jueves, 1 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 15




Voy saliendo de una reunión de último momento, que se convocó para tratar un tema del área de gestión de operaciones. Necesitamos encontrar un nuevo proveedor de materia prima, porque el que normalmente nos sirve ha tenido un problema y no podrá cumplir con todo el pedido que le hemos hecho; el proveedor alternativo al que acudimos siempre en estos casos no cuenta con la cantidad
suficiente, algo inverosímil, y eso hace que peligre poder llegar a tiempo con la producción de la próxima colección.


Suena mi móvil y miro la pantalla; no tengo registrado el número y, por lo general, no cojo ninguna llamada de desconocidos, pero espero la llamada de Pedro y, aunque me parece poco probable que sea él, atiendo.


—Hola, Paula, soy Pedro.


Quería decirle que no es preciso que me aclare quién es, porque ya he reconocido su voz apenas ha dicho «hola», pero no lo hago.


—Llámame en diez minutos, por favor, ahora salgo de una reunión; dame tiempo para llegar a mi despacho. —No quiero que nadie me oiga hablando con él. El corazón me late muy fuerte y de inmediato aprieto el paso.


—Perfecto.


Ambos colgamos; guardo su número en mi móvil y trato de despedirme rápido de todos los que están allí. Salgo de la sala de juntas y camino directa a mi despacho; ando lo más rápido que puedo considerando que estoy subida a unos tacones de dieciocho centímetros, pero eso no es mayor
impedimento. Cuando llego a la antesala de mi despacho, me encuentro con la becaria contable, a la cual he llamado para que me asista en un tema de análisis que quiero terminar con urgencia.


—Fanny, ¿puedes esperarme unos instantes? Enseguida veremos eso. Sírvele un café o lo que quiera mientras me espera —le indico a Juliette.


—No hay problema, vaya tranquila.


Entro en el despacho y ellas se quedan cotilleando; en otro momento no lo hubiera permitido, porque detesto que la gente esté ociosa; tareas hay de sobra en la empresa. Pero ahora mi prioridad es otra, así que ni me preocupo por ellas. 


Me siento en el sofá e intento inspirar y expirar con calma
mientras miro la pantalla de mi móvil, esperando que él vuelva a llamar.


—No es posible que esté tan ansiosa —digo en voz alta con el fin de regañarme por el estúpido momento que estoy viviendo.


De pronto mi teléfono empieza a sonar en mi mano y leo el nombre de Pedro; dejo que suene unas cuantas veces y, tras respirar profundamente, atiendo:


Pedro, disculpa que antes te haya cortado.


—No te preocupes, entiendo perfectamente las actividades de un gerente general.


—No has tardado en conseguir mi teléfono —apunto con un poco de sorna.


—Conseguirlo ha sido como un juego de niños, tendrías que haberme puesto un obstáculo más difícil. —Una oleada de risas se oye a ambos lados de la línea; no me importa que me perciba relajada; a decir verdad, no me importa nada.


—Tal vez no quería ponerte uno muy complicado.


—¿No confías en que hubiese podido superarlo?


—Creo que eres muy hábil, Pedro, pero debes saber que no todo será tan fácil como conseguir mi teléfono.


—¿Ah, no? Conseguir un beso tuyo tampoco fue una tarea muy difícil.


—No presumas tanto. Te lo puedo poner verdaderamente complicado, no me subestimes.


—No lo hago; créeme, sé que tienes tendencia a ser un poco estirada.


—Esa apreciación no ha sido muy caballerosa.


—¿No te gusta que te digan la verdad?


—No tengo problemas en oír la verdad, pero me molesta cuando la verdad viene de un hombre que es un completo capullo.


—Qué mal concepto tienes de mí, mira que puedes equivocarte.


—Tendrás que esforzarte por demostrármelo.


—No hay problema, puedo refutar tus palabras y espero que tú también puedas refutar las mías.


—Veremos... No siempre soy estirada, sólo lo soy con quien se lo merece.


—Uf, tiene un lenguaje muy agudo, señorita Chaves. Tu lengua parece muy diestra.


Me río en silencio. Sé lo que intenta insinuar; es un insolente, pero me encanta que sea así de desvergonzado. 


En este momento estoy imaginando su cara de provocador, con ese pelo revuelto que le da un aire de recién follado. 


¿Qué pinta tendrá recién follado? ¡Basta, Paula!, céntrate en la conversación y deja tus pensamientos a un lado, demuestra que tienes un poquito de recato.


