lunes, 15 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 20

 


Pau notó que el abogado evitaba mirarla cuando le dio la mano antes de marcharse. Pedro y él salieron juntos de la biblioteca, dejándola allí a ella sola.


Efectivamente, estaba sola. Completamente sola. No tenía a nadie que la apoyara. Nadie que la protegiera.


¿Que la protegiera? ¿De qué? ¿De Pedro o de los sentimientos que él despertaba en ella y que hacían que su cuerpo respondiera a la masculinidad de él de un modo vergonzoso y traicionero teniendo en cuenta lo que sabía de él?


Alejó esos pensamientos de su mente. Había bajado la guardia accidentalmente y, de algún modo, se había fijado en Pedro como hombre. Había sido un error, eso era todo. Algo que podría enmendar asegurándose de que no volviera a ocurrir.


La copia del testamento de su padre que el señor González le había dado aún estaba sobre el escritorio. Pau la tomó y se fijó en la firma de su padre. ¿Cuántas veces de niña había susurrado aquel nombre una y otra vez, como si fuera una clase de hechizo mágico que pudiera conseguir que su padre formara parte de su vida? Sin embargo, no había sido así y no lo encontraría en la casa en la que él había vivido. ¿Cómo iba a poder ser así cuando ya estaba muerto? No obstante, tenía que ir allí.


¿Tal vez porque Pedro no quería que fuera?


No. Por supuesto que no. Por su padre, no por Pedro.


Se sintió como si sus sentimientos amenazaran con ahogarla. Casi no podía respirar por la fuerza de lo que estaba experimentando. Tenía que salir de aquella casa. Tenía que respirar un aire que no estuviera viciado por la presencia de Pedro


El vestíbulo estaba vacío cuando lo atravesó. Se dirigió hacia la escalera con la intención de tomar su bolso y sus gafas de sol. Saldría para visitar la ciudad, para olvidarse de la indeseable influencia que Pedro parecía ejercer sobre ella.


Diez minutos más tarde, Pedro observó desde la ventana de la biblioteca cómo Paula se marchaba de la casa. Si él se hubiera salido con la suya, lo habría hecho en dirección al aeropuerto. Para siempre. Tenía bastantes cosas en las que pensar sin tenerla alrededor, recordándole las cosas que hubiera preferido que quedaran entre las sombras del pasado.


Aún no había logrado asimilar su comportamiento de la noche anterior ni su incapacidad para imponer su voluntad sobre su cuerpo.



TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 19

 

El corazón le golpeó contra el pecho. Se aseguró que despreciaba por completo lo que él era y ciertamente ninguna parte de su ser sentía deseos de saber lo que sería verse poseída por completo por un hombre como Pedro.


–Lo que ocurrió en el pasado ocurrió, y te sugeriría que serías mucho más feliz si te permitieras seguir adelante con tu vida.


Pau apartó los lascivos pensamientos de su mente y se centró en la voz de Pedro.


–Si tú cuestionabas tanto a tu madre, debiste de causarle un gran dolor no permitiendo que el asunto se olvidara.


La dureza de aquella acusación estuvo a punto de dejar sin palabras a Pau. Tenía que reaccionar para que Pedro no viera lo fácilmente que había encontrado el punto en el que era más vulnerable. Se defendió inmediatamente.


–Mi madre no quería olvidar a mi padre. Ella llevó este colgante hasta el día en el que murió. Nunca dejó de amarlo.


El colgante de oro relucía contra el cuello de Pau. Pedro recordaba perfectamente el día en el que Felipe se lo colocó a la madre de Pau alrededor del cuello.


Había sido allí, en Granada, donde Felipe lo compró para ella. Él se los había encontrado cuando iban de camino hacia la Alhambra, y había dicho que un asunto inesperado lo había llevado a la capital. Habían estado paseando frente a algunas joyerías y, cuando Pedro le contó a Felipe que era el cumpleaños de Ana, él insistió en entrar en una de las tiendas y comprar el colgante para ella.


Pedro sacudió la cabeza para tratar de volver al presente.


–Según tengo entendido, la casa es mía y puedo hacer lo que yo desee con ella –dijo Pau, desafiando a Pedro a que la contradijera.


–Es cierto –afirmó el abogado–, pero dado que la casa era originalmente parte de la finca más emblemática del ducado, es lógico que Pedro se la compre. Después de todo, no creo que usted tenga deseo alguno de hacerse cargo de las responsabilidades de una propiedad así.


–¿Quieres comprarme la casa? –le espetó ella a Pedro.


–Sí. Supongo que te lo habrás imaginado. Como el señor González acaba de decir, la casa pertenecía originalmente a la finca. Si lo que te preocupa es que pueda engañarte en cuanto a su verdadero valor, algo de lo que estoy seguro, dada tu evidente hostilidad hacia mí, te aseguro que no es así. La casa será valorada por un profesional independiente.


Pau se dirigió de nuevo al abogado.


