martes, 21 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 17




El cálido aire de la noche golpeó el rostro de Paula en cuanto salió del Pale Rider. Aspirando profundamente, buscó en el bolso las llaves del coche. La mano derecha le dolía mucho y tuvo que utilizar la izquierda para abrir el coche.


Una vez dentro, apoyó la cabeza en el volante. La razón le decía que no había sido culpa suya que Eric Miller no la dejara en paz, que él había provocado la situación y Pedro se había metido en medio. Pero sus emociones le recordaban que los problemas parecían perseguirla. Sobre todo cuando Pedro Alfonso estaba cerca para poder sacarla del lío.


¿Era culpa suya o él destino trataba de gastarle una broma cruel? Lo último que quería era causarle más problemas a Pedro, ver su nombre unido al de ella en los periódicos.


De pronto oyó que alguien golpeaba en la ventanilla y se volvió. Pedro estaba en el lado opuesto del coche, mirándola por la ventanilla. Paula se inclinó y abrió la puerta. Pedro entró.


-Déjame ver tu mano -Pedro alzó la mano de Paula en la suya-. Mmmm, no tiene muy buen aspecto, cariño. Le has dado un buen golpe.


-¿Qué estás haciendo aquí, Pedro? Creí haberte dicho que...


-Como dijiste, cuesta enterrar los viejos hábitos. Supongo que estoy acostumbrado a preocuparme por ti -Pedro metió la mano en su bolsillo, sacó un pequeño envoltorio blanco y la colocó sobre la mano de Paula.


Ella la apartó instintivamente.


-¡Está frío!


-Es una bolsa de hielo.


-¿Qué voy a hacer contigo, Pepe?


-Creo que eso suelo decirlo yo, ¿no? -dijo Pedro.


Cuando Paula vio la sonrisa en su rostro, parte de sí misma quiso abofetearlo, otra parte quiso ponerse a llorar y otra quiso besarlo y besarlo sin cesar.


-Antes o después vas a tener que poner una denuncia contra Miller -dijo Pedro, mirándola a los ojos.


-Probablemente tienes razón. Pero no creo que Eric suponga un verdadero peligro. Sólo tiene esa... esa especie de obsesión por mí.


-Es grande, fuerte y decidido. Y es un borracho. Esa combinación lo hace peligroso -Pedro deslizó la punta de su pulgar por la muñeca de Paula-. Esta noche estás sola, Paula. Sin escopeta, sin Solomon... No estás cuidando bien de ti misma.


-Ya hace un mes que sucedió lo de los disparos. Nadie me ha molestado desde entonces. Y lo de esta noche con Eric ha sucedido frente a docenas de personas. Si no hubieras intervenido, los gorilas del club se habrían hecho cargo del asunto.


-No podía quedarme cruzado de brazos mientras Miller te molestaba -Pedro se inclinó hasta que su aliento acarició el pelo de Paula-. Tu no querías que te tocara, y Dios sabe que yo tampoco.


-Pepe, esto es una locura y ambos lo sabemos.


-¿Qué es una locura? -preguntó él inocentemente-. ¿Que te haya traído una bolsa de hielo para tu mano herida? ¿Que me preocupe por lo que te pasa? ¿Que me haya vuelto loco esta semana pensando en cómo estarías, tratando de buscar cualquier excusa para llamarte o ir a verte?


-No puedo creer que esto esté sucediendo -Paula apartó la mano de él, dejando que el paquete de hielo cayera-. He pasado los últimos ocho años persiguiéndote y tú los has pasado huyendo de mí. He utilizado cualquier problema que tuviera para atraerte a mi vida y tú te has hartado de decirme cuánto deseabas librarte de mí.


Pedro recogió la bolsa de hielo y volvió a colocarla sobre la mano de Paula.


-¿Y? ¿Qué quieres decir?


