viernes, 13 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 32




Paula decidió que no tendría ninguna cita cuando salió de casa de Pedro. Por muy difícil que fuera a ser verle con Julia en la gala, llevar a Owen como chaleco salvavidas no le parecía bien. Así que se pasó por su apartamento, se disculpó profusamente y lo reconoció todo.


Dormía mal por las noches, la perseguían imágenes de Pedro del modo en que la había mirado cuando se probó
el traje, el tono algo posesivo que había utilizado, como si estuviera celoso.


Otros recuerdos entraban y salían de su mente: la casa de la montaña, el baile en Flaherty’s, la noche en la que por fin se había permitido el placer de disfrutar del hombre más sexy que había conocido en su vida.


Todavía podía sentir sus dulces labios en los suyos, recordar su cálido aroma, conjurar la sensación de seguridad que
experimentaba cuando la rodeaba con sus brazos. Saber que había dejado a Pedro atrás le provocaba un gran vacío,
un vacío ante el que la marcha de Josh parecía solo un rasguño.


Por la mañana, con falta de sueño y sintiéndose fatal, sabía que tenía que mantenerse ocupada en el día de la gala para no seguir dándole vueltas a lo que ya tenía claro: iba a echar muchísimo de menos a Pedro. Se probó veinte vestidos distintos, se puso una mascarilla, se dio un baño, se pintó las uñas de rojo rubí y pasó largo rato ocupándose del pelo y el maquillaje. Al menos tendría buen aspecto cuando dijera adiós.


Cuando había reducido la elección a dos vestidos, le entró un mensaje en el móvil. 


Lo agarró y lo miró. 


Gran error.


Sentía como si le faltara el aliento al mirar la foto del periódico en la que se veía a Julia saliendo del apartamento de Pedro a primera hora de la mañana. Así que eso era lo que tenía que hacer Pedro la noche anterior. Julia iba de camino a su casa.


Paula se dejó caer en la cama, todavía en albornoz. Se quedó mirando la foto y trató de entender el sentimiento que se estaba formando en su interior. La lógica le decía que debería estar triste, que aquello era otra señal del universo que indicaba que Pedro y ella no estaban hechos el uno para el otro. Pero no había melancolía. Ni siquiera estaba resentida.


Estaba enfadada, pero no con Pedrosino consigo misma. El hombre más increíble que había conocido, el único hombre con el que quería estar, estaba a punto de marcharse y ella se lo iba a permitir.


Pedro no quería estar con Julia y ella lo sabía. Aunque no se lo hubiera dicho, su corazón lo sabía.


En los momentos en que Paula había conseguido superar los obstáculos entre Pedro y ella, la química era más real de lo que nunca creyó posible. El resto del tiempo no había podido negar la atracción que sentía hacia él. Solo fingía que no estaba allí.


No podía seguir fingiendo. No podía dejarle ir. Eso implicaría rendirse a las circunstancias, y ella no era así. Era una luchadora. Sobrevivió a la marcha de Josh, aunque nunca luchó por él. No se lo merecía. Pero Pedro no era Josh.



Pedro era cariñoso y detallista.


Valoraba la fuerza de voluntad de Paula, quería verla triunfar. 


Y más que eso, podía prenderle fuego con una sola mirada, ningún otro hombre tenía aquel efecto en ella.


Valía la pena luchar por Pedro.


Lucharía por el hombre al que no podía dejar ir. Había llegado el momento de volver a escuchar a su corazón.


Le escribió un mensaje a Pedro:
«¿Podemos hablar antes de la fiesta? En persona. A solas».


El pulso le latía con fuerza. Todo lo que quería decir estaba en su interior.


Solo tenía que dejarlo salir. Pero, ¿sería demasiado tarde?


En cuanto mandó el mensaje le sonó el teléfono. Era Pedro.


–Vaya, qué rapidez –murmuró para sus adentros–. Hola, acabo de mandarte un mensaje.


–Acabo de verlo –contestó él–. Tiene gracia.


A ella le latió con fuerza el corazón.


–¿Gracia?


–El momento. Estoy en la puerta de tu edificio. ¿Puedes abrirme? El telefonillo no funciona.


¿En la puerta de su edificio? ¿Por qué? 


Paula sintió una oleada de pánico. Tenía el apartamento hecho un desastre y parecía que hubiera pasado un tornado por su habitación. Había vestidos y zapatos por todas partes.


