miércoles, 3 de mayo de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 20





—¿Qué tal te ha ido el día?


Paula sonrió.


—Cansado.


—Tan mal, ¿sí?


—Oh, no, ha sido estupendo —dijo ella—. Pero estoy cansada. Georgia es encantadora pero ha hecho que me pruebe montones de ropa. Los niños no paran y no estoy acostumbrada. Después he ido de compras.


—Afortunada tú. Odio ir de compras, es lo que menos me gusta —dijo con una sonrisa.


—Bueno, no tenía elección. Miré el congelador y estaba más vacío que la nevera, así que fui hasta el pueblo dando un paseo y compré algunas cosas para la cena.


—¿Has ido caminando? ¿Y has comprado comida? —preguntó sorprendido.


Ella se rió.


—No tengo coche. ¿Y qué creías que había ido a comprar?


—Quién sabe. Las compras de las mujeres son un misterio para mí. Deberías haberme llamado.


—No tengo teléfono.


—Bueno, hay uno ahí.


—Pero no me sé tu número de móvil.


Él suspiró y se pasó la mano por el cabello.


—¿Puedes conducir?


Ella sonrió.


—¿Quieres saber si sé conducir o si puedo conducir? Porque sí sé, pero no puedo. No tengo el carné del Reino Unido.


—Lástima.


—¿Por qué? ¿Tienes un BMW de sobra por ahí? —bromeó ella.


—No, pero sí tengo un TR6 viejo que sale de vez en cuando del garaje, y que podría haber usado yo para dejarte el BMW.


—¿Y no el TR6?


Él negó con la cabeza.


—Lo siento, pero el TR6 es mi niño mimado. Ni siquiera mi padre lo ha conducido, y era policía —miró hacia la cocina—. ¿Y qué has comprado? Empezaré a hacer la cena.


—¿Tú? Pero si eso es mi trabajo…


—Esta noche, no —dijo él—. Hoy cocino yo.


—Pero ya cocinaste anoche —dijo ella, frunciendo el ceño—. Y se supone que debo hacerlo yo.


—En ese caso —dijo él—, permitiré que te sientes en la mesa y me digas lo que tengo que hacer. Eres una mujer, y seguro que eso te encanta.


Ella se rió y negó con la cabeza.


—No. No puedo hacer eso. No es justo.


—Vamos, estoy seguro de que puedes hacerlo. Emilia me dice lo que tengo que hacer todo el rato —suspiró y la miró con cara de disculpa—. Lo siento. No tenía intención de mencionarla.


Paula esbozó una sonrisa.


Pedro, ella no va a marcharse. Tengo que aprender a vivir con la opinión que ella tiene sobre mí.


—Ella no tiene una opinión sobre ti. Tiene una opinión sobre una mujer ficticia que nunca ha conocido. Pero eso no durará. Ella viene por aquí a menudo. Es diseñadora de jardines y me está ayudando con el mío. Probablemente la conozcas por la mañana, y si te sirve de consuelo, será más difícil para ella que para ti.


Paula lo dudaba.


—Sobreviviré —dijo ella—. Bueno… ¿Y qué te parece pasta con gambas en salsa de tomate y con un toque de guindilla, y una ensalada?


—¿Sabes cocinar eso?


—No —dijo ella—. Lo harás tú. Y si eres bueno, te diré cómo hacerlo.


—Oh, soy muy bueno —murmuró él y, de pronto el ambiente cambió, volviéndose tan denso que les costaba respirar.


Durante un instante, se miraron el uno al otro. Pedro recuperó la compostura y se volvió para abrir la nevera mientras ella se abanicaba la cara y trataba de normalizar la respiración.


¿Había coqueteado con ella?


Sí.


¿A pesar de que sólo fuera su ama de llaves?


Pero en su cabeza oía la voz de Georgia: «¿De veras? ¿Sólo el ama de llaves? Ya veremos».


¿Por qué diablos había dicho tal cosa?


Debía de estar loco. Estaba embarazada y todavía lloraba la pérdida de Jaime.


Además, él no estaba interesado en una relación. Y menos una relación con tanto compromiso.


Entonces, ¿por qué coqueteaba con ella?


¿Porque era divertida y le gustaban las mismas cosas que a él? 


¿Porque bromeaba con él? ¿Porque era preciosa? Nada más conocerlo, ella se había abierto a él, y eso era lo que él deseaba. Llegar a conocerla, descubrirlo todo acerca de ella.
Quería pasar tiempo con ella de una manera que no había deseado desde hacía años. Ni siquiera Kate le había hecho sentir tanta curiosidad, ni había conseguido que él deseara conocerla tan bien. Y al parecer, tampoco había llegado a conocerla.


