martes, 28 de agosto de 2018

MILAGRO : EPILOGO




Pedro agarró dos copas de champán de una bandeja y caminó entre la multitud en busca de Paula. La exposición había tenido muy buenas críticas en la inauguración, pero eso no era lo importante en el caso de Paula y Pedro


Necesitaban una noche de diversión. No habían conseguido estar solos ni hacer nada remotamente romántico desde el nacimiento de su hijo, Guillermo, hacía más de cuatro meses.


Vio a Paula al otro lado de la habitación y sintió la familiar atracción. Tras dos años de matrimonio, no había disminuido. Ella lo vio, sonrió y él supo que el sentimiento era mutuo.


Había recuperado la figura desde que tuvo al bebé, pero aún se quejaba de que algunas prendas no le quedaban bien. El le había dicho que comprara ropa nueva. La adoraba tal y como estaba.


Y estaba preciosa. Esa noche llevaba una túnica negra con el pelo rubio recogido en un moño decorado con diamantes. Nadie habría adivinado que unas horas antes había lucido pantalones deportivos, el pelo suelto y una mancha de leche regurgitada por Guillermo en la camiseta.


—Aquí estas —le ofreció una de las copas. 


Entonces vio a su ex. Lucas esbozaba una mueca y una morena curvilínea colgaba de su brazo.


—Qué sorpresa —dijo Lucas—. Pensaba que sólo se podía asistir por invitación.


—Lucas—dijo Paula, con tono de advertencia. El hombre la ignoró y miró a Pedro.


—No pensaba que estos eventos pudieran atraer a alguien como tú, Alfonso. Pero Paula sabe bastante de arte. Seguro que puede explicarte lo mejor de la exposición.


—Para tu información... —empezó Paula.


—No —Pedro movió la cabeza—. Déjalo. Vamos —se alejaban cuando Lucas se acercó.


—Es champán auténtico, por cierto —susurró con melodrama—. Por lo visto uno de los mecenas del artista no escatima gastos. He oído decir que hizo su fortuna en la construcción inmobiliaria.


—Sí —afirmó Paula—. Es millonario, aunque nadie lo diría por su forma de actuar. No alardea de ello. Tiene clase —sonrió a Pedro y tomó un sorbo de champán—. Es guapo. E increíblemente sexy.


—Espera un momento... —Lucas frunció el ceño.


Pero Pedro había agarrado el brazo de Paula y la conducía hacia la puerta.


—Lo siento —le dijo por encima del hombro—. Mi esposo y yo llegamos tarde a otro compromiso.


Ya fuera, Pedro la rodeó con sus brazos y la besó, riéndose.


—Has sido muy mala diciendo eso, señora Alfonso.


—Sólo quería dejar las cosas claras —Paula lo agarró de la corbata y tiró de ella para llevarlo hacia la limusina que los esperaba—. Ahora, si quieres verme ser mala de verdad...


Fin





MILAGRO : CAPITULO 39





Pedro hizo planes para cenar con Paula en el centro y dormir en su piso, para celebrarlo. 


Había convencido a Gaston y a su novia, Amanda, para que cuidaran de Emilia mientras Paula y él estaban fuera. En una cita. Su primera cita real.


Lo habían hecho todo al revés, comiendo y pasando las tardes juntos, y compartiendo el nacimiento de la niña. Pero aparte de un par de besos, no habían hecho nada de lo que solían hacer las parejas al principio. Pensaba rectificarlo esa noche.


Con esa idea en mente, había comprado una botella de champán. Estaba poniéndola en hielo cuando Paula entró en el salón. Con sólo echarle un vistazo, Pedro deseó poder acelerar toda la velada que tan cuidadosamente había planificado. Nunca la había visto así, tan descaradamente sexy, que casi se quedó boquiabierto y babeando. Se tragó un gemido.


El vestido era mucho más revelador que ninguno que hubiera llevado antes, pero no era sólo eso. 


Parecía segura de sí misma, como si supiera lo que quería y cómo conseguirlo. Caminó hacia él, acariciando el respaldo del sofá con las puntas de las uñas.


—Estoy lista —le dijo.


También lo estaba él. Más que listo.


Hacía meses que Paula no se ponía zapatos de tacón, pero ese día llevaba unos negros que hacían maravillas por sus ya esbeltas pantorrillas y deliciosos tobillos.


—No juegas limpio —murmuró él con aprecio.


—No. Juego para ganar. Mientras estaba fuera, vino Cindy.