–Ni siquiera me he vestido.


–No importa. Necesito hablar contigo.


Sin tiempo para arreglarse o vestirse, y mucho menos para pensar, Paula salió del dormitorio, pulsó el telefonillo, quitó la cadena y abrió la puerta.


Salió al pasillo y vio cómo Pedro subía por las escaleras. La dejó sin aliento. Era la tentación andante, con un traje impecable y la barba incipiente.


–¿Ocurre algo?


–Se puede decir que sí. Siento no haber llamado antes, pero me preocupaba que no me dejaras venir – Pedro estaba unos cuantos centímetros alejado–. Me encanta el vestido. No es lo que me imaginaba, pero se agradece el escote.


Paula se miró. Tenía el albornoz abierto un poco por delante. 


Se le subió la sangre a la cara y le invitó a entrar.


–¿Qué pasa? ¿Hay algún problema con lo de esta noche?


–Yo podría preguntarte lo mismo. ¿Por qué querías hablar conmigo antes de la fiesta?


Ahora que estaba frente a él y su magnetismo le resultaba difícil empezar.


Pero sabía que tenía que hacerlo.


–Vi la foto en el periódico. No me importa que Julia pasara la noche en tu apartamento. No creo que quieras estar con ella.


Pedro asintió lentamente. La estaba matando con su silencio.


–Me alegro de que por fin me creas – dijo finalmente–. He venido a decirte que Julia no vendrá a la gala de esta
noche.


Un momento. ¿Estaban hablando de trabajo?


–¿Qué?


–No te asustes. Sé que has trabajado muy duro para esta fiesta, pero no puedo seguir fingiendo. Esa es la razón de las fotos en las que sale fuera de mi apartamento. Su agente de prensa está orquestando la ruptura a petición mía.
Tengo que poner fin a esto ahora. No solo por mi bien, sino por el tuyo también.


¿Le estaba diciendo simplemente que estaba harto de aquella farsa? ¿O había algo más?


–Yo he cancelado la cita con el médico. No me parecía bien llevarlo a la gala.


–¿Y eso por qué?


Paula contuvo el aliento. Pedro merecía saber cómo se sentía, la kilométrica lista de razones por las que le necesitaba.


–Porque estoy enamorada de ti. Y no quiero estar con ningún otro hombre ni aunque sea por un minuto. No quiero
verte marchar esta noche.


Paula salvó la distancia física que los separaba con unos cuantos pasos.


Sentir el ritmo de su respiración la calmaba, aunque no estaba segura de qué pensaba Pedro de lo que estaba diciendo. Tenía una expresión asombrada.


–Tú eres mi único pensamiento antes de acostarme. Eres en lo primero en lo que pienso cuando me despierto. Cuando me pasa algo durante el día, siento la necesidad de llamarte para contártelo. La única razón por la que no lo hago es por mi trabajo. Pero necesito algo más que mi carrera. Te necesito a ti.


Paula vio la primera señal de que tal vez estuviera en su mismo barco.


Pedro sonrió.


–¿De verdad?


–Sí. Y tú tenías razón. Dejé que lo que me ocurrió con mi ex me convirtiera en alguien que no se permite sentir. Ya no quiero ser esa persona. Me hace sentir desgraciada.


–Odio la idea de que no seas feliz – Pedro le tomó la mano y se la acarició con el pulgar–. Tenía que hablar contigo antes de la fiesta porque no quería que desaparecieras esta noche como Cenicienta. Tenía que ver tu cara cuando por fin te dijera que te amo. Pero te me has adelantado.


A Paula le dio un vuelco al corazón y se le aceleró el pulso.


–Lo siento. Es que te he hecho daño tantas veces que pensé que merecías la verdad.


Pedro le tomó la otra mano.


–Te amo y quiero estar contigo, pero necesito saber que estás aquí a largo plazo. No podría soportar que te entrara miedo y volvieras a salir corriendo.


Una lágrima le cayó por la mejilla a Paula. El hombre que siempre había tenido un enjambre de mujeres alrededor quería saber si ella era capaz de comprometerse.


–Solo salí huyendo porque me daba miedo lo mucho que iba a sufrir si no salía bien. Pero ya no tengo miedo


–Hablo en serio, Paula. A largo plazo –Pedro metió la mano en el bolsillo y sacó una cajita azul oscuro–. Quiero que seas mi esposa. Quiero pasar mi vida contigo.


