jueves, 14 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 49






Paula no sabía cuándo se había ido Pedro


Recordaba que un momento le estaba apretando el brazo, sintiendo que se moría de dolor, y al siguiente, cuando alzó el rostro para sonreírle, había desaparecido.


—¿Dónde ha ido Pedro? —preguntó a la enfermera.


—Ha dicho algo sobre... uh... salir de aquí —la mujer parecía un poco desconcertada.


Pero ella no sabía que Pedro no era el padre del bebé. Probablemente estaría llamando a su despacho, o a su madre y los niños. Estaba volviendo a su verdadera vida.


«Me ha dicho que me amaba. No recuerdo cuando, pero sé que no lo he imaginado. Lo ha dicho más de una vez».


¿Y qué le había dicho ella casi tan a menudo?


Que lo odiaba. No era cierto. No recordaba por qué le había parecido tan importante arremeter contra todos los que la rodeaban, pero en su momento le había parecido totalmente necesario.


Y si ella no lo había dicho en serio, debía asumir que él tampoco.


Libre de dolor, exhausta, eufórica por su bebé... luego apagada.


Apagada. Vacía. Paula no sabía que los sentimientos podían oscilar de aquella manera. 


Sus emociones eran como grandes olas subiendo y bajando, agitándolo todo a su paso.




SU HÉROE. CAPÍTULO 48





La enfermera dejó al bebé sobre el estómago de Paula, aún enrojecido y desnudo. Era grande, con una húmeda mata de pelo negro en la cabeza, y aún seguía llorando. Paula la miró y no dejó de decir « ¡oh!» una y otra vez. Pedro pensó que nunca había escuchado tanta felicidad y una emoción tan musical en la voz de un ser humano.


Pero él no podía compartirlo. Paula no le había pedido que lo hiciera. Aquello hacía que su amor por el bebé careciera de significado, a pesar de que solo hacía unos instantes se sentía exultante de emoción.


«Ni siquiera me ha mirado», pensó. «No me ha tocado desde que ha dejado de necesitar mi brazo. Ni siquiera me había dicho que ya había pensado el nombre para la niña. En todas las conversaciones que hemos tenido no lo ha mencionado. Este no es mi bebé. Paula no me ha pedido que la ame a ella, ni a Lola. ¿Qué diablos hago yo aquí?»


—Necesito salir —murmuró, sin dirigirse a nadie en concreto.


Salió de la habitación tan rápido como pudo. Al principio no supo a dónde se dirigía. Solo estaba escapando. Merodeó por allí un rato, con los ojos enrojecidos a causa de la fatiga. Hacía casi veinte horas que no comía, pero no sentía ningún apetito.


Finalmente, sintiéndose derrotado, su mente cristalizó y se mostró dispuesta a la acción. Solo tenía una cosa que hacer. Lo que debería haber estado haciendo todo el tiempo. Lo único que debería haber estado haciendo.


Su trabajo.




SU HÉROE. CAPÍTULO 47




Pedro se preguntó cuántas veces le habría dicho aquello durante las últimas horas.


Paula le soltó el brazo y él se llevó la mano a la frente. Le dolía la espalda y la cabeza y sentía las articulaciones endurecidas. Como el primer día que se conocieron, bajo los escombros del edificio, tenían gente alrededor y sin embargo estaban solos. Solo ella, él, el bebé que estaba en camino, y un nivel de inevitable y apabullante sinceridad.


Pero para Paula estaba siendo diferente. Había entrado en una zona de dolor que él desconocía y que la consumía, y lo que decía ya no podía calificarse de sincero, sino de salvaje, desesperado e ilógico.


O eso esperaba, porque había dicho en más de una ocasión que lo odiaba.


«Mientras yo le digo que la amo como si no hubiera un mañana».


¿Se había detenido a pensar si era cierto?


El mundo parecía haber desaparecido. Lo único que quedaba era el dolor de Paula, su rostro, su necesidad, su coraje, su desmoronamiento. Se sentía capaz de hacer cualquier cosa por evitarle el sufrimiento, por compartir su inexorable peso. De manera que le había dicho una y otra vez que estaba allí, que nunca la dejaría.


Y que la amaba.


¿Era aquella la mentira más miserable que había salido nunca de sus labios o era cierto?


«Nunca le dije a Barby que la amaba mientras daba a luz», recordó.


Puso un candado en su boca durante todo el parto para que no se le escapara algo que nunca había sido verdad.


Nunca había amado a Barby y se negaba a degradar a ambos diciéndoselo mientras daba a luz. No habría podido hacerlo aunque hubiera querido. Aquel fue el momento en que aceptó lo malo que era su matrimonio.


« ¿Estoy mintiendo a Paula ahora?»


No.


¡No!


Aquellas eran las palabras más sinceras y liberadoras que había dicho en su vida. Le hacían sentirse mareado de felicidad, de esperanza y alivio. Amaba a Paula. Amaba todo lo relacionado con ella. Ya amaba al bebé que estaba a punto de nacer, aunque no fuera suyo. 


El bebé formaba parte de Paula, y eso era más que suficiente.


Ella volvió a agarrarle el brazo y Pedro se preparó para sentir cómo le clavaba las uñas en la carne. Deslizó una mano por la piel interior de su brazo y luego apartó un mechón de pelo húmedo de su frente.


Era tan hermosa... Incluso en aquel estado lo era.


—Te quiero, Paula —dijo cuando notó que empezaba a temblar de nuevo, como si no fuera a tener otra oportunidad.


Ella ni siquiera lo oyó.


—¡Ayúdame! ¡Tengo que empujar!


Tras una hora de intensos esfuerzos asomó la coronilla del niño y la enfermera fue a por el doctor Feldman.


Mientras el médico trabajaba y Paula gritaba, Pedro sintió su propia impotencia como una soga ciñéndose en torno a su cuello. Habría dado un brazo si ello le hubiera facilitado las cosas.


—De acuerdo, empuja ahora, Paula. ¡Fuerte! —dijo el doctor Feldman.


Pedro no quería mirar como trabajaban las manos del médico.


—Más fuerte. Así. ¡Eso es!


El bebé salió disparado como un corcho y aterrizó casi al final de la cama. Paula gimió y empezó a respirar como una atleta después de un maratón. Estaba temblando incontrolablemente.


—¡Es una niña! —dijo el médico. Tras un momento se oyó un fuerte llanto —. Ya está. ¡Una niña preciosa!


—¿Está bien? —preguntó Pedro.


—Está perfectamente. Es preciosa. Solo vamos a darle un poco de oxígeno. ¿Tiene nombre ya?


—Lola, como mi madre —dijo Paula débilmente, y empezó a llorar—. ¡Oh! ¡Oh! ¡Tengo una niñita! ¡Tengo una preciosa niñita!


—Lola —repitió la enfermera—. Es bonito.


—En realidad, mi madre se llamaba Dolores—dijo Paula entre lágrimas —, pero todos la llamaban Lola.