-¿Cómo que qué quiero decir? -Paula bufó-. Quiero decir que tú y yo habíamos quedado en que no tenemos futuro juntos. No estamos hechos el uno para el otro. Nos hacemos daño. Yo quiero casarme, tener hijos y una casita con una valla blanca rodeándola. Soy una chica sencilla y anticuada. No podría cambiar. No podría dejar de ser yo misma -hizo una pausa y miró a Pedro, esperando por si tenía algo que
decir.


-¿Y?


-Y tú eres un hombre complicado con un sofisticado estilo de vida, que finalmente ha reconocido sentirse atraído por mí, ¿no?


-Sí -asintió Pedro.


-Pero tú quieres tener una aventura -Paula tragó-. Quieres que nos acostemos para poder librarte de la obsesión que produce el deseo insatisfecho.


-Hablas como si fuera un hombre sin corazón, como si no sintiera ningún cariño por ti -Pedro apoyó la palma de la mano en la mejilla de Paula, deslizando el pulgar por su labio inferior.


-No podemos tener una aventura, Pepe. Estropearía tus posibilidades de presentarte a gobernador y me rompería el corazón.


Un agudo sentimiento de culpabilidad y remordimiento se apoderó de Pedro.


Durante todos aquellos años se había dicho que era a Paula a la que protegía manteniendo una relación con ella totalmente alejada del sexo. Pero se había estado engañando a sí mismo. Lo había hecho tanto para protegerse a sí mismo como a ella.


Siempre había pensado en sí mismo primero, en lo que más le convenía. Como su padre. Exactamente igual que el senador Mariano Alfonso.


Incluso esa noche había tenido más en cuenta sus sentimientos que los de Paula.


Ella tenía razón. Era él el que había cambiado la reglas en medio del juego porque se había cansado de las antiguas. La noche que le habían disparado tenía intención de hacerle el amor a Paula, a pesar se saber que no era la clase de mujer que se contentaría con tener una aventura.


-Debes pensar que soy un auténtico bastardo -dijo.


-Creo que eres maravilloso -dijo Paula, sin mirarle directamente-. Siempre he pensado que eres maravilloso.


-¿Cómo puedes decir eso después de cómo te he tratado?


-Ahora mismo estás confuso, eso es todo. Has llegado a una encrucijada en tu vida y tienes miedo de tomar la decisión equivocada. Yo creo que formo parte de esa confusión que sientes. Si no fuera la hermana pequeña de los Chaves, la jovencita que se enamoró de ti a lo dieciséis años, ya me habrías llevado a la cama.


-¿Tanto se me notaba? -Pedro creía haber ocultado sus verdaderos sentimientos durante aquellos años, pero era evidente que no.


-Me he dado cuenta últimamente -admitió Paula-. Me deseas y sientes cariño por mí pero no encajo en tu vida. Y tú tampoco encajas en la mía -Paula rió y el sonido de su risa se mezcló con las lágrimas-. Si tenemos una aventura los periódicos encontrarán una mina. Y no podemos casarnos. No me amas, y la gente no votaría por un hombre cuya esposa...


Pedro cubrió los labios de Paula con su dedo índice.


-Ah, Paula, ¿sabes lo que más temo en esta vida? Tengo miedo de volverme igual que mi padre. De convertirme en un bastardo frío y sin corazón que pisotea a todo el que se interpone en su camino, que no tiene en cuenta lo que otras personas piensan o necesitan. Ya soy bastante parecido a él. Octavio me odió durante unos años porque pensaba que era una fotocopia de mi padre.


-Tú no eres tu padre -Paula se quitó el hielo y cogió el rostro de Pedro entre sus manos-. Puede que te parezcas a él en algunas cosas, pero tú eres tú.


-¿Sabes que llegué a pensar en pedirle a Donna Fields que se casara conmigo porque sabía que sería la perfecta esposa para un político? No la amo y ella no me ama a mí. Esa es la clase de cosa que habría hecho mi padre. De hecho, dudo que amara a mi madre; sólo le interesaba el dinero de su familia y sus conexiones sociales...