Paula se llevó la mano a la boca.


Cuando abrió la cajita contuvo el aliento al ver un impresionante anillo de compromiso de platino de esmeralda y diamante. Casi le daba miedo tocarlo, temía que desapareciera. Solo se había atrevido a fantasear con vivir un momento así con Pedro. Nunca soñó con que pudiera llegar a hacerse realidad.


–Es precioso.


–¿Quieres probártelo?


Ella asintió vigorosamente.


Sacó el anillo de la cajita y se lo puso en el dedo. El diamante brilló como una constelación entera.


–Oh, Dios mío, Pedro. Me encanta.


–Pero no has contestado a mi pregunta. ¿Quieres casarte conmigo?


¿De verdad estaba ocurriendo todo aquello? Su futuro había dado un giro radical en cuestión de minutos.


–No quiero dejarte ir nunca. Nada deseo más que convertirme en tu esposa.


Pedro la atrajo hacia sí con gesto posesivo. Le tomó la cara entre las manos y le acarició la mandíbula con el pulgar, provocándole escalofríos por todo el cuerpo. Entonces la besó dulcemente. Paula le pasó las manos por el interior de la chaqueta, anhelando su calor y su contacto. Cada segundo que pasaba entre sus brazos iba dejando atrás la tristeza del año anterior. 


Pedro era suyo.




CENICIENTA: CAPITULO 31





El viernes se cumplieron cinco días sin saber nada de Pedro


Al menos no directamente.


La mayoría de las entrevistas ya habían terminado, pero faltaba ultimar algunos detalles, y lo más importante,
necesitaban pulir el discurso que iba a pronunciar en la gala. 


Habían hablado sobre sus comentarios del sábado por la
noche, pero todo a través de su asistente.


Por mucho que le doliera, Paula no podía culpar a Pedro de su distanciamiento. Después de todo, ella le había pedido directamente que la olvidara.


De quien Pedro no se había distanciado al parecer era de Julia.


Volvieron a salir enseguida en la prensa, tomados de la mano mientras iban de compras por el Soho solo dos días después de que Paula y Pedro hubieran hecho el amor. 


Odiaba que todavía le importara, pero así era. Le importaba tanto que sentía como si todo su interior se muriera.


Las cosas que le había dicho Pedro aquella mañana en su oficina seguían dándole vueltas por la cabeza. «Podría haber algo de verdad entre nosotros si me dejaras pasar». No estaba convencida de que fuera tan sencillo. En cualquier caso sería algo imposible disfrazado de sencillo. 


¿Tenía razón Pedro? ¿Le habrían hecho tanto daño como para no ser capaz de volver a confiar en nadie? ¿Tendría el corazón tan cerrado?


Paula aspiró con fuerza el aire para armarse de valor y entró en el ascensor que llevaba al apartamento de Pedro.


Aquel era el día escogido para repasar su discurso y ver qué se iba a poner para la gala del día siguiente. No tenía ningún plan para tratar con Pedro más allá de lo profesional. Con suerte, él estaría igual.


Repasarían el discurso y le mostraría a Paula lo que se iba a poner para la gala. Ella le daría el visto bueno y desaparecería. Entonces el único obstáculo que quedaría sería la gala, y eso implicaba barra libre bien provista de champán. Bendito champán.


Cuando se abrieron las puertas del ascensor, Pedro se estaba bajando de uno de los taburetes de su enorme isla de cocina.


–Llegas tarde –afirmó con tono gélido.


Ella consultó su reloj.


–Son las cinco y tres minutos. Y tú siempre llegas tarde.


–No estamos hablando de mí, ¿verdad? Tengo cosas que hacer esta noche.


Paula suspiró. Así que aquel era el camino que había escogido Pedro. Ella no quería morder el anzuelo, pero el modo en que había regresado corriendo a brazos de Julia la reconcomía.


–¿Tienes una cita amorosa con la novia de América?


–¿Eso te haría sentir mejor? ¿Que tus sospechas fueran ciertas?


Las palabras de Pedro le dolían, aunque no podía culparle por estar enfadado. La última vez que le vio se portó fatal con él.


–Hablemos del vestuario y de tu discurso, por favor.


