sábado, 6 de mayo de 2017

CENICIENTA: CAPITULO FINAL




Paula no lo escuchó llegar, pero al sentir su presencia se volvió.


Pedro la agarró.


—Hola —le dijo—. ¿Qué haces? ¿Despedirte?


—Hola —dijo ella. —No podía dormir. Necesitaba oír el sonido del mar.


—¿Quieres que te deje sola?


Ella negó con la cabeza, preguntándose si se daría cuenta de que había estado llorando.


—No. Estaba pensando en Bernardo.


Pedro se sentó en el escalón e hizo un gesto para que se sentara a su lado.


—Lo echas de menos, ¿verdad? —le acarició la mano con el pulgar—. Has tenido un año duro.


—Si Ian o Jaime lo hubieran ayudado, pero ninguno de los dos se preocupó por él, y era un hombre muy bueno. Se merecía unos hijos mejores.


Pedro volvió la cabeza para mirarla.


—¿Pensé que amabas a Jaime?


—No lo sé. Quizá sí, o quizá era divertido y estaba aburrida de viajar sola. Si te soy sincera, creo que me sentía sola y si no lo hubiera conocido habría regresado a Maastricht tal y como planeaba. Pero cuando vine aquí y conocí a Bernardo, sentí que por primera vez en mi vida tenía un hogar… Él fue el único padre que he tenido, y me dio mi primer hogar, y mi primera mascota. Pobre Pebbles. Al menos murió aquí, bajo un arbusto al sol. No se me ocurre un sitio mejor para morir.


—O para vivir —dijo él—. ¿No te parece un sitio bonito para vivir?


—¿Aquí? —suspiró mirando la casa—. Es un lugar bonito, pero nunca podría permitirme algo así.


—Cásate conmigo —soltó él.


Ella lo miró asombrada.


—¿Qué?


—He dicho que te cases conmigo —repitió él—. Cásate conmigo y permite que te quiera. Porque yo te quiero. Te he querido desde el momento en que te vi sacando el colchón del contenedor, pero pensaba que seguías enamorada de Jaime, hasta que Emilia me dijo que no fuera estúpido.


—¿De veras? ¿Me quieres? Entonces, ¿por qué has estado tan distante desde que nació el bebé, Pedro? ¿Por qué no te quedaste conmigo? ¿Por qué no me lo has dicho antes?


—Creo que sentía que Lily era de Jaime, y era como si tú estuvieras con él. Y sentía que no pertenecía a tu lado, como si estuviera entrometiéndome.


—Oh, Pedro —sonrió ella, y le acarició la mejilla—. Por supuesto que perteneces a mi lado. Estuviste a mi lado en todo momento. Me rescataste del hotel en ruinas, enterraste a mi gato, me lavaste cuando tuve a Lily, le has cambiado pañales, has cocinado, y limpiado, para que no me sintiera culpable…


—¿Te sentiste culpable?


—Sí, pero sólo porque era mi trabajo. Si hubiese pensado que lo hacías por amor, habría valorado cada gesto —lo besó en los labios—. Pídemelo otra vez, PedroPídeme que me case contigo.


Él tragó saliva, la tomó de la mano, se puso en pie y se arrodilló ante ella.


—Te quiero, Paula —le dijo mirándola a los ojos—. Y quiero a Lily. Quédate conmigo. Cásate conmigo y vive aquí, conmigo. Quiero llenar esta casa de niños, adoptados, a ser posible, para no tener que verte pasar por eso otra vez. Ayúdame a formar una familia. Para siempre.


—Oh, Pedro —Paula no pudo contener las lágrimas de felicidad—. Me casaré contigo y llenaremos la casa de hijos. Todos los que quieras. Mientras esté a tu lado, no puedo pedir nada más. Pero quiero terminar la carrera y crear esa fundación en memoria de Bernardo, y cuando Lily sea mayor, quiero hablarle de su abuelo. Quizá incluso pueda conocer a su abuela, si es que la convencemos para que regrese a Inglaterra. Por cierto, te adorará.


—A lo mejor podrías comprar una casa para Lily, como inversión, y tu madre podría vivir en ella.


—¿Un lugar estable? —se rió—. No creo. Ya te lo dije, es una hippy.


—Incluso los hippys se hacen mayores.


—Siempre intentas solucionar todo a los demás, ¿verdad? —murmuró ella, y lo besó—. Te quiero, Pedro Alfonso. Eres un buen hombre. A Bernardo le habrías encantado, y la señora Jessop opina que eres maravilloso. Se alegrará de que nos casemos. Tendremos que invitarla a la boda. No se sorprenderá.


