viernes, 22 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 32





Puesto que Paula evitaba hablar de las vacaciones, fue Pedro quien sacó el tema. La había convencido de que se tomara una noche libre y no fuera al estudio, y después del trabajo la había invitado a cenar en Crystal's, el restaurante donde se citaron por primera vez.



Pedro lo había arreglado todo para que les dieran la misma mesa que aquel día.


—Quizá todo sea demasiado apresurado, pero si no tienes planes para las vacaciones de Acción de Gracias, me gustaría invitarte a que vengas conmigo a Wisconsin para que conozcas a mi familia —le dijo Pedro.


Paula lo miró, y al ver la vulnerable expresión de sus ojos, sintió que se le derretía el corazón. Se mordió el labio inferior y miró la copa de vino. 


Sabía lo mucho que para Pedro significaba su familia. Se sentía muy unido a sus padres y a sus hermanas, y ella lo admiraba por ello. Había visto fotografías de su familia y había oído hablar mucho de ellos. Sentía curiosidad por conocerlos. Estaba segura de que eran gente maravillosa.


Sabía que Pedro valoraba mucho la opinión de su familia, y que por tanto la invitación significaba que sus intenciones eran serias. 


Paula estaba casi segura de que para Pedro esa invitación era el equivalente a una propuesta de matrimonio, o quizá los preliminares de la misma.


Todas esas ideas surcaron su cabeza en un segundo. Pedro la observaba y esperaba una respuesta. Ella dudó y bebió un poco de agua.


—Sé que todo es un poco repentino, pero hasta hoy no he estado seguro de que podría ir a verlos. Pero mis padres parecían tan decepcionados cuando les dije que a lo mejor no podía ir que he reorganizado mi agenda y he cambiado algunos de mis viajes… Pero ¿quizá tú tengas otros planes? —preguntó Pedro.


—Mi madre me ha pedido que vaya a California —le explicó Paula—. Incluso me ha enviado el billete.


—Ah, ¿así que vas a ir a verla?


—Bueno, quizá —contestó Paula. No creía que fuera a visitar a su madre, y no quería mentir a Pedro. Lo quería demasiado—. Una vez más, mi madre y yo tenemos ideas muy diferentes de cómo celebrar el Día de Acción de Gracias; puede que no vaya. La última vez que pasé unas vacaciones con ella, sirvió sushi y Martini junto a la piscina. Oh, sí… creo que había, una botella de zumo de arándanos en algún lugar de la cocina, por si algún tradicionalista quería tomarlo con vodka —añadió con una sonrisa.


—Parece muy californiano —contestó Pedro—. Entonces, ¿no vas a ir?


—No, no creo —contestó Paula—. Estaba pensando que quizá debiera quedarme aquí y trabajar en el estudio. Tengo que hacer un montón de trabajo para la exposición.


—¿En serio? —Pedro parecía desilusionado—. ¿No puedes tomarte unos días libres? No me gusta la idea de que te quedes sola durante las vacaciones.


Eso era exactamente lo que ella sentía respecto a él. Pero Pedro ya no iba a quedarse solo. Se iría con su familia y jugaría con sus sobrinos y sobrinas. Además, ella no podría soportar ver lo buen padre que podía ser.


—Oh, estaré bien. Quizá quede con Silvia —añadió. Silvia no tenía familia ni novio, y no se habían visto mucho durante las últimas semanas. No estaría mal quedar con su amiga y cenar juntas.


Paula tuvo el presentimiento de que algo estaba a punto de cambiar en su relación con Pedro. Al ver cómo la miraba, sintió un nudo en el estómago. Era el principio del fin.


Pedro estiró el brazo y le tomó la mano.


—Paula, últimamente estás un poco… distante —admitió—. Sé que estás ocupada, preparándote para la exposición. Lo comprendo. Pero, respecto a las vacaciones, ¿estás tan ocupada como para no poder ir o es que tienes miedo de conocer a mi familia?


Paula respiró hondo.


—Tengo un poco de miedo. Pero más por lo que significa la invitación.


—Ah… ¿y qué significa? —preguntó él.


—Que nuestra relación es seria.


—¿No creías que era seria? —preguntó asombrado.


—Yo… no estoy segura. No estoy segura de ser la mujer adecuada para ti, Pedro —admitió.


—¿Adecuada? Me gustas y me satisfaces en todos los aspectos. ¿Cómo has podido pensar que no es así?


Paula bajó la vista. Sabía que esa conversación iba a ser dura, pero no imaginaba que tanto. Él no la comprendía.


Al ver que ella no contestaba, Pedro dijo:
—¿No eres feliz conmigo? Creía que lo eras.