Paula siguió a Pedro hasta su dormitorio. En cuanto cruzó la puerta sintió como si le clavaran un puñal en el pecho, justo en el corazón. Miró la cama, cubierta con una inmaculada colcha de seda. No le costó ningún esfuerzo recordar qué se sentía al estar envuelta en aquellas sábanas completamente sincronizada con Pedro.


No tenían problemas en la cama. Lo complicado estaba fuera del dormitorio.


–He escogido tres trajes, por si quieres echarles un vistazo –dijo Pedroa quien parecía no afectarle nada la visión de la cama–. La elección de la corbata te la dejo a ti –entró en el vestidor y señaló las perchas en las que esperaban los trajes colgados, al igual que una extensa colección de corbatas de seda.


Paula ya sabía que quería que llevara el traje gris oscuro. Lo tenía puesto la noche que lo conoció y le quedaba de maravilla. La chaqueta hecha a medida le acentuaba los
esculpidos hombros y la estrecha cintura. Así que tendría que apartar la mirada y morderse los nudillos cada vez
que le viera al día siguiente por la noche. No pasaba nada. 


Había vivido cosas peores.


Paula se acercó a las corbatas y seleccionó unas cuantas: una azul acero, otra negra con rayas verde oscuro diagonales y una color lavanda.


–Ni hablar –Pedro agarró esta última y la volvió a colgar–. Tú y tu lavanda. Es demasiado femenino.


Paula observó las otras dos corbatas antes de ponerle una a Pedro en la mano.


–Muy bien. Probaremos con la azul. Te resaltará los ojos.


–¿De verdad te importa cómo se me vean los ojos?


–Sí. Es uno de tus mejores rasgos.


–Si no supiera que no es así, diría que estás coqueteando conmigo –Pedro apretó los labios–. Pero tengo claro que no es así.


–Ponte el traje para ensayar el discurso y así podremos despedirnos por esta noche. Te espero fuera.


Paula salió del vestidor y se acercó al ventanal que daba a la ciudad. Los días se iban haciendo más largos, solo faltaban unos meses para el verano.


¿Dónde estaría ella para entonces? ¿Tendría más clientes? ¿Entraría más dinero? La lógica indicaba que llevaba una trayectoria ascendente gracias al éxito de la campaña de Pedro. Entonces, ¿por qué no estaba contenta? Había tomado la decisión de centrarse en su carrera y lo iba a amortizar, pero se sentía vacía. No tenía a nadie con quien compartir aquellos logros, y como Pedro había sugerido, se lo había buscado.


Pedro entró en la estancia y se detuvo frente al espejo de cuerpo entero de la pared.


–¿Y bien?


Paula se preparó y se apoyó en la ventana. Estaba tan guapo que hacía daño mirarle, y le produjo una punzada en el pecho.


–Este funcionará –comentó tratando de aparentar trivialidad. No poder besarle con aquel traje era una tortura. Y todavía era peor saber que no podría ver cómo se lo quitaba.


–¿Tú que te vas a poner para la fiesta? –le preguntó Pedro.


–Un vestido.


–Eso ya me lo imaginaba. ¿Te importaría dar más detalles?


–No lo sé –no había pensado en ello y no tenía presupuesto para comprar nada nuevo. Seguramente se pondría alguno
de los prácticos vestiditos negros que siempre llevaba a ese tipo de eventos–. ¿Qué más da?


–Tengo curiosidad –Pedro se ajustó los puños de la camisa–. ¿Vas a ir con pareja? –no apartó la mirada de su reflejo en el espejo.


Paula cerró los ojos un instante. Se suponía que aquella iba a ser su oportunidad para tomarse la revancha, pero ahora estaba mucho menos entusiasmada por la idea.


–Voy a ir con mi vecino, Owen. Es médico –tenía cero interés sentimental en él, y le había dejado claro que solo eran amigos, pero no hacía falta que Pedro lo supiera. Se negaba a asistir a la fiesta sin pareja sabiendo que tendría que sonreír y fingir que era feliz mientras Pedro se paseaba con Julia del brazo.


–Este es tu evento. Supongo que le habrás pedido tú que te acompañe, ¿no?


¿Qué estaba insinuando? ¿Que no era capaz de tener una cita?


–Le he invitado yo, pero Owen me ha pedido salir muchas veces.