Él pensó en la señora Jessop y en la mirada de sus ojos cuando dijo: Lo conseguirá.


Sonrió y besó a Paula en los labios.


—Sabes, no creo que lo haga.


La besó de nuevo. Una y otra vez. Entonces, escucharon llorar a Lily desde la distancia.


—Quizá tengamos que esperar —murmuró él.


Paula sonrió.


—No tenemos prisa. Tenemos toda la vida por delante —dijo ella.


Y agarrados del brazo, regresaron a la casa, junto a su hija, y hacia su futuro…



Fin






CENICIENTA: CAPITULO 31




—¿Qué diablos es eso de que Paula se muda? Pensé que iba a comprar una casa como inversión —dijo Emilia, sentándose en el sofá.


Pedro la miró asombrado.


—No. Por supuesto que no. Se va a comprar la casa para vivir en ella. ¿Qué hay de raro en ello? Es lo normal, digo yo.


—¿De veras? —Emilia estaba sorprendida—. ¿Y qué pasará con vosotros?


—¿Con nosotros?


—Por favor, Pedro, pensaba que os amabais.


—¿Y por qué te has hecho esa idea?


—¿Por qué os he visto juntos? —dijo ella.


—Te lo estás imaginando.


—No creo. Estáis muy unidos. O lo estabais antes de que naciera el bebé. Era evidente. Incluso un ciego se daría cuenta de que estáis enamorados.


—Ella no me quiere. No seas ridícula… Además, ha tenido una hija.


—Bueno, ¡eso no es tan malo, Pedro! ¿Y por qué es ridículo? Sólo porque haya tenido la hija de otro hombre no significa que no te quiera, y no deberías dejar de cuidar de ella. Puedes seguir abrazándola. Me pareció que estaba triste, y ya sé por qué.


—Oh, cielos.


Pedro, lo digo en serio. Te quiere. Y tú la quieres. Lo sabes. ¿Cuándo vas a admitirlo?


—Ella no me quiere, Emi. Sigue enamorada de Jaime.


—¡Tonterías! Te quiere, Pedro, y necesita un hombre de verdad, un hombre maduro que sea capaz de amarla también. Un hombre como tú, considerado, amable y bueno. ¿Cuándo vas a decirle que la quieres? Y que quieres que se quede contigo, que se case contigo para pasar la vida con ella, y para formar parte de la vida de Lily, para darle hermanos o hermanas…


—¡Basta! ¡Ya es suficiente! No puedo hacerlo.


—¿Por qué? ¿Por qué Kate te engañó? Paula no es Kate. Kate era una cretina. Paula te quiere de verdad, y nunca te hará daño.


—¿De veras lo crees? Todavía está penando…


—¡No! ¡Lo ha superado! Te quiere a ti. Tienes que decírselo.


—¿Y si se lo digo y se ríe de mí?


—No lo hará. ¿Y si lo hiciera? ¿Qué habrías perdido? El orgullo, nada más. ¿Qué es eso comparado con una vida feliz? —se sentó a su lado y lo abrazó—. Dale una oportunidad, Pedro —le suplicó—. Y a ti. Ve a hablar con ella.


—Está dormida. Quería acostarse temprano.


—Entonces, ¿por qué está al final del jardín mirando el mar como si fuera a lanzarse?


Se puso en pie, lo besó en la mejilla y lo dejó mirando a Paula desde la ventana.


La mujer que amaba. La única mujer que había amado.


Se puso en pie y se dirigió despacio hacia la puerta. Salió a la oscuridad, tragó saliva, respiró hondo, y atravesó el césped.





CENICIENTA: CAPITULO 30





No se reunieron con Mike Cooper hasta aquella tarde, para que Ian Dawes tuviera tiempo de llegar desde Londres. El hecho de que estuviera dispuesto a ir tan rápido era interesante, igual que la cara que puso cuando vio a Paula con el bebé.


—Ha nacido ya —dijo sorprendido.


—Estamos en septiembre, Ian —dijo ella—. Me quedé embarazada en noviembre, cuando Jaime estaba en casa. No soy un elefante. Lily, dile hola al tío Ian.


El hombre frunció el ceño y Pedro deseó matarlo. Era evidente que todavía no creía que Lily era la hija de su hermano, pero ya estaban haciendo la prueba del ADN, al menos la parte de la pequeña. Ian se había negado a colaborar hasta que no hubiera un mandato judicial al respecto.


