domingo, 9 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 11




A medida que avanzamos por la autopista y tomamos una salida hacia las montañas, las carreteras se vuelven más silenciosas y más despejadas, hasta que están completamente vacías. Pedro no estaba bromeando cuando dijo que iríamos al bosque.



La energía en el coche está viva, seguimos robándonos miradas el uno al otro, pero la camioneta está en silencio, y odio estar en mi cabeza tanto… No puedo evitar preguntarme por qué él también está dentro de su cabeza.


De repente, no puedo evitarlo, el silencio me está matando.


—Entonces, ¿qué haces para divertirte? —pregunto, sacudiendo de inmediato la cabeza ante la ridícula pregunta que elegí. ¿A quién le importa una mierda la diversión? Ahora, somos dos extraños que se conocieron en un bar que planean tener sexo toda la noche.


—Supongo que la forma en la que fue esta noche te da una buena idea, ¿no? Es una especie de cuestión un poco cargada, Paula.


Oh. Claro. Esto es lo que Pedro hace por diversión. Se lleva a casa a las chicas que conoce en los bares y, por supuesto, yo no soy diferente. No sé por qué, cuando estábamos fuera del bar, hubo un momento en que pensé que quizás… quizás esto era más.


Pero ahora mismo, no necesito más. Esto es suficiente. Estar aquí con él es suficiente. Mis muslos se presionan juntos y mi cuerpo despierta de un sueño de por vida. Lo deseo a él.


—Supongo que tienes un punto, Pedro. Pero, ¿quieres saber lo que yo hago para divertirme?  —Él arquea una ceja hacia mí, manteniendo un ojo en la carretera.


—Me encantaría saber qué es lo que haces para divertirte, muchacha.


Tomo su mano y la presiono entre mis piernas. 


Su mano pertenece allí, y mis vaqueros están repentinamente demasiado apretados, la cabina de la camioneta es demasiado pequeña. Quiero salir de esta camioneta, fuera de estas ropas, y ponerme en el regazo de este hombre.


—Entendido. —Los dedos de Pedro frotan sobre mis vaqueros, presionando contra mí, y él se inclina, prácticamente gruñendo, soplando aire cálido en mi oído.


Yo gimoteo.


Puedo contar fácilmente el número de veces que he gimoteado por un hombre… un hombre que ni siquiera está tocando mi piel… solo simplemente insinuando lo que está por venir.


Es cero veces, en caso de que te lo estés preguntando.


Si me permitiera bajar completamente mi guardia ahora mismo, sería un charco en su asiento delantero. Sus dedos continúan presionando contra la tela de mis pantalones, y es como si estuviéramos en el instituto de nuevo… excepto que yo nunca tuve a nadie tocándome así en el instituto.


O en la universidad, para el caso.


Miro el reloj del salpicadero; ¿cómo diablos pasaron veinte minutos? Creo que necesito esto más de lo que inicialmente pensé.


Presiona tres dedos con fuerza contra mí; mi clítoris está en llamas, mis bragas empapadas. 


Cierro mis ojos.


—Mantén los ojos en la carretera, Pedro —digo, a través de los dientes apretados, es posible un orgasmo de un hombre que apenas me toca.


—Sin embargo, estamos en casa, muchacha.


—¿Oh? —Abro los ojos, dándome cuenta de que la camioneta está en el estacionamiento. 


Que estamos parados en un camino oscuro.


—Ahora, sal de la camioneta, de modo que te pueda desvestir correctamente.




AMULETO: CAPITULO 10



Tal vez sea la forma en que dice “ma’”. Como recuerda a su madre tan tiernamente, o tal vez es la forma en la que se ríe; una risa que me hace sentir como si él pudiera tragarme entera. 


En el buen sentido. De la clase de forma que necesito. De una forma que pudiera lavar mi mala suerte para siempre. Pero lo que yo quiero es que este momento quede congelado en el tiempo. Quiero recordar siempre el momento en que me quedé fuera de un bar y me sentí tan condenadamente bien en los brazos de un extraño.


