viernes, 29 de mayo de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 6




La llamada de Ivan no se había producido cuando Eugenia se marchó poco después de las
diez. Tampoco a medianoche, cuando una abatida Paula se fue a la cama, ni a las tres y cuarto de la mañana, cuando yacía despierta, con el teléfono celular en las manos. Y tampoco al ocupar su despacho a las ocho de la mañana siguiente.


—¡Paula! —se sobresaltó ante la inesperada aparición de su padrino—. Esperaba que llegaras pronto —explicó con evidente satisfacción.


—¿Sí? ¿Por qué? —preguntó, obligándose a centrarse en una actitud laboral. A pesar de la relación íntima que Pedro y ella mantenían con el hombre mayor y alto, la rígida disciplina de Damian al no permitir que ésta se reflejara en la oficina los había condicionado a ambos a comportarse de la misma manera.


—Porque necesito que hagas la maleta y vayas al aeropuerto para tomar un vuelo de las once.


—Damian —gimió—. No me hagas esto. Acabo de regresar de un viaje de cinco semanas. ¿No puedes enviar a alguien más?


—Ya lo he hecho. Pedro se marchó hace dos días —y ella que había estado pensando en el éxito que tenía en esquivarlo—. Al parecer tiene un problema...


—Más de uno, si quieres conocer mi opinión.


—¿Ha hablado sobre los planes de compra de Illusions contigo? —su padrino frunció el ceño—. ¡Bien! Me ahorrará tener que contártelo.


—No, no —Paula sacudió la cabeza—. No he hablado de nada con él desde mi vuelta —«al menos nada de negocios», pensó—. Ni siquiera sabía que se había marchado.


—Ha ido a negociar la compra del complejo Illusion Island de sir Frank Mulligan. Creo que será una adición valiosa a nuestro grupo, pero ha encontrado un obstáculo inesperado.


—¿Qué clase de obstáculo? —esperaba que hubiera chocado de cabeza contra él.


—La conexión telefónica no era muy buena —descartó el tema con un gesto de la mano—, así que habría sido imposible hablar de ello. Además, no necesito el estrés añadido de las negociaciones. Pedro es jefe de Expansión y Desarrollo, cualquiera que sea el problema lo sabrá solucionar. Confío por completo en su juicio.


—Entonces, ¿para qué quieres que vaya?


—Porque Pedro dice que es crucial para que cerremos el trato.


—No sé cómo puede serlo. Mi puesto no tiene nada que ver con la adquisición de propiedades. ¿De qué querría hablar sir Frank con la ejecutiva de promoción de Porter?


—Todo el mundo sabe que Mulligan es un poco excéntrico, así que, ¿quién sabe qué querrá para que aseguremos la venta? Tal vez desea que le garanticemos que estamos comprometidos a mantener el Illusions Hotel como uno de los mejores del país.


—Damian —Paula le dirigió una mirada escéptica—, sólo tiene que analizar nuestro historial para saberlo. Además, ha gastado una fortuna en competir con nosotros en los últimos años —de nuevo volvió a ganarse su gesto habitual con la mano.


—Mira, sólo estoy especulando con el motivo por el que Pedro puede decir que te necesita allí, pero en lo que a mí atañe, si él cree que es vital que participes en las negociaciones, a mí me basta.


Así como Paula consideraba admirable la fe absoluta que Damian depositaba en todo su personal ejecutivo, en esa ocasión estaba ansiosa por socavarla. Bajo ningún concepto tenía ganas de ayudar a Pedro Alfonso a salir de una situación difícil.


—Eso está muy bien, Damian —concedió—. Pero, por desgracia, en este momento lo más que puedo acordar es enviar a mi ayudante, Lewis. Llevo fuera de mi despacho más de un mes, y me quedan semanas de trabajo aquí que...


—Que puede esperar —insistió su padrino—. Aprecio tu diligencia, Paula, pero este trato es importante para mí. No quiero que Mulligan le venda el hotel a otro y encontrarme compitiendo con algún desconocido o, Dios lo impida, con ese desgraciado de Kingston.