Y allí estaban, en el antiguo despacho de Mike Cooper.


—¿Así que ésta es tu pequeña? —dijo Mike—. Es igualita que su padre — añadió con una sonrisa antes de desplegar el testamento sobre la mesa—. Quiero pediros disculpas por haber tardado tanto en revelaros el contenido del testamento. Puesto que ya me he retirado, no me enteré de la muerte de mi cliente hasta que esta mañana me llamaron de la oficina. Es evidente que él no os contó dónde dejaba el
testamento. En cualquier caso, ya lo tenéis, así que, si estáis preparados… —dijo él, y comenzó a leer.


Era pura jerigonza. Bueno, para la mayoría. Para Paula, que había estudiado Derecho, sólo era jerga legal.


Y tal y como Bernardo había prometido, se había ocupado de Lily.


Mike Cooper leyó:
A mi hijo Ian le dejo la cantidad de diez mil libras. Respecto a los bienes residuales, los fideicomisarios retendrán la mitad para los hijos de mi difunto hijo Jaime, independientemente
de que hayan nacido o se encuentren en el vientre de su madre. Respecto a… 


Paula no escuchó el resto porque Ian estaba haciendo tanto ruido que no permitía que se escuchara la voz de Mike.


Mike se quitó las gafas, miró a Ian y dijo:
—Señor Dawes, le agradecería que pudiéramos llevar esto de manera formal y sin interrupciones —continuó leyendo.


Paula se quedó mirando a su hija y tragó saliva. ¿De veras le había dejado a Lily la mitad de la herencia? ¿Y a Ian sólo diez mil libras? No podía ser, a menos que las deudas de Bernardo fueran enormes. Algo que era posible.


Bernardo se había preocupado de asegurar el futuro de Lily, a pesar de estar muy enfermo.


—¿Será suficiente para dar la entrada para comprarle una casita? —dijo ella, y Mike Cooper se rió.


—Creo que sí, cariño. Por lo que me ha dicho Barry Edwards, cuando se salden las deudas y se paguen los impuestos, quedarán más de un millón de libras, y la mitad le pertenece a Lily, y tú podrás administrárselo hasta que cumpla los dieciocho años. La otra mitad, por supuesto, es tuya para hacer lo que desees. Así que podrás comprar una casa. Una casa buena.


—¿Mía? —dijo ella—. ¿Por qué mía?


—Porque ésos son los términos del testamento —lo leyó de nuevo, y esta vez Paula sí que lo oyó.


Una mitad de los bienes residuales se la dejo a Paula Chaves, por los cuidados y la atención que me ha dado y, en el caso de que el hijo de mi hijo Jaime no sobreviva, entonces, todos los bienes residuales serían para Paula Chaves.


—Le ha dejado diez mil libras a su hijo y, del resto, la mitad es un fondo para Lily, y la otra mitad para ti, cariño. Y si le sucediera algo a Lily, entonces, tú heredarías su mitad.


—¿Yo? —se volvió para mirar a Pedro.


Él tenía la misma cara de asombro que ella.


—Sólo si Lily es hija de Jaime —dijo Ian—. Y eso hay que demostrarlo. Si no es la hija de Jaime, me tocaría a mí. ¡Maldita sea, todo debía ser para mí! En qué diablos estaba pensando ese viejo bastardo…


—¡Señor Dawes! —exclamó Mike Cooper, poniéndose en pie—, ¡No permitiré ese lenguaje en mi despacho! Durante la preparación del testamento hablé largo y tendido con su padre y, él mostró admiración por la señorita Chaves y preocupación por su futuro. Ella no le pedía nada, trabajaba sin cobrar, y siempre cuidó de él. Lo único que dijo de usted fue que siempre fue un niño egoísta, y que se convirtió en un hombre egoísta. Sus palabras son claras. En el caso de que no sobreviviera el hijo de Jaime, todo lo heredaría la señorita Chaves. Lo único que le corresponde son diez mil libras.


—¡Me opondré!


—Por supuesto, tiene libertad para hacerlo, pero he de decirle que su padre estaba en su sano juicio cuando redactó el testamento y que lo escribió tras mucha reflexión. Sus posibilidades de ganar son tan escasas que diría que nulas, pero si así es como desea gastarse su legado, es su decisión, pero no he venido hasta aquí para escuchar sus tonterías —se volvió hacia Paula y dijo—: Señorita Chaves, tengo una copia del testamento para usted. Si necesita alguna aclaración, no dude en llamarme. ¿Señor Dawes? Su copia.