—He aprendido que una respuesta corta y directa, al grano, surte más efecto que una larga y poco concisa.


Se ríe sonoramente porque sabe que he esquivado su insinuación. Pero él parece no tener fin en sus indirectas.


—¿Y qué más sabes hacer con tu lengua? Digo, además de hablar y besar, ¿sabes hacer otra cosa?


Maldito pervertido, no tiene un ápice de respeto.


—Sé hacer muchas cosas... Lamer un helado, degustar una copa de Dom Pérignon, saborear un excelente plato de tempura.


—¿Puedes esta noche?


—Ven a buscarme a las ocho y media por mi casa.


—Genial, allí estaré. Vístete de forma sencilla.


—¿Cómo?


—Que tu ropa sea casual; iremos a un lugar sencillo, pero donde podrás comer la mejor tempura que hayas probado en tu vida.


—Gracias por avisar cómo debe ser mi atuendo, eso es muy caballeroso.


—¿Has visto? Sé cómo serlo.


—Espero que esta noche te comportes como tal.


—Puedo ser el hombre más respetuoso del universo, si eso es lo que esperas. ¿Eso es lo que quieres?


Me quedo callada, pues no se me ocurre nada ocurrente que responder: lo que me ha preguntado me ha dejado sin habla. 

Quiero decirle que no, pero él va muy rápido y yo tengo que mostrar un poco de cordura en mis emociones. No estoy dispuesta a revelarle que me muero por probarlo íntegro,
aunque creo que él ya lo sospecha y por eso su atrevimiento no tiene límites.


—¿Sigues ahí?


—Te espero a las ocho y media, sé puntual.


Corto la llamada como mecanismo de defensa, y me siento débil; su lujuria hace que pierda todo mi sentido común y que lo desee como hace mucho que no deseo a ningún hombre.


—Marcos. —Su nombre sale de mi boca como un claro deseo de lo que no quiero más en mi vida y en ese instante no puedo dejar de pensar en lo estancada que había estado nuestra relación, hasta el punto de haber perdido todo interés en él.


Pedro vuelve de inmediato a mi pensamiento, y su recuerdo me provoca un cosquilleo en todo el cuerpo que me hace estremecer. Recuerdo de pronto que fuera me espera la becaria, y es absolutamente necesario que deje mis pensamientos voluptuosos de lado y me ponga a trabajar.


La puerta se abre en ese instante y, como un torbellino, aparece Marcos en mi despacho.


—Monsieur Marcos, déjeme anunciarlo.


Alcanzo a oír cómo mi secretaria intenta detenerlo, en vano porque él ya está dentro.


—Está bien, Juliette. —Mi secretaria cierra la puerta y desaparece.


—¿Qué haces aquí? —No tengo ganas de verlo.


—Las preguntas las hago yo.


Lanza una revista sobre mi escritorio y me dice de una forma nada agradable:
—¿Qué mierda significa esto?


—No sé de qué estás hablando.


La coge de nuevo y me la pone delante de los ojos para que la vea.


—De esto estoy hablando —dice mientras, ofuscado, golpea la publicación con la otra mano.


Fijo mi vista en el ejemplar de una de las revistas de cotilleo de Francia y veo una foto en la que salimos Pedro y yo en los jardines de las Tullerías; en ella, él me tiene contra su pecho y rodea mi cintura con su mano.


«Mierda.»


Leo rápidamente el título del artículo: «La nueva conquista de Paula Chaves es la cara de la próxima campaña de Saint Clair».


Me siento en mi sillón y, con aire despreocupado, le digo:
—No tengo por qué darte ninguna explicación, tú y yo hemos terminado.


Tira la revista contra los ventanales que hay detrás de mí y me sobresalto.


—Paula, no me jodas. ¿Hemos terminado? ¡Y una mierda!


Rodea el escritorio, me coge por el brazo y me pone en pie sin ningún esfuerzo. Con su otra mano, me coge por el mentón y me habla muy cerca. Puedo ver y sentir la tensión en su cuerpo.


—¿Qué coño tienes con ese estúpido modelito?


Lo aparto de mí y lo fulmino con la mirada.


—Primero, nunca más te atrevas a tratarme así —le advierto levantando el índice—. Segundo, no tengo por qué darte explicaciones: tú y yo cortamos, y la decisión la tomaste tú.


—¿Dónde lo conociste? ¿Cuánto hace que te está follando?


Le doy una bofetada; me ha sacado de mis cabales. ¡¿Cómo puede insinuar algo así?! Me agarra por una muñeca e intenta besarme, pero me resisto.