–¿Y has salido con él?


–Hemos ido al cine y a cenar –se abstuvo de aclarar que no eran citas románticas, solo planes de amigos.


–Entiendo. Bueno, estoy deseando conocer a tu vecino el médico.


Paula se sentía confusa. ¿Estaba celoso? No podía imaginar a Pedro envidiando a otro hombre. Pero, ¿qué pasaba con su tono posesivo y con su mirada? ¿Estaba diciendo que no se había rendido? ¿Y qué debía hacer ella en ese caso?


–Deberías ensayar el discurso para que pueda oírlo –dijo entonces rompiendo en hechizo del silencio.


–¿Aquí?


Paula se encogió de hombros.


–Sí –cruzó el salón para sentarse, aunque estaba solo a unos centímetros de la cama.


–Ojalá tuviera un pódium. Me siento raro soltando un discurso aquí de pie – Pedro se estiró la chaqueta.


Parecía seguro de sí mismo y a la vez vulnerable allí delante de ella. Paula contuvo un suspiro. Aquel era el Pedro que adoraba, el Pedro que nunca sería suyo.


Pedro comenzó el discurso, pero Paula se dio cuenta al instante de que algo no iba bien. Todo lo que salía de su boca era optimista y confiado, pero tenía los hombros tensos, la voz un tanto agitada. Parecía como si estuviera diciendo las palabras de otra persona a pesar de que él había escrito la mayor parte del discurso. Ella solo había hecho algunas sugerencias y pequeños cambios.


Como él mismo había dicho muchas veces, no se le daba bien fingir.


Pedro se apretó el puente de la nariz cuando terminó el discurso. Ni siquiera quiso escuchar la opinión de Paula.


Había visto su expresión de asombro mientras hablaba.


–¿Va todo bien? –preguntó ella.


–Eh… sí, claro. ¿Por qué?


–Es que no parecías tú. En absoluto.


–Estoy bien –pero no era cierto. Nada estaba bien. Y no solo por lo de AlTel. Ni tampoco por su padre. Era por ella. Los dos solos en su apartamento, comportándose de un modo civilizado y teniendo mucho cuidado de no rozarse, de ni siquiera mirarse.


Aquello no estaba bien.


Pero las cosas habían cambiado. En las otras ocasiones en las que Paula le había dicho que no se debía a que estaban trabajando juntos. No porque hubiera otro hombre en la foto. La parte más egoísta de sí mismo había pensado que no había ningún otro interés amoroso porque quería estar con él. 


Al parecer se había equivocado.


Ahora tenía una cita con un hombre que ella había elegido, nada menos que un médico. Pedro nunca se había comparado con otros hombres, pero Paula le había rechazado tres veces y había escogido a Owen. Tal vez no estuviera tan cerrada a la idea del amor.


Tal vez solo estuviera cerrada a él.


–¿Estás seguro? –preguntó Paula–. Parece que hay algo que te perturba. Dime qué pasa.


Allí estaba ella, delante de él, la mujer que no podía quitarse de la cabeza aunque quisiera. Paula quería escuchar. Quería hablar. Aquella podía ser la última oportunidad de estar juntos así, solo hablando. Después de la gala irían cada uno por su lado.


Pedro aspiró con fuerza el aire y luego lo dejó escapar lentamente.


–No quiero dirigir AlTel –quitarse aquello del pecho fue un alivio de proporciones épicas.


Paula se quedó boquiabierta.


–¿Qué? Pero tu padre… El plan de sucesión… –miró a su alrededor parpadeando, como si no entendiera lo que había dicho. Y eso era parte del problema. Solo tenía sentido para Pedro y Ana. Nadie más parecía entenderlo–. A ti te encantan los retos, y esto es una gran empresa que lleva el apellido de tu familia. ¿Por qué no quieres disfrutar de esta oportunidad?


Pedro sacudió la cabeza y se dejó caer en el banco que había a los pies de la cama.


–Sé que suena a locura, pero todos los Alfonso se han hecho a sí mismos. Mi padre. Mi abuelo. Mi bisabuelo. No puedo soportar la idea de no hacer lo mismo, de marcar mi propio camino.
Quiero algo construido por mí desde la nada. ¿Tan mal está eso?


Paula torció el gesto.