Levanto mi barbilla y miro a Pedro a los ojos, y luego lo beso.


Quizás sea una cosa también de chicas americanas, besar primero, pero no me importa. Porque nuestro beso, no se puede contener en un continente. El beso es de otro mundo.


Sus labios presionan contra los míos y es como que en el momento en que le doy mi boca, él no tiene más dudas. Pedro desliza una mano alrededor de la base de mi cuello, acercándome más, luego más cerca aún.


Tira de mí lo suficientemente cerca, que sé que vamos a estar muy íntimos, muy pronto. Puedo sentirle a todo él presionando contra mi vientre, y mis párpados aletean con anticipación… todo eso estará dentro de mí.


Un suspiro escapa de mi boca, un suspiro que no estaba planeado. Pero no puedes planear un beso como este.


La boca de Pedro se abre, su lengua busca la mía, y en ese momento, con los ojos cerrados, el cielo oscuro que nos rodea y el ruidoso bar por detrás de nosotros, se siente como si yo fuera la única chica que él ha besado jamás. Y a pesar de que lógicamente sé que esto es algo que ha hecho un millón de veces, en este momento, se siente singular.


Pedro se echa hacia atrás, la electricidad sigue pulsando.


—Tenemos que irnos ahora, muchacha. Las cosas se van a poner muy indecentes, bastante rápido.


Solo asiento, sus palabras son suficientes. Dicen todo lo que se necesita decir.


Caminamos por la calle, deteniéndonos ante una destartalada camioneta, exactamente el tipo de vehículo que imaginé que conduciría. Resistente y oxidado, como si le importara una mierda. 


Porque, ¿por qué iba a hacerlo? Parece que él ya tiene todo lo que quiere.


—¿Estás bien para conducir? —pregunto, recordando que acabamos de salir del bar.


—No conduciría si no hubiera dejado de beber allí. Y ciertamente no te dejaría subir en el coche con esos dos ningún día. Sobrios o no. —Cierra la puerta por mí y, mientras se aleja, le escucho arrojar mi mochila en la parte de atrás de la camioneta.


Luego se sube al asiento del conductor, me lanza una sonrisa rápida y comienza a sacarnos de la ciudad.



AMULETO: CAPITULO 9




Sé que yo había estado jugueteando duro para conseguirlo, sentada en ese taburete actuando como si no quisiera la cosa que quiero.


Por lo tanto, cuando Pedro hace el movimiento, lo dejo.


Es un alivio, en realidad.


No sé por qué, pero mi reacción inmediata ante alguien que se acerca a mí es retroceder. 


Ciertamente no es una buena manera de conseguir las cosas de la vida que quiero, y teniendo en cuenta que ha sido mi modus operandi en los últimos veinticuatro años, nunca ha funcionado bien.


Pero cuando Pedro toma mi mano, lo dejo. Vine a Irlanda porque, después de todo, necesito un cambio.


Y cuando él agarra mi mochila y me saca del bar, el aire fresco de marzo cae sobre mí… lo respiro. En este momento, estoy decidida a no apartarme.


Porque siempre me alejo. Julian diría: “Paula, dices que tu día va a irse a la mierda, pero tal vez el problema sea tu actitud”.


Es fácil para él decirlo… el apartamento que compartimos fue pagado por sus padres, y le compraron todo el equipamiento de las cámaras más sofisticadas… entonces que él tenga derecho a decirlo, es una subestimación.


Pero lo que realmente me irritó fue que él tuviera razón. Yo caminaba con un chip en mi hombro. 


Siempre he sido yo contra el mundo, y eso no me ha llevado a ninguna parte.


He perdido la pelea.


Culpé por mi suerte de mierda a todos los demás, y luego le agregué alejarme cada vez que las cosas eran difíciles, o nuevas, o atemorizantes, o fuera de mi zona de confort.


Utilizando el sarcasmo como mecanismo de defensa, fingí que no quería las cosas que anhelaba.


