lunes, 6 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 14

 

Pedro se había fijado en el bikini de flores, tenía un cuerpo espectacular.


Pedro había realizado centenares de agotadoras sesiones en la piscina, pero nunca había sentido que le faltara la respiración, tal y como le pasaba en aquel instante. Y se alegraba de estar cubierto porque temía que su cuerpo manifestara espontáneamente cuánto apreciaba el cuerpo que tenía ante sí.


No lo tomaba por sorpresa porque ya el día anterior se había dado cuenta de que los vaqueros y la camiseta ocultaban un cuerpo digno de ser exhibido, tal y como conseguían en aquel momento los tres trozos de tela que apenas lo cubrían.


Aquel bikini era más apropiado para una playa. Preferiblemente una privada y con él como única compañía, junto con unas bebidas refrescantes imprescindibles para saciar la sed después de…


Parpadeó. ¿Estaba teniendo una fantasía erótica en una piscina pública? Volvió a parpadear. Así era. Pero era imposible borrarla cuando tenía una visión tan tentadora ante sí.


El cuerpo era musculoso, con las curvas exuberantes, como las que amenazaban con escapar de la parte de arriba de su bikini, tras el que se apreciaban unos pezones endurecidos que parecían estar pidiendo a gritos una boca que los mordisqueara y lamiera. La suya.


Pedro frunció el ceño y bajó la mirada, decidido a librarse de aquel salto de lascivia tan inoportuno. En lugar de las botas vaqueras encontró unas uñas pintadas de rojo sangre.


Era imprescindible llevar la conversación a un terreno neutro.


–Ahora voy a la oficina, pero luego te iré a ver al bar.


–Te estaré esperando.


Pedro vaciló.


–¿Puedes ir a casa sola?


–Claro. ¿Tú vas directamente al trabajo? –preguntó ella, sorprendida. Acababan de dar la siete.


Pedro sacudió la cabeza.


–No. Antes compro un café y voy a casa a cambiarme –sin ser consciente de que se le pasara por la cabeza, le salió invitarla antes de poder reprimir el impulso–: ¿Por qué no vienes y me cuentas los planes que tienes para el bar? –para demostrar que hablaba como jefe y que no se trataba de una proposición personal, añadió–: Porque supongo que tendrás algunas ideas que quieras comentar…


–Desde luego. De hecho tengo una lista.


Paula parecía incómoda y Pedro se dio cuenta de que ni siquiera había tenido la oportunidad de envolverse en la toalla.


–Vamos, ve a cambiarte. Tendré un café listo para cuando salgas. Me parece que lo necesitas –al ver que palidecía, Pedro sintió una creciente curiosidad, así que decidió no darle la oportunidad de rechazarlo–. Nos vemos en la puerta en veinte minutos





NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 13

 

Él la estaba mirando con expresión seria y Paula sitió su mirada como una caricia sobre la piel. Tuvo que recordarse cómo se respiraba: inspirar, espirar, inspirar, espirar.


Pero su mente invocó imágenes todavía más perturbadoras de aquel cuerpo pegado al suyo y tuvo que frenarlas al instante.


Pedro alzó la mirada hasta sus ojos y ella tuvo que ocultar su perturbación antes de que él la vislumbrara con su aguda capacidad de observación. ¿Cuánto tiempo llevaban mirándose el uno al otro? Paula tenía la sensación de que habían sido siglos, pero confió en que no fuera más que una impresión subjetiva y que no se tratara más que de unos segundos.


–Hola –saludo. Y habría sonreído si él no tuviera una expresión tan seria.


–¿Qué haces aquí? –preguntó él a bocajarro, como si desaprobara su presencia allí.


–Comer palomitas. ¿Tú que crees?


Quizá no era la mejor forma de empezar el día con su nuevo jefe, pero la culpa la tenía él.


–¿Te gustan saladas? –preguntó él.


–Sí, con mucha sal.


–Yo las prefiero con miel.


Paula hizo una mueca de desagrado.


–¿Nadas para hacer ejercicio? –preguntó él.


–Nado porque me gusta.


Aunque Pedro tenía la capacidad de irritarla con mayor rapidez que ninguna otra persona, también la excitaba con la misma facilidad. Y más aún si estaba casi desnudo.


Afortunadamente, llevaba una toalla a la cintura, lo que no impidió que pasaran por la mente de Paula todas las alternativas posibles sobre lo que podía ocultar: bañador de nadador, bermudas… Mientras el agua seguía deslizándose por su cuerpo, Paula intentó con todas sus fuerzas no seguir el recorrido de cada gota por su musculoso torso.


Ni la persona más imaginativa habría adivinado el cuerpazo que ocultaba el traje de chaqueta. Hombros anchos, abdominales marcados, una leve capa de vello que desaparecía por debajo de la toalla como una flecha dirigida hacia… Mejor no pensarlo.


