miércoles, 2 de marzo de 2016

CON UN EXTRAÑO: CAPITULO 3







Pedro Alfonso sacó el «busca» del bolsillo de su bata y apretó el botón. «Genial», pensó, una llamada de Urgencias, justo lo que necesitaba para terminar un día de lo más ajetreado.


Retiró la bandeja con la comida sin tocar y se dirigió a la sala de urgencias. En las dieciocho últimas horas había traído al mundo tres bebés, había atendido una consulta llena de pacientes y apenas había tenido tiempo de tomarse un respiro, y mucho menos para comer. Se estaba empezando a preguntar si debía haber contratado otro colega tras la jubilación de Anderson. Pero era demasiado tarde para preocuparse ahora. Además, él siempre había sido un solitario y le gustaba.


Al llegar a la sala de enfermería, se apoyó en el mostrador para sujetarse. Estaba demasiado cansado para ser un hombre de treinta y tres años.


–¿Qué pasa, Carl?


–Tenemos una admisión de ginecología traída por una enfermera del centro.


–¿Dónde está?


–¿La paciente? –preguntó el corpulento enfermero.


–Sí, la paciente.


–En la habitación 3 con la enfermera.


–¿La enfermera?


–No se irá hasta que sepa qué ocurre –contestó Carl, encogiéndose de hombros–. Es lo normal cuando hay comadronas de por medio.


Aquello no sorprendió al doctor en absoluto. De hecho, enseguida le había recordado a su madre.





CON UN EXTRAÑO: CAPITULO 2




En aquel momento deseaba que Jose estuviera con ella, pero no lo estaba, y pensó que debía sentirse agradecida. El coche destrozado y su igualmente destrozado apartamento le servían para recordar por qué su hijo seguía viviendo con su abuela, a más de ochocientos kilómetros. Aunque estaba convencida de que era lo mejor, mandarlo tan lejos había sido la experiencia más difícil de su vida.


Él era su hombrecito y cada día, desde su separación hacía dos meses, tenía que resistir la necesidad de mandar a buscarlo para poder estar juntos.


Pero no tenía más remedio que descartar la idea; sabía que Jose necesitaba serenidad y un lugar seguro donde vivir, algo que ella no podía ofrecerle hasta que encontrara una casa mejor y pagara algunos recibos más. Esperaba que pudieran reunirse pronto; pero para ello el destino tenía que dejar de meterse en su camino.


El golpe en la ventana asustó tanto a Paula que estuvo a punto de gritar, pero se alivió al ver a Carola O’Connor de pie junto al coche, y no a un atracador. Entonces salió del sedán y se apoyó en la puerta.


Carola se llevó la mano a su pelo rubio y la miró con los ojos negros llenos de preocupación.


–¿Dónde ibas con tanta prisa?


–Trabajo mañana en el centro –contestó Paula, que deseaba que el corazón dejara de latirle con tanta fuerza.


–Es horrible, trabajar en Año Nuevo.


–A los niños no les importan las fiestas. Además, tengo que pagar facturas –repuso Paula, para quien la fecha no tenía gran importancia, puesto que no podía celebrarla con su hijo.
Y ahora que su coche se negaba a arrancar parecía tener una nueva deuda, otra más que añadir a la pila, gracias a la indiferencia de su ex marido.


–Lo siento si te he asustado –dijo Carola–. Me preocupaba que te hubiera ocurrido algo cuando te he visto salir corriendo.


–La verdad es que me alegro de que vinieras; no me arranca el coche.


–Desde luego no es la mejor manera de empezar el año –contestó su amiga, mirándola con compasión–. ¿Tienes teléfono para llamar a un mecánico?


–No, y no tengo ni idea de a quién llamar –contestó Paula, que no se podía permitir un teléfono móvil. Apenas podía pagar el «busca» que le obligaban a llevar.


Tampoco sabía cómo iba a pagar la reparación. En circunstancias normales, su salario como enfermera era más que decente, pero no con la cantidad de responsabilidades que le había dejado Adam cuando se fue.


–Le preguntaremos a Brendan –dijo Carola–. Ha ido por el coche; podemos llevarte a casa.


–Os lo agradezco –contestó Paula, a quien la idea de que los O’Connor vieran su vecindario no le hacía ninguna gracia–, pero podéis dejarme ya en la clínica. Tengo ropa de repuesto allí.


–¿Estás segura de que no quieres ir a casa?


–Seguro. Así ya estaré en el trabajo por la mañana, ya que parece que no tendré transporte.


