lunes, 17 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 40





Pedro miraba a su abuelo y a Paula desde el fondo del vestíbulo. La escena lo sobrecogió. Lo aterrorizó. Cerró los puños para contener la emoción y recuperar el control. Tenía delante la evidencia de cómo un sentimiento puro podía hacer pedazos. Era una lección que había aprendido a los diecisiete años… no querer, no tener esperanzas y saber siempre que los sueños se pueden romper en cualquier momento y sin previo aviso.

Aunque también vio en Paula la luz más potente, el amor en el que él no confiaba, el amor que estaba empezando a necesitar más que el aire. A través de ella, también vio la devastadora belleza de la devoción de su abuelo, una belleza que debía ser restaurada si fuera posible.

Por primera vez, Pedro era totalmente consciente de los dolorosos límites de su corazón y de las restricciones que le había impuesto año tras año. Vio los sueños que había despreciado en su búsqueda de la libertad, las mentiras que se había dicho a sí mismo y las excusas que se había creado para no amar y no vivir de la forma en que lo habían educado para amar y para vivir.

Lo que tenía que decidir era qué iba a hacer a partir de entonces.

—Paula —susurró. Pero ella no lo oyó y él no estaba preparado para descubrir lo que ella le diría.


EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 39




Los siguientes días no hizo tanto calor y continuaron trabajando en el jardín, refrescándose con las mangueras y con baños en el arroyo. Los besos apasionados de 
Pedro no se repitieron y Paula supo que tenía que estar agradecida. Pero no lo estaba.


Vincent había hecho buenas migas con Joaquin Alfonso. Sus maullidos y los frotamientos que hacía con la cabeza, no podían ser ignorados y 
Pedro y Paula estaban encantados cuando el felino sacaba, repetidamente, a Joaquin de sus ensueños. Paula estaba contenta de haber esperado el momento apropiado para sugerir a Joaquin que buscara un nombre para el gato y para darles más tiempo, había dicho que no podía conseguir una cita con el veterinario hasta la próxima semana.

No volvió a trabajar en el inventario hasta unos días más tarde. Después de las mañanas y las tardes de risas y de trabajo duro, parecía extraño sentarse en el cuarto silencioso, aunque estuviera rodeada del arte que había seleccionado un hombre de exquisito gusto que vivía de sus libros.

El sonido del aparato de aire acondicionado apenas amortiguaba el ruido del aspersor del césped de la parte delantera de la casa y la risa de los niños que jugaban con sus bicicletas y Paula cerró los ojos para oír el despreocupado zumbido del verano.

—Céntrate —murmuró después de unos minutos.

Pero en lugar de centrarse, miraba el retrato de Mary Cassatt de la madre con el niño. A veces sentía no tener en los brazos un niño como aquél, nacido del amor, del compromiso y de la esperanza en un futuro.

Suspiró y levantó el cuadro. Tenía que volver al dormitorio donde había estado colgado tanto tiempo. Pero mientras volvía, lo pondría con los demás cuadros que estaba catalogando.

—¿Qué llevas ahí, Paula? —preguntó el profesor cuando Paula salió al vestíbulo.

A Paula casi se le cae el cuadro al saber que Joaquin no quería ver el retrato que tanto le recordaba a su mujer.

—Nada… algo que iba a guardar.

Joaquin extendió la mano y sabiendo el dolor que iba a producirle, Paula le pasó el Cassatt y observó su cara… el dolor, la conmoción y la distancia que estaba poniendo entre él y la pérdida de una mujer a la que había amado más que a nada en el mundo.

—Todavía está aquí —murmuró Paula sin poder evitarlo. Tenía la impresión de que nadie de la familia había sido capaz de hablar con él sobre Maria y de que quizá fuera necesario—. Yo puedo sentir su amor en cada rincón de la casa y en el jardín. No se ha ido, está aquí de forma diferente.

Después de un momento interminable, el retrato cayó al suelo mientras él se dejaba caer en una silla. Paula extendió las manos y Joaquin se las llevó a su propia cara mientras lloraba.

A Paula se le saltaron las lágrimas. Era triste y horrible, pero era un paso adelante, y un paso era todo lo que se podía pedir.


EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 38




Paula oyó el camión de los helados que pasaba por el vecindario. Pasaba por esa calle varias veces al día y sonrió al recordar la mañana, hacía unos días, en que Pedro había saltado para arrastrarla calle abajo y comprar unos helados. 


