martes, 8 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 17




Pedro se abrió paso entre los invitados, salió a la terraza y bajó junto a la cascada de agua que caía desde la fuente a la piscina. Los niños lloraban por muchos motivos, lo sabía, pero no pudo evitar preguntarse si Chloe se daba cuenta de que su madre la había abandonado. El hecho de que no hubiera podido reconfortarla no era lo que le había alterado. 


Había sido la expresión del rostro de Paula el verdadero motivo de su perturbación.


En aquel momento se dio cuenta de la tremenda equivocación que había cometido al llevarla. ¿A quién pretendía engañar? El error había estado en llevarla a su casa después de cenar en aquel restaurante, en vez de dejarla en su apartamento.


No era la mujer adecuada para él ni él el hombre adecuado para ella.


Se quitó la pajarita y se pasó la mano por la cara, maldiciendo en voz baja.


–¿Pedro?


Oyó su voz detrás de él y, al darse la vuelta, allí estaba. La luz de la piscina hacía que sus ojos centellearan. El vestido turquesa marcaba las curvas de su cuerpo y su melena rubia, recogida en una trenza griega, resplandecía como un halo. No había habido un hombre que no hubiera reparado en ella y estaba convencido de que no se había dado cuenta. Los celos siempre le habían parecido una emoción oscura y dañina, pero aquella noche los había sentido con toda su intensidad. Debería haberle comprado un vestido negro sin forma, aunque tenía la sensación de que no hubiera supuesto ninguna diferencia.


–Pensaba que estabas con Chloe. ¿Está dormida?


–Daniela se ha hecho cargo. No deberías haberte ido.


Parecía furiosa. No había ni rastro de la dulzura que había mostrado con el bebé.


El viento se había levantado y Pedro frunció el ceño al verla estremecerse y frotarse los brazos.


–¿Tienes frío?


–No, estoy muy enfadada, Pedro. No me parece justo que lo pagues con una niña, solo porque no soportas a su madre.


Pedro respiró hondo. No sabía hasta qué punto ser sincero.


–Lo que pasa no tiene nada que ver con Chloe, sino contigo.


–¿Conmigo? –dijo sorprendida.


–Eres la clase de mujer que no puede evitar tomar un bebé en brazos. Ves rayos de sol en mitad de la tormenta y finales felices por todas partes, y piensas que la familia es la respuesta a todos los problemas del mundo.


Paula se quedó mirándolo sin comprender.


–Me gustan los bebés, es cierto, y no veo por qué tengo que disculparme por querer tener algún día mi propia familia. Sé que a veces la vida es complicada y prefiero fijarme en lo positivo y no en lo negativo. Pero no entiendo qué tiene que ver eso con esta situación. Nada explica la manera en que te has comportado en esa habitación. Dices que la culpa es mía, pero no veo cómo…


De repente, la expresión de Paula cambió.


–Ah, ya lo entiendo –continuó–. Piensas que porque quiero tener una familia y me gustan los bebés soy una persona peligrosa con la que acostarte, ¿no es cierto?


–Paula…


–No, no pongas excusas ni busques una manera diplomática de expresar lo que sientes. Lo llevas escrito en la cara.


Se levantó la falda del vestido y se fue. Pedro apretó la mandíbula, consciente de lo molesta que estaba.


–Espera. No puedes volver con esos zapatos.


–Claro que puedo. ¿Cómo crees que me las arreglo? Antes de conocerte, nunca había subido en una limusina. Voy andando de un sitio para otro porque es más barato –dijo mirando hacia atrás.


Pedro la seguía sin saber muy bien cómo intervenir y evitar que se rompiera un tobillo.


–Deberíamos hablar de…


–No hay nada de qué hablar –estalló Paula, sin aminorar la marcha–. Tomo a tu hermana en brazos y temes que eso pueda cambiar nuestra relación. Te preocupa que esto deje de ser una cuestión de sexo y que me enamore de ti. Tu arrogancia es ofensiva.


Le iba a la zaga, preparado para sujetarla si se torcía un pie con aquellos zapatos.


–No es arrogancia, pero el incidente ha servido para confirmar lo diferentes que somos.


–Sí, muy diferentes. Por eso te escogí para acostarme contigo sin más. Es cierto que quiero tener hijos algún día, pero eres el último hombre con quien querría tenerlos.


–Eso no es… ¿Puedes parar un momento?


La tomó del brazo y la hizo darse la vuelta.