-Deja de mortificarte -Paula le acarició el rostro con ternura-. Eres fuerte, inteligente y cariñoso. Serás un gobernador estupendo. El mejor que haya tenido nunca este estado.


-Sólo dices eso porque...


-Porque te quiero. Sí, lo sé. Y si una gran chica como yo te quiere debe significan que no eres un mal tipo.


-Paula...


Ella le besó con labios cálidos y tentadores. Pedro le devolvió el beso, cogiéndola por la nuca con la mano y atrayéndola hacia sí. Pero terminó el beso antes de que se le fuera de las manos, antes de perder el control.


-No voy a romper tu corazón, Paula. Voy a salir de tu vida antes de hacerte más daño -Pedro abrió la puerta del coche, salió y luego se inclinó junto al asiento de pasajeros-. Prométeme que te cuidarás.


-¿Pepe?


-Adiós, Paula Chaves. Voy a echarte de menos -Pedro cerró la puerta y se alejó.


Paula permaneció allí sentada interminables minutos, sintiendo que su corazón agonizaba. Esa vez había acabado definitivamente. No había duda. No volvería a ver Pedro Alfonso.




PROBLEMAS: CAPITULO 16





Hacía años que Pedro Alfonso no entraba en el Pale Rider. 


No era la clase de sitio al que iba por la noche. Prefería otros lugares más sofisticados de Memphis. Pero había quedado allí con Lorenzo Redman para tomar unas cervezas.


Pedro cruzó el local, pasó la pista de baile y fila tras fila de mesitas ocupadas por bebedores de cerveza. Aquella gente era la que le podía ayudar a salir elegido.


Como su padre antes que él, podía hablar de sus orígenes campesinos, podía mezclarse con la gente de allí, cazar, pescar, beber y pelear con cualquier hombre del lugar. Y al día siguiente podía asistir a una función de caridad a miles de dólares el cubierto con la élite de la sociedad de Tennessee y sentirse a sus anchas discutiendo sobre política y economía, acciones y bonos mientras bebía caros licores.


Pedro Alfonso, el hombre escogido. El hombre que se sentía en su hogar en cualquier sitio. Un político nato. Como su padre antes que él.


Pedro sintió un escalofrío al pensarlo, pero hacía mucho tiempo que había aceptado el hecho de que era el hijo de su padre en muchos aspectos. Sabía que la única esperanza de no destruirse a sí mismo y a otros, como lo había hecho su padre, era manteniendo un continuo control sobre sí mismo, sobre los poderosos rasgos de carácter que había heredado.


Pedro encontró una mesa libre a cierta distancia de la pista de baile. Pidió una cerveza a la camarera. Había llegado un poco antes de la hora porque apenas había encontrado tráfico desde Jackson. No le importaba esperar un rato a Lorenzo. La música del grupo, el ruido reinante y la atractiva camarera podían distraerle del problema principal de su vida. 


Paula Chaves.


Hacía un mes que no la veía; desde que la dejó en brazos de Mike Hanley.


Cuando se fue aquel día se sintió consumido por la rabia y los celos, pero al cabo de una hora se calmó lo suficiente como para recapacitar y darse cuenta de lo que había sucedido. Paula había hecho la interpretación de su vida. Había hecho lo que creía mejor para él. Para él, no para ella.


Sin duda, Paula había pensado que una relación entre ellos significaría el fin de sus aspiraciones políticas. Pero Pedro ya no estaba seguro de lo que supondría una relación con Paula para sus planes de futuro. Durante aquel mes había llegado a ciertas conclusiones. Negando sus sentimientos por Paula, no la había estado protegiendo a ella, sino a sí mismo. Le había asustado mantener una relación con una
mujer como Paula. Supo instintivamente que no podía tener una aventura con ella, relacionarse con ella física y emocionalmente sin permitir que le influyera, incluso que llegara a hacerle cambiar.


