domingo, 20 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 26





Aquella tarde, poco después de comenzar la clase a la que asistía Paula, Pedro anunció algo que sorprendió a los alumnos.


—Os recuerdo que, según el plan inicial de estudios, tenéis que hacer un examen muy importante dentro de dos semanas.


Los estudiantes lo miraron con desagrado, y algunos protestaron, pero Pedro continuó hablando.


—Pues bien, ya no lo vais a tener. Ahora bien —añadió, para que su júbilo no fuera demasiado lejos—. Antes de que os pongáis a celebrarlo, tengo un nuevo trabajo para vosotros.


Pedro se levantó de la silla, sacó un montón de papeles y los pasó a los chicos que estaban en las primeras filas para que se los fueran pasando a sus compañeros.


Había pensado mucho sobre la asignatura desde el día en que Paula se había enfrentado a él a propósito de la interpretación que había dado a un capítulo de Las uvas de la ira, y había decidido cambiar de estrategia para que los chicos desarrollaran mejor sus posibilidades.


De hecho, estaba deseando saber cómo lo encajarían. Miró a Paula, como para adivinar su reacción, y comprobó que estaba más pálida que de costumbre, y algo nerviosa, como si estuviera asustada. Se preocupó de inmediato, pero había visto a Donna el sábado anterior y no le había mencionado nada preocupante sobre su seguridad.


—Bueno, como podéis ver vamos a intentar algo nuevo —declaró—, algo más interesante que lo habitual. Quiero que os fijéis en el medio en que vivís, en el colegio, en vuestras casas o en vuestras comunidades, y que os concentréis en una persona o en un aspecto de la sociedad. Luego tendréis que comparar el personaje o aspecto que hayáis elegido con un personaje o con un aspecto social de los descritos en Las uvas de la ira.


Los alumnos lo miraron sin demasiado entusiasmo, de modo que Pedro continuó.


—Os he dado unas cuantas ideas, pero sólo a título orientativo; no tenéis que ceñiros a ellas. De hecho, espero que hagáis vuestras propias interpretaciones, que penséis por vuestra cuenta, no que repitáis las opiniones de los demás.


Pedro volvió a mirar a Paula. Esperaba que aquel cambio fuera de su agrado, pero Paula parecía ausente, y se sintió muy decepcionado.


—¿Alguna pregunta? ¿Sí, Jesica?


—No lo entiendo —respondió la chica.


—¿Qué es lo que no entiendes?


—Nada de nada. ¿No podríamos seguir con el antiguo trabajo? Me parecía más comprensible que éste.


—Sí, Jesica tiene razón —declaró Tony.


—Esto es demasiado difícil —dijo un tercero.


—¿Por qué lo has cambiado? —preguntó Kim.


Pedro estaba a punto de caer derrotado, pero en aquel instante Beto alzó la mano.


—Adelante, Beto.


—Yo prefiero el nuevo trabajo. Si lo hacemos, ¿nos subirás la nota?


Beto demostraba tanto entusiasmo que Pedro desconfió.


—¿De verdad te gusta?


—Claro. Mi abuela conoció a mi abuelo en McAllen, mientras trabajaba en la vendimia. Eran emigrantes, como muchos personajes de los que aparecen en la obra.


—Comprendo.


—Pues bien, he hablado con ella, le he hecho algunas preguntas sobre su vida y me ha contado historias geniales. Creo que algunas de esas historias serían perfectas para este trabajo —explicó Beto, con cierta ansiedad—. Es lo que quieres que hagamos, ¿verdad?


Pedro estaba tan contento que no pudo evitar sonreír.


—Es exactamente lo que pretendía —declaró con entusiasmo—. Es una idea muy interesante, Beto. Y en cuanto a lo que has dicho sobre la nota, no os subiré la nota general de la asignatura. Pero alégrate: es posible que tu trabajo sea el mejor de toda la clase.


Pedro miró a su alrededor, esperando que alguien añadiera alguna cosa más.


—¿Y bien? ¿Alguien tiene más ideas?


Nadie dijo nada, así que Pedro miró a la única persona con la que podía contar para mantener un debate en cualquier momento, a la única alumna que siempre expresaba sus opiniones.


—¿Qué te parece el trabajo, Sabrina?


Por primera vez desde la hora de comer, Paula miró a Pedro directamente. Y cuando lo hizo, se quedó en blanco.



BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 25




Paula empujó la bandeja sobre las barras de hierro del autoservicio del instituto. Tras seis semanas de hacer cola en el comedor, podía encontrar lo que deseaba con los ojos cerrados. Pero aquella tarde decidió cambiar de plato; unas calorías extra, siendo lunes, no importarían demasiado.