Un cuerpo cálido para abrazarme.


Un compañero que me ayudara a lo largo de la vida, no intentando competir conmigo a cada paso del camino.


Un hombre que aceptara mis defectos, todo de mí. Un hombre que ofreciera seguridad y protección.


Y ahora estoy parada en Dublín, en una calle sucia, de alguna manera, habiendo terminado en un anodino bar muy lejos de casa.


Pedro todavía tiene mi mano y la está frotando con su pulgar, y por alguna razón eso me hace sentir menos sola. Exhalo, sabiendo que no voy a ser la chica que siempre he sido.


No me alejaré de él esta noche.


—Paula —dice Pedro—. ¿Todavía estás aquí, muchacha?


Asiento, parpadeando mientras regreso al momento. Ha sido un mes largo. Nadie me ha tocado así en mucho tiempo.


—Te perdí por un momento, Paula, y no podemos tener eso. —Su acento una vez más hace que mis entrañas se vuelvan gelatina, pero también, es la manera en la que él dice mi nombre. Lentamente y prolongado, como si él tampoco quisiera dejarme ir.


—¿Podemos irnos ahora? —Miro a Pedro, a sus ojos cálidos y sus rubicundas mejillas, su barba desaliñada que quiero enterrar contra mí.


Creo que la barba esconde sus pómulos, pero luego me sonríe, y me doy cuenta que el vello no oculta nada, porque Pedro parece un libro abierto… uno que quiere ser leído.


Así que, aunque da miedo decir que sí y apostarlo todo, sé que debo hacerlo si quiero cambiar mi suerte. Si quiero cambiar mi vida. ¿Y no es por eso por lo que hice un viaje buscando un jodido arcoíris en primer lugar?


—Antes en el pub, estaba pensando que eras una de esas muchachas a las que siempre les gusta pelear. Pero no ahora. Ahora puedo ver que eres estadounidense, después de todo. —Pedro ríe, tirando de mi cintura, atrayéndome contra él como si me conociera en formas en las que yo todavía no puedo.


Pero que él ya hace.


—¿Estás diciendo que las chicas norteamericanas son fáciles?


Él sonríe tranquilamente, y en ese momento, sé que su encanto realmente debe obtener para él todo lo que quiere en la vida. Ahora, no puedo imaginarme negándole a este hombre nada.


—Las chicas norteamericanas pueden ser fáciles, pero eso no es de lo que estoy hablando.


—Entonces, ¿de qué estás hablando, Pedro? —Con mi cuerpo presionado contra él, finalmente observo su tamaño. Es alto, ancho de espaldas, y tiene una presencia autoritaria, sin embargo no es intimidante. Esa debe ser la razón por la que es tan afortunado con las damas… él es todo hombre, pero accesible.


Follable.


Él baja la vista hacia mí, apretando mi cintura como si supiera cómo va a terminar la noche. 


Me gusta la forma en la que me siento en sus brazos. Y aunque tengo curvas, una cintura de dos cifras, y un culo sobre el que los raperos escriben rimas, es como si en sus brazos… yo encajara.


Pedro retira un mechón de cabello suelto de mi cara y me sonríe.


—Estoy señalando el hecho de que eres estadounidense porque me estás haciendo pasar un mal momento esta noche. No estabas poniéndome las cosas fáciles. Pero luego, en un instante, tú has cambiado de corazón.


—¿Y las chicas irlandesas, nunca tienen un cambio de corazón?


—Sí, tienen un corazón, pero no como el tuyo. Tienes un corazón que está dispuesto a fluir con tus emociones. Subiendo y bajando, arriba y abajo.


—¿Y eso no te asusta?


Pedro se ríe de nuevo, esta vez con una carcajada, el tipo de carcajadas que Patricio y Simon compartieron en el bar.


—Si hubieras conocido a mi ma’, sabrías que estoy acostumbrado a una mujer cuyas emociones son como las de una montaña rusa.