Paula era la mujer más honesta que había conocido. Sin pretensiones. Sin falsedades. No jugaba ningún juego y ni siquiera trataba de aprender las reglas de un supuestamente adecuado comportamiento social. Paula amaba la vida, amaba a la gente, amaba a los animales. Estaba abierta a todas las experiencias, abría los brazos para abarcar el mundo. Cuando alguien sufría, ella sufría. Cuando alguien necesitaba algo, Paula trataba de cubrir aquella necesidad.


Pedro había pasado los últimos ocho años negando su deseo por Paula, y ahora que lo había admitido, ella le rechazaba para protegerle. ¿Y si él no quería esa protección? ¿Y si estaba dispuesto a arriesgarlo todo para convertirse en el amante de Paula?


Cansado de lo mucho que se había repetido aquella pregunta durante los días pasados, Pedro movió la cabeza tratando de alejar aquellos pensamientos y cogió la cerveza que le había traído la camarera. Se apoyó contra el respaldo del asiento y estiró las piernas ante sí, cruzándolas a la altura de los tobillos. Miró a su alrededor, deseando que Lorenzo se diera prisa en llegar. Lo último que necesitaba era tiempo libre para pensar en Paula.


¿Estaría alucinando?, se preguntó de repente. ¿Habría estado pensando tanto en ella como para verla sin que realmente estuviera allí?


Pedro apartó la mirada de una mesa cercana en la que había tres mujeres mirándole. Aspirando profundamente, giró un poco la cabeza y volvió a mirar.


¡Diablos! Solange Vance, Susana Williams y Paula Chaves. No estaba alucinando. ¿Qué hacían allí?


Su mirada se fijó en Paula. Estaba pálida y su mirada parecía ligeramente enturbiada. ¿Estaría a punto de llorar? Pedro deseó ir a ella y estrecharla entre sus brazos.


Sin apartar la mirada de Paula, bebió de un trago su cerveza, echó atrás la silla y se levantó. Notó que Paula se sentaba más erguida y su cuerpo se tensaba al verle levantarse y caminar hacia ella.


Alzó los ojos hacia él cuando se detuvo junto a su mesa. 


Aquellos ojos castaños claros cargados de inocencia e indisimulado anhelo.


-¿Cómo estás, Paula? -preguntó Pedro.


-Bien, Pepe. ¿Y tú? -tenía una aspecto maravilloso, pensó Paula. Mas maravilloso aún que en sus sueños.


-Estoy bien. Ocupado con mi trabajo.


-¿Cómo están Patricia y Octavio? ¿Y Donna?


-Mi hermano y su mujer estaban bien la última vez que hablé con ellos. Y supongo que Donna también está bien. Hace tiempo que no la veo. ¿Cómo está Mike?


-Mike está bien.


-Mike tenía que trabajar esta noche -dijo Solange-. Ese es el motivo por el que no está hoy con Paula.


Pedro volvió su atención momentáneamente a las otras dos mujeres que ocupaban la mesa.


-Buenas noches, señoritas. ¿Lo estáis pasando bien esta noche?


-Oh, sí -dijo Susana-. Estamos de fiesta.


-¿Os importaría que me llevara a Paula unos minutos? -Pedro alargó una mano hacia ella.


-No puede ir a ningún sitio ahora mismo -Susana miró a Paula y denegó enérgicamente con la cabeza. Solange le cogió de la mano.


-Mike es un poco celoso, ya sabes.


-Sólo quiero bailar -cogiendo a Paula de la mano, Pedro la animó a levantarse.


Sin protestar, Paula se levantó y lo siguió a la pista. El grupo estaba tocando una antigua balada country.


Pedro deslizó los brazos en torno a Paula, atrayéndola hacia sí. Paula sabía que aquello era una equivocación, que se arrepentiría de haber aceptado, pero se sentía incapaz de resistir a la tentación de estar una vez más en brazos de Pedro.


Pedro no podía recordar cuándo fue la última vez que se había sentido tan a gusto con una mujer entre sus brazos, cuándo había sentido con tal intensidad en su corazón que le pertenecía. ¿Pero cómo iba a convencer a Paula?