Cuando llegó a la caja, sacó la cartera para pagar.


—Vaya, hoy no has elegido pavo.


—Qué inteligente. Creo que sé distinguir entre el pavo y la ternera.


Rogelio se ruborizó de inmediato, y Paula corrió a disculparse.


—Lo siento, Rogelio, he tenido un mal día, pero no me hagas caso.


Rogelio le dio el cambio.


—Descuida. Yo tengo muchos días malos.


—¿Cuándo libras, Rogelio?


—Los viernes —respondió el chico, con una sonrisa—. Me preguntaba si lo habrías notado.


—¿Bromeas? ¿Cómo quieres que no note esa sonrisa? Laurie tendrá que tener mucho cuidado contigo si no quiere que te cace otra —dijo Paula, refiriéndose a la nueva novia de Rogelio.


Paula se alejó de la caja, muy contenta. Rogelio tenía mucho mejor aspecto; había ido a un dermatólogo y su cara ya no estaba cubierta de acné. En realidad, ella había tenido algo que ver en el asunto. Sospechaba que la timidez del chico se debía a un problema tan trivial como ese, de modo que había hablado con Donna, quien a su vez se había puesto en contacto con los padres del chico.


Se dirigió a la mesa, para comer, intentando no pensar en Pedro. Pero el profesor se encontraba a cierta distancia, apoyado en una pared. Hizo un esfuerzo para no mirarlo, pero fracasó y sus miradas se encontraron. Fue como si hubiera sentido una descarga eléctrica, algo muy poderoso que no podía controlar. Sin embargo, Pedro apartó la mirada casi de inmediato.


Paula pensó que siempre la apartaba. Y una y otra vez, se decía que lo había imaginado todo, que el brillo de deseo que había creído notar en sus ojos no existía.


Había observado con detenimiento a Donna y había notado que hacía lo posible por estar cerca de él, pero Paula no había intervenido. Sencillamente, tenía la impresión de estar muriendo, poco a poco, cada día. Era incapaz de contener el deseo que dominaba su cuerpo conquistándolo inexorablemente.


Pero no quería pensar en eso, de modo que siguió avanzando hacia la mesa. Tres meses más y se habría marchado del instituto, aunque pensó que en cierto modo lo echaría de menos, sobre todo cuando sus compañeros la saludaron, con el entusiasmo de costumbre.


—Vaya, vaya —dijo Eliana, mirando la bandeja de Paula—. Llevas tantas calorías en ese plato que debe pasarte algo terrible.


Un mes antes, Eliana no habría dado ninguna importancia a la comida. Pero ahora hacía lo posible por controlarse.


—Ya veo que he creado un monstruo —dijo Sabrina—. Pero has acertado, algo va mal. Por el camino me he topado con Bruce.


Paula se había tropezado con Bruce, literalmente, en el corredor.


—¿Y qué quería? —preguntó Carolina.


—Quería que supiera que da una fiesta el viernes. Dijo que estarías allí, pero que sus padres no estarían presente.


Carolina se ruborizó.


—Sólo le dije que lo pensaría.


—En tal caso, no hay problema. Porque si piensas en ello, no irás.


Paula había desarrollado un profundo aprecio por Carolina, al margen de la preocupación que sentía por el simple hecho de ser la hermana de Pedro. No habían salido juntas otra vez, pero charlaban muy a menudo en el instituto, o por teléfono.


—De todos modos, sospecho que no nos lo has contado todo —intervino Eliana—. ¿Qué más te ha dicho?


—Lo típico en un idiota como él. Nada que no pueda manejar.


Eliana sabía que Bruce se metía con Sabrina cada vez que podía. Pero no sabía que la fuerza física y la hostilidad de Bruce inquietaban a Sabrina más de lo que estaba dispuesta a aceptar. Acababa de definirlo, con palabras bastante exactas, lo que pensaba hacer con Carolina, y Paula había tenido que esforzarse para contener su ira. Aquel individuo era perfectamente capaz de aprovecharse de Carolina para hacerle daño a ella, y lo sabía.


—Sabrina.. —dijo Janice, desde el otro lado de la mesa—. ¿Es cierto que hoy se reúne el comité de festejos?


—Creo que se reúne mañana. ¿Por qué lo dices?


—Porque Wendy quiere que hagan una fiesta temática, y que todos vayamos disfrazados de Barbie y Ken. Espero que te opongas, porque me niego a hacer el ridículo de esa forma.


Paula rió, al igual que el resto de sus compañeros.


—No sé si servirá de algo mi oposición, pero lo intentaré.