Y no conocía a Paula, así que, si todavía tenía sentido común, lo mejor que podía hacer era distanciarse.


¿Y si Emilia tenía razón?


No. Él sabía que no tenía razón, y Emilia se daría cuenta en cuanto conociera a Paula. Pero eso no significaba que él debiera liarse con ella.


Aunque fuera la mujer más sexy que había conocido en muchos años.


¿Sexy? ¿Estaba embarazada de siete meses y le parecía sexy?


Sin duda. Su cuerpo se lo indicaba. Muy, muy, sexy. Era el tipo de mujer que seguiría siendo sexy a pesar de los años y de tener el pelo cano. Siempre tendría una sensualidad que provocaría que él se arrodillara ante ella.


Y era una lástima que él no pudiera estar allí para disfrutarlo.


—Bueno —dijo él, tras cerrar la puerta de la nevera—. ¿Qué estaba buscando?







CENICIENTA: CAPITULO 19




Diez minutos más tarde, George le había enseñado los planos y Georgia le había llevado una bolsa llena de ropa. Georgia no había entrado en el hotel, así que Paula no había tenido la oportunidad de conocerla.


Una lástima. Nico había salido a recoger la bolsa cuando ella llamó para decir que estaba en el aparcamiento. Después, Pedro e Paula se dirigieron a casa para que ella pudiera probársela.


Momentos más tarde, sola en su apartamento, dejó la ropa sobre la cama y la miró con añoranza. Pantalones de lino, un vestido de punto, vaqueros desgastados, pantalones cortos de peto, camisetas… Y todo ello con olor a suavizante.


Un aroma maravilloso después del olor a moho y a ropa mojada. Ella acercó la nariz al vestido e inhaló profundamente. El vestido tenía un corte precioso. Y los tops
parecían muy útiles. Incluso había un sujetador de premamá. 


Se lo probó y descubrió que le quedaba perfecto. Además, era cómodo, bonito, e incluso la hacía sentirse sexy.


Sorprendente.


Se probó un par de pantalones negros con un chaleco y una blusa de lino. Santo cielo. Parecía incluso una mujer respetable. Parecía que ya podía caminar con el rostro levantado por la calle y, después de lo que había pasado durante las últimas semanas, aquello fue suficiente para que las lágrimas afloraran a sus ojos una vez más.


—No seas estúpida —murmuró, y agarró el vestido de punto otra vez.


Era precioso. Suave, ceñido y elegante. Miró la etiqueta y pestañeó. No era de una tienda barata, eso desde luego. Por eso tenía tan buen aspecto.


Y, después de probárselo, descubrió que le quedaba muy bien.


Vio unas sandalias en la bolsa y, al sacarlas, cayó una nota al suelo:
Espero que te sirva alguna prenda. Siento que lo hayas pasado tan mal durante las últimas semanas. Llámame cuando hayas visto la ropa y nos tomaremos un café mientras miramos el resto de mi ropa. Es una locura que compres cosas, ¡tengo toneladas!
Georgia


Paula tragó saliva y se sentó en la cama. Tomar un café con otra chica. No lo había hecho durante años. Apenas recordaba cuándo había sido la última vez.


Llamaron a la puerta.


—¿Paula? ¿Estás bien?


—Sí —contestó ella, conteniendo las lágrimas. Se acercó a abrir la puerta y entró de nuevo en el dormitorio—. La ropa es estupenda. Ha sido muy amable. Me ha invitado a tomar café. ¿Qué opinas? ¿Debo ir? ¿Y qué crees que debería ponerme? No la conozco, tú sí. Esto no, es muy elegante. ¿Alguna idea?


Paula se volvió hacia Pedro y vio que él la miraba como si hubiese metido la pata. Dio un paso atrás, con inseguridad, y dijo:
—Hmm… Quizá debería ir con mis vaqueros…


—¡No! No… Tienes un aspecto estupendo. Lo siento, es que me ha pillado por sorpresa. Verte así. Estás…


Se calló y permaneció mirándola durante un momento, después desvió la mirada.


—Hmm… Tengo que regresar al hotel. Ha surgido algo. Si quieres que te lleve a casa de Georgia, puedo hacerlo, pero tengo que irme ahora. Y ponte algo casual, unos vaqueros, o lo que sea. Georgia no viste de manera formal cuando tiene a los niños con ella.