Apoyó la mandíbula en su pelo mientras ella descansaba la cabeza contra su pecho.


-Hueles tan bien, Paula. Como una mezcla de sol y rosas.


-¿Por qué estás aquí, Pepe? ¿Por qué me estás haciendo esto?


-No te he seguido ni nada parecido. He quedado aquí con Lorenzo para tomar unas cervezas -Pedro movió la mano de la cintura a la curva de una de las caderas de Paula-. Últimamente me mantiene informado sobre la investigación del asunto de los disparos y también sobre cómo te van las cosas.


-Ya te he dicho que me van bien -Paula deslizó la mano a lo largo del brazo de Pedro-. Nadie ha tratado de dispararme de nuevo. Creo que Lorenzo tiene razón sobre su teoría de que la persona que disparó sólo trataba de asustarme, tal vez Cliff Nolan o Lobo Smothers.


-Espero que Lorenzo tenga razón. No querría que te sucediera nada -Pedro besó con ternura la frente de Paula-. Me preocupo por ti.


-Es difícil enterrar los viejos hábitos, ¿eh? -Paula quiso que su comentario sonara como una broma, pero supo que había fallado, cuando Pedro la estrechó con más fuerza contra su cuerpo, haciéndole sentir su excitación.


Paula gritó en silencio, sobrecogida por el evidente deseo que Pedro sentía por ella.


-No estás teniendo una aventura con Mike Hanley, ¿verdad?


-No, por supuesto que no.


-Yo tampoco con Donna Fields.


-Lo sé -Paula se atrevió a mirar a Pedro a los ojos y comprendió que si no escapaba de inmediato estaría perdida... ambos estarían perdidos.


Cuando trató de apartarse, Pedro la retuvo con fuerza.


-No hagas esto, Pepe. Ambos lo lamentaremos.


-¿Quieres que te deje ir?


-Sí -una solitaria lágrima se deslizó por la mejilla de Paula-. Por favor.


Pedro la soltó de inmediato. La música seguía sonando y el resto de las parejas continuó meciéndose a su lánguido son. Paula se alejó de la pista. Pedro permaneció donde estaba, mirándola.


La visión de Paula se oscureció debido al velo de lágrimas que cubría sus ojos y chocó con alguien cuando estaba a punto de salir de la pista.


-Disculpe -sin siquiera mirar al hombre giró un poco para rodearlo.


El hombre la cogió por los hombros.


-¿A dónde vas con tanta prisa, bombón?


Al oír aquella palabra, Paula parpadeó para alejar las lágrimas de sus ojos.


Cuando alzó la mirada se topó con el desagradable rostro de Eric Miller.


-Déjame en paz -dijo, tratando de zafarse de sus manos.


-Vamos, no seas así -Eric deslizó un brazo en torno a su cintura y la atrajo hacia sí -. Ven y baila conmigo. Te prometo que no huirás de mí como lo has hecho del niño bonito ese.


-No quiero bailar contigo, Eric. Estás borracho -utilizando toda su fuerza, Paula trató de escapar del tenaz abrazo de Eric.


-Me gusta cómo te mueves, muñequita. Me estás poniendo al rojo vivo -dijo Eric, abarcando con sus manos las nalgas de Paula.


-¡Aparta tus manos de mí! -gritó Paula, aprovechando aquel momento para darle a Eric un fuerte empujón.


Eric se tambaleó hacia atrás, soltándola. Paula se volvió con intención de alejarse a toda velocidad, pero no había dado más de un paso cuando Eric volvió a cogerla por el hombro.


-Aún no he acabado contigo, muñeca. Ni mucho menos.


-Yo pienso que sí -Pedro apareció ante Paula, mirando fijamente el sudoroso rostro de Eric.


Eric dejó escapar una risa mezcla de chulería y ebriedad.


-Tú no piensas por mí, Alfonso.