–De acuerdo, si estás segura –dijo Carola, y le ofreció una amplia sonrisa–. ¿Qué te ha parecido el doctor Alfonso?


–¿El doctor Alfonso?


–Sí, Pedro Alfonso. El hombre que te estaba besando hace un momento.


A Paula le ardió la cara de vergüenza. Había tenido la esperanza de que nadie hubiera visto su arriesgado comportamiento.


–Ah, él. Supongo que no me di cuenta de que era médico.


En realidad no sabía ni su nombre.


–De hecho, ayudó al doctor Anderson cuando nacieron nuestros gemelos.


–¿Es tocólogo? –preguntó Paula, a quien le temblaba la voz.


–Sí, y me sorprende que no lo hayas conocido antes.


Oficialmente no lo había conocido, aunque lo había besado.


–Solo llevo trabajando seis meses en el centro. No conozco a todos los tocólogos.


–Casi es mejor así; no es muy receptivo con los métodos de parto alternativos.


Paula pensó que era una actitud típica de médico conservador, aunque no le había parecido el típico médico. 


Pero había aprendido que los hombres podían resultar engañosos.


–Espero no volver a cruzarme en su camino en breve.


–¿En lo personal o en lo profesional? –preguntó Carola, frunciendo el ceño.


–Las dos cosas.


–Si tú lo dices –dijo su amiga, encogiéndose de frío–. Ahora vámonos de aquí; hace bastante fresco esta noche y tengo que relevar a la canguro.


Paula no había notado el frío, probablemente porque aún le recorría el calor provocado por el doctor Pedro Alfonso. Empezó a moverse, pero se dio cuenta de que se había pillado el vestido con la puerta del coche, el vestido que le había prestado Carola. Pensó en qué otro desastre podría ocurrirle aquella noche.


Abrió la puerta y desenganchó el dobladillo del cierre oxidado del coche, y enseguida vio una mancha de grasa en la seda azul.


–Lo siento, Carola. Has sido tan amable al prestarme el vestido y ahora probablemente te lo he destrozado.


–No importa –contestó ella, echando una rápida mirada a la tela arruinada–, estoy segura de que quedará bien cuando lo lleve al tinte.


–Lo llevo yo –contestó Paula, que tenía serias dudas–. Es lo menos que puedo hacer.


–Ya tienes bastante de qué preocuparte. Yo me haré cargo. Créeme, con gemelos de seis meses hay muchísimas cosas que lavar.


Paula agradeció a los astros haber conocido a Carola y a su marido, el neonatólogo Brendan O’Connor, nada más empezar el nuevo trabajo. Carola había visitado la clínica de partos alternativos, a la que había enviado varios pacientes por su trabajo social en el Memorial. En cierto modo, su amistad le había hecho un poco más llevadero tener que enviar lejos a Jose.


–Supongo que no estoy muy allá esta noche –suspiró Paula.


–No lo dudo ni un segundo –sonrió Carola–. Los besos de medianoche tienen ese efecto.


Paula no pudo estar más de acuerdo. Aún tenía el beso fresco en la memoria y en los labios. Pero estaba dispuesta a olvidarlo, a pesar de que era el beso más inolvidable que le hubieran dado.


El beso de un extraño hermosísimo, lo último que necesitaba.








CON UN EXTRAÑO: CAPITULO 1




A Paula Chaves nunca la habían besado de aquel modo. 


Pensó que ojalá al menos supiera su nombre.


Un momento antes, él se había acercado a ella al dar la medianoche, una presencia etérea con ojos color ámbar, como poseedores de un talismán. Ella había estado de pie en un rincón de la pista de baile del hotel, con un vestido prestado, y había pasado desapercibida para la mayor parte de la comunidad médica de la Gala de Nochevieja. Y ahora estaba bajo el encantamiento de un extraño que de algún modo le había dado fuerzas para ser valiente y atrevida, desinhibida.


Cuando él se la acercó en un sólido abrazo y le ofreció un beso, el corazón de Paula se disparó como los fuegos artificiales que daban la bienvenida al Año Nuevo en el exterior. El deslizamiento de la lengua sedosa de aquel hombre, su aroma embriagador, su calor ardiente, apelaron a los instintos más básicos de Paula.


Él finalizó el beso, pero no le quitó la sensual mirada del rostro. Paula percibía solo a medias el jolgorio de la sala, los brindis, el tintineo de las copas de champán. En aquel momento era como si fuesen los dos únicos ocupantes en alguna otra dimensión.


–Feliz Año Nuevo –le murmuró él al oído.


