martes, 16 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 23

 


Ninguno de los dos hablaba, pero parecían estar comunicándose en una especie de lenguaje de signos.


Paula sintió un vuelco en el corazón al ver a su hijo resplandeciente.


Los dos parecían muy cómodos en la presencia del otro.


¿Cómo sería sentirse cómoda en presencia de Pedro Alfonso? ¿Y qué sentiría si la mirase a ella como miraba a su hijo? Era una parte de él que nunca había visto.


Una parte que nunca había visto de ningún hombre.


Instintivamente sabía que Pedro podía ser tierno. La inesperada fantasía de aquellas manos cubiertas de barro recorriendo su piel la pilló por sorpresa. Su cuerpo respondió físicamente, como si unos dedos estuvieran deslizándose realmente por sus hombros.


Pedro se volvió y sus miradas se cruzaron.


—Lisandro —murmuró él sin dejar de mirar a Paula. El niño se dio la vuelta y la miró.


—Mamá…


—Lisandro —dijo ella tras aclararse la garganta—, no me has pedido permiso para venir aquí. Tienes deberes.


—Ahora no, mamá.


—Lisandro. A casa. Ahora.


El niño se volvió de nuevo hacia las ranas.


—Más tarde.


Pedro no había dejado de mirarla. Paula era plenamente consciente de su mirada, de su expectación. Ella era la coordinadora de la seguridad.


Tenía que ser capaz de manejar a su hijo.


—No volveré a repetirlo… —el corazón le latía con fuerza. Las palabras de su padre salían por su boca. Sintió la rabia creciente de un padre desafiado al mismo tiempo que revivía los recuerdos de una niña cansada de peleas.


Pero el niño ni siquiera se movió.


—Lisandro Chaves… mueve tu culo hasta casa ahora mismo.


En esa ocasión sí se movió, pero solo para mirarla con odio por encima del hombro. Esa expresión era tan familiar. Era la suya propia doce años antes.


—¿O qué? —preguntó Lisandro.


—O llamaré a Carolina Lawson y le diré que no te quedarás a dormir — lo amenazó con voz temblorosa.


Lisandro se puso en pie de un salto y gritó:

—¡Pasar el rato!


—Lo que sea. Lo anularé si no vuelves a casa y empiezas con los deberes de ciencias.


¿Por qué estaban discutiendo? Probablemente estuviese aprendiendo más allí, en la charca, de lo que las ciencias de cuarto curso podrían enseñarle. Aun así, Pedro seguía mirando, evaluando.


Lisandro pareció barajar sus opciones y se volvió hacia Pedro, que yacía a su lado quieto como una piedra.


Entonces pareció calmarse en un abrir y cerrar de ojos.


Estratégicamente.


—Adiós, Pedro.


—Nos vemos, colega —contestó Pedro con voz neutral—. Volveremos a hacer esto.


Lisandro asintió y después pasó airado junto a Paula sin mirarla a los ojos.


—Baja esos humos, Lisandro —dijo ella—. No te servirá de nada.


Se volvió para verlo marchar. Cuando confió en que estuviera realmente dirigiéndose hacia la casa, volvió a girarse hacia su jefe, humillada porque hubiese presenciado aquel altercado familiar. Pedro se había puesto en pie y estaba sacudiéndose la tierra de la ropa.


—Lo siento —dijo ella.


—Lo has repetido.


—¿Qué?


—A Lisandro. Después de decirle que no volverías a repetirle que hiciera sus deberes, lo has hecho.


—¿Y qué? Estaba poniéndome de los nervios.


—Estaba ignorándote.


—Gracias. Soy plenamente consciente de ello. ¿Vas a darme un sermón sobre paternidad?


—Depende. ¿Necesitas uno?


Paula se quedó con la boca abierta.


—Y tú sabes mucho sobre paternidad, por supuesto.


Él arqueó las cejas.


—Sé algo sobre niños pequeños. Sobre jovencitos. He entrenado a muchos de ellos. Y parece que yo sé mucho más que tú sobre mantener la disciplina.


—¿Me van a pagar por esto? —preguntó ella con las manos en las caderas—. Si vas a entrenarme para desarrollar mis habilidades, ¿entra dentro de la jornada laboral?


—Paula…


—¡No me digas cómo criar a mi hijo!


—Cuando dices que no vas a volver a decírselo y entonces lo haces, Lisandro gana. Lo recordará. Y lo usará en el próximo combate.


—Esto no es la guerra. Es una familia. Mi familia.


—A veces no hay diferencia. Es la misma psicología.


—Yo prefiero otro tipo de psicología. Una basada en el amor y la compasión, no en las amenazas y los castigos.


—Pues ya me dirás qué tal te va con eso —contestó él con una carcajada.


—Es un niño de ocho años, Pedro. No un soldado —al igual que lo había sido ella.


—La última vez que lo comprobé, solo uno de nosotros ha sido un niño de ocho años. Confía en mí cuando te digo lo que funciona con ellos.


—Confía tú en mí cuando te digo lo que funciona con mi hijo.


Pedro le mantuvo la mirada.


—El amor y la compasión han convertido a Lisandro en el chico que es. Es un chico genial. Pero va a empezar a apretarte las clavijas cada vez más. Va a ponerte a prueba. Intentará dominarte. Reconozco las señales.


Paula se dio la vuelta para seguir a su hijo colina arriba.


—Puede que tú fueras así, pero Lisandro no.


—Todos son así, Paula—dijo él—. Lo llevamos implícito. Estamos construidos para intentar hacernos cargo.


Ella se dio la vuelta.


—Si tan interesado estás en la paternidad, ¿por qué no engendras tu propia prole? Ve a avasallar a tus propios hijos.


