lunes, 13 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 23





Estaba amaneciendo. Llevaban durmiendo el uno en brazos del otro al menos dos horas. Algo que él jamás había hecho.


Habían dormido juntos en una cama, por supuesto, haciendo el amor cada poco tiempo. Sin embargo, él jamás la había abrazado de aquel modo, mientras dormían.


Se sentía… satisfecho. Muy protector.


Contempló la belleza desnuda de Paula. Tenía la piel lustrosa y cremosa. Los pechos eran grandes y estaban henchidos por el embarazo, con los pezones que tan ávidamente había lamido él del color de las rosas rosa. El ligero abultamiento del vientre le daba un aspecto más femenino.


Al verla, sintió de nuevo el inicio de una erección. Quería volver a poseerla y no sólo con su cuerpo…


¿Cómo podía haber cambiado tanto? ¿Cómo el hecho de perder la memoria había podido convertirla en una persona tan diferente?


Había tratado de resistirse a ella. Tenía toda la razón del mundo para castigarla por ello, pero no podía hacerlo.


Algo en su interior se lo impedía. A pesar de que su alma le pedía justicia, no podía hacerlo. Sólo le quedaba una carta por jugar. Su última oportunidad de conseguir justicia.


Podía decirle la verdad. Podía llevarla al lugar en el que ella le había traicionado. Era su última oportunidad porque aquella nueva Paula, la mujer que en aquellos momentos estaba durmiendo entre sus brazos, era demasiado hermosa, demasiado real, demasiado vulnerable. Había contado con derribar sus defensas, pero jamás habría pensado que su inocencia derribarla las suyas.


Sin embargo, tarde o temprano, Paula volvería a ser la de entonces. La fría y cruel vampiresa que lo había vendido por amor o por dinero. La mujer que, sin duda, odiaría al hijo que vendría por lo que el embarazo le iba a hacer a su figura perfecta.


La mujer que ignoraría o descuidaría a su hijo por conseguir sus propios objetivos.


La que nunca estaría con ningún hombre mucho tiempo.


Por eso, tenía que acabar con aquel asunto aquel mismo día. Tenía que hacer desaparecer a la nueva Paula por completo antes de que él… de que él…


De repente, oyó un extraño sonido. Frunció el ceño y la miró.


Durante un instante, oyó tan sólo la respiración de Paula y el sonido de los pájaros de la mañana. Entonces, oyó que ella contenía el aliento y que empezaba a gritar.


UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 22





Cuando Pedro sintió que su cuerpo se tensaba, supo que no podría aguantar mucho más. Tocarla era el paraíso. Su piel era aún más suave de lo que recordaba.


Sabía tan dulce… La primera vez que se deslizó dentro de ella, estuvo a punto de perder el control. Con cada penetración, observaba cómo los senos se le movían con la fuerza de la posesión. ¿Cuánto tiempo llevaba deseándola? ¿Cómo había podido contenerse durante tantos días?


Sentía que el cuerpo le temblaba con cada movimiento, con la agonía de contenerse cuando lo único que deseaba era hundirse en ella por completo, perderse en el éxtasis de hacerle el amor. Todos y cada uno de sus nervios estaban ardiendo.


Jamás se había sentido así antes.


Temblaba por el esfuerzo que estaba haciendo por retener el control.


Gruñó cuando la penetró duramente, consiguiendo un placer tan intenso, que estuvo a punto de verterse en ella. Oyó que Paula gemía suavemente, para luego gritar de placer. 


Entonces, se echó a temblar cuando el cuerpo se convulsionó de puro gozo.


Ya no pudo esperar más. Con un grito, se hundió en ella por última vez y lanzó un grito gutural antes de alcanzar un potente clímax.


Completamente agotado, se dejó caer tumbado al lado de ella. La tomó entre sus brazos y la agarró con fuerza.




UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 21






Paula tenía la respiración entrecortada. Pedro la besaba lentamente mientras le acariciaba lentamente la piel desnuda.


—¿Por qué haces esto? —susurró ella—. Hice lo que querías. ¿Por qué estás tan enfadado? ¿Por qué te sentiste tan posesivo hacia mí cuando bailé con tu amigo tal y como tú querías?


—Ver cómo todos esos hombres se morían también de deseo por ti no fue nunca lo que yo quería.


—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué me estás haciendo esto? ¿Por qué me besas un instante para castigarme al siguiente? ¿Acaso me haces daño porque me odias?


Pedro se detuvo. La miró y ella vio que el fuego que había en sus ojos se había convertido en anhelo. En confusión. En dolor.


Sin dejar de mirarla, él se quitó la chaqueta negra que llevaba puesta y, sin decir palabra, se la puso encima del minúsculo vestido. Entonces, agarró las solapas y tiró de ella. A continuación, bajó la cabeza y descansó la frente sobre la de Paula.