A ello le siguió una palabra que ella no entendió en un idioma tan exótico como él. Sonó musical y misterioso, quizá una expresión de cariño, adivinó, o quizá eso esperó. Él la sonrió y ella le devolvió la sonrisa, incapaz de hacer otra cosa.


El encantamiento se rompió de repente cuando la realidad se interpuso entre ellos.Paula se apartó horrorizada por lo que acababa de hacer. Nunca antes había besado a un perfecto desconocido. De hecho, no había besado a ningún hombre en mucho tiempo. Quizá por ello había permitido que ocurriera, y lo había disfrutado de forma tan entusiasta. Aun así, no le parecía excusa para dejarse llevar como lo había hecho.


–Tengo que irme –masculló.


–¿Tan pronto? –preguntó él, arqueando una ceja.


–Tengo que irme a casa.


A casa, a un apartamento vacío, con aspecto de abandonado y carente de calor.


Paula se dio la vuelta y se puso a salvo de la influencia cautivadora del desconocido. No había dado más que unos pocos pasos cuando se detuvo para echar una última mirada. El extraño la observaba con una sonrisa comedida, apoyado contra los ventanales de forma enigmática.


Tenía el pelo negro peinado hacia atrás y la piel perfecta y color caramelo. Su atuendo destacaba entre los esmóquines de los demás, una chaqueta y pantalón grises y una camisa negra abrochada al cuello por un medallón de platino. El diamante de su oreja parecía brillar en sintonía con las luces de la línea del cielo de San Antonio.


Paula anduvo a toda prisa hacia la doble puerta para escapar de su magnetismo. Pero en el fondo de su corazón sabía que nunca olvidaría aquella noche, nunca lo olvidaría a él ni su figura contra el cielo de la noche. Nunca olvidaría su beso hipnótico o aquel algo inexplicable que le había ocurrido a ella, que habitualmente era tan cauta.


Abrió la puerta con una mano mientras con la otra buscaba la llave del coche en su pequeño bolso de satén. Con las prisas, se le resbaló el bolso y desparramó todo el
contenido, que recogió a toda prisa, y salió corriendo por el pasillo.


Al llegar a la escalera que daba al aparcamiento, sujetó la verja y se detuvo a recuperar el aliento antes de seguir hasta su destartalado coche. Abrió la puerta de este, se metió y volvió a tomar aire. Por suerte, pensó, solo se había tomado una copa de champán, pues de otro modo no habría podido conducir. En aquel momento se sentía más que un poco mareada, pero no era por el alcohol. Era por el beso. Era por él.


Tras dos intentos de meter la llave, por fin logró girarla para encender el motor y no escuchar más que un chirrido. Lo intentó una vez más y de nuevo no oyó más que las quejas de su caprichoso coche. El viejo sedán había escogido aquel preciso instante para rendirse, algo que ella había estado esperando, y temiendo, durante varios meses.


Se golpeó la frente contra el volante y soltó un gruñido de frustración. «¿Por qué ahora? ¿Por qué esta noche?», pensó. No tenía a nadie a quien llamar, nadie a quien buscar para que la llevara a menos que regresara al baile y se arriesgara a enfrentarse a su fantasma besucón. Pensó que quizá no era un panorama tan horrible.


Desde luego no tenía ninguna gana de verlo otra vez, por mucho que le atrajera pensarlo. Ya tenía un hombre en su vida y no necesitaba otro. Jose, con su sonrisa confiada y su sabiduría a pesar de su corta edad, era todo su mundo, su esperanza. No tenía más que seis años y causaba bastantes menos problemas que cualquier hombre adulto, especialmente su padre, que los había dejado solos en la ciudad mientras él iba en busca de otro esquema de vida que le ofreciera riqueza y diversión. Adam nunca había querido hacerse cargo de las responsabilidades, o de una familia, y Paula había aprendido demasiado tarde que nunca cambiaría.







CON UN EXTRAÑO: SINOPSIS




El beso de un desconocido...


Lo último que necesitaba aquella Nochebuena la comadrona Paula Chaves era volver a encontrarse con el guapísimo doctor Pedro Alfonso, cuya invitación estaba a punto de aceptar.


En cuanto sus labios se rozaron, Pedro se sintió perdido en un torbellino de sensualidad. Sabía que ofrecerle su casa a aquella encantadora madre soltera era lo mismo que buscarse problemas deliberadamente. Además, ella no tardaría en darse cuenta de que no era ningún príncipe encantado, sino un tipo solitario sin tiempo para el amor...