–Créeme, Pedro, nunca ha habido menos probabilidad de que me enamore de ti que en este preciso momento. Un bebé lloraba desconsolado y lo único en lo que podías pensar era en cómo salir de una relación que ni siquiera es tal. Ahora entiendo tus relaciones sin sentimientos. Se te da muy bien el sexo, pero eso es todo. Da más cariño un ordenador que tú.


Se soltó y continuó bajando por el camino. Pedro se quedó mirándola estupefacto tras su inesperado arranque. En términos sentimentales, le gustaba mantener alejadas a las mujeres. Nunca había aspirado a tener algo serio y no sentía nada cada vez que sus relaciones terminaban. No tenía ningún interés en el matrimonio ni en mantener un compromiso. Pero le preocupaba mucho que Paula estuviera molesta y la sensación le resultaba incómoda.


La siguió a una distancia prudente y se sintió aliviado al ver que se quitaba los zapatos al llegar a la terraza. Los tiró sobre una tumbona y siguió caminando. Las trenzas se le habían soltado por el viento y varios mechones de pelo le caían por los hombros desnudos.


Un hombre en su sano juicio la habría dejado a solas para que se tranquilizara. Pero él la siguió y entró tras ella en el dormitorio.


–Sal de aquí, Pedro.


–No –dijo quitándose la chaqueta y arrojándola a la silla más cercana.


–Pues deberías irte porque, tal y como me siento, sería capaz de darte un puñetazo.


–Estás muy guapa cuando te enfadas –observó y se acercó a ella–. ¿Podemos empezar de nuevo esta conversación?


–No tenemos nada más de qué hablar, Pedro. No des otro paso más.


–No debería haberte dejado con Chloe –dijo él sin detenerse–. Me he comportado como un idiota, lo admito, pero no estoy acostumbrado a relacionarme con una mujer como tú.


–¿Temes que no entienda las reglas? Créeme, no solo las entiendo, sino que las aplaudo. No querría enamorarme de alguien como tú. Y deja de mirarme así. De ninguna manera voy a acostarme contigo estando tan enfadada. Olvídalo.


–¿Nunca has tenido sexo furioso?


–El sexo tiene que ser dulce y tierno. ¿Quién querría…?


Pedro tomó su rostro entre las manos y comenzó a devorar su boca, sin saber muy bien qué era lo que tanto lo atraía de ella. Sin apartar los labios de los suyos, le levantó el vestido hasta la cintura, deslizó los dedos bajo sus bragas y percibió su cálida humedad. Luego sintió cómo trataba desesperadamente de bajarle la cremallera antes de que su mano se cerrara sobre su miembro. La empujó contra la pared, la tomó por los muslos y la levantó con facilidad, haciendo que lo abrazara con las piernas alrededor de sus caderas.


Pedro


Paula clavó las uñas en sus hombros mientras él la penetraba, rindiéndose al deseo incontrolado que sentía cada vez que estaba cerca de aquella mujer.


Salió y volvió a embestirla, provocando oleadas de placer en ambos. Desde ese momento, todo se volvió salvaje. Sintió sus uñas en los hombros y el movimiento frenético de sus caderas. Trató de ir más despacio y controlar los movimientos, pero ambos estaban fuera de sí y sintió las primeras sacudidas de Paula antes de rendirse a un clímax explosivo que borró todo de su mente excepto a aquella mujer.


Fue al dejarla en el suelo cuando se dio cuenta de que seguía vestido. No recordaba la última vez que había practicado sexo vestido. Solía tener más delicadeza.


–Me gusta el sexo furioso. Ya no estoy enfadada. Me has enseñado una manera nueva de poner fin a una discusión.


–Theé mou, el sexo no es la manera de poner fin a una discusión.


–Tú lo has hecho y ha funcionado. La adrenalina se ha canalizado en otra dirección y ahora estoy más tranquila.


Pedro estaba lejos de sentirse tranquilo.


–Paula…


–Sé que todo este asunto es difícil para ti, pero no tienes que preocuparte de que me enamore de ti. Eso no va a ocurrir nunca. Y la próxima vez que tu hermana pequeña llore, no se la pases a otra persona. Sé que no te gustan las lágrimas, pero creo que podrías hacer una excepción con una niña de dos años.


–Necesitaba consuelo y no tengo experiencia con bebés. Mi manera de resolver problemas es delegar funciones a aquellas personas que están mejor preparadas, y en este caso eras tú. Contigo se ha tranquilizado y conmigo no dejaba de llorar.


–Ya aprenderás. La próxima vez, tómala en brazos y reconfórtala. Tal vez así aprendas a relacionarte mejor y puedas practicar esa habilidad con adultos. Si no te resultara tan difícil expresar tus sentimientos, no habrías dejado pasar tanto tiempo sin ver a tu padre. Te adora, Pedro, y está muy orgulloso de ti. Sé que no te caía bien Carla, pero ¿no podías haber hecho alguna visita ocasional? ¿Tan difícil te resultaba?