Mario Kingston era un millonario hecho a sí mismo que amasó su fortuna comprando hoteles australianos con mediano éxito para venderlos a intereses extranjeros.


Aunque no iba contra la ley, automáticamente lo convertía en un desgraciado y en rival encarnizado de Pedro, quien creía en mantener los negocios australianos en manos australianas.


—Y ahora, Paula, quiero que delegues todo lo que consideres que no puede esperar, y te vayas a casa a hacer la maleta.


—Todavía no la he deshecho desde que regresé de mi viaje —musitó.


—Bien, bien. En ese caso, quizá pueda conseguir que te cambien el billete a un vuelo que salga antes —observó el reloj antes de mirarla fijamente con sus ojos azules—. No tienes aspecto de estar durmiendo lo suficiente —observó—. Tienes ojeras.


—Las cosas han estado un poco... agitadas desde que volví, Damian —explicó. No quería que se preocupara, pero tampoco iba a entrar en los detalles del matrimonio de Ivan.


—Estás demasiado centrada en el trabajo, Paula. ¿Por qué no te tomas unos días
libres en cuanto se cierre el trato con Mulligan? De hecho, ¿por qué no te quedas allí? —sugirió—. Illusion es un lugar maravilloso para relajarse.


Sí, maravilloso. Illusion Island estaba a treinta minutos de helicóptero de Queensland, en el continente, y carecía de teléfonos, lo que significaba que no podría contactar con Ivan y le sería imposible evitar a Pedro


¿Maravilloso? 


¿Libre de estrés? 


¡En sus sueños!



MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 5





Al ir a trabajar al día siguiente, se enteró por la secretaria del departamento de que Ivan se hallaba de «vacaciones» y que sólo se lo podía  localizar ante una emergencia.


Por suerte, una de las ventajas de ser la ahijada del dueño de la empresa era que podías decir: «No intentaría hablar con él si no fuera una emergencia, ¿verdad?» y que nadie lo cuestionara.


No cabía duda de que Ivan se había quedado perplejo al oír su voz cuando al fin pudo hablar con él, pero supuso que se lo podía perdonar, ya que su modo de saludarlo había sido: «Hola, miserable pozo de escoria de dos caras». O palabras por el estilo. Al final, sin embargo, se había mostrado sinceramente arrepentido por no contarle lo que pasaba; le explicó que no había querido que sintiera que la ponía en una posición en la que tendría que elegir entre la lealtad hacia su padrino y su empresa por encima de su amistad con él. Ese era el Ivan que ella conocía, del que se había enamorado y, tal como le había prometido, existía una carta que le había enviado y que esperaba entre todas las que había recogido aquella misma tarde su vecina.


Fue después de leerla por enésima vez, y tras derramar el correspondiente número de lágrimas, cuando Paula tuvo la idea de encontrar una distracción para Kiara; con la ayuda de Pedro, el matrimonio profesional de Ivan no tenía por qué representar la muerte automática de su floreciente relación con él. 


Pero Pedro se había negado a ayudarla.


—¡Cerdo egoísta de corazón frío!


—¿Perdón? —Euge enarcó una ceja—. Pensé que Ivan era el hombre más amable y maravilloso que Dios había creado.


—Lo es. ¡El cerdo es Pedro!


Pedro es un encanto.


—Ser atractivo y sexy no tiene por qué serio todo, Euge.


—No, pero Pedro Alfonso lo es —repuso con vehemencia—. Jamás te perdonaré por no arreglar que saliera con él.


—Mira, Euge, lo intenté, ¿vale? Contigo, con Julia, con Katy, con toda maldita mujer que cometí el error de presentarle —sacudió la cabeza y se adelantó para servirse más vino—. Sinceramente, a veces creo que el único motivo por el que hice tantas amigas en mi adolescencia era porque vivía en la misma casa que él.


—Pau...