Y retrocedió hacia la puerta como si hubiera un incendio en la habitación.


¿Por qué?


Ella se volvió y se miró en el espejo. De pronto, lo comprendió todo. El vestido era escotado y con el sujetador nuevo, se le veía más que el escote. Y, a pesar del embarazo, se le marcaba la cintura. ¿Estaba sexy?


Cielos.


Se quitó el vestido y se puso unos vaqueros y un top. Se encontraba mejor. Sólo le faltaba abrir la puerta y reunirse con Pedro como si nada hubiera sucedido.


No es que ella supiera qué había sucedido, pero se había puesto nerviosa, y no quería que le volviera a pasar.



****


Preciosa.


Así era como estaba con ese vestido. Preciosa y sexy. Toda una mujer, con la melena por los hombros, provocando que él deseara acariciarla…


Pedro salió al jardín y tomó una bocanada de aire. Pebbles estaba tumbada al sol, y él la agarró para meterla dentro.


Paula apareció en la puerta con el cabello recogido en una especie de moño. Se había cambiado de ropa y llevaba unos vaqueros y un top de color rosa, que hacían que estuviera más sexy que con el vestido. Pedro tragó saliva al verla.


—¿Estás preparada?


Ella asintió.


—Será mejor que meta a la gata en mi habitación —dijo ella. 


Al tomarla en brazos sus dedos se rozaron y él sintió una especie de quemazón. Paula se separó de él y se volvió para dejar a la gata en la habitación. Cuando regresó, llevaba el top lleno de pelos del animal.


—Estás llena de pelos de gato —dijo él. En el vientre abultado. Y en los pechos.


¿El día anterior también los había tenido tan grandes? Él desvió la mirada y se acercó al cuarto de lavado para buscar un rodillo quitapelusas—. Toma —se lo entregó. ¡No estaba dispuesto a pasarle el rodillo sobre el cuerpo!


—¿Mejor?


—Muy bien —dijo él, tratando de no mirarla demasiado. Dejó el rodillo sobre la mesa y tiró las llaves al aire para recogerlas después—. He llamado a Georgia y está en casa. Vas a ir a comer. Vamos.



****


Paula lo pasó de maravilla.


Georgia la recibió en la puerta con una gran sonrisa y un bebé en la cadera.


—Hola, me alegro de conocerte —le dijo, y la miró de arriba abajo—. ¡Te quedan de maravilla! Me alegro mucho.


—Es cierto. Muchas gracias. ¡Es muy agradable tener algo que se acomode al vientre! Te estoy muy agradecida.


—De nada, Paula. Ésta es Lucia. Di hola, Lucia. Pasa. Maya está dibujando en la mesa de la cocina —le dijo, y la guió hasta la cocina.


Lucia debía de tener nueve o diez meses, y Maya, un par de años. La niña levantó la vista del dibujo y sonrió a Paula. Al instante, le estaba mostrando el dibujo y ofreciéndole un zumo.


—¿Quieres zumo? Yo tengo zumo —dijo Maya, y se bajó de la silla para dirigirse a la nevera.


Georgia le quitó el envase de la mano para evitar que se cayera y sirvió dos vasos. Después de darle uno a Paula, dijo:
—Ese top te queda muy bien. Nico dijo que eras más o menos de mi talla, pero no lo creí. A los hombres no se les suele dar muy bien esas cosas. ¿Había algo más que te quedara bien?


—Eso espero, no he tenido mucho tiempo para mirarlo. Me probé el vestido negro, ¿el ceñido?


—Ah, ése. A Nico le encantaba. Es muy cómodo. Yo me lo ponía un montón.
Tengo algunas prendas de ese estilo, pero no estaba segura de qué tipo de chica eras… ¿Coqueta, práctica o…? No sé.


¿Coqueta? No había sido coqueta en su vida, pero de pronto le apetecía probarlo.


Aunque por la cara que había puesto Pedro, quizá no fuera tan buena idea.
—Vamos al jardín. He preparado un picnic… ¿Vamos a comer, chicas? —dijo Georgia.


Lucia puso una amplia sonrisa y dijo:
—¡Mami, mami, mami!


Georgia miró a su hija y después se dirigió a Paula.


—¿Me haces el favor de llevarla tú? Yo llevaré la neverita. Gracias —le entregó al bebé.


—Hola, cariño —le dijo Paula con una sonrisa. La pequeña le dedicó otra sonrisa y le mostró tres dientecitos.


¿Y ella iba a ser madre? Le parecía algo maravilloso después del año que había pasado.



