domingo, 21 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 40

 


¿Cómo podía haberse olvidado del aspecto que tenía Pedro en el umbral de una puerta? ¿En tan solo una semana?


Estaba apoyado en la puerta de la cocina de la oficina con actitud tensa. De no haber sido por la tormenta que se adivinaba en sus ojos, Paula habría sentido el vuelco en el corazón por razones bien distintas.


Junto a ella, Simone se quedó con la boca abierta, estuvo a punto de derramar el café y finalmente se dio la vuelta para decir algo.


—Yo, eh… —no le salió nada—. De acuerdo. Adiós.


Pedro se echó a un lado para dejar que huyera y volvió a llenar el hueco de la puerta.


Paula negó con la cabeza. Había estado a punto de conseguir la información que necesitaba sobre dónde había trabajado Julian en Estados Unidos.


—Realmente no tratas mucho con personas, ¿verdad, Pedro?


—Buenos días a ti también —dijo él mientras entraba a la cocina y se apoyaba en la encimera con los brazos cruzados.


—Buenos días, Pedro. ¿Qué puedo hacer por ti?


—¿Cómo estás?


—Estoy bien. ¿Y tú?


—De acuerdo, empecemos de nuevo —cerró la puerta de la cocina con un pie y se acercó más a ella. Paula retrocedió un poco y se chocó contra el armario—. Siento mucho lo que ocurrió en mi casa. No quería que… fuera de ese modo.


—Yo hablaba en serio cuando dije lo que dije. No puedo permitirme… No puedo tolerar algunas cosas. Pero no es personal. No tengo nada en tu contra.


—Eso es bueno.


—¿Por qué es bueno?


—Porque tenía la esperanza… ¿Qué haces el viernes por la noche?


Paula arqueó las cejas. ¿Acaso tanto aislamiento le había afectado al cerebro? ¿Iba a tener que repetírselo?


—La Fundación Hohloch organiza un acto para recaudar fondos en el pueblo. Es parte del programa de protección de hábitats y se supone que asistirán todos los propietarios importantes de la región. Me gustaría que vinieras conmigo para conocer a la gente de la zona. Es una buena oportunidad para hacer contactos.


—¿Se trata de trabajo?


—Si eso hace que vayas, sí —contestó él—. Pero necesitarás un vestido.


—¡Lo dices como si no tuviera uno!


—Me refiero a un vestido de gala. Es algo elegante.


—El hecho de que nunca me hayas visto con un vestido no significa que no tenga uno —dijo ella cruzándose de brazos—. Toda mujer tiene un vestido elegante.


—Alto el fuego, cadete —contestó él con las manos levantadas—. Solo quería asegurarme de que comprendías qué tipo de evento era.


—¿Crees que podría avergonzar a WildSprings? ¿Aparecer en ropa interior? Eres tú el ermitaño, McLeish. Me preocuparía más por lo que tú vayas a llevar.


—¿Entonces vendrás?


—Si es una cosa de trabajo, sí. Allí estaré. Con un vestido.


—Genial. Te recogeré a la

s seis.


—¡Espera! ¿Por qué necesito que me lleves?


—Somos vecinos que vamos al mismo evento, a sesenta kilómetros. ¿Crees que deberíamos ir en coches separados?


—Bueno, podría recogerte yo a ti.


—¿Quieres recogerme?


—Sí. Me parece lo justo.


—De acuerdo. Estaré esperándote a las seis.


Paula echaba humo cuando Pedro salió de la cocina. ¿Cómo se atrevía a hacer eso? Encontrarla, arrinconarla en la cocina, meterse con su vestuario y con su profesionalidad. Estaba furiosa. Pero entonces empezó a ser consciente de la realidad. Sesenta kilómetros, una noche fuera y luego otros


sesenta de vuelta a casa. Juntos. A solas. Con el hombre que no había logrado sacarse de la cabeza, pero con el que no podía compartir una habitación.


Además iba a conducir ella, así que no podría marcharse antes con algún otro empleado. Maldición. Se había dejado engañar por un experto.


Y encima tendría que comprarse un vestido.



CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 39

 


Lisandro se quedó mirándolo, pero, en vez de hacer pucheros, Pedro vio algo brillar en sus ojos que se tradujo en su cuerpo, en la manera de echar los hombros hacia atrás y enfrentarse a su madre.


Enfrentarse a su castigo.


Solo que no hubo ninguno. Paula pareció enfadada durante unos segundos antes de abrazar a su hijo y enviarlo a casa.


—No empieces —le dijo a Pedro.


—¿Con qué?


—Hablaré con él más tarde sobre lo de salir sin permiso. No creía que éste fuese el momento ni el lugar.


Pedro ansiaba decirle algo sobre la importancia del refuerzo inmediato, pero lo dejó pasar. No tenía derecho a decirle cómo educar a su hijo.