—¿Hmm?


—Lo era —la expresión de su amiga tuvo éxito en conseguir que Paula riera—. ¡Bueno, al menos eso es algo! —aprobó Eugenia—. ¿Soy yo quien mejora tu estado de ánimo o esa botella de vino cada vez más vacía?


—Las dos —le guiñó un ojo—. Aparte del hecho de que esta noche espero una llamada de Ivan. Pásame un sandwich, ¿quieres?


—¿Estás segura? Ya me comí los que se podían comer.


—¡Todos! Creía que seguías una dieta.


—Pau... sólo había dos.


—Oh. Bueno, ¿cuál es el veredicto?


—Deja que lo exprese de esta manera... no te saltes más clases de cocina.




MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 4




A pesar de que los sándwiches de queso se habían quemado sólo de un lado, ese éxito en la cocina no bastó para subir el ánimo de Paula. 


Suspiró, recogió la bandeja con los sándwiches distribuidos de forma artística, dos servilletas y los llevó al salón para reunirse con su amiga Eugenia, que se negó a dejarla cancelar su habitual noche de Amigas.


Buenas amigas desde sus días en la exclusiva escuela secundaria de monjas, ambas habían estudiado Dirección de Hoteles en la universidad, para ponerse a trabajar en Porter Resort Corporation a las pocas semanas de graduarse. Eugenia ya era ayudante de dirección del hotel de Sydney, mientras Paula trabajaba en administración, dirigiendo el departamento de promoción de la empresa. El hecho de que fuera la ahijada de Damian Porter significaba que la gente tendía a pasar por alto su cualificación, pero hacía tiempo que había superado las acusaciones de nepotismo. Era buena en su trabajo, y si otras personas no percibían su dedicación o su agradecimiento por el puesto prestigioso que ostentaba, era su error. 



El hecho de considerar su actual carrera como algo temporal, aspirando a los papeles más duraderos de esposa y madre, no quería decir que no le gustara su trabajo; únicamente anhelaba un futuro distinto.


No hacía falta un psicólogo para descubrir que el ansia por formar parte de una unidad familiar compacta nacía de haber perdido a sus padres a la edad de seis años, y así como quería a Damian Porter, y siempre le estaría agradecida por ocuparse de ella y tratarla como si fuera su propia hija, en realidad no era familia. Y tampoco Pedro, a pesar de que prácticamente habían crecido como hermanos. Además, ¿quién querría estar genéticamente relacionada con un idiota de mente estrecha, egoísta y santurrón como él?


—Me encanta el sofá, Pau. Tienes un toque especial para la decoración —Paula dejó la bandeja en la mesita junto al vino y logró sonreírle a su amiga mientras se dejaba caer en el rincón del sofá en cuestión, tapizado de amarillo y blanco—. Las clases de cocina deben estar funcionando —comentó Eugenia—. La mayor parte sólo se ha quemado por un lado.


—Experimenté con una mezcla de quesos gruyere y roquefort. Dime qué te parecen —alargó la mano para recoger la copa de vino.


—¿Tú no vas a tomar ninguno? —su amiga frunció el ceño.


—No podría. Estoy demasiado deprimida para comer.


—¿Deprimida? Antes me dijiste que querías cancelar nuestra reunión porque estabas demasiado enfadada para ver la tele.


—Y lo estaba. Ahora me siento deprimida.


—¿Porque Pedro no te quiso ayudar con Ivan?


—¡No! —espetó—. ¡Eso me pone furiosa!


—Cielos, no tienes que arrancarme la cabeza de un mordisco...


—Lo siento, Euge —suspiró y se reclinó en el sofá—, no pretendía saltar contigo. Es que no he podido ponerme en contacto con Ivan desde anteayer; no se lo espera de vuelta en la oficina hasta dentro de dos semanas.


—Ah, la luna de miel.


—¡Euge! ¡Ivan y Kiara no están juntos! Simplemente se tomaron las vacaciones al mismo tiempo por las apariencias. No se tiene una luna de miel con un matrimonio de conveniencia.


