viernes, 8 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 18





Damy comía palomitas y mientras miraba por la ventana del criadero de animales, donde un bebé mono dormía en una cuna. Paula estaba parada más atrás, al lado de Pedro


Había insistido en llevarlos, por lo que habían dejado el automóvil de Paula en su apartamento y así habían ido en su camioneta.


—Podemos llevar mi pickup —le había dicho.


—Oh, yo puedo conducir.


—Sin ánimo de ofender, cariño, pero creo que mi camioneta está un poco más en forma que tu auto.


Había tratado de actuar ofendido cuando ella dijo:
—Solo está viejo y tu camioneta no es exactamente nueva.


—Cariño, tu auto es un abuelo jugando al bingo en un asilo de ancianos, mientras que mi camioneta aún es lo suficientemente joven como para bailar música country y andar por los bares.


Paula se echó a reír y fue Damy quien tuvo la última palabra.
—¿Tienes una pickup?


Eso resolvió todo, excepto el tema de quién conduciría. Ella se ofreció a pagar las entradas al zoológico, pero Pedro se negó. Había sido idea suya, él invitaba. Pero con él pagando y al volante, aquello se estaba empezando a parecer demasiado a una cita.


—Esto no es una cita —le dijo una vez que Damy se fue a mirar por otra ventana.


Pedro le lanzó una mirada pícara.


—Por supuesto que no. No somos novios. Somos amigos.


Pero, Dios, decía «amigos» de una manera tan sensual, Paula sintió que sus rodillas temblaban.


—Claro, amigos.


Pedro se acercó y le habló al oído para que nadie pudiera oírlo.


—Amigos que no se besan.


—Exactamente. —Pero con sus labios tan cerca, a Paula le estaba costando bastante olvidarse de su increíble beso—. Exactamente —le repitió antes de alejarse.


—Quiero ver las serpientes. Oye, Pedro, ¿sabías que hay un edificio entero solo con serpientes?


Pedro le hizo un guiño a Paula y tomó la mano de Damy.


—Muéstranos el camino, compañero. Me encantan las serpientes.


Damian guio a Pedro por el pabellón de las serpientes y los hábitats de monos y gorilas, y luego por el aviario. Paula se estremeció de miedo mientras miraban las serpientes, lo que se tradujo en una intensa burla de los chicos.


—Soy una chica, a las chicas no nos gustan las serpientes —les dijo.


En el aviario, Pedro utilizó aquellas palabras en su propio beneficio.


—Somos chicos, no nos gustan los pájaros.


Pero caminaron bajo la cúpula de todos modos. Un amigo alado dejó un pequeño presente en el hombro de Pedro, y tanto Damy como Paula se echaron a reír hasta que les dolió la barriga.


—Has herido los sentimientos de los pájaros —le dijo Paula, riendo.


Pedro le divertía el juego y replicaba a las burlas cada vez que podía.


Hicieron una merienda cena en un puesto de comidas. Las hamburguesas y patatas fritas recalentadas en realidad estaban bastante buenas. Pedro le compró a Damy una serpiente de peluche que el niño no soltó en toda la tarde.


—Voy a llamarla Tex.


—¿Por qué Tex? —preguntó Pedro.


—Porque la has comprado tú y eres de Texas.


El día no podía haber sido más perfecto. Damy se sentía en el paraíso, y llevaba a Pedro de un lado a otro como si se tratara de un amigo perdido hace mucho tiempo del que siempre quería más. Se dio cuenta de que su atracción por Pedro posiblemente se debiera principalmente al hecho de que Pedro era un hombre. Por más que Paula intentara serlo todo para su hijo, no podía ser su padre.


No es que le estuviera adjudicando ese rol a Pedro, pero Damy necesitaba un poco de influencia masculina. Un amigo como Pedro en su vida podría ayudar a compensar algo de lo que le faltaba a Damy.


El sol comenzaba a caer y el zoológico iba a cerrar. Damy sostenía la mano de Pedro en una de sus manos y a Tex en la otra.


—Voy a participar en una obra de teatro de Navidad en la escuela —le dijo Damy a Pedro—. ¿Puedes venir a verla?


Pedro le lanzó una mirada. Paula se dio cuenta de que estaba pidiendo que aprobara la invitación. No tenía problema, pero no quería que Pedro dijera que sí solo para complacer a su hijo.


Pedro tiene que trabajar, Damian.


—¿Cuándo es? —preguntó Pedro.


—El viernes que viene. A las diez de la mañana.


—Bueno, si tu madre está de acuerdo…


Pedro le sostuvo la mirada.


—Si Damy quiere que vayas, no veo por qué no.