—He oído que a Wendy le gustaría ser Barbie por una noche, y que espera que Tony haga de Ken —rió Derek—. Hasta han comentado que los alumnos que quieran podrán hacerse una foto con ellos. Como si fueran celebridades, o algo así.


Carolina rió.


—Preferiría fotografiarme con una rata —espetó Eliana.


—No sé, tal vez estamos siendo algo groseros —declaró Beto—. Sería una buena oportunidad para estar junto a una rubia atractiva. ¿Quién sabe? Es posible que tuviera suerte.


—Si recuerdo bien la anatomía de una Barbie, necesitarás algo más que suerte —dijo Fred—. A esa muñeca le falta de todo, arriba y abajo. Necesitaría una buena operación de cirugía estética. Pero, ¿qué os parece si nos olvidamos de ese asunto? Me aburren las conversaciones sobre fiestas. Venga, que alguien cambie de conversación.


Derek decidió hacerle caso y cambió de conversación.


—He oído que Alfonso se acuesta con Donna Kaiser —declaró, mientras se llevaba un buen trozo de pan a la boca.


Paula se quedó sin aliento.


—¿Por qué me miráis de ese modo? —preguntó Derek.


—Porque hablar con la boca llena no es de buena educación. Caramba, tío, tienes que mejorar un poco tus modales —dijo Beto, haciendo un gesto hacia Carolina. Derek lo comprendió enseguida.


—Oh, vaya, lo siento, Carolina. A veces olvido que Alfonso es tu hermano. Como nunca hablas de él...


—Lo sé, no te preocupes. Es cierto que está saliendo con Donna, pero no es nada serio. ¿Quién te ha dicho que se acuestan?


—Lisa Meyer. Tyler Wilkes le dijo a Lisa que Karen Polk le había dicho que su hermana mayor vive en el barrio de Donna Kaiser. Al parecer, la hermana de Karen vio un hombre que salía de su casa a las tres de la mañana, el pasado sábado. Bueno... supongo que entonces sería el domingo. El caso es que Karen supuso que debía de ser Alfonso, puesto que Donna Kaiser siempre está coqueteando con él.


Paula había perdido el apetito. Donna decía que intentaba evitar a Pedro en el instituto, porque sabía que a la dirección no le gustaban ciertas cosas. De hecho, a menudo se quejaba de lo difícil que era mantener las distancias; pero resultaba evidente que no estaba haciendo un buen trabajo.


Pero ya no importaba. Las palabras de Derek habían destrozado las últimas esperanzas que albergaba. Ahora sabía que la relación de Donna y Pedro iba en serio, y no podía esperar que el profesor demostrara el menor interés por ella.



BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 24




Pedro observó a Donna, que sonrió a modo de despedida y subió a su vehículo para dirigirse a casa. Al cabo de unos segundos, su coche había desaparecido en la distancia.


Pero el profesor no se movió. Se volvió y miró el portalón de hierro. Todo estaba oscuro, y no podía ver la casa de invitados, en la que se encontraba Paula. Suponía que estaría durmiendo tranquilamente, ajena a su proximidad, ajena a la frustración que sentía.


Se sentía culpable. Había utilizado a Donna para no pensar en Paula, aunque también había intentado corregir el error advirtiéndole que no quería mantener una relación seria con nadie. 


Era una excusa tan vieja como evidente, pero Donna la había aceptado con suma elegancia. 


Tal vez, con demasiada.


De hecho, lo había encajado tan bien que estaba seguro de que Donna no lo había tomado en serio. Seguramente había pensado que muchos hombres decían cosas similares al principio de sus relaciones, y que más tarde cambiaban de opinión.


Se maldijo a sí mismo y entró en su utilitario. 


Después, cerró la portezuela y apoyó la cabeza en el volante. Pensó que todo lo que estaba ocurriendo era culpa suya. De haberse limitado a darle un beso de buenas noches, rápido y sin apasionamiento, no habría ocurrido nada. Pero no lo había hecho. Había querido demostrarse a sí mismo que era capaz de sentir deseo por otra mujer, además de Paula, y se había entregado al cien por cien. Donna era una mujer muy bella, pero a pesar de ello sólo había sentido una ligera calidez. No se parecía nada a lo que había experimentado con Paula, con una simple caricia.


Pedro arrancó el vehículo y se dijo que, en cualquier caso, ya no importaba. Paula ya mantenía una relación con otro hombre, que la esperaba en Dallas, con un hombre llamado Marcos. En menos de cuatro meses habría declarado en el juicio y volvería a casa.


No podía hacer nada. Así que se dijo que todo iría bien si conseguía mantener las distancias hasta entonces.