Ian estaba furioso.


—¡Mis abogados se pondrán en contacto con usted! —gritó, y salió dando un portazo.


—¿Hay algo más en lo que pueda ayudarlos? ¿O puedo irme a casa?



*****


—No puedo quedármelo.


Estaban sentados en los escalones del jardín contemplando la luna y bebiendo una copa de champán.


—¿Por qué?


—Porque debo dárselo a Ian.


—¿A Ian? Paula, ¿estás loca? Es un canalla. Incluso su padre lo sabía. Por eso le dejó tan poco.


—No —dijo ella—. Le dejó diez mil libras porque eso es lo que le había dado a Jaime durante los meses anteriores a su muerte, y Bernardo siempre fue muy justo. Pero me siento culpable, como si todo el mundo pensara que yo me gané su afecto y lo convencí para que cambiara su testamento…


—Tonterías. Te portaste muy bien con él mientras sus hijos no se molestaron ni una pizca. Nico dijo que, sin ti, el hotel no habría funcionado. ¿Sabes que él dijo que te consideraba su hija?


—¿De veras?


—Sí. Al parecer, así es como te describió ante Mike Cooper. Te quería, Paula.


—Cielos —ella sentía un nudo en la garganta—. Se portó muy bien conmigo. Lo echo de menos.


—Bueno, podrás pensar en él cada vez que entres en tu casa, ¿no crees?


«¡No quiero tener mi propia casa! Quiero vivir en la tuya. 


Quiero que me pidas que me quede aquí contigo, que me digas que me quieres».


—Ya. Si me quedo con ella.


—Tendrás que quedarte con la mitad de Lily, y lo sensato es que compres una casa, aunque sea a modo de inversión. Y tu parte, ¿qué harías con ella? Aparte de dársela a Ian. Quizá tenga que matarte para evitar que lo hagas —dijo él. 


¿Qué más podría hacer? ¿Dárselo a una organización benéfica?


—Podrías terminar tu carrera —sugirió él—. Y crear una fundación para ayudar a otros a luchar por sus derechos. Querías dedicarte a Derechos Humanos… Ahí tienes tu oportunidad. Podrías llamarla Fundación Bernardo Dawes.


—Podría —dijo ella—. Desde luego, él daría su aprobación. Gracias —se frotó las sienes y se puso en pie—. Pedro, ¿te importa si me acuesto temprano? Estoy un poco abrumada —«y necesito llorar en privado porque sólo hablas de que me voy a ir, y no puedo soportarlo…».


—Claro —se puso en pie y regresó con ella—. ¿Puedo ofrecerte algo?


—No, estoy bien. Gracias por acompañarme hoy.


—De nada.


Ella dudó un instante, dándole la oportunidad de que la abrazara o la besara, pero él permaneció quieto, Paula se volvió y entró en su apartamento, cerró la puerta y comenzó a llorar.






CENICIENTA: CAPITULO 29




Los días se convirtieron en semanas y Pedro no podía seguir justificando el hecho de quedarse en casa para ayudar a Paula. Así que, decidió regresar a trabajar al hotel.


Nada más entrar se fijó en que habían retirado el mostrador de la recepción, ése que a Paula tanto le gustaba.


—¿Dónde está el mostrador? —le preguntó a George nada más verlo.


—Está fuera. Lo han sacado esta mañana. Tú dijiste que querías que sacaran todos los accesorios y ése ha sido el último —ladeó la cabeza—. La verdad es que me pregunté si también había que sacar el mostrador, pero los chicos lo hicieron antes de que me diera cuenta. Está entero. Es muy bonito. Y pesado. Está hecho de madera de caoba. Es una lástima tirarlo. Las estanterías también están. Imaginamos que tendrías pensado qué hacer con ello.


—Sí. Vamos a restaurarlo. Quería que lo quitarais, pero con cuidado.


—Lo han hecho con cuidado, Pedro. Ve a verlo, está junto a la puerta.


Pedro se acercó a verlo y acarició la encimera. La madera estaba rallada por las numerosas llaves que se habían dejado encima con el paso de los años. Aquella madera estaba impregnada de historia. Recordó a Paula detrás del mostrador. Por eso quería guardarlo. Porque a Paula le encantaba, y eso le parecía razón suficiente.


