viernes, 31 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 41




Durante la media hora que le llevó al médico llegar a su casa, a grandes pasos Pedro recorría la cocina, la veía con unos ojos que le advertían que no debía intentar siquiera moverse.


Era extraño, pero la tensión de Pedro parecía aligerar un poco el temor de Paula. Qué diferente era tener a alguien con quién compartir la espera, la ansiedad... ¿Se sentiría igual de ansioso si supiera que era su hijo el que Paula esperaba? Cuando se estremeció, él lo notó, y se acercó a ella de inmediato.


—¿Qué pasa? —le preguntó.


—Nada —mintió la chica—. Sólo tengo un poco de frío.


Por la manera en la que el frunció el ceño, Paula pensó que adivinaba que mentía, un minuto después, Pedro abrió la puerta de la cocina y fue al vestíbulo. Escuchó que subía y un minuto más tarde se presentó con el edredón de su cama con el que la cubrió.


Cuando, por accidente, los dedos de Pedro rozaron el bulto de su vientre, ella brincó y se estremeció. Las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos. Si tan sólo las cosas fueran diferentes, si tan sólo la amara... si tan sólo descara a su hijo tanto como ella.


—Debe ser el médico —dijo Paula al oír que un auto se acercaba.


—Espera aquí. Yo iré a recibirlo —le indicó Pedro.


—Bueno, ¿qué pasó? —le preguntó el médico alegre al entrar a la cocina.


Paula explicó lo ocurrido, vio como su sonrisa desaparecía y fruncía el ceño cuando se volvió a Pedro y tranquilo, comentó:
—Creo que lo mejor sería que subiera y se acostara. Si usted pudiera...


Aunque la chica quería protestar y decir que bien podía subir la escalera sin ayuda, le pareció más sencillo ceder y permitir que Pedro soportara el peso de su cuerpo, mantenía un brazo firme alrededor de su cintura mientras la conducía al dormitorio.


El embarazo había incrementado algunos de sus sentidos, en especial el del olfato, y el aroma de Pedro tan cerca la abrumó con una mezcla angustiosa de dolor y gozo. Paula deseaba cerrar los ojos y apoyarse contra él por siempre, derretirse en él, ser parte de él... dejar que la absorbiera de tal manera que nunca se pudieran separar. Las lágrimas le quemaban detrás de los párpados y tropezó al tratar de controlar su debilidad emocional.


—Paula, ¿qué pasa? —exclamó Pedro tenso.


Ella negó con la cabeza, no podía hablar, sabía que si no ponía cierta distancia entre ellos, se desmoronaría por completo.


Se llevó la mano al vientre al sentir que el bebé se movía en su interior como si quisiera estar cerca de él. Suplicaba en silencio que comprendiera y la perdonara por negarle el derecho de conocer y amar a su padre; le decía que lo hacía por él, para que no sufriera por el rechazo de Pedro.


Agradecía que ya estuvieran muy cerca de su dormitorio.


—Iré a buscar a la partera para que la examine —el médico le dijo cuando Pedro bajó a buscar el edredón—. Supongo que estará de acuerdo conmigo en que lo que necesita es un par de semanas en cama.





ADVERSARIO: CAPITULO 40




Cuando escuchó que llamaban a la puerta, el sonido fue tan inesperado que pasaron varios segundos antes que se molestara en moverse.


¿Quién podría visitarla a esa hora? Era probable que fuera alguien que quería vender algo, se dijo pesarosa, al ir al vestíbulo y encender la luz.


Abrió la puerta con cautela y se quedó helada. 


La sorpresa al verlo le robaba la capacidad de pensar con lógica.


—¡Pe... Pedro!


—Sí, soy yo —le confirmó al entrar—. ¿Estás sola? ¿No decidió venir a vivir contigo a pesar de esto? —le preguntó con voz suave, tenía la mirada posada sobre el vientre de Paula—. ¿Lo hiciste a propósito, Paula? ¿Concebiste este hijo con la esperanza de que dejara a su esposa por ti? —preguntó brusco.


Paula tenía la boca seca, los músculos de la garganta paralizados por lo que le decía.


—Te vi en el pueblo esta tarde —lo escuchó manifestar—. En un principio no lo podía creer, no podía creer que hubieras sido tan... tan...