El silencio se había prolongado más de lo debido, así que alzó la mirada hacia el rostro de Pedro.


–¿Tú nadas para estar en forma?


–Así es –dijo él, asintiendo–. Hace años solía competir. Ahora vengo todas las mañanas o voy al mediodía a una piscina al aire libre que tengo cerca del trabajo.


Eso explicaba el delicado bronceado de su cuerpo, en un hombre que era difícil imaginar descansando el sol. De hecho, a Paula le sorprendió que se tomara un descanso durante el almuerzo.


Nadador competitivo, abogado competitivo. En definitiva, ambicioso y tenaz en todos los ámbitos. Por contraste, ella presentaba un aspecto nada habitual entre los nadadores regulares: con un mínimo bikini que le había regalado su hermana el verano anterior, eso sí, de diseño, con un estampado floral y un corte muy favorecedor.


–Yo nunca he competido. Simplemente, me encanta el agua –Paula volvió a medir mentalmente los hombros de Pedro.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 12

 

Piensas que un análisis racional es la mejor forma de resolver cualquier problema


Paula despertó tras una noche agitada. Odiaba dormir acompañada. Incluso solía pasarle con sus novios. De hecho, prefería que sus amantes se marcharan al amanecer y la dejaran intentar dormir durante unas horas. El insomnio era una tortura.


Sus años en el internado también lo habían sido. A ella le gustaba tener espacio y sentirse segura. Pero el albergue juvenil de Wellington no le ofrecía ni una cosa ni otra por culpa de las decenas de mochileros que se alojaban en él.


Se levantó malhumorada. En cierto momento había tenido un sueño fantástico, en el que se encontraba en brazos de un hombre fuerte y cariñoso. Cuando las facciones del protagonista se habían definido habían resultado ser las de su nuevo jefe, Pedro. En ese preciso instante habían llegado tres chicas inglesas haciendo ruido, y casi se lo había agradecido, porque prefería no tener fantasías con don Abogado.


Intentando apartar de su mente aquellas facciones, vio la cola que había delante del cuarto de baño y renunció a ducharse. Se puso unos vaqueros y una camiseta y metió un bikini en la mochila. Se recogió la despeinada melena en una coleta y salió a la calle.


En la ribera de Wellington había una fabulosa piscina, un refugio para los funcionarios y los estudiantes que querían ponerse en forma. A Paula no le interesaba muscularse, ella quería nadar. Adoraba la sensación de libertad de su cuerpo flotando en el agua, sin peso, sin preocupaciones. Era capaz de pasarse horas en el agua. Aunque todavía más le gustaba bailar.


Sacó las monedas necesarias para entrar en la piscina, fue apresuradamente al vestuario a cambiarse y ni siquiera se molestó en guardar la mochila en un casillero porque no tenía nada de valor. Con las gafas colgadas de la muñeca, fue hasta la piscina y dejó la bolsa en la fila más baja de las gradas de los espectadores.


Paula echó la cabeza para atrás y la sacudió para soltar su cabello, que recogió en una trenza. Como no la ató, sabía que se soltaría pronto, pero su cabello flotando en el agua era otra de las sensaciones que más le gustaban de nadar.


Paula eligió la calle de la piscina que estaba menos concurrida. Tras esperar a que el anterior nadador hubiese recorrido una buena distancia, se sumergió, gozando como siempre de ese instante entre el suelo y el agua que le hacía sentirse como un delfín.


Después de recorrer varios largos, hizo una pausa para respirar y flotar. La sangre le bombeaba en las venas y se sintió revivir después de lo poco que había dormido. Se desperezó y se rió de sí misma. Estaba segura de que había ido muchas más veces a trabajar sin dormir que habiendo dormido, pero nunca antes le había importado. Aquella mañana, sin embargo, era distinta. No sólo quería cumplir con su trabajo, sino hacerlo bien. Miró el reloj e hizo un nuevo largo, pensando en el bar con cada brazada.


Por una vez en su vida quería demostrar que era capaz de hacer bien las cosas. Aunque Pedro le había brindado la oportunidad, no se había molestado en fingir que la creyera capaz de hacerlo. Pero ella le demostraría que se equivocaba.


Tras unos cuantos largos más, estaba exhausta y lista para empezar el día. No quería llegar tarde.


Miró hacia la última calle y vio que sólo quedaba uno de los veloces nadadores, que parecía poder seguir indefinidamente sin dar muestras de cansancio. Paula se giró hacia la grada y de pronto se paró en seco al percibir un torso de bronce y unos ojos dorados aproximarse. ¿O eran color avellana con destellos de ámbar? Cualquiera que fuese su color, Paula estaba segura de no haber visto nunca nada igual, y menos en un hombre.


Pedro.


Pedro delante de ella y prácticamente desnudo. Lo miró boquiabierta y aunque intentó ocultar su sorpresa, no lo consiguió.