—¿Cindy?


—Solía trabajar con ella. La conociste en la fiesta prenatal. Me tomé la libertad de llamarla y pedirle un favor.


—¿Favor? —repitió él. Su cerebro no estaba funcionando. De hecho, cuanto más se acercaba ella, más le costaba pensar.


Paula se movía lentamente, mirándolo a los ojos. Cuando llegó, puso las manos en sus solapas.


—Le he pedido que se llevara a Emi unas horas.


—Pero Gaston y Amanda...


—También los llamé a ellos. Les comuniqué el cambio de planes. Tuve una interesante conversación con tu hermano, por cierto.


—¿Hum? —ella había subido una mano hasta su cuello y acariciaba el pelo de su nuca.


—Me hizo lo que considero un cumplido, aunque quizá tú puedas aclararlo más. Dice que por lo visto se acabaron tus días de saltar de acantilados. Me otorgó a mí el crédito —le besó el cuello y mordisqueó su oreja antes de susurrar—. ¿Podrías explicármelo?


Pedro la apretó contra sí, anhelando someterla a la misma tortura que estaba recibiendo él.


—Claro, pero no ahora mismo. Eso puede esperar. Esto no.


La besó intensamente y luego la alzó en brazos y la llevó al dormitorio principal.


—Me estaba preguntando si alguna vez llegaríamos a estar solos. Ha sido un infierno esperar.


—No hacía falta que esperásemos.


—Yo pensaba que sí. Buscaba el momento adecuado —murmuró, mientras se desnudaban uno a otro. Él se tomó su tiempo quitándole los zapatos, permitiéndose por fin disfrutar de sus tobillos.


Ella gimió suavemente y se tumbó en la cama. 


Él la siguió.


Hicieron el amor con la luz encendida, contemplando sus expresiones y anticipando los deseos del otro mientras la pasión se acrecentaba y culminaba.


—Te quiero, Paula —dijo él, cuando ambos recuperaron la respiración.


—Yo también te quiero —ella se puso de costado para mirarlo—. Antes mencionaste el momento adecuado. ¿Crees que ya ha llegado?


—Sí —dijo él.


—Y la mujer. ¿Yo también soy la adecuada? —preguntó ella con una sonrisa.


Él supo hacia dónde se encaminaba la conversación. Iba a destrozar su sorpresa.


—Te estás adelantando —le advirtió.


—No, tú te estás quedando atrás —corrigió ella.


—No he querido precipitar las cosas —dijo él.


—Lo agradecí... al principio. Admito que tenía sentido, dado mi divorcio. Pero mi contrato de alquiler termina pronto. Tengo que encontrar un sitio donde vivir con Emi y decidirme por un trabajo. He tenido una oferta —se incorporó—. De hecho, dos.


—¿Por qué no habías dicho nada? —él se sentó también.


—Llegaron ayer y aún no tomado ninguna decisión. Una agencia está en Manhattan.


—¿Y la otra?


—Creo que sabes dónde está. ¿Así que? —sus labios se curvaron con un principio de sorpresa.


—¿Vas a jugar conmigo? —esperaba que ella lo negara, pero Paula sonrió.


—Sí, eso es.


Le sentaba tan bien la confianza en sí misma que Pedro no consiguió sentirse ofendido. Sin embargo, no iba a permitir que arruinara del todo sus meticulosos planes.


—Bueno, pues yo también tengo una oferta para ti —se levantó y se puso los pantalones. Luego le lanzó a ella su camisa—. Ponte esto y sígueme.


Paula se quedó atónita. Un minuto antes había estado manipulando hacia una propuesta matrimonial y ahora él la conducía por el piso. 


¿Qué había ocurrido? Había estado segura de que él iba a declararse. La quería y quería a su hija. Ella estaba divorciada. Sin embargo, él optaba por hacerle una visita guiada de su casa, aunque ya había visto varias habitaciones.


—El despacho es una de mis habitaciones favoritas. Tiene buenas vistas y muchos armarios para archivos. Cuando crees tu empresa, si te decides a hacerlo, podrías trabajar desde aquí. Así no tendrías que estar lejos de Emilia todo el día. Podríamos contratar a una niñera.


Pedro —Paula parpadeó.


—No, no. No digas nada ahora. Espera —la condujo hacia la habitación siguiente.


La puerta estaba cerrada. Él puso la mano en el pomo.


—Podemos redecorarla si no te gusta, pero no pude resistirme —abrió la puerta y Paula se asombró.