—Descuidada —complementó Paula, cuando empezó a amortiguarse la sorpresa, y una mezcla de angustia, dolor y enojo tomó su lugar. 


¿En realidad pensó durante un momento emocional cuando ella le abrió la puerta, que él había adivinado la verdad y se presentaba a reclamar a su hijo... decirle que la amaba, que los amaba... que los quería? Pues de ser así... si en realidad ella fue tan tonta, ahora él le confirmaba lo tonta que en realidad era.


—¿Sólo fue un descuido, Paula?


Sus palabras eran como una lluvia de golpes crueles que caían sobre su corazón desprotegido, cada uno de ellos más devastador que el anterior. ¿Eso era lo que él en realidad pensaba; que ella de manera deliberada eligió embarazarse con la esperanza de que al hacerlo obligaría a su amante a dejar a su esposa y a su familia?


Advirtió un sabor amargo en la boca, un frío que le rodeaba el corazón. ¿En verdad tenía una opinión tan baja de ella?


Cuando ella no respondió, el insistió inclemente:
—Pero, no está aquí contigo, ¿verdad? Te traicionó, justo como traicionó a su esposa. ¿En realidad pensaste...? —se detuvo, y entonces agregó cortante—. Ahora estás embarazada y el padre de tu hijo te ha abandonado... los ha abandonado a los dos, ¿cierto Paula?


La chica levantó la cabeza y se obligó a verlo.


—Sí, supongo que si lo dices así, lo ha hecho —admitió tranquila, todavía sorprendida, incapaz de negar lo que el decía ni de revelarle la verdad.


Una expresión extraña apareció en el rostro de Pedro; había enojo, irritación y desolación, y también algo más... algo que se acercaba al sufrimiento, aunque por qué las palabras de Paula le causaban tanto dolor, no tenía idea, a menos que fuera que le recordaban algo de su propia infancia; del trato cruel que diera su padre tanto a él, como a su madre.


—Y, sin embargo, no lo culpas, ¿o sí? —le dijo en tono acusador sin dejar de observarla.


— ¿De qué? —Preguntó Paula negando con la cabeza—. ¿De haber concebido a su hijo? —levantó la cabeza orgullosa—. La opción de seguir el embarazo fue mía. Fue mi elección; mi deseo. Quiero a su hijo.


—¿Aunque los haya abandonado? —le preguntó desolado.


—Hay cosas mucho peores en la vida que un niño tiene que soportar además de no tener un padre —Paula le señaló amable. Vio por la expresión en los ojos de Pedro que él sabía justo a lo que se refería—. Este hijo... mi hijo, nunca dudará de mi amor.


Giró sobre los talones al hablar, pretendía que él comprendiera con claridad que quería que se fuera, temerosa de que si permanecía allí, obligándola a hablar de un tema tan emocional, se delataría. El ya la despreciaba, y se podía imaginar lo que sentiría si supiera que él era el padre del niño... que lo negaría.


Sus emociones se acrecentaban en su interior, la llenaban de pánico. Se movió con torpeza y tropezó con el tapete de la cocina.


Era algo que le había ocurrido docenas de veces antes, y se había jurado que movería el tapete o se desharía de él y después lo olvidaría hasta que le volvía a ocurrir, pero, en esta ocasión, la sorpresa combinada de la llegada de Pedro, más el temor natural que sentía por el bebé, hicieron que se tensara al percatarse que caía de frente, y gritó con pánico.


Pedro se movió de inmediato, pero no con la rapidez suficiente para detenerla y cuando se arrodilló a su lado preguntándole si estaba bien, lo único en lo que ella pudo pensar, fue en el bebé y se le llenaron los ojos de lágrimas.


—No te preocupes, todo estará bien —escuchó que Pedro le decía y antes que ella pudiera evitarlo, con gentileza la ayudó a ponerse de pie, apoyando el peso de Paula contra él y la guió hacia una silla una vez que ella se sintió con fuerza suficiente para moverse—. Quédate aquí —le indicó—. Llamaré al médico.


Paula quería protestar, decirle que no necesitaba su ayuda, pero temía demasiado por el estado de su hijo para decir o hacer nada. 


Atontada le indicó en dónde podía encontrar el número de su médico, mientras temblorosa se acomodaba en la silla. Deseaba que se relajaran sus músculos tensos, su mente suplicaba que la caída no tuviera consecuencias drásticas.