-En esta ocasión sí. Y en cualquier otra en la que esté implicada Paula-Pedro cogió la mano que Eric apoyaba en el hombro de Paula-. Te advertí sobre lo que pasaría si volvías a tocar a Paula.


-Estoy muerto de miedo -riendo entre dientes, Eric apartó la mano de Pedro de la suya.


-Por favor, Pepe, piensa en lo que estás haciendo -dijo Paula-. Piensa en lo que dirá la prensa si te enzarzas en una pelea con Eric.


-Si, señor bonito, será mejor que pienses en tu reputación. No querrás que tu viejo se levante de la tumba, ¿no?


-Apártate de él -ordenó Pedro a Paula.


Paula obedeció. Pero en lugar de apartarse de entre los dos hombres avanzó un poco y se colocó a escasos centímetros de Pedro.


-En este lugar tienen matones -dijo-. Déjales que se hagan cargo del asunto.


-Vamos, bomboncito, deja que el hijo del senador Alfonso venga a jugar conmigo.


-No dejes que te pique para pelear con él -Paula tiró de la manga de Pedro. Cuando bajó la mirada Paula vio en su rostro algo que no reconoció al principio El hombre elegante se había esfumado para dar paso a un hombre enfadado y salvaje-. ¿Pedro?


Alzando a Paula del suelo, Pedro la apartó a un lado. Ella sintió que no podía moverse, ni hablar, ni apenas pensar. Pedro y Eric iban a pelear. Por ella. Tenía que impedir aquella locura.


Eric se agachó ligeramente, preparándose para un ataque.


-Cuando quieras, Alfonso -dijo, sonriente-. Estoy preparado.


-No quiero pelear -dijo Pedro, mirando a su contrincante con extrema frialdad- Pero no permitiré que sigas molestando a Paula. ¿He hablado claro?


Eric sonrió, echó atrás el puño y lanzó el primer golpe, dirigiéndolo al estómago de Pedro. Este se movió con rapidez y evitó el golpe. Furioso, Eric se apartó y miró a su oponente.


-Te crees muy listo, ¿no? Voy a fregar el suelo contigo, niño bonito.


Eric se lanzó contra Pedro y éste volvió a esquivarlo, pero cuando Eric volvió a intentarlo logró golpear a Pedro en el hombro. Pedro lanzó su puño, golpeando a Eric en la mandíbula. Eric se tambaleó un segundo y enseguida volvió a lanzar un golpe.


Abriéndose camino entre el grupo de curiosos que observaba la pelea, Solange y Susana llegaron junto a Tallie.


-¿Qué ha pasado? -preguntó Solange.


-Eric me ha agarrado y ha tratado de obligarme a bailar con él dijo Paula-. Pedro le ha dicho que me deje en paz.


-No puedo ver esto -dijo Susana-. Es tan ridículo ver a dos hombres hechos y derechos pelearse.


-Id a por los gorilas del bar, por favor -Paula miró a la multitud, buscando ayuda-. No comprendo por que no han venido a impedir la pelea.


-He oído decir que están controlando otra pelea a base de sacar a los tipos al aparcamiento-dijo Solange.


Pedro y Eric, bastante igualados en altura y musculatura, lanzaron varios golpes más antes de que Eric, más pesado y medio borracho, empezara a mostrar signos de debilidad. Eric tenía un moretón en la mandíbula y en un ojo. A Pedro le sangraba el labio. Paula gritó en el momento en el que vio la sangre en la boca de Pedro, distrayéndolo momentáneamente de la pelea. Aprovechándose de la
situación, Eric lanzó un golpe contra el estómago de Pedro, dejándolo sin respiración y arrojándolo al suelo.


Mientras Pedro luchaba por recuperar la respiración, Paula se lanzó contra Eric con todas sus fuerzas, golpeándole con el puño en la nariz. Antes de darse cuenta de lo que había hecho oyó un crujido y vio un borbotón se sangre manando de la nariz de Eric. Este bramó como un toro herido y se tambaleó hacia atrás hasta apoyarse en una mesa cercana cubriéndose la nariz con la mano.