—¡Basta, Marcos, basta! ¡Por Dios, no te comportes como un cerdo!


Me abraza.


—Te amo, Pau.


Yo no le contesto; él se aparta y se pasa las manos por el pelo. Siento un poco de piedad por él y le digo:


—Marcos, esa foto no es lo que parece, te juro que jamás te he engañado. Mientras hemos estado juntos, siempre te he sido fiel, y me duele que pienses lo contrario. No voy a explicarte esa foto porque no merezco que desconfíes de mí. Pedro es sólo el modelo de la próxima campaña.


—Me ves cara de estúpido, ¿no? Ahora entiendo por qué tanto desinterés... Ya tenías algo con él —afirma, entrecerrando los ojos—. Te aseguro, Paula, que ni tú ni nadie se burla de mí. Atente a las consecuencias.


Tras lanzar la amenaza, da media vuelta y sale de mi despacho dando un portazo que me hace estremecer. 


Superada por el desagradable momento, me siento en el sillón de directora y apoyo los codos en el escritorio mientras me cojo la cabeza. Sé positivamente que los gritos se han escuchado desde fuera; me levanto y cojo la revista que está tirada en el suelo de cualquier manera y la pongo en uno de los cajones del mueble. Antes de cerrarlo, miro la foto de la portada, donde se ve a Pedro abrazándome; suspiro mientras nos observo y luego lo cierro.


Vuelvo a mi sitio tras el escritorio e inmediatamente me cubro de un manto de dignidad; a continuación, le indico a Juliette que haga pasar a la becaria.



****


Son las ocho y ya estoy lista, esperándolo. Me dijo que me vistiera casual y pensé que sería fácil elegir la ropa, pero la verdad es que se volvió una tarea mucho más complicada de lo que creí en un principio. Me cambié cuatro veces, pues nada me convencía; quería estar sencilla pero sexi y nada me parecía adecuado para la imagen que quería dar. 


Finalmente, me decidí por unos pantalones blancos
desgastados en la rodilla, una camiseta blanca sin mangas muy ajustada, con un escote redondo que tiene una fisura en el medio y deja ver el valle entre mis senos, y de abrigo, una cazadora de cuero de color blanco. En los pies llevo unas botas cortas de color suela que combina con el de mi bolso.


Estoy ansiosa; tengo la boca seca, así que rápidamente cojo una botella de agua y me la bebo completa. A la hora acordada, suena mi teléfono.


—Estoy fuera.


—Entra, te abro el portón; ve en línea recta hasta la rotonda y luego gira a tu izquierda hasta el final de la calle, te esperaré en la puerta.


Corto la llamada y le abro; luego, a toda marcha, paso por el baño para retocar mi brillo labial, que seguro que se me ha borrado al beber el agua. Inspiro profundamente, ahueco mi cabello para separar las mechas y me dirijo a la puerta.








DIMELO: CAPITULO 14





«Supongo que conseguir su teléfono será fácil, no parece ningún problema.»


Continúo repasando el beso que nos dimos; sé que le gustó, y sé también que huyó porque tuvo miedo de no saber frenar la situación. No puedo evitar un ataque de risa: me había propuesto ignorarla y he terminado haciendo todo lo contrario; no importa, al fin y al cabo ha salido bien.


Esa mujer me hace perder el control. Pienso una vez más en lo que ha ocurrido y me pregunto si no ha sido todo demasiado precipitado, dado que tenemos que trabajar juntos. Debí haber esperado a que nos conociéramos más, porque no será bueno que se confunda. Cuando comencé con esta seducción, creí que ella tenía el poder, y eso me fascinó, pero enterarme de que acaba de concluir una
relación cambia las cosas.


Yo sólo quiero pasarlo bien, divertirme; no soy el típico hombre que seduce a mujeres y se aprovecha de la situación haciendo leña del árbol caído. Pero me temo que es lo que he hecho con Paula. En estos momentos es vulnerable, y siento que estoy aprovechándome de esa
circunstancia. El mayor problema es que me gusta demasiado; aunque intente negarlo... me pone a mil, y no puedo parar. Me froto la cara con las manos y me siento en la cama mientras comienzo a desvestirme. A veces es bueno comerse el orgullo masculino y dejar pasar el momento, pero no es mi caso.


«¿Por qué mierda no habré podido contenerme?»