—¿Y eso?


—¡Porque no habría nada que hacer, desde luego!


—Por todos los santos, Pau, tu no eres tonta —Eugenia se echó el largo cabello castaño hacia atrás— Nada dice que el sexo no puede ser conveniente —sonrió—. En realidad, la idea de tener a un chico atractivo bajo contrato me parece excitante.


—¡Eres tan mala como Pedro! ¿Por qué nadie puede aceptar que Ivan y Kiara no están interesados en una relación física?


—Porque... —el tono que empleó su amiga por lo general lo reservaba para aclarar bien las cosas— ...Ivan Carey es arrebatador y Kiara podría trabajar como modelo si alguna vez necesitara dinero.


—Como de costumbre, exageras. Hay un  montón de hombres más atractivos que Ivan. Y Kiara Dent es demasiado dotada para ser modelo.


—Lo que quieres decir es que, a diferencia de ti, ella tiene busto.


—Yo tengo busto —se defendió Paula con toda la convicción que pudo—. Sólo está sutilmente poco resaltado, eso es todo. Además, no todos los hombres tienen obsesión por los globos y un aspecto voluptuoso, ¿sabes? Algunos, como Ivan, prefieren la inteligencia y la personalidad en una mujer.


—Sí, pero no necesariamente en la cama —la respuesta de Paula fue el silencio y una mirada dura—. Vale, vale, lo siento —se disculpó su amiga—. Estoy segura de que todo lo que te dijo Ivan sobre su matrimonio es verdad. Más allá de los límites de la credibilidad —no pudo evitar añadir—. Pero verdad al fin y al cabo. He de reconocer que en las pocas ocasiones que lo he visto, siempre me ha parecido directo y de confianza.


Paula asintió, aunque deseó haberse enterado de la boda antes de que tuviera lugar, y no después, una vez consumada.


Aunque sólo había regresado de Sydney hacía unos días, tras cinco semanas de ausencia, Ivan y ella habían hablado varias veces en ese tiempo, y a pesar de que todas las llamadas se habían iniciado por cuestiones de trabajo, ninguna había terminado de esa manera. No había forma de que hubiera podido adivinar el interés de Ivan, pero como la ley en Nueva Gales del Sur requería un periodo de «meditación» de cuatro semanas entre la solicitud de una licencia matrimonial y la celebración del enlace, Ivan había estado «técnicamente» comprometido durante todas las conversaciones que mantuvieron, y eligió no mencionárselo.


No había resultado fácil ocultar su asombro cuando el padrino mencionó descuidadamente el ascenso de Ivan durante la cena que tuvieron tres días atrás, después de que la recogiera en el aeropuerto. En el espacio de unos segundos había pasado de aturdida a incrédula, de tener el corazón roto a estar furiosa.


Nunca en la vida había estado tan encolerizada, ni siquiera con diecisiete años, cuando Pedro, que era cuatro años mayor, le había contado al padrino que ella salía con un chico de veinticinco años. Lo que entonces le había indignado era que mientras Pedro jugaba a ser un alguacil moral con su romance inocente, estaba inmerso en una aventura con una divorciada que le doblaba en edad. A pesar de que esa actitud rebosaba hipocresía, resultaba insignificante comparada con descubrir que el chico del que estaba un noventa y nueve punto noventa y nueve por ciento enamorada se había casado con otra.


De algún modo había logrado mantener un semblante de normalidad durante la cena con Damian, pero en cuanto se marchó se puso a llamar a Ivan. Al no localizarlo ni en su casa ni en el móvil, marcó el numero de Pedro, con la esperanza de tener un oído compasivo, pero respondió una mujer jadeante. De nuevo sus emociones habían pasado de la desesperación a la furia. Demasiado herida para dormir, pasó el resto de la noche alternando entre el llanto y tramar formas espantosas de asesinar tanto a Ivan como a esa mujer sin aliento ni rostro.