viernes, 26 de abril de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 18




Pedro estaba conteniendo su enojo con muchas dificultades. Había pensado en llevar aquella entrevista con frialdad, pero al verla de nuevo se había olvidado de todo, excepto que había permitido que su apetito sexual le hiciera perder el control.


En realidad, había llegado al punto de dudar si ella era la fulana por la que la había tomado.


Si miraba hacia atrás, se daba cuenta de que, para justificar su debilidad, sólo había creído lo que había querido creer. Despertarse y encontrarse la cama vacía le demostraba lo poco que había significado para ella.


Había pensado en despedirla, pero cuando ella dijo que se marchaba, inmediatamente decidió hacer lo opuesto. Haría todo lo posible para hacerle la vida imposible mientras estuviera allí. 


La próxima vez, sería él el que se marchara.


Entonces, Paula lo abofeteó. Le costó un segundo salir de sus pensamientos y tocarse la enrojecida mejilla.


—No vuelvas a hacer eso.


—Espero no volver a estar contigo en la misma habitación. Así que no creo.


—Así que la dedicación total a Mallory’s acaba cuando tu jefe no se queda deslumbrado por tus actos. Me alegra saber que no te mereces la confianza que Oliver depositó en ti. Pero dentro de la cabeza —añadió, apretándosela con las manos— tienes detalles que marcan la diferencia entre el éxito y el fracaso.


—Me parece que estás exagerando.


Pero, ¿y si fuera cierto? Y, teniendo en cuenta lo poco ortodoxo que era Oliver, era más que probable. Y entonces, ¿cómo iba a ser capaz de marcharse? La empresa lo había sido todo para Oliver y Paula le debía mucho. Además, no podía dejar que se desvaneciera todo el trabajo de una vida. A continuación añadió:
— ¿No estarás apelando a mis buenos sentimientos? Según tú, no tengo.


Pedro la soltó tan rápidamente que ella casi perdió el equilibrio. Tomó un sobre de encima de la mesa y lo agitó delante de la cara de Paula.


—Si nos dejas en la estacada, harás que esto no valga nada.


Ella lo miró sin comprender.


— ¿No sabes lo que hay aquí? —preguntó, sentándose de nuevo en el sillón. La expresión confusa de Paula parecía irritarle—. Como sabes, Oliver no te mencionó en su testamento.


—Nunca pensé que lo hiciera…


—Sin embargo —interrumpió Pedro—, se me encargó que te entregase este legado personalmente. Muy poco ortodoxo, pero muy al estilo de Oliver.


Paula miró fijamente el sobre marrón. 


Instintivamente, se puso las manos en la espalda.


—No sé… ¿Qué hay dentro?


—Oliver valoró tus servicios en cien mil libras en acciones.


—Eso no es por… posible.


—Si lo quieres, ven por ello.


—No deseo hacerlo.


—Yo sí que te deseo a ti.


La cabeza de Paula le daba vueltas y, cuando él se acercó a ella, pareció hacerlo a cámara lenta. Pedro extendió una mano y Paula se vio atraída hacia él. La exquisita tortura del contacto físico se adueñó de ella y el deseo que él sentía por ella la atravesó como una lanza.


Los recuerdos, el deseo que había intentado olvidar renacieron de nuevo en ella e hicieron que le temblara todo el cuerpo. Él no era sólo muy atractivo, era peligroso, y Paula no debía olvidarse de ello, por mucho que desease tocarlo.


—Estás muy sexy con gafas —dijo Pedro, quitándoselas—, pero me niego a que lleves recogido el pelo.


—Estate quieto —respondió Paula, pero sonó tan poco convincente que no se sorprendió mucho cuando él le empezó a quitar las horquillas de moño.


«Haz algo», se dijo Paula. El sentimiento de rendición que la embargaba era el nudo de unión más fuerte jamás inventado. Luchó sin esperanza contra las deliciosas sensaciones que le producían los dedos de Pedro en el cuello.


—Estoy seguro de que podemos encontrar el modo de beneficiamos los dos mientras nuestras trayectorias profesionales vayan unidas.


Aquellas palabras tan prácticas fueron como una bofetada y se apartó de él.


—Unidas por poco tiempo.


La voz había sonado convincente y fuerte. 


Después de lo que había pasado entre ellos, ¡cómo podía haber pensado en…!


—Entonces, vas a salvaguardar tu inversión.


Pedro podía pensar lo que quisiera, pero lo que iba a hacer era sólo por la empresa y por Oliver, no por el dinero con el que Pedro creía poder comprarla.


—Por supuesto, trabajaré las seis semanas…


—Estaba seguro de que lo harías.