–No sabes nada de ese asunto –dijo y respiró hondo–. Me mantuve apartado por sus sentimientos hacia mí.


–Es lo que digo. Porque vosotros dos os llevarais mal, él no tenía por qué sufrir.


–El problema no era ese. Ella sentía algo por mí –dijo y esperó a que cayera en la cuenta de lo que estaba diciendo, antes de continuar.


–Vaya. ¿Lo sabe tu padre?


–Sinceramente, espero que no. Me mantuve alejado para evitar que presenciara algo que pudiera hacerle daño. A pesar de mi opinión de Carla, no quería que su matrimonio terminase y menos aún que fuera por mi culpa, porque eso hubiera provocado un abismo entre nosotros.


–Pero al final fue precisamente lo que pasó y ni siquiera se enteró de por qué. ¿Crees que deberías habérselo dicho?


–Me hice esa pregunta muchas veces, pero decidí que no. Durante su breve matrimonio, le fue infiel en varias ocasiones y mi padre se enteró. No quería aumentar su dolor.


–Claro –dijo Paula con los ojos llenos de lágrimas–. Todo este tiempo pensaba que era por tu orgullo por lo que estabas decidido a castigarlo. Estaba equivocada, lo siento. Por favor, perdóname.


–No llores. No hay nada que perdonar.


–Te juzgué mal y saqué una conclusión equivocada. No volveré a hacerlo.


–No importa.


–A mí sí. Has dicho que tuvo aventuras. ¿Crees que Chloe puede no ser…?


Aquella posibilidad se le había pasado también por la cabeza.


–No sé, pero ya no importa. Los abogados de mi padre se están ocupando de que sea una adopción legal.


–Pero si no lo es y tu padre se entera…


–No cambiará sus sentimientos hacia Chloe. A pesar de todo, estoy convencido de que es hija de mi padre. Para empezar, tiene algunos rasgos característicos de mi familia.


–Empiezo a entender por qué te preocupaba que tu padre volviera a casarse de nuevo. ¿Es Carla la razón por la que no crees en el amor?


–No, ya me había formado esa opinión mucho antes de Carla.


Pedro esperaba que le hiciera más preguntas, pero, en vez de eso, lo abrazó.


–¿A qué viene esto?


–Porque te viste en una situación muy difícil y tu única opción fue mantenerte alejado de tu padre. Creo que eres una persona muy honesta.


–Paula…


–También porque te falló una mujer a una edad muy vulnerable. Pero sé que no quieres hablar de eso, así que no volveré a mencionarlo. ¿Por qué no nos vamos a la cama y hacemos las paces?






SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 16





El vestido era precioso. Se trataba de una larga capa de seda turquesa con delicados apliques cosidos a mano alrededor del cuello, que le sentaba a la perfección.


Tomó el teléfono, se hizo una foto y se la mandó a Belen con un mensaje de texto que decía: Me encanta el sexo por diversión.


La gente se equivocaba cuando pensaba que el sexo por diversión no implicaba ningún sentimiento. Sí, el sexo podía ser espectacular, pero aunque no estuviera enamorada, eso no significaba que dos personas no pudieran estar pendientes la una de la otra. Ella quería ayudarlo a aceptar lo mejor posible aquella boda y él se había preocupado de no dejarla sola cuando se había puesto triste.


En el fondo, se preguntaba si quizá no fuera así como debía sentirse, pero no le dio más vueltas, tomó su bolso y se dirigió al salón.


–Debería estar asustada por lo bien que se te da adivinar mi talla.


Pedro se dio la vuelta, muy guapo con su esmoquin. A pesar de su indiscutible elegancia y sofisticación, aquel atuendo formal no disimulaba el poder letal del hombre que lo portaba.


«Testosterona vestida de esmoquin», pensó mientras él le ofrecía algo que acababa de sacar de un bolsillo.


–¿Qué es esto?


Paula tomó el elegante estuche y lo abrió. Dentro, sobre terciopelo azul, había un collar de plata y zafiros, que enseguida reconoció.


–Es de Skylar. Lo había visto en fotos.


–Pues ahora puedes verlo al natural. Pensé que se vería más bonito en tu cuello que en un catálogo –dijo ayudándola a ponérselo.


–¿Cuándo lo has comprado?


–Pedí que me lo enviaran desde Londres después de que vieras su jarrón.


–Increíble, ¡qué extravagante!


