hablar de mi carrera? –bromeó él al observar que fruncía el ceño.


–Desde luego. Se ve que has trabajado mucho para llegar donde estás.


–Tú también, aunque tiendas a subestimarte.


–Si acabé los estudios fue gracias a Sofia. La música no era más que un entretenimiento, y la excusa para ir a tocar a su garaje y escapar de mis padres.


–Supongo que yo tuve mucha suerte sabiendo lo que quería hacer desde muy pronto –Pedro tamborileó los dedos sobre la barra–. ¿Nunca has sentido pasión por nada?