—Debe resultar muy reconfortante ser tan poderoso —comentó ella—. Pero que quede claro que mientras trabaje contigo —dijo enfatizando la palabra deliberadamente— no voy a tolerar que me acoses sexualmente. La única razón por la que te metiste en mi cama fue porque te hiciste pasar por lo que no eras. Pensaba que sólo eras un hombre guapo e inofensivo y necesitaba consuelo. Ahora que sé que eres un hombre malvado y sin escrúpulos, no voy a volver a ser tan vulnerable.


—Sé que eres el tipo de mujer incapaz de mantener una relación sentimental. Tal vez tengamos mucho en común —comentó con ironía—, y por eso haces que me enfade. Veo en ti todo lo que más desprecio de mí mismo. Sin embargo, dadas las circunstancias, me parece una pérdida de energía no explorar el fuego que al parecer hemos encendido.


—¿Lo que más desprecias de ti mismo? ¡Qué raro! Tenía la impresión de que rezumabas confianza por todos los poros de la piel. Si quiere que sea buena con usted, señor Alfonso, es mejor que sea amable conmigo. Pero no de esa manera —añadió al ver el brillo de sus ojos—. Te diré todo lo que quieres saber sobre los negocios de Oliver y tranquilizaré a los clientes. A cambio, quiero que guardes las distancias.


—Eso sería lo mejor, pero harías bien en recordar que nuestra relación es de conveniencia. Además quiero marcharme de Gran Bretaña tan pronto como pueda —añadió—. No quiero retrasarme más de lo debido.


—¿Vas a volver a Australia? —dijo, intentando parecer indiferente.


—No, durante un tiempo. He adquirido una finca en Francia, en Languedoc, para ser más exactos.


— ¿Para cultivarla? —preguntó ella con los ojos muy abiertos. «No sé nada de él», se dijo. «Incluso podría estar casado». Con aquellos pensamientos le corrió un escalofrío por la espalda.


—Mi hermano es el granjero. Yo hago vino. Paula.


— ¿Sí? —Preguntó con sorpresa—. ¿Vas a Francia a aprender sus técnicas?


Entonces Pedro pasó a su lado, de camino a la puerta. Su porte despectivo hizo que se pusiera tensa.


—Voy a enseñarles nuestras técnicas —la corrigió—. La introducción de nuevas variedades de uva y su mezcla producirán productos de primera calidad.


A pesar de su actitud severa, había entusiasmo en su voz.


—Estoy segura de que las apreciaran como se merecen —comentó Paula, pasando a toda prisa a su lado mientras él le abría la puerta.


Paula trató de ignorar la mirada inquisitiva de Maria, y estaba a punto de marcharse del despacho de la secretaria cuando Pedro apareció una vez más en la puerta.


—Esto es tuyo —le dijo, extendiéndole el sobre—. Y esto.


A continuación le puso las horquillas en la mano y le colocó las gafas encima de la nariz. De nuevo pudo ver claramente sus rasgos. Se sintió indignada al experimentar de nuevo aquella primitiva atracción y se quedó paralizada por sus propias sensaciones. Además, Pedro se había dado cuenta. ¡Era el colmo de la humillación ver cómo él sabía lo que ella estaba experimentando!


Paula articuló algo ininteligible y salió corriendo, consciente de que Maria debía de estar pensando que, si todos los ejecutivos estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por él, ¿qué no iba a hacer una simple ayudante de dirección? «Paula, tú ya lo has hecho», se dijo, mientras se le hacía un nudo en la garganta. «Y mira el lío en el que te has metido». Apenas notó las miradas que siguieron su precipitada huida.

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 17




Paula se apretó las manos. A lo largo de las últimas veinticuatro horas se había despreciado por su falta de autocontrol y la incapacidad que había demostrado en reprimir el primitivo impulso que la había arrojado a los brazos de Pedro. Aquella era su recompensa por haber abandonado sus principios por un frívolo intervalo de intenso placer.


—Tú me dijiste quién era —corrigió él—. Bien podrías decir que te hice un favor. Si yo no hubiera aparecido tan fortuitamente, ¿qué habrías hecho? Yo fui a verte para averiguar por qué sabes más sobre ciertos clientes que los propios ejecutivos. Me parecía asombroso que la ausencia de una ayudante personal pudiese inmovilizar una empresa de este tamaño. Además, ¿sabes que tienes el teléfono estropeado? —Preguntó él, quitándose una mota de polvo invisible de la impecable chaqueta—. Se me ocurrió que podría averiguar más de la persona que había sido capaz de manipular a un viejo zorro como Oliver si te seguía el juego.