Pedro subió corriendo la pendiente en tres zancadas y se colocó frente a ella para cortarle el paso. Le puso una mano en el hombro y dijo:

—Manejar a tu hijo no te convierte en una avasalladora.


Ella le quitó la mano de encima y lo miró rabiosa.


—Bueno, acosarme a mí sí te convierte a ti en uno. Y creo que hay muchas leyes sobre el lugar de trabajo que me protegen contra eso.


—Paula, no estoy intentando afectarte…


—Desde luego que no me afectas —contestó ella mientras se alejaba.


Mentirosa.


—Solo quiero ayudarte. Utilizar parte de lo que he aprendido durante los años.


Paula volvió a girarse y lo miró desde arriba.


—Muy bien, Sensei, pero este pequeño saltamontes no está interesado en tu sabiduría de dar cera, pulir cera. Gracias de todos modos.


Pedro maldijo mientras ella seguía ascendiendo por la colina, y luego le dio una orden.


—Lo de mañana por la tarde sigue en pie.


Ella simplemente levantó una mano furiosa y siguió su camino hacia la seguridad de su hogar.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 22

 

—¿Lisandro? —dijo Paula, y escuchó en el silencio.


Nada.


No era la mejor noche para aquello. Como si no estuviese ya suficientemente nerviosa, esperando que apareciese Pedro. Y Lisandro había decidido desaparecer después de la cena, justo cuando deberían estar preparando el proyecto de ciencias para el viernes.


No era la primera vez que hacía algo así.


—Niños —murmuró mientras se volvía hacia la casa.


Por suerte tenía la solución en aquellos casos. Algunas madres les daban a sus hijos teléfonos para saber dónde estaban; Paula le había dado al suyo un transmisor GPS. Aunque el niño no lo sabía. Decirle que estaba cosido al dobladillo de su mochila sería la manera más rápida de asegurarse de que el niño se olvidara siempre de llevársela.


Rebuscó en su maletín de trabajo y sacó su PDA. Era un teléfono con satélite, un escáner y un localizador GPS en uno. La navaja suiza del siglo XXI.


Obtuvo una señal casi inmediatamente. Situaba al niño a unos veinte metros de la cocina. Frunció el ceño y miró hacia el techo de madera que tenía sobre su cabeza. Maldición…


Al subir las escaleras confirmó sus sospechas. La mochila estaba tirada en un rincón de la habitación del ático. Iba a tener que hacerlo a la manera antigua. Guardó la PDA y salió por la puerta trasera de la casa. Miró hacia un lado, hacia el camino que conducía a la entrada del parque, pasando por el desvío de Pedro; luego miró al otro, hacia los árboles que conducían a la base de la hondonada.


A la charca de las ranas. Era donde ella estaría si fuera una fanática de los anfibios intentando escaquearse de los deberes. Y si Lisandro no llevaba su mochila significaba que había planeado quedarse cerca.


Giró hacia la izquierda y comenzó a caminar por el viejo sendero que conducía al fondo de la hondonada, donde estaban las zonas pantanosas.


Mientras se acercaba al fondo, oyó un ruido a su izquierda. Estuvo tentada de decir el nombre de su hijo, pero el silencio absoluto la detuvo. Si Lisandro estuviera cazando ranas, no apreciaría sus gritos, que harían que toda criatura viviente de las inmediaciones huyera en busca de cobijo.


Además, estaba siendo una madre tranquila, no una madre nerviosa y paranoica.


Esa madre no aparecería al menos hasta cinco minutos después.


Un destello rojo llamó su atención. Sus hombros se relajaron y comenzó a correr hacia su hijo. Pero de pronto apareció algo azul junto a él.


Un hombre de espaldas con una camiseta azul.


Pedro.


Lisandro sonreía. Pero no era la típica sonrisa educada para complacer a los adultos. Era la auténtica sonrisa de un niño entusiasmado, mientras miraba de un lado a otro hacia donde Pedro señalaba, tumbado junto a él frente a la charca de las ranas. Paula se detuvo y los observó.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 21



Los Lawson tardaron diez minutos en meterse en el Nissan junto con su perro loco. Cuando entró en casa con su hijo, Paula intentó imaginar qué cosas podrían ocurrir en una fiesta de pijamas. Otra experiencia más que no había vivido de niña. Frunció el ceño. ¿Acaso nunca la habían invitado a casa de nadie, o quizá había dicho tantas veces que no que las chicas de su clase habían dejado de preguntárselo? Sobraba decir que ella nunca había invitado a una. El coronel no solo no habría tolerado las risas de los niños en la casa, sino que ella no se los habría endosado.


—Mamá, ¿puedo llevarme las ranas a casa de Pablo? —preguntó Lisandro.


—No. Están felices donde están. No les gustaría que las llevaras a la escuela. Si quieres que Pablo las vea, puedes invitarlo aquí alguna vez.


—¡Oh, genial!


Que al niño no se le hubiera ocurrido invitarlo directamente resaltaba el hecho de que nunca había llevado a un amigo a casa en toda su vida.


Paula se sintió triste por ello. Añadió eso a la lista de cosas que sabía que le había quitado. Como unos abuelos, o la figura paterna que tanto necesitaba.


—¿Lisandro? —le preparó un sándwich mientras él se calmaba—. ¿Te apetecería eso? ¿Querrías invitar a Pablo a casa?


—¡Sí! Puede ver mi habitación. Y puedo enseñarle la charca de las ranas —un charco embarrado en la base de la hondonada con ranas salvajes.


El paraíso del niño.


Paula se relajó. Todavía el fantasma de su padre hacía que dudase de sí misma. De su capacidad como madre. Negó con la cabeza y se volvió hacia el chico.


—De acuerdo. Hablemos del proyecto de ciencias…