–Quiero ver la casa antes de que se venda. Mi padre vivió allí. Era su hogar. Estoy segura de que se considera natural que yo quiera ir allí a verla.


El abogado pareció incómodo y miró en dirección a Pedro como si estuviera buscando su aprobación.


–La casa me pertenece a mí –le recordó ella–. Si quiero ir allí, no me lo puede impedir nadie.


Se produjo un tenso silencio. Entonces, Paula oyó que Pedro respiraba profundamente.


–Tengo algunos asuntos de los que ocuparme en el castillo, Luis –le dijo él al abogado utilizando su nombre de pila por primera vez–. Yo acompañaré a Paula allí mañana para que ella pueda satisfacer su curiosidad.


El abogado pareció aliviado y agradecido. Entonces, Pedro se puso de pie indicando así que su reunión había terminado ya.


–Nos reuniremos de nuevo dentro de unos días para finalizar este asunto –dijo.





TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 18

 


Pau no tenía razón alguna para tener miedo o sentirse nerviosa, pero experimentaba las dos cosas. Pedro hizo pasar al abogado a la biblioteca y luego se lo presentó. El letrado le dedicó a Pau una formal y algo pasada de moda inclinación de cabeza antes de extender la mano para estrechar la de ella.


–El señor González repasará los términos del testamento de tu difunto padre en lo que se refieren a ti. Como te expliqué en la carta que te envié, como albacea del testamento de tu padre es mi deber que se cumplan sus deseos.


Señaló el escritorio que había a un lado de la sala. Mientras tomaba asiendo, Pau reflexionó sobre el hecho de que, con toda seguridad, el abogado estaría del lado de Pedro, por lo que tendría que estar en guardia con ambos.


–Ya sé que mi difunto padre me ha dejado su casa –dijo Paula cuando todos estuvieron sentados. Interrumpió lo que estaba diciendo cuando una doncella entró con el café y lo sirvió con la debida ceremonia antes de volver a marcharse.


–Felipe quería compensarte por el hecho de no haber podido reconocerte formal y públicamente en vida –le comunicó el señor González.


Pau digirió aquellas palabras en silencio.


–Económicamente...


–Económicamente no tengo necesidad alguna de la herencia de mi padre –lo interrumpió Pau rápidamente.


No iba a permitir que Pedro tuviera peor opinión de ella de lo que ya tenía y pensara que era el aspecto económico de su herencia lo que la había llevado hasta allí. La verdad era que hubiera preferido tener una carta personal de su padre proclamando su amor más que cualquier cantidad de dinero.


–Gracias a la generosidad de una de mis parientes en Inglaterra, mi madre y yo nunca sufrimos económicamente por el hecho de que mi padre nos rechazara. La tía abuela de mi madre no nos rechazó. Pensó lo suficiente en nosotras como para querer ayudarnos. Se preocupó cuando otros no lo hicieron.


Pau se sintió muy orgullosa de señalar a los dos hombres que había sido la familia de su madre la que las había salvado de la penuria, la que la querían los suficiente para querer hacer eso.


Sabía que Pedro la estaba observando, pero no iba a darle la satisfacción de mirarlo para que él pudiera demostrarle el desprecio que sentía hacia ella.


–¿Hay alguna pregunta que desee usted hacer sobre el legado que su padre le ha concedido antes de que prosigamos? –le sugirió el abogado.


Pau respiró profundamente. Allí estaba la oportunidad que tan desesperadamente había deseado para realizar la pregunta cuya respuesta tanto anhelaba.


–Hay algo –dijo, consciente de que Pedro la estaba observando atentamente–. Sé que existía una disposición de la familia para que mi padre se casara con una joven que habían escogido para que fuera su futura esposa, pero, según la carta que usted me envió, él nunca se casó.


–Es cierto –afirmó el señor González.


–¿Qué ocurrió? ¿Por qué no se casó con ella?


–El señor González es incapaz de proporcionar la respuesta a esa pregunta.


La dura e incisiva voz de Pedro rompió el silencio que se produjo tras aquella pregunta, lo que provocó que Pau se volviera para mirarlo.


–Sin embargo, yo sí puedo hacerlo –añadió él–. Tu padre no se casó con Isabel de la Fuente porque la familia de ella se negó al enlace. Aunque presentaron otra excusa, resultó evidente que se habían enterado del escándalo que lo rodeó. Además, su salud se deterioró, por lo que no se hicieron más intentos por casarlo. ¿Qué estabas esperando escuchar? ¿Que no se casó por sentirse culpable y arrepentido? Siento desilusionarte. Felipe no era la clase de hombre que se opusiera a los deseos de la familia.


Pau sintió que la ira se apoderaba de ella. Notó que Pedro la estaba mirando como si pudiera hacerse dueño de su mente y apoderarse hasta de sus pensamientos si ella se lo permitía. Sin embargo, ella no iba a consentir que así fuera. Lo sentía por la mujer con la que él terminara casándose porque se esperaría de ella que se rindiera por completo en cuerpo y alma al control de Pedro.