—Lo soy —contestó ella sin mirarlo a los ojos—. Creo que estoy un poco confusa —admitió—, sé que juntos somos felices. Muy felices. Pero me preocupa el futuro. No estoy segura de poder darte lo que necesitas. Lo que te mereces —añadió. Quería decirle que se refería a formar una familia, a tener hijos. Que no sería una buena madre y que lo decepcionaría tanto que terminaría odiándola.


Pero no podía confesárselo. No podía pronunciar palabra.


Él la miró pensativo pero no contestó enseguida. 


Al cabo de un rato, le apretó la mano.


—¿Por qué no dejas que sea yo quien se preocupe por eso? Así que no podrás venir conmigo a Wisconsin —añadió—. No te preocupes. Lo comprendo. Quizá la próxima vez.


Ella lo miró.


—Sí, quizá la próxima vez —dijo, convencida de que no habría próxima vez.


Pero Pedro le había prometido que no permitiría que se alejara de él, y Paula empezaba a comprender lo que quería decir con eso.


Después de cenar, regresaron al apartamento de Paula, y cuando Pedro la tomó entre sus brazos sin decir palabra, Paula sintió ganas de llorar. Lo amaba. Era difícil admitir que todo se derrumbaba a su alrededor. Se besaron con pasión e hicieron el amor con más entrega que nunca.




PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 31




Todas las amigas de Paula se entusiasmaron al enterarse de las buenas noticias y le desearon mucha suerte. Paula creía que la vida no podía irle mejor; el diseño de la Colección Para Siempre iba sobre ruedas y su relación con Pedro mejoraba cada día.


Incluso los rumores acerca de la compra de la empresa habían disminuido. Marcos Grey no había hecho ningún avance durante las últimas semanas. Los más optimistas decían que se había dado cuenta de que hacerse con todas las acciones de la empresa requería mucho esfuerzo y que había perdido el interés. Los pesimistas tenían una visión diferente del asunto: pensaban que el terrible depredador estaba tratando de conseguir que la empresa recuperara el clima de seguridad antes de pasar a la caza. Creían que atacaría pronto, presumiblemente durante las vacaciones, cuando todo el mundo estuviera pensando en otra cosa.


El día de Acción de Gracias estaba próximo y Paula tenía que decidir qué iba a hacer. 


Pasaba todo el tiempo posible en el estudio, y deseaba poder quedarse allí durante el largo fin de semana para concentrarse de lleno en sus obras de arte. Pero sabía que eso no sería posible. Por un lado, su madre la había invitado a Malibu para pasar el fin de semana. Aunque Paula nunca había mantenido una estrecha relación con su madre, siempre había confiado en que cuando madurara las cosas cambiarían. 


Una vez que había establecido su relación con Pedro, deseó ver a su madre e incluso pedirle algunos consejos. Pero el día que habló por teléfono con ella cambió de opinión. Su madre le contó todos los planes que tenía para las vacaciones: visitas a amigas y actos sociales. Paula sabía que no pasaría mucho tiempo a solas con ella. Su madre tendría la casa llena de gente durante todo el día. O ella tendría que acudir a las fiestas que daban las amigas de su madre.


Cuando por fin consiguió hablar ella y decirle a su madre que pronto haría una exposición, su madre se alegró mucho e insistió en que iría a Indiana para la inauguración. Paula ya le había contado a su madre lo de Pedro, y cuando llegó el momento de tomar decisiones acerca de las vacaciones, le dijo que quería hablarlo con él porque no quería dejarlo solo el Día de Acción de Gracias.


Eso era en parte verdad, no solo una excusa. 


Aunque se sentía muy unida a Pedro, se sentía insegura al hablar de las vacaciones con él, porque consideraba que el tema otorgaba un grado de seriedad a la relación que la incomodaba.


Estaba convencida de que amaba a Pedro con todo su corazón. ¿Cómo no iba a amarlo? Era el hombre más amable, bueno y comprensivo que había conocido nunca. También era inteligente y trabajador, y se había convertido en millonario. 


Era un magnífico amante y con él se sentía protegida, respetada y admirada.


Tenía todo lo que una mujer podía buscar en un hombre.


Pero ése era el problema, Paula consideraba que no era la mujer adecuada para Pedro. Él se merecía algo diferente, algo mejor. Una mujer con seguridad en sí misma que pudiera ayudarlo en los negocios y en los actos sociales. Una mujer de su entorno social, y no una diseñadora de joyas medio bohemia que apenas sabía dónde comprarse la ropa, cómo vestirse o cómo mantener una agradable conversación en un cóctel.


Lo más importante era que Paula nunca podría darle la familia que Pedro tanto deseaba. Quizá, conocerla había sido algo positivo en su vida. 