—¡Yuju! La tía Mónica también vendrá. Voy a la Escuela Foothill, ¿sabes dónde queda? Es muy fácil de encontrar.


Damy se puso a parlotear muy animado acerca de la obra y las canciones que había aprendido. Los obligó a cantar villancicos mientras salían del zoológico.


Subieron a la camioneta de Pedro, con Damian ocupando todo el asiento trasero, para que pudiera dormir en el camino a casa. Permaneció despierto el tiempo suficiente para ver algunas de las luces de Navidad del parque Griffith.


Cuando llegaron a la autopista, cayó rendido.


—Lo ha pasado genial. Gracias por todo esto, Pedro.


Se mezcló en el tráfico, muy intenso aunque ya eran más de las siete.


—¿Y tú? ¿Lo has pasado bien? —le preguntó.


—Sí. Ha sido un estupendo día libre. No recuerdo la última vez que me tomé un día simplemente para pasarlo bien.


Le dolían los pies de caminar todo el día y las mejillas de tanto sonreír.


—Tienes un hijo genial, Paula. Estás haciendo un trabajo maravilloso con él.


Ella le echó una mirada a su hijo dormido en el asiento trasero.


—Es un chico genial. Él te adora. —Pedro sonrió.


—El sentimiento es mutuo. Escucha, acerca de la obra de Navidad.


—Si no puedes ir, lo entenderá. Puedo…


—No —la interrumpió—. Quiero ir. Pero solo si estás realmente de acuerdo. He visto cómo se aferró a mí; a mí no me importa, pero si te molesta, lo entenderé si quieres que guarde distancia.


Paula se quedó mirando el perfil de Pedro durante unos segundos y midió sus palabras.


—Realmente lo comprendes, ¿no? La carga emocional de cualquier relación que yo pueda tener con alguien y cómo eso le puede afectar a Damy…


—¿No me dijiste que tu madre trae a sus vidas hombres que después desaparecen?


—Sí, es cierto.


—Debes pensar en ello cuando le presentas amigos a Damy.


—Yo no le presento amigos a Damian. Ni siquiera recuerdo la última vez que tuve una cita de verdad. Me niego a ser igual que mi madre. Si tú y yo estuviéramos saliendo, probablemente hoy habría dicho «no» al zoológico. Por las mismas razones que has mencionado. A Damy le falta un padre en su vida. No hay nada que yo pueda hacer al respecto, aparte de tratar de mantenerlo alejado de los hombres con los que salgo. O arriesgarme a que se encariñe y se sienta decepcionado si la cosa no funciona.


Pedro logró meterse en el carril rápido y el tráfico comenzó a fluir más cómodamente.


—Entonces, creo que es bueno que no estemos saliendo.


—Así es.


Más tarde, Pedro sacó a Damy dormido de la camioneta, lo cargó sobre su hombro y dejó que el niño durmiera mientras lo llevaba hasta el apartamento de Paula.


Paula lo guio a través de la ordenada sala de estar y hacia el dormitorio de Damy.


Pedro lo acostó en su cama, y Paula le quitó los zapatos y los pantalones vaqueros. Damy murmuró algo entre sueños y se dio la vuelta, aferrado a Tex. Paula le besó la frente y condujo a Pedro nuevamente a la sala de estar.


Había un árbol de Navidad en un rincón de la sala, estaba colocado sobre una mesa para darle algo de altura. También había un par de regalos a sus pies y unas guirnaldas de luces que le daban un poco de vida. El apartamento estaba ordenado, pero era increíblemente pequeño. Pedro no entendía cómo hacían los tres para vivir en un espacio tan reducido.


—¿Quieres un café? —le ofreció Paula—. ¿O chocolate?


—Hace años que no tomo chocolate.


Ella sonrió y caminó hacia la cocina.


—Primero el zoológico, ahora el chocolate. Te estoy mostrando todas las cosas buenas de la vida.


Tuvo ganas de decirle: más de lo que jamás sabrás.


—¿Mónica vive aquí con vosotros?


Paula sacó dos tazas de un armario y las llenó de agua antes de colocarlas en el microondas.


—Esto es un sofá cama. Cuando trabajo, ella utiliza mi cama.


—¿Cuánto falta para que termine sus estudios?


Pedro se dejó caer en una silla en la mesa de la cocina.


—Será en mayo. Estoy tan orgullosa de ella. Le ha ido bien en los estudios, nunca se queja de nada. Será una gran enfermera.


—Grandes elogios de la hermana mayor.


El microondas pitó, Paula retiró las tazas humeantes y les agregó una cantidad generosa de cacao. Revolvió la despensa y sacó una bolsa de pequeñas nubes de azúcar.


—Te tomas en serio lo del chocolate.


—Tengo un niño de cinco años. Las nubes de azúcar no pueden faltar.