El deseo por probarla no me ha dejado medir las consecuencias de mis actos, y saber que su ex la ronda nuevamente ha hecho que actuara como un gorila marcando el territorio; sólo ha hecho falta un momento para perder el control.


Pero ¿qué estoy pensando? He hecho lo que cualquiera habría hecho al tener la más mínima oportunidad. Después de todo, en el instante en que ha querido apartarse, se lo he permitido. Ella podría haber detenido el beso, pero tampoco lo hizo; por el contrario, lo siguió, así que eso significa que Paula también lo deseaba. ¿Se habrá arrepentido ahora que seguro que lo ha pensado en frío?


Otra vez estoy analizando las cosas antes de que pasen, maldita costumbre. Y condenada mujer, que hace una semana que me tiene con la cabeza enmarañada.


Miro el reloj, hace más de media hora que he llegado y sigo dándole vueltas al asunto como si fuera un adolescente estúpido e indeciso. No tengo nada de qué arrepentirme: la he besado, me ha besado, y luego me ha hecho saber que quiere más. Sólo tengo que tirármela una vez y así dejaré de
desearla. Me quito los pantalones y toco mi apéndice por encima del bóxer; mi pene, con sólo pensar en ella, se descontrola. Tengo que calmarme, no puedo vivir masturbándome mientras imagino que me la follo.


No he pasado una buena noche; en mitad de la madrugada me he despertado sudado y soñando con Paula. En mi sueño, le levantaba el vestido negro que llevaba puesto el día que la conocí y me ocupaba de ella con mis manos sosteniendo su culo. Volver a dormir me ha costado exactamente contar cien veces las vigas del techo.


Es viernes por la tarde. Obtener el teléfono de Paula es mi objetivo, así que me dispongo a hacerle una visita a mi amigo André para buscar la forma de conseguirlo, pero no se me ocurre cómo sin pedírselo.


Llego con la excusa de ofrecerle mi ayuda para la fiesta que dará mañana con motivo de su cumpleaños, pero me dice que ya está todo organizado. Continuamos conversando un rato más; el maldito está henchido de orgullo y no hace falta que me diga por qué: seguramente se ha follado toda la noche a la diseñadora y ahora se siente el amante perfecto.


Cuando menos me lo espero, me hace un comentario:
—¿Qué sucede entre tú y Paula?


—Nada, ¿por qué? —Intento poner cara de desinterés.


—Para no pasar nada, ayer en casa os reíais con demasiada complicidad.


—Trabajaremos juntos, eso es todo. Procuramos crear un clima de cordialidad; después de cómo nos conocimos, creo que es lo más lógico.


—Nunca he visto así de cordial a Paula con ninguno de los modelos con los que trabaja.


—Debe de ser porque soy tu amigo. —Hace un gesto considerándolo, pero como soy muy bocazas, no me aguanto y la cago preguntando—: ¿Qué sabes del tal Marcos?


—¿Por qué te interesa el novio de Paula?


—Curiosidad. —Quiero decirle que él ya no es su novio, pero me callo.


—Es un riquillo exótico que se lleva el mundo por delante y va por la vida haciendo alarde de la fortuna que amasó su padre. El papá es uno de los directivos de la compañía aérea XL Airways France.


«Competir con su poder adquisitivo es imposible, pero me sé varios trucos que siempre me dan buen resultado con las mujeres. Tengo confianza en mí.»


—¿Cuál es su apellido?


—Poget, Marcos Poget.


Alucino al descubrir de quién se trata y lanzo un silbido tras calcular la riqueza de la familia Poget, a la que conozco muy bien.


—¿Y lo llamas riquillo? Esa gente atesora una de las mayores fortunas de Francia; creo que hasta han salido en Forbes y en Wall Street Journal.


—Lo sé, pero Marcos no me cae bien, no he conocido en mi vida a tipo más presumido.


—Por lo visto a ella también ha dejado de caerle bien, ya no está con él —se me escapa, pero es tarde para arrepentirme; da igual, tarde o temprano se iba a enterar.


—¿Cómo que no está con él?


—Tengo entendido que han roto, no lo comentes.


—Vaya, qué bien informado estás. —Le hago una caída de ojos, asintiendo—. Entonces, eso significa que tienes vía libre.


—Paula es muy hermosa, pero no es mi tipo y creo que yo tampoco soy el suyo.


—A otro con ese cuento... He visto cómo os miráis cuando creéis que el otro no lo ve. Pero no creo que sea mujer para aventuras... o bien es muy discreta, porque nunca le he conocido ninguna antes de estar con Marcos. Ah, espera: sé que antes salía con un médico de su ciudad; Paula es de Montpellier.