–Entonces, ¿por qué estás sonriendo?


–Porque me gustan las cosas bonitas y Skylar hace cosas preciosas –dijo y volvió a sacar el teléfono del bolso–. Necesito capturar este momento para recordarlo cuando esté en un diminuto apartamento en Londres. Es un préstamo, evidentemente, porque no podría aceptar un regalo tan generoso –añadió y se hizo un par de fotos, antes de hacerle posar junto a ella–. ¿Puedo mandársela a Sky? Quiero que vea lo que llevo puesto.


–Es tu foto. Puedes hacer con ella lo que quieras.


–Skylar estará encantada. Esta noche voy a enseñarle este collar a todo el mundo. Pero, antes, dime cómo te sientes.


–¿Que cómo me siento? –repitió y la expresión de su rostro cambió.


–Es una fiesta para celebrar la inminente boda de tu padre, a la que no querías asistir. ¿Te resulta difícil estar aquí pensando en tu madre y viendo cómo se casa tu padre otra vez?


–Te agradezco la preocupación, pero estoy bien.


Pedro, sé que no estás bien, pero si prefieres que no hablemos de ello…


–Prefiero no hablar de ello.


–Entonces, vamos –dijo tomándolo de la mano y dirigiéndose a la puerta–. Supongo que todo el mundo estará pendiente de si estás contento, así que, por Daniela, sonríe.


–Gracias por el consejo.


–Supongo que es tu manera de decirme que me calle.


–Si quisiera que te callaras, usaría métodos más efectivos.


–Si quieres probar alguno de esos métodos…


–No me tientes.


Paula consideró volver dentro, pero había un coche esperándolos fuera de la casa.


–No me había dado cuenta de que había coches en la isla. Podíamos haber ido andando.


–No creo que puedas caminar tanto con esos zapatos, y menos aún bailar.


–¿Quién dice que voy a bailar?


–Yo.


Al llegar, Paula sintió un escalofrío de emoción al llegar ante la imponente entrada.


–Esto es una mansión, no una casa. La gente normal no vive así.


–¿Crees que soy una persona normal?


–Sé que no lo eres –dijo tomándolo del brazo mientras pasaban junto a una fuente–. La gente normal no tiene cinco casas y un avión privado.


–El avión es de la compañía.


–Y la compañía es tuya.


Fue difícil no sentirse sobrecogida al atravesar la puerta de la entrada palaciega de la casa de su padre. Los altos techos daban una sensación de amplitud y claridad.


–Cuéntame otra vez a qué se dedica tu padre.


Pedro sonrió.


–Dirigía una empresa muy exitosa que vendió por un buen importe.


No pudo decir más porque Diandra apareció y Paula advirtió que se ponía nerviosa al ver a Pedro.


Para romper el hielo, alabó el vestido y el peinado de la otra mujer y preguntó por Chloe.


–Está durmiendo. Mi sobrina la está cuidando mientras recibimos a los invitados. Luego iré a ver cómo está. Es una situación algo difícil. Quería posponer la boda, pero Carlos no quiere oír hablar de ello.


–Tienes razón, no quiero oír hablar de ello –dijo Carlos tomando de la mano a Daniela–. Nada va a impedir que me case contigo. Te preocupas demasiado. Enseguida se acostumbrará. De momento, tenemos un ejército de empleados que se ocupará de su bienestar.


–No necesita un ejército –murmuró Daniela–. Tan solo unas cuantas personas en las que confíe y que le aporten seguridad.


–Ya hablaremos de eso más tarde. Nuestros invitados están llegando. Paula, estás muy guapa. Te quedarás a nuestro lado para dar la bienvenida a todos.


–Pero yo…


–Insisto.


Ante la imposibilidad de escabullirse, se quedó allí dando la bienvenida a los invitados sintiéndose como si estuviera en una película.


–Esto es tan diferente a mi vida –le susurró a Pedro.


Pedro se limitaba a sonreír y a intercambiar unas cuantas palabras con cada invitado. Paula se dio cuenta enseguida de que todo el mundo en aquel grupo de personas influyentes quería charlar con él, especialmente las mujeres.


Aunque limitada, tuvo una percepción de lo que debía de ser su vida, rodeado de personas cuyos motivos para estar a su lado eran oscuros e interesados. Empezaba a entender sus recelos y su insolencia.


A la luz de las velas, se respiraba un intenso aroma a perfumes caros y flores frescas. La cena, un homenaje a la cocina griega, fue servida en la terraza para que los invitados pudieran disfrutar de la magnífica puesta de sol sobre el Egeo.


Para cuando Pedro la sacó a la pista de baile, Paula se sentía mareada.


