miércoles, 6 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 43

 


Paula hizo lo que él le había pedido y esperó. El corazón se le sobresaltó un poco cuando él atrapó su dedo anular entre los suyos propios e hizo deslizar sobre él el frío metal.


–Perfecto. ¿Te gusta?


Pedro no le soltó la mano y, cuando Paula abrió los ojos, estos se le llenaron de sorpresa al ver el maravilloso anillo que él le había puesto en el dedo. Los diamantes de corte esmeralda relucían alrededor de un enorme rubí rectangular. El aro de oro era muy sencillo y cedía toda la gloria a las piedras que lo coronaban.


–Es lo más hermoso que he visto nunca –susurró Paula. Los ojos se le habían llenado de lágrimas.


Más que nada en el mundo, deseó que aquello fuera real. Que el hombre que estaba sentado frente a ella estuviera enamorado y que estuviera uniendo su vida a la de ella. Parpadeó para contener la humedad que se le estaba formando en los ojos y trató de recuperar la compostura.


–Te prometo que tendré mucho cuidado –dijo ella mientras retiraba la mano.


–Me costó encontrarlo más de lo que había imaginado –admitió Pedro–, pero en cuanto lo vi, supe que eras tú.


Sus palabras eran como pequeñas astillas de cristal que desgarraban los sueños de Paula. Se había dejado llevar por la fantasía de ser la prometida de Pedro con demasiada facilidad. Necesitaba recordarse toda la verdad: que simplemente era una herramienta para conseguir una finalidad.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 42

 


Su coche se materializó a través del tráfico y se detuvo frente a ellos. Pedro no respondió al comentario de Pau. Se limitó a abrir la puerta y a dejarla pasar delante de él. Paula se preguntó si habría metido la pata con aquellas palabras.


–¿Tienes hambre? –preguntó Pedro.


Paula se dio cuenta de que estaba muerta de hambre. Los ligeros aperitivos que habían consumido en la cama junto con el champán los habían mantenido hasta entonces, pero ella necesitaba algo de más sustancia.


–Sí.


–En ese caso, es una suerte que haya reservado para cenar –dijo guiñándole el ojo.


Ella lo miró a través de la semioscuridad del coche y sintió que se le hacía un nudo en el pecho. Había algo sobre Pedro que la atraía a todos los niveles y que la había atraído desde el primer momento que lo vio y que parecía profundizarse a cada minuto que pasaba con él.


Cuando estuvieron por fin sentados en el íntimo restaurante que Pedro había elegido, Paula se sintió como si cada célula de su cuerpo estuviera sincronizada con las de él. Dejó que él decidiera lo que iban a cenar porque prefería observarlo. Pedro observó el menú con la misma concentración con la que se dedicaba a todo.


Sacó un pie del carísimo zapato y se lo deslizó por la pantorrilla sabiendo que nadie podía ver lo que estaba haciendo gracias al larguísimo mantel. Él ni siquiera se inmutó hasta que el dedo gordo comenzó a trazar la parte interna del muslo.


Pedro la miró y ella vio el deseo.


–Creía que habías dicho que tenías hambre –susurró él.


–Así es. Tengo mucha hambre.


Subió el pie un poco más hasta que encontró la excitada y firme masculinidad de Pedro. Apretó el pie contra ella y sonrió mientras él se rebullía en el asiento. Se sentía muy poderosa. Ella había provocado aquella reacción en él y, en aquellos momentos, tenía toda su atención.


–¿Tenemos tiempo para cenar? –preguntó él.


–Sí, pero que sea rápido…


–Te prometo que la cena será rápida, pero el resto de la velada… –musitó mientras ella lo apretaba de nuevo–. Creo que voy a necesitar que pagues por esto, Paula Chaves.


–Creo que podré hacerlo –bromeó ella–. ¿Y tú?


–Como si hubiera alguna duda al respecto.


Pedro metió una mano por debajo de la mesa y le agarró el pie. Entonces, comenzó a acariciárselo suavemente. Ella no habría imaginado nunca que los pies tenían zonas erógenas. En pocos instantes, comenzó a experimentar un deseo inigualable.


De repente, él le soltó el pie tras darle un suave golpecito antes de apartarlo.


–Tengo algo para ti –dijo Pedro mientras se metía la mano en el bolsillo de la chaqueta.


–No, Pedro, en serio. Ya me has dado mucho.


–Esto es una parte necesaria de nuestro acuerdo, Paula…


Ella se quedó inmóvil. La ilusión que ella neciamente se había permitido construir se esfumó. Recuperó la compostura y se recordó que su relación era simplemente una mentira.


–Dame la mano izquierda –le dijo él mientras abría un estuche de joyería.


Paula no podía ver lo que había en su interior, pero extendió la mano tal y como le había pedido.


–Cierra los ojos –añadió Pedro.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 41

 

Paula exhalaba un aura de suprema satisfacción mientras salían del teatro. Hasta aquel momento, Pedro se había mostrado muy atento con ella y era un amante muy considerado. Tenía el brazo entrelazado con el de Pedro y sentía que su sensible pecho rozaba contra el brazo de él mientras salían por la puerta del teatro. Incluso a través de la tela de su traje podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo y sentir también cómo ardía el suyo.


Casi no había podido concentrarse en la representación de El violinista en el tejado, aunque había adorado aquella historia desde la infancia. Durante toda la velada, no había hecho más que pensar en el hombre que tenía a su lado, el hombre que la había desnudado para gozar con ella.


Si ella fuera una gata, estaría ronroneando en aquellos momentos. No fue hasta que la vista se le vio cegada por un repentino fogonazo que Paula se dio cuenta de que ya no estaban entre el resto de los espectadores que salían del teatro, sino que estaban en la acera, esperando al coche y al chófer.


–No te preocupes –murmuró Pedro mientras miraba a su alrededor para ver de dónde había salido el flash–. Será sólo un reportero buscando chismes.


–Pues de nosotros no van a averiguar mucho, ¿verdad?


–No lo sé. Con el aspecto que tienes esta noche, probablemente impriman la fotografía para vender más ejemplares.


Paula le golpeó juguetonamente sobre el pecho.


–Estás bromeando.


Sin embargo, los ojos de Pedro la miraron con seriedad.


–Te aseguro que no estoy bromeando. Estás espectacular.


–Si eso es cierto, es gracias a ti. Tú me has convertido en esto.