—Lo siento…


Entonces, la sacó suavemente del callejón hasta llegar al Bentley, que los estaba esperando. Sin explicación alguna, Pedro le abrió la puerta y la ayudó a entrar. No le habló en el coche. Ni siquiera la miró.


Sin embargo, no le soltó la mano hasta que llegaron a su apartamento.


Cuando el coche se detuvo frente a la puerta, la ayudó a salir y volvió a agarrarle la mano sin soltársela.


Ella lo miraba asombrada, incapaz de apartar la mirada de aquel hermoso rostro. Ya en la puerta del ático, Pedro la miró. En sus ojos se reflejaba el deseo.


—Debería haber hecho esto hace mucho tiempo.


La tomó en brazos. Abrió la puerta de una patada y la cerró del mismo modo.


Tras cruzar el ático, la colocó suavemente sobre el suelo. Sin dejar de mirarla, le quitó la chaqueta y la dejó caer al suelo. Entonces, Paula cerró los ojos cuando notó que él comenzaba a acariciarle suavemente el cuerpo.


—Eres mía, Paula —susurró.


Ella sintió cómo le recorría el cuerpo con sus grandes manos. Notó cómo los pulgares le rozaban los senos haciendo que los pezones se le irguieran contra la tela de un modo que resultaba casi doloroso. A continuación, él se los tomó en las manos con un gesto casi de reverencia. El cuerpo de Paula estaba tenso, acalorado. Se encontraba débil, casi mareada.


Abrió los ojos cuando sintió que él se arrodillaba frente a ella. Vio cómo él le acariciaba lentamente las piernas, desde las pantorrillas hasta la parte trasera de las rodillas. Sin dejar de masajearle la pierna, le quitó suavemente un zapato, luego el otro. Entonces, los arrojó contra el suelo.


La miraba lleno de pasión y deseo.


Lentamente, volvió a ponerse de pie. Sin dejar de mirarla, se quitó la corbata. Se desabrochó a continuación la camisa y la dejó caer al suelo.


Al ver el poderoso torso, tan musculoso y cubierto de un oscuro vello, Paula contuvo el aliento.


De repente, se quedó completamente desnudo ante ella. Su piel aceitunada relucía bajo la luz de la luna que entraba por la ventana.


Cada centímetro de su piel exudaba un masculino poder. Paula bajó la mirada y vio lo mucho que él la deseaba. Tragó saliva, temerosa de su tamaño y de su fuerza.


Estaba embarazada de él, pero como no tenía ningún recuerdo, se sentía tan tímida como una virgen.


Murmurando suaves palabras en griego. Pedro la tomó entre sus brazos y la llevó al dormitorio, donde la depositó suavemente sobre la enorme cama. Allí, le quitó el vestido y las braguitas. De repente, Paula quedó completamente desnuda frente a él y sintió miedo. Sin embargo, antes de que pudiera apartarse, él se colocó encima de ella. Paula sintió la potente erección contra su cuerpo mientras él le besaba con suavidad el cuello y los lóbulos de las orejas.


—Ekho sizigho… Cariño mío…


Le agarró los senos, uniéndoselos, mientras le acariciaba los pezones con los pulgares hasta que se irguieron de un modo casi doloroso. Besó primero uno y luego el otro antes de deslizarse sobre ella para besarle el vientre. Con las manos comenzó a acariciarle las caderas, los muslos para centrarse poco después de nuevo en su boca.


Fue un beso duro, hambriento. La abrazó y la sujetó con fuerza contra su cuerpo. Paula contuvo el aliento al sentirlo entre las piernas y notar que él trataba de separarle los muslos.


Un murmullo de satisfacción masculina se le escapó a Pedro de los labios cuando movió su erección con la húmeda calidez de Paula. Ella se retorció debajo de él y su respiración comenzó a acelerársele. Sintió que se estaba convirtiendo en líquido deseo sólo para él. Si Pedro no…


Se deslizó dentro de ella con un único movimiento. Paula arqueó la espalda. 


Gritó cuando él la llenó por completo, sintiendo un placer tan profundo que bordeaba el dolor. 


Pedro por su parte, contuvo la respiración. Cerró los ojos y volvió a hundirse en ella. Se retiró y volvió a penetrarla. Entonces, comenzó a moverse rápida y lentamente dentro de ella. 


Cada penetración era más profunda y la enviaba cada vez más cerca del éxtasis. Más fuerte, más rápido, dolor y placer. Sólo cuatro veces.


Cuatro movimientos más, cada uno de ellos más profundo y más potente que el anterior.


Entonces, Paula explotó por completo.