Paula agregó los dulces y le entregó su taza. El primer sorbo le recordó a la nieve del invierno y la nariz helada.


—¿Damy ha ido alguna vez a la nieve?


—No, ojalá. Lo más cerca que hemos estado de la nieve fue cuando una nevisca azotó las colinas cerca de la casa de mi madre. La nieve no cuajó. Siempre tengo ganas de que vayamos hasta Big Bear cuando nieve.


—La Navidad en California me resulta extraña. Estoy acostumbrado a andar abrigado y a sacudirme la mugre o la nieve de las botas antes de entrar a la casa.


—Pensaba que tampoco nevaba mucho en Texas.


—A veces sí.


Estuvo a punto de decirle que había pasado más de una Navidad en Colorado. Cuando su padre se dio cuenta de lo mucho que él y su hermana añoraban el regreso de su madre durante las fiestas, comenzó a distraerlos con viajes a Colorado para esquiar. Tenían una cabaña allí que Pedro trataba de visitar una vez por temporada para no perder la costumbre del esquí.


—Mucho más que aquí.


—Aquí siempre es una Navidad con palmeras. El año pasado, de hecho, comimos en el jardín de mi madre. Hacía demasiado calor dentro de la casa porque el horno había estado encendido todo el día. Paula sopló su chocolate y su mirada cruzó la de Pedro.


Estaban los dos allí sentados mirándose. Daría cualquier cosa por saber lo que estaba pensando. ¿Qué era lo que veía cuando lo miraba? Él veía a una chica de barrio, muy honesta, y se estaba dando cuenta rápidamente de que no podía vivir sin ella.


¿Qué era él para ella? Un soñador, un vagabundo. Un mentiroso. Pedro rompió el contacto con sus ojos y miró el reloj.


—Vaya, se ha hecho muy tarde.


—Sí que lo es.


Pedro se terminó su chocolate y llevó la taza al fregadero. 


Tenía que salir de su casa antes de perder el control y besarla de nuevo. Si lo hacía, sabía que sería el acta de defunción de su amistad. No iba a darle una razón para alejarlo. El objetivo principal de Pedro en la vida era metérsele bajo la piel hasta que no pudiera vivir sin él.


Ya sabía que aunque pasara todos sus días con Paula, siempre querría más.





NO EXACTAMENTE: CAPITULO 17




Las tiendas con descuentos estaban llenas. Paula se aferró a la mano de Damy por temor a perderlo en la multitud. Las personas empujaban, la llevaban por delante y rara vez se disculpaban por entrar en su espacio. ¡Era un disparate!


—¿Cuánto tiempo tenemos que estar aquí, mami?


—El suficiente para comprarles algo a la tía Mónica y a la abuela.


Su madre era la persona más difícil a la que comprar un regalo. Lo que realmente necesitaba, Paula no lo podía pagar, y lo que quería, el amor de un hombre, no se podía comprar. No había ninguna garantía de que hubiera nada para ella en el centro comercial.


—¿Podemos comprar algo para la señora Ridgwall?


—¿La maestra?


—Sí.


Paula quería decirle que sí, pero tenía que conservar cada centavo.


—¿Qué tal si le hacemos algo en casa a la maestra? Apuesto a que le encantaría nuestro famosos turrón de cacahuete.


Damy asintió con entusiasmo.


—¡Sí, y también voy a hacerle una tarjeta!


Paula sabía que había escapado de una buena. En el futuro no sería tan fácil de convencer, pero le alegraba que aún lo fuera en ese momento.


Cada vez que pasaban por una juguetería, Damy quería entrar para ver qué debía poner en su lista de Navidad para Santa Claus. Paula le había explicado que Santa Claus tenía que ocuparse de una gran cantidad de niños y que debía darle una lista con unas pocas opciones, así los elfos acertarían fácilmente con su juguete favorito. Disuadirlo de las cosas más caras requería un cierto talento y no siempre daba resultado.


De camino hacia la tercera juguetería, Paula distinguió el sombrero de Pedro antes de reconocer al hombre que lo llevaba.


Pedro, con su atuendo típico, estaba apoyado contra el enorme escaparate de la juguetería con una sonrisa en el rostro. Era casi como si la estuviera esperando allí.


—¿Ese no es tu amigo? —preguntó Damy.


—Sí.


—¿Qué hace aquí?


—No lo sé.


Pero al verlo se le dibujó una sonrisa en la cara y se le puso la piel de gallina en los brazos.


—Hola, cariño.


Pedro se quitó el sombrero cuando ella se acercó a él.


—¿Qué haces aquí?


Hizo caso omiso de la pregunta y se inclinó para hablar con Damy.