—Montpellier, conozco la ciudad, hace muchos años viví allí. ¿Qué tal tú con la diseñadora?


—Hace mucho que nos teníamos ganas, pero no nos decidíamos. Lo cierto es que lamento el tiempo que he perdido. Estela me gusta bastante y me asusta un poco lo que estoy sintiendo.


—Guau, no esperaba oír esto tan pronto. Cuando nos reencontramos me dijiste que las mujeres sólo eran un momento agradable en tu vida; las describiste como uno más de tus pasatiempos.


—Ya ves, hay veces que uno termina siendo esclavo de sus propias palabras. Estela está rompiendo mis esquemas, me paso todo el tiempo pensando en ella.


«Te entiendo, amigo, presiento que me está pasando lo mismo con su amiga: se está volviendo una obsesión en mi vida, y aún no sé cómo voy a conseguir su teléfono.»


Me encuentro de pronto asintiendo con la cabeza y cavilando mientras lo escucho.


De pronto André se disculpa para ir al baño y yo me siento el ganador de la lotería. En ese instante quiero pegar brincos, porque veo la oportunidad perfecta al alcance de mis manos: sólo debo actuar muy rápido. André ha dejado su móvil sobre la mesilla, así que, tan pronto como se aleja, lo pillo y ruego para que no tenga ningún bloqueo con contraseña; velozmente, deslizo el dedo sobre la pantalla y se desbloquea.


—Es mi día de suerte.


Abro el WhatsApp, busco el número de Paula, me envío el contacto a mi teléfono y luego borro el mensaje. Con apremio, vuelvo a dejarlo todo como estaba.


André regresa, pero ya no lo escucho, lo único que oigo es mi corazón, que galopa fuerte de ansiedad. Quiero salir de aquí y llamarla.


Pongo una excusa, la primera que se me ocurre, y me marcho. Nada más entrar en mi coche, busco el número de Paula y la llamo.


«¡¡¡Dios mío, qué jodido estoy!!!»






DIMELO: CAPITULO 13




Cuando regresa de hablar por teléfono Pedro no es el mismo: está tenso, incómodo, hasta podría decir que preocupado; incluso refunfuña, aunque parece no darse cuenta.


—¿Todo va bien, Pedro? —le pregunta André, quien, sin duda, también ha percibido su cambio de humor.


Sí, todo en orden.


Yo continúo concentrada en un álbum de fotos que me ha enseñado André; es de sus primeros trabajos. No levanto la vista para mirarlo, pero sé que, si lo hago, su cara no se ajustará al color que ha intentado imprimirle a su voz. Estela se va hacia el baño y André, en ese momento, va en busca de más champán. Considero que es el momento adecuado, así que cierro el álbum y lo miro durante unos instantes.


—Háblame de Lyon —digo iniciando una conversación con él.


Está sentado en el rincón del sofá que forma una ele, se ha puesto un almohadón detrás de la espalda y permanece sentado con las piernas recogidas en posición de indio mientras pasea su visa intimidante por toda mi persona. 


Tiene los brazos cruzados y las manos bajo las axilas; está
incorregiblemente sexi, escandaloso. Separa los labios y comienza a hablar pausadamente:
—Vivir en Lyon es muy diferente de vivir en París; aquí todo es más cosmopolita. Aunque también resulta una ciudad muy turística, te aseguro que no tiene nada que ver con esta vida: allí todo es más apacible, la gente es distinta... Los lioneses son más cerrados que los parisinos y, si no
perteneces a su círculo, es un poco difícil hacer amigos.


—Tú no pareces así.


—Quizá sea por mi trabajo; he viajado mucho y puede que eso haya moldeado mi carácter. Sin duda, he absorbido otras costumbres.


—Viajabas mucho... —Asimilo lo que me ha dicho, pero quiero saber más—. ¿A qué te dedicabas?


—A la comercialización: le daba impulso a los negocios de la empresa en la que trabajaba.


—¿Y qué pasó con tu empleo?


—La empresa quebró, lo liquidó todo y dejó de funcionar.


—Pero supongo que habrás tenido una amplia cartera de clientes a tu cargo. ¿No has podido encontrar un empleo entre ellos?


—Es complejo. Cuando estás en la cima, es fácil que todos quieran estar junto a ti, pero cuando pierdes altura, todos se olvidan de que existes. Entonces te das cuenta de que tus amigos no son tus amigos: son amigos de tu éxito, pero no de tus fracasos.
»Por eso vine a París, en busca de nuevas oportunidades.