-¡Diablos! -exclamó Paula, sorprendida.


Eric gimió de dolor y gritó:
-¡Me has roto la nariz, maldita seas!


Pedro se levantó dispuesto a seguir defendiendo a Paula cuando vio que ella había hecho un buen trabajo defendiéndolo a él. Al ver a tres tipos musculosos acercándose y dispersando a los curiosos, Pedro pasó un brazo por la cintura y la atrajo hacia sí.


-Muy bien amigos -dijo el mayor de los matones, que no tendría más de veintitrés años-. La función ha terminado. Volved a vuestras mesas.


El grupo no había dejado de tocar durante la pelea, pero las exclamaciones y los gritos de ánimo de la gente habían apagado la música. Ahora Paula volvió a oír el sonido de la guitarra y el de la batería. Sentía un fuerte dolor en la mano. Al mirársela vio que empezaba a inflamarse y a perder su color habitual en los nudillos.


-¿Quiere explicarnos alguien lo que ha pasado aquí? -preguntó uno de los forzudos, rubio y con bigote.


-Ella me ha partido la nariz -dijo Eric, señalando a Paula-. Sólo le he pedido que bailara conmigo y me ha partido la nariz.


-Ese hombre estaba borracho y estaba molestando a la señorita -dijoPedro-. No es el primer incidente en el que se ve envuelto. Ya le había advertido antes al señor Miller que se mantuviera alejado de ella.


-Así que ustedes dos estaban peleando por ver quién bailaba con la mujer, ¿no?


-No. No estábamos por ver quién bailaba con la señorita -la paciencia de Pedro empezaba a agotarse-. A menos que las leyes hayan cambiado sin que yo lo sepa, creo que un hombre tiene derecho a defenderse cuando le atacan.


-Eric golpeó primero a Pepe -liberándose del brazo de Pedro, Paula fue hasta el forzudo que parecía estar a cargo-. Todo el problema ha sido por culpa de Miller. Al parecer, no sabe aceptar un no por respuesta.


-¿Es usted Pedro Alfonso? -preguntó el forzudo rubio-. ¿El abogado de Jackson que piensa presentarse a gobernador?


-Oh, no -gimió Paula. Aquello era lo último que necesitaban. Si aquel hombre reconocía a Pedro, todo Marshallton estaría enterado del incidente por la mañana.


-Desde luego que lo es -Lorenzo Redman puso la mano sobre el fornido hombro del rubio-. ¿Cuál es el problema, Tip?


-Una típica pelea dijo Tip-. Al parecer, estos dos hombres han tenido alguna discrepancia respecto a esta señorita.


-Sí y ella me ha partido la nariz -dijo Eric-. ¿Qué piensa hacer al respecto?


-Voy a dejarte pasar la noche en la cárcel -dijo Lorenzo-. Después de que mis agentes te lleven a urgencias para que te miren la nariz.


-¿Y Alfonso? ¿Él no va a ir a la cárcel? -protestó Eric.


-No. El señor Alfonso va a llevar a la señorita Chaves a casa -Lorenzo hizo una seña a los dos forzudos más jóvenes-. Lleven al señor Miller a la oficina hasta que lleguen los agentes.


-Esto no es justo -protestó Eric mientras se lo llevaban.


-¿Algún problema por su parte, Tip? -preguntó Lorenzo-. Si no es así, creo que ya ha retenido al señor Alfonso el tiempo suficiente.


-Sentimos lo que ha pasado, señor Alfonso -dijo Tip. A continuación se volvió hacia Paula-. ¿Se encuentra bien, señorita?


-Estoy perfectamente -pero Paula no estaba perfectamente. Le dolía la mano, la cabeza y estaba muy preocupada por la posibilidad de verse envuelta de nuevo en un problema de Pedro con la prensa.