Sus palabras no sonaban a disculpa ni parecía que se avergonzase de sus actos, lo que hizo que Paula sintiese cómo la rabia le sacudía todo el cuerpo.


— ¿Y averiguaste lo que querías? —preguntó con una voz algo más tranquila.


—Mucho más de lo que esperaba.


Con un bufido, Paula se puso en pie.


—Si estamos hablando de manipulación —le dijo a voces—, usted es un experto, señor Alfonso.


— ¿Así que ya sabes quién soy? Me sorprende, teniendo en cuenta que me he dejado en casa el sombrero de paja. Ya que nos conocemos tan… íntimamente, Paula, deberías llamarme Pedro.


—Dadas las circunstancias, señor Alfonso, estoy segura de que aceptará mi dimisión —dijo Paula, con una voz tan firme que no parecía salir de ella.


—En un futuro, Paula, estaré encantado. Pero tu contrato estipula que debes presentar la dimisión con seis semanas de antelación y te demandaré si no lo cumples. También me haré cargo de que no consigas un trabajo parecido al que tienes ahora. Tal vez ningún trabajo.


—No puedo trabajar contigo.


—Claro que no —observó con frialdad—. Pero trabajarás para mí. Algunos de los contratos más importantes estaban a cargo de Oliver. No hay ninguna prueba física de las campañas. No hay notas, ni archivos de ordenador —dijo Pedro, mirándola intensamente, como si ella tuviera la culpa de todo—. La confianza y lealtad de los clientes parecer estar disolviéndose rápidamente. Pero no puedo culparlos cuando no puedo encontrar un ejecutivo que sea capaz de aliviar sus temores. Tienen todo el derecho a esperar algo tangible cuando firman un compromiso financiero.


—Puedes sentarte en el escritorio de Oliver, pero yo no tengo la culpa si no eres capaz de sustituirlo —replicó ella, con una ligera sonrisa despectiva.


—Oliver y yo no nos conocíamos mucho. Él era el hermano de mi madre y ella nunca quiso sentirse atada por lazos emocionales. Podríamos decir que es una característica de la familia —observó Pedro—. Tú y ella tenéis mucho en común —comentó él con un gesto de desprecio—. No me van las muestras falsas de afecto. Pero me alegra saber que lo apreciabas mucho. Y él a ti. Ascender de oficinista a la mano derecha del jefe es un salto bastante cualitativo.


—No tengo por qué seguir escuchando tus impertinencias. Hasta ahora, me he ganado bien el sueldo.


—No tienes que intentar que aprecie lo que vales, Paula. Ya he descubierto tus méritos…


Paula se puso blanca como el papel.


—No me acosté con nadie para llegar hasta donde estoy, a pesar de lo que digan algunos.


Oliver la había entrevistado por curiosidad, según le había contado después.


Se había interesado por el descaro de la joven administrativa que solicitaba el puesto de ayudante personal de dirección. Se había hecho valer, pero no del modo en que todo el mundo pensaba.


—Es una pena que no supieras quién era cuando te metiste en mi cama.


—Para ser exactos era mi cama.


—Me imagino que, si no hubieses pensado que no tenía dinero, hubiese sido mucho más difícil meterte entre las sábanas, sean de quién sean. Debes de estar maldiciéndote pensando en todo lo que me podrías haber sacado antes. ¿Quién sabe? Puede que incluso te hubieses quedado hasta que me despertara.


Pedro se había puesto en pie y Paula sintió cómo la protección que le daba el escritorio desaparecía. Tuvo que armarse de valor para no huir ante la figura que avanzaba hacia ella.


—Eres el tipo de mujer que se entrega a cambio de favores y que manipula a los hombres hasta conseguir lo que desea, ¿verdad, Paula? Haces promesas que, en circunstancias normales, nunca cumples. Y, claro, satisfaces tus deseos físicos sólo con extraños, como lo hace una gata en celo.


— ¡Eres repugnante!


Paula estaba temblando. Resultaba demasiado obvio darse cuenta de cómo había llegado a esa conclusión y no veía cómo podía convencerle de lo contrario si no quería hacer el ridículo. 


Además, no le debía ninguna explicación.


— ¿Se cansó tu novio de que te acostases con todo el mundo para conseguir tu puesto? ¿O acaso estaba de acuerdo con tus métodos? ¿Fue tu gusto por las anónimas aventuras de una noche lo que no pudo digerir? Aunque, después de todo, no son tan anónimas, ¿verdad, Paula?


— ¡Te odio!


La voz de Paula temblaba de rabia. Pedro la estaba insultando más allá de lo que podía soportar. Se imaginaba la cara que pondría Alex si oyera que la estaba tratando de mujer fatal, dado que él la había abandonado porque no había pasado las pruebas para convertirse en su amante esposa.