Sin duda, Pedro la había ayudado, pero ella también a él, ya que creía que gracias a su relación Pedro había conseguido superar el divorcio y se había decidido a buscar la vida que quería tener.


Pero eso no significaba que Paula fuera la mujer adecuada para él, y ella sabía que pronto tendría que enfrentarse a esa cuestión.



PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 30





Pedro la acarició y la besó también. Paula pensó que le sobraba la ropa y ayudó a Pedro a que se la quitara. Después le quitó la de él y se acomodaron en una cama que había en una esquina del estudio.


Hicieron el amor con mucho deseo y enorme pasión. Paula siempre se maravillaba por cómo se sentía cuando Pedro le hacía el amor. Cada vez era diferente, pero siempre mejor que la anterior. Cuánto más se conocían, más placentero y excitante les resultaba.


Pedro se sentó en la cama y se apoyó en unos almohadones contra la pared. Ella se sentó frente a él y le rodeó la cintura con las piernas. 


Él agachó la cabeza y le besó los pechos. 


Jugueteó con sus pezones hasta que se pusieron tersos y duros. Mientras la acariciaba con la boca, con los dedos exploraba el centro de su feminidad. Paula gimió de placer y se movió para colocarse sobre él y permitir que la poseyera una vez más.


Pedro la besó en la boca y la agarró por las caderas para moverla rítmicamente. Paula abrió los ojos y lo miró. Al hacerlo sintió que habían cruzado todas las fronteras y que se habían unido en cuerpo y alma. Jamás se había sentido tan cerca de una persona, tan apreciada y deseada. Cuando Pedro la llevó al éxtasis, Paula supo que realmente lo amaba y que nunca podría amar a otro hombre tanto como a él.


Más tarde, tumbados en la estrecha cama, hablaron acerca de la exposición de Paula.


—Tendré que pasar mucho tiempo en el estudio. No podremos vernos tanto por las tardes, durante una temporada —dijo ella—. ¿Te importa?


—No te preocupes por mí —dijo Pedro, y le acarició el cabello—. Esta es tu gran oportunidad. Tienes que trabajar duro. Créeme, lo comprenderé —le aseguró—. Recuerdo cuando intentaba establecer mi negocio. Tuve que pasar muchas noches en la oficina. Teníamos tan poco personal que a veces trabajaba en el despacho durante el día, y por las noches me iba a repartir pedidos. Sé que para Susana fue muy difícil. Pero los dos sabíamos que era algo temporal. Ella me hizo sentir tan culpable, que cualquiera hubiera pensado que salía todas las noches de juerga o que salía con otras mujeres.


«Así que ese es otro de los motivos por los que su matrimonio fracasó», pensó Paula. Sabía que ella habría tratado de ser más comprensiva e incluso habría intentado ayudarlo. Pero no era el momento de seguir hablando de su exmujer.


—Bueno, puedes venir a visitarme de vez en cuando —sugirió ella—. Tendré que hacer algún descanso.


—Si esto es lo que consideras un descanso, vendré a verte —bromeó él—. Siempre me sorprendes, Paula —añadió.


Pedro… no bromees —dijo ella entre risas. 


Sintió que se sonrojaba. Era la primera vez que ella era la que daba el paso para que hicieran el amor, y el experimento había salido muy bien.


—De hecho, la idea de que estés aquí sola por las noches no me gusta mucho. Sé que traerás a Lucy, pero sabes muy bien que no es un perro guardián.


—Sí, lo sé —dijo Paula con una sonrisa.


—Te daré un teléfono móvil. Y no quiero que lo rechaces —insistió él—. Quiero que lo tengas a mano por si acaso. No quiero preocuparme por ti, ¿vale?


Alguna vez había pensado en comprarse un teléfono móvil para el estudio, pero nunca lo había hecho. No le gustaba el uso que alguna gente daba a ese tipo de teléfonos, pero en ese caso le parecía útil. Unas semanas antes habría discutido con Pedro por ese tema, pero como sabía que él se preocupaba mucho por ella, ni siquiera se molestó en discutir.


—Lo que tú digas, «jefe».


—Ahora que lo dices —bromeó él, y le dio una palmadita en el trasero—, me gusta que mis mujeres… sean obedientes, y estén dispuestas a complacerme.


—¿Ah, sí? Qué coincidencia. Eso mismo es lo que yo busco en mis hombres —contestó ella.


—Vale, yo puedo hacerlo —le susurró al oído, y la abrazó. Paula no pudo decir nada y se dejó llevar por la magia de sus caricias.


—¿Era esto lo que estabas esperando? —le preguntó él.


Ella suspiró con placer.


—Hmm… exactamente.