Se sentía mal y tenía la cabeza ligera, el estómago se le retorcía por la náusea.


Era sólo la sorpresa, se dijo, eso era todo, pero todo el tiempo fue consciente de la advertencia que le hicieran en el hospital y de lo frágil y preciosa que era la vida en su interior.



ADVERSARIO: CAPITULO 39




—¿QUE pasa? ¿Qué hay de malo? —Paula preguntó ansiosa mientras pasaba la mirada del rostro de ceño fruncido de la enfermera al de la partera. Por lo general disfrutaba sus visitas prenatales, pero ese día, por alguna razón, la apartaron de las otras madres sin darle ninguna explicación.


El corazón se le aceleró por el temor que sintió por el bienestar de su hijo.


—No pasa nada —la tranquilizó la partera—. Lo único que ocurre es que su bebé no parece crecer con la velocidad que debiera. En ocasiones ocurre que por una razón u otra, un niño deja de crecer. Por lo general, sólo es algo temporal, pero... bueno... nos gusta revisar más a fondo cuando se presenta este caso; y usted todavía está baja de peso...


Paula se sintió culpable. Si algo le ocurría a su hijo por su negligencia...


—¿Qué tengo que hacer? ¿Qué ocurrirá? —preguntó preocupada.


—Nada en este momento —la tranquilizó la partera—, pero, quiero que regrese en una semana. Si su bebé no muestra señas de crecimiento para entonces... -—frunció más el ceño, lo que intranquilizó mucho a Paula.


—¿Qué puedo hacer? —su pregunta era una súplica.


—Descanse y coma bien —fue la respuesta inmediata.


—Y, ¿si mi bebé no ha vuelto a empezar a crecer para entonces...?


—Ya veremos. Tal vez tenga que internarse en la clínica para que los vigilemos, pero no hay razón para alarmarse. Como dije antes, suele darse este tipo de situaciones. Tomémoslo como un descanso temporal por parte del bebé... En este momento no es necesario que se deje llevar por el pánico. De hecho, es lo último que debe hacer —agregó con firmeza.


Cuando Paula salió del hospital media hora después, todavía estaba alarmada. Caminaba sin ver. No notó la presencia del hombre que estaba parado al otro lado de la calle. Su bebé corría un riesgo y era culpa suya. Tenía que serlo. Si cualquier cosa... El pánico y la culpa empezaron a hacer presa de ella. Nunca se sintió más sola ni más atemorizada en toda su vida.


Pensó en ir a ver a Laura para confiarle su preocupación, pero entonces recordó que su amiga se preparaba para el arribo de sus padres y los de Saúl quienes pasarían la Navidad con ellos, y consideró que no debía molestarla si estaba tan ocupada.


Mientras conducía de regreso a casa, la invadió el sufrimiento que le ocasionaba el temor y la soledad... Se le empezaron a llenar los ojos de lágrimas, pero las contuvo. La lástima por sí misma no la llevaría a ningún lado y no ayudaría en nada a su bebé. Sabía, cuando se decidió, que los dos estarían solos durante su embarazo y después, que no habría nadie con quién compartir la experiencia, no tendría un marido, un amante... ni siquiera parientes cercanos. Lo entendía y desde entonces decidió que tendría la suficiente fortaleza para aceptarlo. ¿Ahora se decía que carecía de ella?


De inmediato se le tensó el cuerpo y rechazó el pensamiento. Sólo era la sorpresa, lo inesperado de la noticia... la sensación de temor y culpa por que ella de alguna manera pudiera ser la responsable de lo que le ocurría a su bebé... que sufría por su culpa.


Cuando llegó a casa, detuvo el auto y cansada caminó hacia la cocina. Sabía que debía comer, pero la idea de preparar alimentos que tendría que ingerir sola, hizo que se sintiera más cansada y deprimida que nunca. La calefacción estaba puesta y a pesar de ello, tenía frío. Al cruzar el pueblo, vio muchos hogares en donde el árbol de Navidad ya estaba decorado y encendido; imaginó a las familias felices que contrastaban con su enorme soledad.


Ahora, en un momento en que no se sentía capaz de enfrentarlo, era consciente de cuánto anhelaba la presencia de Pedro... era una sensación tremenda de desesperación y de infelicidad... un enorme vacío en su vida que sólo él podía llenar.