La habitación estaba pintada color rosa y ya tenía cuna, cambiador y cómoda. En el rincón había una mecedora. Sobre ella estaba sentado un osito con tutú, similar al que había comprado meses antes.


—Fue mi inspiración, así que compré otro —dijo él, al ver que Paula lo contemplaba. Ella se dio cuenta de que la greca de papel pintado tenía ositos parecidos—. Podemos dejar el original y tus cuadros en el cuarto de la niña en la granja. Dejaré que ése lo decores tú.


Paula miró a su alrededor otra vez, fijándose en todos los pequeños detalles, como una luz nocturna de seguridad y un montón de pañales.


—¿Cuándo has encontrado tiempo para hacer todo esto?


—Esas noches que trabajaba hasta tarde —él se encogió de hombros—. Quería que todo estuviera listo para cuando llegara el momento de hacerte una pregunta muy concreta.


—Oh, Pedro —sus ojos se llenaron de lágrimas.


Había pensado en todo. Planificado y maquinado, tomándose su tiempo en vez de lanzarse a ciegas.


—Paula, te quiero —dijo él con ojos brillantes—. Hace mucho tiempo. Y también quiero a Emi. Desde el momento en que la vi, porque es parte de ti.


—Nosotras también te queremos —se limpió las lágrimas de la mejilla.


—Quiero que seamos una familia —esa vez fue él quien le limpió las lágrimas—. Cásate conmigo, Paula. Te prometo que te haré feliz.


—Ya lo has hecho.


Se lanzó a sus brazos, deseando que la rodearan y no abandonarlos nunca. Cuando la besó, Paula supo que el futuro que ambos habían estado planificando había empezado por fin.



MILAGRO : CAPITULO 38



UN LLUVIOSO lunes de junio, el divorcio de Paula quedó sentenciado. Había ido al juzgado sola con su abogado. No había querido que Pedro estuviera presente y no vio razón para llevar a Emilia. Lucas no había solicitado ver a su hija.


Cuando el juez dictó la sentencia, Paula sólo sintió un profundo alivio. Le pareció surrealista estar allí mirando al hombre con quien se había casado, el padre de su hija, y comprender que sus caminos probablemente no volverían a cruzarse, a pesar de que habían llegado a un acuerdo de visitas.


Hubo pocas sorpresas. Lucas se quedaba con el piso, el mobiliario y algunas otras propiedades, aunque tuvo que pagar una cantidad por el privilegio. No era mucho, de hecho el abogado de Paula había insistido en que pidiera más. Pero ella había temido que eso alargara el proceso y quería acabar de una vez.


Además, tenía más que suficiente para vivir. Las cuentas bancarias y las inversiones se habían dividido equitativamente y aunque Paula había rechazado la pensión, recibiría pagos mensuales para el mantenimiento de Emilia. Lucas además había aceptado crear un fondo para los estudios universitarios de su hija.


Esa hija a la que aún no había visto.


El tribunal concedió la custodia total a Paula. Eso no era extraño, dado que Lucas no quería compartirla y además la distancia a la que vivían había complicado las cosas. Acordaron que podía estar con ella cada tres fines de semana y uno de cada dos periodos vacacionales. A Paula no le preocupó en absoluto; ya había quedado claro que no tenía intención de ejercer ese derecho.


A Emilia, que rozaba los seis meses, le había salido su primer diente. Parloteaba, sonreía a menudo y tenía una risa irresistible. Era preciosa, despierta y activa. Era la luz de la vida de su madre. Lucas no sabía lo que se estaba perdiendo.


Paula había olvidado su paraguas y llovía con fuerza. La gente pasaba corriendo a su lado, los menos afortunados cubriéndose la cabeza con periódicos mojados. Ella miró el cielo gris y sonrió. Para ella era como si luciera el sol. Sacó el teléfono móvil y marcó el teléfono de Pedro, a punto de estallar de alegría.


—¿Hola? —preguntó él.


—Hola.


—¿Has acabado?


—Sí. Acabo de salir del juzgado y voy a pasear.


—Está diluviando.


—¿De qué hablas? —ella soltó una risa burbujeante—. Hace un día maravilloso. Soy soltera otra vez.


—Soltera, ¿eh? Entonces tengo una pregunta que hacerte.


—¿Sí? —Paula se puso la mano sobre el corazón.


—¿Qué te parecería una cita esta noche?


No era la pregunta que había esperado oír, pero eso no apagó su felicidad.


—Suena de maravilla.