—Porque sé lo que eres. Tras esa cara de sorpresa, se oculta una mujer que sólo se mueve por ambición, ¿no es verdad, Paula? Las relaciones personales vienen en segundo lugar. Incluso sacrificaste un posible matrimonio.


—Mi matrimonio y mi vida privada no te importan en absoluto.


— ¿Tuviste eso en cuenta cuando contrataste un acompañante? ¿Cuándo acabaste en una habitación de hotel para satisfacer los apetitos que no pueden saciar los hombres que podrían ser tu padre?



AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 16




Paula volvió a la oficina el martes. Mirándose de reojo en el espejo de la oficina, se alegró de ver que nada en su apariencia mostraba lo que le había sucedido durante el fin de semana.


Llevaba puesto un traje sastre negro, de los que tenía para ir a trabajar. La falda, que le llegaba hasta media pierna, era tan sencilla y poco sugerente como la camisa de seda beige que llevaba abotonada hasta el cuello. Tenía el pelo recogido en un moño muy apretado en la nuca y gafas redondas, que prefería a las lentillas para ir a la oficina.


Tras una serie de entrevistas de trabajo fallidas, había optado por un cambio de imagen. No sabía cuánto había tenido esto que ver en conseguir su actual empleo, pero le ayudaba a mantener a raya a los posibles Romeos de oficina.


La única vez en su vida en que había confiado en un hombre, éste la había defraudado. Antes del fin de semana, había estado muy segura de su habilidad para evitar que le volviera a suceder. Intentó erradicar aquellos pensamientos. La chica del traje rosa pertenecía a otro mundo y, si se esforzaba, casi podía convencerse de que no existía.


—Ha llegado el nuevo jefe.


La eficiente secretaria, con la que había tenido una relación algo tensa al principio, parecía extraordinariamente excitada. Paula podía entender que aquella mujer hubiese sentido antagonismo y sospecha ante la jovencita que había ascendido desde un trabajo de oficinista para convertirse en ayudante personal de dirección. Ahora, la relación laboral entre Maria Webs y ella era amistosa.


— ¿Cómo es? —quiso saber Paula, preguntándose cómo de desesperado estaría el paleto tras un día al mando—. ¿Crees que va a intentar ocupar el lugar de Oliver?


—Digamos que ha electrizado a todo el mundo. El espectáculo de ver a nuestros dignos ejecutivos intentando ganar puntos resulta perturbador, pero me gusta.


— ¿Quieres decir que no es un paleto con una espiga detrás de la oreja? «Eso me enseñará a no hacer juicios por anticipado», pensó con un brillo irónico en los ojos. «Debería tener más fe en Oliver».


—Deja que la señorita Chaves juzgue por sí misma. Dile que puede pasar.


Maria se dio una palmada en la frente e hizo muecas al interfono que tenía encima de la mesa. Se disculpó por señas con su amiga, que se había puesto muy pálida.


Paula sacudió la cabeza y deseó no haber abierto la boca. Las primeras impresiones eran muy importantes y hubiese preferido no empezar de esa manera. Respiró profundamente y susurró:
—Deséame buena suerte.


Luego llamó a la puerta y entró en el despacho. 


El amplio ventanal tenía una vista tan impresionante de la ciudad que llamaba a todo el mundo la atención.


Sin embargo, Paula no podía admirarla, ya que una figura de espaldas a ella parecía estar contemplando la panorámica.


De anchos hombros y con caderas estrechas medía bastante más de un metro ochenta. El traje de corte italiano realzaba su imponente físico. Paula no necesitaba que se diera la vuelta para saber que rondaba los treinta años. 


Incluso sabía el color de ojos.


El despacho pareció dar vueltas a su alrededor. 


Un sentimiento de confusión e incredulidad se cernió sobre ella. Aquello era imposible. Tenía que ser una alucinación. ¿Le había causado él una impresión tan fuerte que lo veía en todas partes?


Él se dio la vuelta y a Paula le desapareció todo el color del rostro.


—Buenos días, señorita Chaves.


La voz no era una alucinación ni tampoco la mirada fija, como de hielo.


— ¿Quién eres?


—Siéntate —le dijo él, dando la vuelta al escritorio para ponerle una silla detrás de las piernas.


— ¿No te envió la agencia de acompañantes?


—Con esa inteligencia tan abrumadora, ahora entiendo cómo has ascendido tan rápidamente.


—Me dejaste creer… creer que…


La había dejado tan en ridículo que apenas se daba cuenta de las implicaciones que todo aquello tenía. Él sabía mucho sobre ella… La había seducido a sangre fría y ella se lo había creído todo…