-Es la primera vez que veo a alguien tan pequeño tumbar a un tío del tamaño de ese tipo -dijo Tip, sonriendo, pero al ver que nadie más reía, se despidió y siguió a sus ayudantes.


-Al parecer he llegado un poco tarde para ver el espectáculo -dijo Lorenzo.


Pedro sonrió.


-Has llegado justo a tiempo para librarme de un problema con esos muchachos. No estaban de humor para escuchar mis explicaciones.


-Supongo que mantener nuestra cita para beber algo no sería lo más adecuado en este momento -Lorenzo miró a Paula-. No me parece que estés tan bien. Estás pálida como una sábana.


-No... yo... estoy bien. En serio. Solo...


Solange y Susana rodearon de inmediato a su amiga. Susana alzó su mano herida.


-¡Mira tu mano! Está hinchada y roja y...


-Shhh -Paula miró en dirección a Pedro.


-Consigue un poco de hielo -le dijo Pedro a Susana-. Dile al camarero que necesitas un poco de hielo envuelto en una toalla.


-No, por favor-dijo Paula-. Sólo quiero salir de aquí. Quiero irme a casa.


-Vamos, yo te llevo -dijo Solange, señalando la puerta del local.


-¿Has olvidado que cada una hemos venido en nuestro coche? -preguntó Paula-  Además, soy perfectamente capaz de conducir hasta mi casa sola.


-Yo te llevaré -dijo Pedro-. Haremos que alguien recoja tu coche.


-Me voy a casa ahora -dijo Paula-. No necesito ni hielo en la mano ni que tratéis de decidir quién va a llevarme a casa. Como ya he dicho, sólo quiero salir de aquí.


Nadie dijo nada. Solange y Susana asintieron. Lorenzo movió la cabeza. Pedro se volvió y se alejó.


Susana le dio a Paula su bolso.


-¿Estás segura de que quieres irte a casa sola?


-Estoy segura -Paula le dio un abrazo a Solange-. ¿Por qué me pasan estas cosas? ¿Por qué no puedo mantenerme alejada de los problemas?


-Tú no has tenido la culpa de lo que ha sucedido esta noche -dijo Susana.


-Susana tiene razón -Lorenzo sonrió mirando a Susana-. Eric Miller da problemas a todo el mundo, no sólo a ti. Antes o después acabará en prisión.


-La noche es joven y no necesito que me acompañéis -Paula se colgó el bolso del hombro-. No es necesario que os vayáis a la vez que yo. Quedaos y entretened a nuestro sheriff -se volvió hacia Lorenzo-. ¿Cuándo fue la última vez que pasó la tarde con dos bellas mujeres?


La sonrisa de Lorenzo le recordó a Paula a la de un niño. Había algo de inocencia infantil en su forma de sonreír y en el gesto de adoración con el que miró a Susana.


-No puedo decir que haya tenido nunca ese placer -la sonrisa de Lorenzo se ensanchó.


Paula empujó disimuladamente a Susana.


-Saque a Susana a bailar y Solange volverá a la mesa a pedir una ronda de bebidas para todos.


Lorenzo miró a Susana, indeciso.


-¿Te apetece bailar?


-Me encantaría, sheriff Redman -dijo Susana.


Solange palmeó la espalda de Paula mientras Lorenzo y Susana iban a la pista de baile.


-Buen trabajo, señorita Cupido. Lorenzo lleva tiempo colado por Susana.


-Susana necesita un buen hombre en su vida.


-Estoy de acuerdo -dijo Solange-. Pero hay un pequeño problema con el baile de Susana y Octavio.


-¿Qué problema?


-Lorenzo ha olvidado llamar a sus agentes para que vengan a recoger a Eric Miller.


Paula rió.


-Lo recordará dentro de unos minutos. Además, no les vendrá mal a esos grandullones que contrata el local como matones cuidar un rato a Eric.


-Deberías curarte la mano, Paula.


-Lo haré en cuanto llegue a casa. Tú vete a encargar esas bebidas y a hacer de carabina.