Parecía que Pedro había cambiado, pero sería un error tremendo enamorarse de él. Ya era difícil controlar el deseo, y enamorarse sería un infierno. Tenía que olvidar que su marido le había dicho que la quería incluso cuando se estaba acostando con otras mujeres.

Pero, ¿
Pedro era igual? A él también le había hecho daño alguien con quien planeaba casarse. Seguro que él no jugaría con nadie de la misma manera. 

Molesta por sus pensamientos, Paula agitó la cabeza. La pregunta de si Pedro Alfonso podía ser fiel a una mujer no era importante. Podían llegar a ser amigos, pero nada más. No importaba cómo él parecía mirarla, no importaba cómo se comportaba Pedro mientras estaba en Divine por culpa de su lívido, ella no estaba a la altura de las mujeres con las que él salía en Chicago.

—Has traído ropa cómoda para cambiarte, ¿verdad? —preguntó 
Pedro cuando regresó a la cocina.

Paula asintió.

—Cámbiate. Yo mientras voy poniendo los filetes en la parrilla para que estén listos cuando bajes.

—Acuérdate que les tienes que dar la vuelta después…

—Asar filetes es un arte culinario que domino —interrumpió 
Pedro—. Vete, no me recuerdes que no puedo comer lo que realmente quiero.

No había duda sobre lo que quería decir por cómo la estaba mirando.

Paula agarró su ropa y huyó. Su cara se había refrescado para cuando se sentaron juntos a comer, pero se podía volver a acalorar fácilmente si miraba la sensual curva del labio de 
Pedro.

—¿Quieres más ensalada, abuelo? —preguntó 
Pedro mientras se servía por segunda vez.

Silencio.

Paula y 
Pedro se miraron, pero antes de que ella pudiera decir nada, se oyó un maullido y vieron cómo se abría la puerta que daba al vestíbulo.

—¡Oh! —Paula comenzó a levantarse, pero 
Pedro la detuvo agarrándola por el brazo.

—¡Miau! —el gato pedía comida dando con su pata en la pierna de Joaquin Alfonso.

—Bueno —murmuró el profesor, quien cuidadosamente cortó pequeños trozos de carne y los dejó caer para el gato, que se abalanzó sobre ellos. Cuando se llenó comenzó a ronronear y a frotar su cabeza en la pierna de Joaquin.

Sonó una risita que Paula creyó venir de 
Pedro, pero era el profesor quien se reía. Se agachó y acarició el gato.

—Va a necesitar un nombre —dijo.

—Creo que tú deberías ponérselo —respondió Paula.

—Vale, entonces se llamará Vincent.

Paula se rió. Al gato le faltaba un trozo de oreja, por lo que Vincent era muy apropiado.

—¿Vincent? —preguntó 
Pedro.

—Por Vincent Van Gogh —explicó Paula—. Era un pintor holandés que se cortó parte de una oreja. Esperemos que nuestro Vincent no sea tan autodestructivo.

Pedro sonrió. Había oído hablar de Vincent Van Gogh, pero no sabía lo que podía ser un post impresionista. Eso no importaba, su abuelo acababa de ponerle un nombre al gato, al gato que intuía que nunca se iría a casa de Paula. Incluso sospechaba que ella lo había planeado. 

Ella había sugerido que necesitaban un gato en casa y parecía el tipo de persona que hace que las cosas sucedan de una forma o de otra.

Pero lo mejor de todo era que su abuelo se había reído por primera vez en mucho tiempo.

—¿Todos los artistas son autodestructivos? —preguntó 
Pedro.

—Claro que no —contestó el abuelo—. El arte transmite los más elevados y mejores sentimientos que el hombre puede alcanzar. Es una parte fundamental de la realización como seres humanos.

—Henry James dijo que el arte era lo que hacía la vida y que no conocía nada que pudiera sustituir la fuerza y la belleza de su proceso.

—Cierto —asintió el abuelo, quien miró a su nieto—. Puede haber arte en todo lo que hacemos, no tiene por qué limitarse a esculpir una piedra o pintar un lienzo.

—¿También está presente en la ciencia?

—Incluso en la ciencia —comentó el abuelo.

Paula le dio una patada a 
Pedro por debajo de la mesa y se rió.

—No tengas muchas esperanzas, Joaquin. 
Pedro es un pragmático. No cree en teorías abstractas ni ideologías y el concepto de arte es demasiado abstracto para su cerebro.

Pedro tomó nota, aunque Paula no añadió que el amor era también demasiado abstracto para él. El amor era algo de lo que no sabía muy bien qué pensar o que lo asustaba.