Siguió a Georgia y a Maya hasta el jardín, atravesando la casa y pasando por un cuarto lleno de juguetes. Al salir, vio una extensión de césped desde donde se veía el mar.


Era una casa estupenda. Nada comparada con la de Pedro, pero sí una casa de estilo Victoriano, con una torreta y situada sobre el paseo marítimo y la playa.


Durante la comida, Georgia le contó la reforma que le habían hecho a la casa y la construcción de las partes que habían añadido.


Pedro me dijo que eras arquitecto —dijo Paula.


—«Eras» es la palabra adecuada —contestó Georgia frunciendo la nariz—. Ahora intento serlo, pero con cuatro niños es un poco difícil. Siempre podré retomarlo después, y trabajé con Pedro en su casa. Eso fue divertido… Papá la
construyó para él, y como querían empezar con el hotel, se dieron mucha prisa y la terminaron en seis meses. No creo que a Pedro le importara. Estaba encantado de entrar a vivir en ella. Esta mañana conociste a mi padre, George Cauldwell.


—Oh, sí. Un hombre agradable.


—Lo es, pero estoy un poco preocupada por él. Es un trabajo importante, y no es lo que él suele hacer, pero le gusta el reto. Hace un par de años le pusieron un bypass y tuvo que empezar a tomárselo todo con más tranquilidad. Ahora ha retomado el ritmo habitual. Yo intento que no se exceda, pero no sirve de nada. Nico lo lleva a reuniones y lo hace sentar y hablar un rato si cree que está siendo demasiado para él.


Sí. Paula podía imaginar a Nico haciendo eso. Le parecía un buen hombre. Y Georgia era encantadora.


Cuando terminaron de comer, Georgia acostó a las niñas para que durmieran la siesta mientras ellas revisaban la ropa de premamá.


Paula se probó montones de cosas y, aunque se sentía culpable, recordó que el comentario que había hecho Georgia sobre que no tenía sentido comprar nada cuando ella tenía de todo, tenía sentido.


—Te las devolveré en cuanto termine de usarla —le prometió mientras guardaba la ropa en una bolsa.


—¿Cuándo sales de cuentas?


—A principios de agosto. Dentro de ocho semanas más o menos. Estoy deseando verla.


—¿Verla?


Paula asintió y se acarició el vientre.


—Eso me dijeron en la ecografía de las veinte semanas. Espero que sea verdad. Ya me he acostumbrado a que sea una niña.


Georgia sonrió.


—Las niñas son maravillosas. No es que no adore a los niños, pero las niñas son especiales. Bueno, todos los son, por supuesto. Los conocerás más tarde, si todavía estás aquí. De hecho, puesto que los chicos estarán ocupados todo el día, puedes venir conmigo al colegio a recoger a los niños y después podemos volver aquí y decirles que vengan todos a cenar.


«¿Todos? ¿Emilia también?».


Iona no se sentía preparada para eso.


—Creo que será mejor que regrese a la casa. Después de todo, se supone que soy el ama de llaves de Pedro, y si no me gano el sueldo… Pero gracias, de todos modos.


—De nada —Georgia le entregó la bolsa de ropa cuando llegaron a la puerta y dijo—: Sabes, Emilia es una persona encantadora. Sé que ayer dijo algunas cosas terribles, pero quiere a Pedro y está preocupada por él. No sabemos qué le hizo Kate porque no quiere hablar de ello pero, parecían una pareja para toda la vida y de pronto, él había regresado de Nueva York y se estaba construyendo una casa. En cualquier caso, no es asunto mío, y ya te lo contará él si quiere que lo sepas, pero a ella le preocupa que vuelvan a hacerlo sufrir.


—Georgia, soy su ama de llaves —dijo Paula.


Y Georgia soltó una risita.


—¿De veras? ¿Sólo su ama de llaves? Ya veremos.


—Lo soy. Y eso es todo. No quiero tener una relación con nadie, y parece que él tampoco.


Georgia sonrió.


—Ya lo veremos —dijo de nuevo, y se inclinó para abrazarla—. Cuídate. Y llámame si necesitas algo.


—Gracias. Y gracias por este día estupendo.


—Ha sido un placer. Te llevaría a casa, pero las niñas…


—Está bien. Hace un día precioso y no estoy lejos. Disfrutaré del paseo.


Y así tendría tiempo de poner en orden su pensamiento… 


Sobre todo aquella parte en la que no dejaba de preguntarse cómo sería tener una relación con Pedro Alfonso