–Tú mismo lo has dicho, PedroConseguiste tu primer millón en la universidad. Ya eres un hombre hecho a sí mismo. Tacha eso de tu lista y pasa al siguiente reto. No me cabe duda de que serás un gran director de AlTel. Con tu mente para la tecnología podrías hacer grandes innovaciones.


–Eres un encanto, pero no es tan sencillo. Al menos para mí. No puedo decirle que no a mi padre, y menos ahora que se está muriendo. Tendría que haberle dicho algo al respecto años atrás. Pero no pensé que tendría que enfrentarme a esto hasta que él estuviera preparado para jubilarse, y siempre pensé que cabía la posibilidad de que yo cambiara de opinión para entonces.


Paula abrió los ojos de par en par y se inclinó un poco hacia delante.


–Pero Ana sí quiere hacerlo. Me lo dijo cuando estábamos planeando la gala. Pedro, eso es… es perfecto.


Pedro sonrió. Paula era adorable al querer ayudarle a arreglar las cosas.


–Nuestro padre se niega a hablar del tema. Está tan chapado a la antigua que resulta ridículo.


Paula parecía alicaída.


–Vaya, creí que se trataba de una rivalidad entre hermanos –suspiró y le miró a los ojos–. Oh, Dios mío, PedroEl escándalo. Aquella era tu salida –se rascó las sienes con gesto preocupado–. Podrías haber dicho que no a la campaña de relaciones públicas y dejar que la junta directiva te rechazara. Eso lo habría solucionado todo.


Pedro tuvo ganas de echarse a reír.


Había pensado en ello, pero entonces su padre contrató a una relaciones públicas llamada Paula Chaves. En cuanto vio su foto en la web de la empresa se le subió el corazón a la boca. Finalmente conocía la identidad de su Cenicienta.


Así que accedió a la campaña aunque era muy probable que eso sellara su destino. Tenía que volver a ver a aquella misteriosa mujer, comprobar si las chispas eran reales. Y lo eran. Solo que no duraron demasiado.


No podía contárselo a ella ahora.


Paula había seguido adelante, y Pedro no tenía más remedio que aceptarlo.


–Pensé en ello, pero habría supuesto una mancha para el apellido familiar y habría destrozado mi relación con mi padre –por suerte, Paula le había salvado de tomar aquella decisión.


–¿Sabes qué? El día que conocí a Ana me sentí un poco celosa de tu familia –reconoció ella.


–No todo es un camino de rosas, créeme.


–Ya lo sé, pero seguís unidos y os preocupáis los unos por los otros. Yo no tengo eso. Mis hermanas piensan que soy un bicho raro, mi padre es un hombre imposible y a mi madre casi ni la recuerdo –Paula sacudió la cabeza–. Sé que tu relación con tu padre es tumultuosa, pero al menos lo tienes contigo. Sigue aquí. Todavía puedes hablar con él. Solo tienes que encontrar la manera de hacerle comprender. Si fallece y no lo has intentado una vez más no te sentirás bien.


–La idea de decepcionarle me sigue resultando insoportable.


Moro entró en el salón y se detuvo en la rodilla de Pedro antes de acercarse a Paula. Ella le acarició la cabeza y le sonrió.


–No soy una experta, pero es mejor decir las cosas y aceptar las consecuencias. Yo lo hice con mi padre. No salió muy bien, pero al menos dije lo que pensaba.


Era muy inteligente, muy intuitiva, aunque parecía más interesada en ayudar a los demás que en centrarse en sus propios problemas.


–Me gusta que me hables de tu familia.


«Hace que me sienta más cerca de ti».


Quería decirle, pero parecería que se había enamorado desesperadamente de una mujer que no podía tener. Y así era.


Amaba a Paula con cada fibra de su ser. 


–Debería irme –ella se puso de pie, se atusó el vestido y agarró el bolso–.Y tú deberías quitarte ese traje si no quieres llevarlo mañana arrugado.


Pedro se levantó para despedirse.


Tenía a Paula a escasos metros de él.


Quería abrazarla y no dejarla ir nunca, besarla durante días, escapar del mundo con ella. Quería mimarla y adorarla como se merecía. Le había mostrado una oportunidad para el día siguiente, el día que tanto temía Pedro, recordándole que él decidía su propio destino. Por supuesto, aquello concernía a los negocios. El amor no se podía controlar, y menos ahora que había otro hombre en la escena.