—Entiendo. Pero has terminado de modelo.


—Estoy en una etapa en mi vida en la que no descarto nada; cada oportunidad puede ser la indicada y, aunque estoy seguro de que ser modelo no es lo mío, intentaré divertirme, y ganaré tiempo mientras surge otra cosa. De todas formas, estoy entusiasmado, quiero hacerlo bien; siempre que emprendo algo me involucro para hacerlo perfecto, para dar el cien por cien, así que me tomaré esta tarea con mucha responsabilidad y compromiso. Soy bastante riguroso y exigente conmigo mismo.


Lo escucho a medias, porque me he quedado pensando en lo que me ha dicho antes.


—Por eso te fuiste de Lyon, para alejarte del fracaso que suponía dejar de brillar en lo que hacías —expreso aseverando que es eso lo que pienso—. No alcanzo a comprenderlo del todo, pero presiento que te culpas por algo.


—Eres muy sagaz.


Sonrío con dulzura; él también lo es, pero no se lo diré.


—¿No has pensado que, tal vez, no estás consiguiendo tus objetivos porque no tienes la actitud correcta?


—Es posible que tengas razón.


—Sin embargo, para conseguir el contrato con Saint Clair no te has mostrado endeble.


—En París apuesto por encontrar nuevamente mi camino, así que estoy decidido a que las frustraciones se queden en Lyon. —«Cómo decirte que me siento el más fracasado de todos, cuando acabo de venderte otra imagen. No puedo contártelo, no puedo decirte que soy un fiasco. Creo que el
incentivo, ese día, fue conocerte en ese choque; eso me dio un chute de energía, para demostrarte que soy el mejor. Presumo que has sido mi incentivo.»


—Hoy, con los periodistas, tampoco titubeaste.


—Soy buen negociante, seguro que eso ayuda.


Noto cómo, poco a poco, va cambiando su actitud y vuelve a ser el Pedro chispeante de cuando llegó.— Entonces, si sólo harás esta campaña como modelo y luego apuntarás a tu verdadera profesión, no lo olvides a la hora de presentarte a un puesto.


—Gracias por el consejo. —«El problema es otro, pero tú no lo sabes, preciosa.»


—Aunque, si decides seguir en esto, déjame aconsejarte: deberás buscarte cuanto antes un agente, porque, créeme, si algo sé de este mundo es que esta campaña que harás te catapultará al estrellato. Te buscarán de muchas marcas para que seas su imagen.


—¿Eso crees?


—Estoy convencida, Pedro, sé lo que digo. Podrías ganar mucho dinero trabajando en esto. André vio esta veta en ti y por eso te trajo conmigo. Frente a la cámara te transformas en muchas personalidades con asombrosa facilidad: en un momento eres el amante patético abandonado; en otro, eres ese engreído que, con una sola mirada, puede persuadirte de que asaltes un banco... Tienes un cuerpo armonioso, lo sabes, y sé que te cuidas mucho para tenerlo así. Hoy has contado que haces deporte diariamente, que practicas artes marciales.


Descruza los brazos y flexiona las rodillas, cogiéndoselas mientras se acerca un poco más para hablarme.


—Antes maquillé un poco la historia. En realidad lo hago como forma de vida: el deporte me ayuda a dejar de pensar; a veces mi mente no descansa, y encontré el equilibrio necesario en la actividad física.


—No cabe duda de que eres un gran negociador, porque hoy has dicho exactamente lo que la gente quería oír.


Seguimos conversando un rato más. Estela y André han desaparecido después de traer más champán; creo que están en el jardín, besándose bajo las estrellas.


—Bueno, ya he hablado mucho de mí, ¿qué hay de ti?


—Lo que ves —le digo, encogiéndome de hombros—. Tengo una empresa de moda que está en ascenso; cuando la fundé, ya era conocida en este sector, pero no en el mundo empresarial. En ese entonces acababa de graduarme en el Máster en Comercio Internacional de la HEC de París y,
como me iba muy bien en lo que hacía, sin apartarme del todo del mundillo de la moda, decidí ponerle mi cara a mi propia marca. Mi amiga trabajaba en ese momento para una compañía que se dedicaba a confeccionar prendas para el mercado de masas, y le propuse crear una línea de prêt-àporter y otra de alta costura; la seduje de inmediato, porque es obvio que en esto ella puede mostrar su verdadero talento. Así es como formamos este equipo que hoy somos, al principio ella en lo que sabe hacer y yo en lo mío, y entre las dos fuimos conformando un grupo de trabajo de élite; los
resultados saltan a la vista.