—Oye, Damy. ¿Estás arrastrando a tu madre por todo el centro comercial?


Damy se rio.


—Es ella la que me está arrastrando —reveló.


—Te está arrastrando, ¿eh? ¿Por una juguetería? No sabía que tu madre jugara con muñecos.


Paula sintió el calor de la risita de Damy y no pudo contener una sonrisa.


—Mi mamá no juega, pero a mí sí me gustan los juguetes.


—Ah, entonces tú la has arrastrado a la tienda de juguetes.


—Puede ser. —Damy se encogió de hombros.


Pedro se levantó y le hizo un guiño. Su brillante sonrisa y sus hoyuelos encajaban con su estado de ánimo.


Paula alzó la mirada y sintió cómo la calidez de su sonrisa se deslizaba sobre ella. El centro comercial lleno de gente se desvaneció y la tarea de ir de compras entre el bullicio de las fiestas le pareció menos pesada.


—¿Cómo está tu amigo?


—Borracho como una cuba, pero vivirá.


—Me alegra que lo hayáis encontrado y que tu jefe haya tenido la amabilidad de permitirte ir a echarle una mano.


—Mi jefe me quiere. Siempre dejo a los clientes del hotel con una sonrisa. Debe de ser el sombrero.


Ella rio.


—El sombrero tiene un toque de algo que no vemos por aquí muy a menudo.


Pedro se acercó y le apartó un mechón de pelo de los ojos. La sonrisa de Paula vaciló, y se mordió el labio inferior.


—Vamos, mamá. Entremos.


Damy tiró de su mano, interrumpiendo una mirada intensa de Pedro.


—Vale, vale.


Pedro bajó la mano y les sostuvo la puerta antes de seguirlos hacia el interior de la tienda.


A Damy se le iluminó la cara cuando vio el expositor de los camiones y los trenes.


—Oh, genial. Mira este.


Paula miró el juguete por el que Damian suspiraba, mientras apretaba algunos botones y ponía el camión en movimiento dentro de la caja. Pronto se dirigió hacia otro juguete con ruedas muy colorido.


Paula sonrió al recordar cuando unos pocos minutos antes estaba cansada de las compras y lo único que quería era salir del centro comercial y volver a casa. La presencia de Pedro le hacía sentir un calor por dentro. Por la forma en que Damy miraba a Pedro, a él también le había gustado su visita inesperada.


Paula se puso a la defensiva ante las posibles demostraciones de afecto hacia su persona. Echó un vistazo a sus labios y se acordó de su beso. Sacudió la cabeza para disipar la idea y le preguntó:
—¿Qué estás haciendo aquí, Pedro?


—Compras de Navidad.


«¡Sí, claro!». Cuando Paula le miró las manos, vio que no llevaba ni una sola bolsa.


—Veo que no ha habido suerte.


—Tú tampoco tienes ninguna bolsa.


Cierto. Llevaban allí más de dos horas y no habían encontrado nada. El hecho de que el centro comercial estuviera atestado de gente no ayudaba.


—En esta época del año todo el mundo sale de compras. Este lugar siempre es un zoológico.


Damy la miró y le dijo:
—¿Qué pasa con el zoológico?


—He dicho que este lugar es un zoológico —dijo un poco más fuerte, por encima del ruido de los juguetes y los niños sobreexcitados.


—Oh, pensaba que habías dicho que íbamos al zoológico.


—No, no lo he dicho.


—Eh, eso es una buena idea —acotó Pedro—. Es mejor que este lugar.


Los ojos de Damy se iluminaron.


—¿Podemos, mami? Me encanta el zoológico.


—No sé.


—Yo invito —dijo Pedro antes de que pudiera pronunciar una sola palabra sobre el precio de la entrada.


—Queda un poco lejos —indicó Paula.


—Lo que significa que tenemos que salir ya mismo. —Pedro la tomó por el codo.


—Vamos, será divertido. Hace años que no voy al zoológico.


—Tu padre vive en un rancho. Seguro que ves animales todo el tiempo.


—Caballos y vacas. No leones, tigres y osos.


Pedro se mostraba tan entusiasmado como Damian. Paula detestaba jugar siempre el papel de aguafiestas, la voz de la razón financiera. La mala de la película.


—Vamos, mamá.


Pedro se arrodilló y se puso a la altura de Damy.


—Sí, vamos, mamá —dijo sonriendo—. Hace mil años que Damy y yo no vamos al zoológico.


Oh, Dios mío… Los hoyuelos de Pedro combinados con la sonrisa entusiasmada de Damy fueron su perdición.


—Vale, vamos.


Damy empezó a saltar, agarró la mano de Pedro, y corrió hacia la puerta.


Paula corrió para seguirles el paso.