–He charlado con algunas personas mientras estabas conversando con esos hombres trajeados. No he mencionado el hecho de que soy una arqueóloga sin un céntimo.


–¿Lo estás pasando bien?


–¿Tú qué crees?


–Creo que estás impresionante con ese vestido –respondió, acercándose a ella–. Y también creo que se te da mejor que a mí charlar con la gente.


–¿Sabías que ese hombre tan guapo que está ahí, junto a su encantadora esposa, es dueño de lujosos hoteles repartidos por todo el mundo? Es siciliano.


Pedro giró la cabeza.


–¿Cristiano Ferrara? ¿Te parece guapo?


–Sí, y Laura, su mujer, adorable. Me ha parecido una mujer muy sencilla. Le ha gustado mi collar y su marido me ha pedido detalles. Va a darle una sorpresa por su cumpleaños.


–Si Skylar vende una pieza de joyería a los Ferrara, triunfará. Se mueven en ambientes muy selectos.


–Laura quiere una invitación para la exposición de Londres. Espero que no te importe que haya hecho publicidad del trabajo de Skylar entre esta gente tan rica.


–Puedes ser todo lo atrevida que quieras –dijo atrayéndola hacia él de un modo posesivo–. De hecho, estoy deseando aprovecharme de ese comportamiento tan atrevido.


–¿Puedo decirte una cosa?


–Depende. ¿Vas a hacerme una confesión que hará que salga corriendo de aquí?


–No puedes salir corriendo porque tu padre está a punto de pronunciar unas palabras y… Vaya, Daniela parece agobiada.


Paula tiró de su mano y cruzaron la pista de baile en dirección a Daniela, que parecía estar discutiendo con Carlos.


–Espera cinco minutos –estaba diciendo Carlos–. No puedes dejar a nuestros invitados.


–Pero me necesita –afirmó Daniela con rotundidad.


–¿Es por Chloe? –intervino Paula.


–Se ha despertado. No me gusta la idea de que esté con alguien que apenas conoce. Bastante duro está siendo para ella que su madre la haya dejado.


Pedro y yo iremos a verla.


Sin soltar la mano de Pedro, Paula se dirigió escaleras arriba.


–Supongo que encontraremos su habitación.


–No creo que debamos…


–Deja las excusas, Alfonso. Tu hermana pequeña te necesita.


–No me conoce. No creo que mi repentina aparición en su vida sea de ayuda.


–A los niños les tranquilizan las personas con fuerte presencia –replicó Paula y se detuvo al llegar al descansillo–. ¿Por dónde?


Pedro suspiró y subieron un tramo más de escalera hasta una suite en la que encontraron a una joven meciendo en brazos a un bebé que no paraba de llorar.


–Lleva veinte minutos llorando y no consigo hacer que pare.


Pedro miró la cara de Chloe y la tomó en brazos, pero, en vez de calmarse, su llanto se intensificó. Al instante, se la pasó a Paula.


–Quizá lo hagas tú mejor que yo.


Estaba a punto de decir que la respuesta de Chloe no tenía nada que ver con él, cuando la pequeña se acomodó en su hombro, exhausta.


–Pobrecita. ¿Te has despertado y no sabías dónde estabas? ¿Ha sido el ruido de abajo? –dijo Paula acariciándole la espalda, sin dejar de susurrar palabras amables hasta que el bebé volvió a cerrar los ojos–. Así, así, estás cansada. ¿Tienes sed? ¿Quieres beber algo? –preguntó y miró a Pedro, que la observaba con expresión inescrutable–. Di algo.


–¿Qué quieres que diga?


–Algo, lo que sea.


Había tensión en sus hombros y Paula se preguntó si sus sentimientos hacia la niña estarían influenciados por su animadversión hacia Carla.


De repente se dio cuenta de que no estaba mirando a Chloe, sino a ella.


–A ti te gustan los niños –dijo soltándose la pajarita.


–Bueno, no todos los niños, pero a su edad, es fácil encariñarse con ellos.


Pensaba que atravesaría la habitación y que se llevaría a su hermana lejos de ella, pero no se movió. Permaneció apoyado en el marco de la puerta, observándola, y por fin se apartó.


–Parece que tienes esto bajo control. Te veré abajo cuando estés lista.


–No, Pedro, espera…


Paula se acercó a él con intención de entregarle a la pequeña para que tuviera contacto con ella, pero Pedro se apartó con una expresión fría en su rostro.


–Le diré a Daniela que suba tan pronto como acaben los discursos.


Y con esas, salió a toda prisa de la habitación, dejándola con el bebé.