—Y... ¿qué hay de la Paula mujer? Porque me acabas de hablar de la empresaria, de la fachada fría que levantas tras tu escritorio de directora, pero... yo preguntaba por la otra Paula, la que eres en la intimidad.


—Yo no te he preguntado por tu intimidad.


—Puedes preguntarme lo que desees, adelante.


Me quedo pensando en su ofrecimiento y decido aceptarlo, aun a riesgo de tener que contestar luego yo.


—¿Tienes novia?


—No. —Afirmando lo que me dice, sacude la cabeza y se sonríe; creo que he sido demasiado directa. —Tú sí tienes novio.


Lo miro intensamente a los ojos y, no sé por qué razón, decido sincerarme, aunque no lo hago del todo:
—No estamos bien.


—Pero seguís juntos.


Pedro no está dispuesto a ponérmelo fácil y yo he abierto la puerta, ahora tendré que contestar.


Suspiro profundamente, exhalo de forma sonora y le digo:
—No.


Antes de decir nada, asiente con la cabeza. Luego suelta:
—¿Todavía le quieres?


Mi móvil, que está sobre la mesa, comienza a sonar y en la pantalla aparece la foto de Marcos.


Ambos miramos hacia el aparato.


—¿No vas a contestar?


—Creo que no.


Continuamos mirando la pantalla hasta que el sonido de la llamada cesa. Pero Marcos vuelve a la carga.— Será mejor que respondas, parece que seguirá insistiendo. Yo lo haría si fuera él.


Sus palabras producen el efecto justo que él quiere; lo imagino insistiendo por mí, y anulo a Marcos de mi cerebro. 


En realidad, Pedro es quien lo anula. Miro el teléfono y sé que no quiero hablar con Marcos, pero también tengo claro que no dejará de llamar hasta que lo atienda.


—Hola, Marcos.


—Te extraño.


Eso es lo que menos esperaba oír. Me quedo en silencio; realmente, que me haya dicho eso, no me produce nada.


—¿Me oyes?


—Sí, sigo aquí. —Le hablo en un tono indiferente. Siento la mirada de Pedro sobre mí, pero no me siento incómoda, sólo deseo terminar la conversación con Marcos para continuar hablando con él.


—¿Tú no me extrañas?


—Lo siento.


No quiero mentirle: en estos días he entendido que lo quiero lejos de mí; me asfixia, todo el tiempo me reclama atención y nada de lo que le doy parece ser suficiente, y no puedo ofrecerle más, no me nace. La llamada se corta y el clima se enrarece. Pedro permanece callado, coge su copa y le da
un sorbo; en ese instante advierte que la mía está vacía y ofrece servirme.


—Sí, por favor.


Bebo de un tirón casi el contenido completo.


—¿Estás bien?


—Mejor que nunca. —Quiero retomar el clima amistoso que teníamos antes de la interrupción —. ¿Te gusta oír música, Pedro? ¿Qué música escuchas? —Resuelvo cambiar de tema y no permitir que Marcos me arruine la noche.


—Me gusta mucho la música latina, pero escucho un poco de todo, hago siempre selecciones muy variadas. Sin embargo, cuando practico deporte, elijo algo con mucho ritmo, para motivarme.


—También escucho música de todo tipo, pero es cierto que la música latina tiene buenos sonidos; me gusta la salsa, la bachata, el pop latino...


Nos perdemos en la conversación hablando de todo un poco; cualquier tema parece interesante y nosotros nos encargamos de hacerlo inagotable. También conversamos sobre arte; en cierto momento recuerdo que le gusta Kandinski y que me asombró cuánto conoce su obra.


—Creo que es tarde, mejor me voy; además, presiento que André y Estela deben estar rogando que nos vayamos.


Nos carcajeamos y él me da la razón.


Nos ponemos de pie y empezamos a descender. Busco mi chaqueta y Pedro se adelanta para ayudarme a ponérmela. 


Me alcanza el bolso, que había quedado sobre uno de los sofás y luego coge su chaqueta y también se la coloca.


Nuestra intención es salir al jardín para despedirnos, pero dudamos un poco antes de hacerlo, porque André y Estela son todo manos, besos... y nada existe alrededor. Nos reímos por el momento que viven nuestros amigos y abrimos sólo una rendija de la puerta para, desde lejos, decir adiós. 