Se agachó para mirar por debajo de la encimera, en el hueco que quedaba entre la primera balda y la parte de atrás, para ver si podía averiguar cómo podrían reparar la encimera.


No podía ver mucho. El sol de septiembre brillaba con fuerza y hacía que el hueco estuviera en plena oscuridad. Había algo blanco, un rectángulo largo pegado en la parte inferior de la encimera. Lo tocó con la mano. ¿Era un sobre?


Lo despegó y se puso en pie, mirándolo antes de leer: Copia del testamento de Bernardo Henry Dawes.


Estaba fechado el día diez de marzo. Seis meses atrás, y unas semanas antes de la muerte de Bernardo.


También indicaba que el original estaba en manos de Cooper Farringdon, Solicitors, en Yoxburgh. Y no en las de Barry Edwards. Por eso él no sabía nada al respecto.


Pedro estaba mirando el sobre cuando Nico se acercó a él.


—¿Qué es eso? —le preguntó.


Pedro se lo entregó.


—Ya —dijo al leer el sobre—. ¿Dónde lo has encontrado?


—Pegado bajo el mostrador.


—¿Y por qué diablos lo pondría allí? ¿Y por qué se lo dio a un abogado que no es el suyo habitual?


—¿Por qué no se fiaba de Ian? ¿Por qué sabía que lo encontrarían cuando se reformara el hotel? ¿O por qué no estaba completamente seguro de lo que quería?


Pedro no lo sabía, pero sí sabía que debía decírselo a Paula.


—Creo que tenemos que contactar con nuestro abogado —dijo Nico—. Déjamelo. Yo lo llevaré. Conseguiremos que nos reciba ahora. Ve a buscar a Paula. Dile que deje a Lily con Georgia, si no quiere traerla.


Pedro se dirigió a casa con el corazón acelerado. ¿Qué pondría en el testamento?


¿Y qué repercusión tendría sobre Paula y Lily?


¿Y sobre él?



******


—Llegas muy temprano —Paula, al ver que parecía preocupado, se sentó en el banco del jardín y lo miró—. Pedro, ¿qué ocurre?


—Hemos encontrado el testamento.


—¿Lo tienes? —preguntó Paula después de respirar hondo.


—Lo tiene Nico. Lo ha llevado al abogado. Pensamos que debíamos abrirlo de forma oficial.


—Ah. Sí, claro. ¿Y nos dirá lo que pone?


—No lo sé. Es una copia. Tendrá que ponerse en contacto con el abogado que tiene el original.


—¿Barry Edwards?


—No. No es Edwards. Se llama Cooper, Farringdon.


—Mike Cooper… ¡Por supuesto! Fue por allí varias veces antes de que Bernardo muriera. Después, no volví a verlo. Se retiró hace algún tiempo. Solía venir a verlo de vez en cuando. Era su amigo, creo. ¿Y dónde lo has encontrado?


—Pegado bajo el mostrador.


Ella cerró los ojos y se preguntó cómo podía haber sido tan idiota.


—¿A la derecha?


—Sí. ¿Por qué?


—Antes de morir me dijo algo acerca de que se había ocupado de mí, y dijo: en el registro de salida. Lo repitió dos o tres veces, pero se encontraba tan mal que no quise presionarlo, así que le dije que no se preocupara. No comprendí lo que significaba, pero cuando la gente se marchaba del hotel, ahí guardábamos los papeles, en el lado derecho del mostrador, en la primera balda. ¡No sé cómo no pensé en ello!


Se puso en pie y le flaquearon las piernas.


—¿Podemos ir a hablar con Mike Cooper?


—Creo que nuestro abogado lo llamará.


—Bien.


Así descubriría cuáles eran sus opciones. Pero tenía miedo de que no incluyeran Pedro.


Desde que había nacido Lily, él no la había abrazado, no la había acariciado, no la había besado. Y si se mantenía tan distante, quizá significaba que sólo había estado divirtiéndose mientras ella estaba disponible. Era cierto que ella le había dicho que no le pedía que se quedara para siempre, y parecía que él se lo había tomado al pie de la letra.


De pronto, el testamento se convertía en la salida de una situación imposible y dolorosa.


No esperaba mucho dinero. El suficiente como para dar la entrada de una casa y para poder ofrecerle una buena vida a Lily. Era todo lo que quería y lo que necesitaba. Lo justo para tener cierta seguridad. Entonces, podría dejar de preocuparse por el futuro y continuar con su vida.