Además tenía la atención puesta en sus labios, que no dejaban de moverse tentadoramente.


—¿Perdón, qué decías? —su voz sonó más grave de lo que le hubiera gustado. Un solo beso, o ni siquiera eso, y ya estaba perdiendo la compostura.


—Supongo que te veré en el trabajo —repitió ella.


—Tal vez no. Tengo trabajo que hacer en la casa. Probablemente no baje mucho a la zona de admisiones.


En absoluto. No podía ser decepción lo que vio en su mirada. Paula lo quería lejos y él estaba haciéndose cargo de ello. Debería estar contenta.


—Ah, de acuerdo. Bueno, entonces ya nos veremos, Pedro.


La mejor defensa era la ausencia.


Hasta que pudiera controlar por completo sus facultades cuando ella estuviera cerca. Y si eso no sucedía nunca, entonces…


Encontraría la manera de asumir eso.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 38

 

—¿Sabe tu madre que estás aquí, Lisandro?


Era improbable, pensó Pedro al ver al niño encogerse de hombros.


—Vamos, iré a casa contigo.


—¿No puedo entrar? —preguntó Lisandro.


Con el fantasma de Paula aún en su santuario, tener a Lisandro allí solo aumentaría la incomodidad. Como si a la casa que creía terminada hacía un año aún le faltaran dos retoques finales.


Una esposa y un hijo.


—Tal vez en otra ocasión. Con tu madre.


Lisandro gruñó.


—¿Sigues enfadado con ella por lo de la otra noche? —preguntó Pedro.


—Ella siempre está enfadada conmigo.


—¿Y cómo te hace sentir eso?


—Enfadado.


—¿Qué tal lo pasaste la otra noche en casa de tu amigo? —le preguntó mientras caminaban juntos.


—¡Genial! —exclamó Lisandro, y comenzó a hacerle una descripción detallada de todo lo que habían hecho, lo cual les llevó casi todo el camino.


—Parece que fue una noche fantástica.


—El padre de Pablo es genial. Es policía. Vi su pistola.


—¿Viste su arma? ¿En la casa?


—Sí.


No volvería a quedarse en casa de los Lawson si eso era cierto. Se detuvo en seco, entornó los párpados y le dirigió al niño la mirada inquisitiva que reservaba para los novatos recalcitrantes de la unidad.


—¿De verdad?


Lisandro no pudo soportarlo.


—Por lo menos vi la funda.


De acuerdo. No tener que darle esa noticia a su madre era un gran alivio.


—¡Sí, el señor Lawson es genial! Aunque no tan genial como tú —se apresuró a decir Lisandro, como si temiera herir sus sentimientos.


—Agentes de policía y soldados tienen algo en común.


—¿De verdad?


—Sí. Ambos deben proteger a la comunidad, están duramente entrenados y tienen que respetar el uniforme que llevan y lo que representa.


—Yo voy a ser un soldado.


—¿Y por qué no un agente de policía?


—¡O sí, un agente de policía! ¡O un bombero!


—¿Y qué me dices de un guardabosques? Tienen que proteger el bosque y llevan un uniforme, y reciben un entrenamiento especial.


El niño pareció pensarlo durante unos instantes, pero entonces vaciló.


—Mi abuelo era soldado. Un gran soldado.


—¿Y cómo lo sabes? Creí que no conocías a tu abuelo.


Lisandro aminoró el paso y miró hacia otro lado. Pedro prácticamente pudo ver la mentira tomar forma en sus labios.


—Quiero la verdad.


—Solía venir a verme a veces, al colegio. Durante la comida.


Pedro se tensó de inmediato. ¿Qué tipo de escuela permitía que eso ocurriese? ¿Y qué hacía un hombre como el coronel Martin Chaves colándose en una escuela de primaria?


—¿Lo sabe tu madre?


—¿Vas a decírselo?


—No. Pero podría ser una buena idea que un día se lo dijeses tú, solo para que lo sepa. No deberíais tener secretos.


—Tú tienes secretos.


—¿Como cuál?


—Oí a mamá decir que estás lleno de secretos.


—¿Con quién estaba hablando?


—Con nadie. Estaba pasando la aspiradora y enfadándose.


No le costó imaginarse eso. ¿Así que a Paula le gustaba hablar de él mientras pasaba la aspiradora? Eso eran buenas noticias.


—¡Lisandro! ¿Otra vez? —gritó Paula desde la casa mientras bajaba los escalones del porche.


—¿Lo ves? —murmuró Lisandro.


Pedro se aclaró la garganta.


—Tú te lo has buscado, chico. Sabes que no debes venir a mi casa y aun así lo has hecho. Ahora tendrás que asumir las consecuencias.