Sin esperar a que nos respondan, nos marchamos.


Ya en la calle, nos damos un beso en la mejilla.


—¿Tu automóvil?


—Está a la vuelta; cuando llegué no había sitio para aparcar.


—Te acompaño, es tarde.


—Gracias.


Caminamos en silencio y acompasados hasta llegar a mi coche; cuando estamos cerca, acciono el mando de la alarma y, cuando estoy a punto de abrir la puerta para introducirme en el interior, Pedro se apresura para abrir él. 


Con actitud irreverente, deja la otra mano apoyada en el techo de mi coche, dejándome atrapada entre su cuerpo y la carrocería de mi vehículo. Se acerca peligrosamente a mi
mejilla y me huele, rozándome con la punta de su nariz. Yo tiemblo, no puedo moverme... y tampoco quiero. Luego mueve la mano con la que sostiene la manija de la puerta y me coge de la cintura, fijándome a su cuerpo. No me pide permiso, se adueña de mis labios y los besa, salvaje,
descontrolado; mueve la cabeza a un lado y a otro, mientras introduce su lengua en mi boca. No me amilano, el corazón me late vertiginoso pero salgo al encuentro de su lengua con la mía; me gusta el sabor de su boca, sabe fresca, aún le quedan rastros del sabor del Dom Pérignon. Su lengua es diestra y siento de pronto su otra mano, que me coge por la nuca para impedir que mi boca se separe de la suya; sigue besándome, sigue hurgando en mi boca y creo que voy a ahogarme por falta de oxígeno, Pedro me quita el aliento. 


Pega aún más su cuerpo al mío y el martilleo incesante de nuestros corazones se confunde. De pronto se aparta, me mira la boca, la cual supongo que debe de verse bastante enrojecida por el ímpetu de su beso, se acerca y me muerde el labio inferior, lo tironea dejándolo entre sus dientes mientras respira descompasado. Palpo la manija y abro la puerta del coche, y creo que entiende que quiero marcharme; entonces me suelta, lame mis labios antes de
dejarme ir y aparta sus manos de mi cuerpo para permitirme entrar en el coche.


En silencio, me subo al coche y, trémula, lo pongo en marcha. Estoy bloqueada por lo que acaba de ocurrir. Tiro el bolso a un lado y busco el cinturón de seguridad; tardo en dar con la ranura para abrocharlo. Estoy temblando. No quiero darme la vuelta, no quiero mirarlo, sé que está ahí todavía porque lo veo por la ventanilla con el rabillo del ojo, pero me niego a girar la cabeza. Pongo la primera marcha y salgo, pero aprieto el freno cuando sólo me he alejado veinte metros. Me como la cabeza y sé que lo que voy a hacer es una locura, lo sé incluso antes de hacerla. Abro la puerta del
coche mientras me quito el cinturón, bajo tan sólo un pie y expongo mi cuerpo fuera mientras me sostengo del marco de la puerta. Lo miro a los ojos; tiene las manos en los bolsillos del pantalón, me está observando, y tengo ganas de salir corriendo para volver a probar su boca... Lo cierto es que me tiraría encima de él sin pensarlo, pero me contengo.


—Acepto salir a cenar; llámame y lo arreglamos.


Me meto nuevamente en el automóvil y arranco a toda prisa, pero alcanzo a oírlo cuando me grita.


—No tengo tu teléfono.


Saco la cabeza por la ventanilla y le grito sin detenerme:
—Demuéstrame lo imaginativo que puedes llegar a ser. Consíguelo, pero no se lo pidas a nadie porque no quiero que nadie se entere de que saldremos, o chao cena.


Llego a mi casa y aún no termino de asimilar lo que ha ocurrido. Si Estela se enterara, se moriría de la risa a mi costa, porque he hecho todo lo contrario de lo que le dije que haría. No estoy dispuesta a que alguien se entere, quiero mantenerlo en secreto. Estudio mi estado de ánimo y
concluyo que me siento bien, renovada. Me toco los labios una vez más; así he estado todo el camino, rozando mis labios mientras rememoraba el beso. Entro en mi dormitorio y voy directa al espejo, me miro acercándome a él y fijo la vista en mi boca.


Pedro... Pedro... Pedro...


Repito su nombre varias veces para probar ese sonido en mi voz; compruebo que me gusta cómo suena, me gusta nombrarlo y descubro que quiero familiarizarme con su nombre. Quiero conocerlo