martes, 5 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 9




Me dirigí a la sala lo más rápido posible. La respiración aún la tenía agitada, y el corazón inquieto por los besos que me había dado Pedro. Disimulé lo mejor que pude mi estado antes de encontrarme con mi padre, que se hallaba tomando café con Irma, conversando trivialidades sobre el clima de Dallas.


—Papá, tenemos que irnos —dije apenas llegué a su lado. 


Pedro rodeó el sofá y se detuvo tras mi padre y frente a mí, para fulminarme con la mirada. Enseguida desvié la vista para ignorarlo.


—No es tan tarde todavía —alegó desconcertado, pero al ver mi postura fría prefirió ceder—Estoy bromeando, hija. Bueno, Pedro, ya Paula lo dijo: tenemos que irnos. Pídenos un taxi, por favor. —Pedro apretó la mandíbula antes de ir en busca de las llaves de su auto, y de la chaqueta de mi padre.


—Yo los llevaré, Roberto, y no acepto replicas —dictaminó con severidad.


—Gracias, Irma. Por la atención y por tan excelente comida. 


—Me apresuré a decir al verlo actuar con rapidez. Estaba visiblemente enojado. Se acercó a mí y me tomó del codo para guiarme a la puerta. Mi padre nos seguía en completo silencio.


El camino al hotel fue tranquilo, con solo la voz de mi padre sonando dentro del todoterreno mientras le narraba a Pedro algunas anécdotas del trabajo.


La despedida fue bastante fría, para que mi padre no notara lo que había ocurrido entre nosotros. Me acerqué a Pedro para darle un beso en la mejilla. Él se aproximó a mí más de la cuenta, poco le faltó para abrazarme, pero enseguida me alejé, sintiendo un roce en el brazo. Sé que Pedro hubiera sido capaz de detenerme y girarme para besarme del mismo modo en que lo había hecho en su casa.


 El respeto por mi padre fue lo único que lo cohibió.


Aproveché esa excusa para apartarme lo más que pude de él, y arrastrar a mi padre al interior del hotel, para regresar a mi habitación.


Al día siguiente fui al comedor para el desayuno, y hallé a papá sentado en una mesa, tomándose un café y leyendo el diario. Me acerqué saludándolo con un beso en la mejilla.


—Buenos días papá, ¿estás bien? —pregunté, al notar su rostro serio y algo tenso—¿Por qué tienes esa cara?, me preocupas. —Él resopló, estaba molesto y al parecer era conmigo. «Oh Dios ayúdame».


—¿De verdad quieres saber el motivo Paula? —No me llamaba hija, eso era una mala señal.


—Sí —respondí aunque para ser sincera, ya no estaba segura de querer saberlo. Su mirada severa me intimidó.


—Se puede saber, señorita, ¿por qué has contratado los servicios de un investigador privado? —«¡Oh no!», me había descubierto—David Rodríguez, ¿te suena?


—Bueno, papá… —Jugué con la servilleta que estaba sobre la mesa—.Oscar me lo recomendó, le conté que estaba tratando de averiguar el paradero de Elizabeth Benson, y él me ayudó contactando a David Rodríguez. Eso es todo.


—¡Eso es todo!, pero Paula. —Él tomó una bocanada de aire y dejó el diario sobre la mesa. Estaba furioso, nunca lo había visto así—¿Por qué lo has hecho a mis espaldas? ¿Por qué me tengo que enterar por un extraño y no por ti? Ese sujeto llamó al departamento ayer, antes que saliera al aeropuerto y me dijo que te andaba buscando. —Me miró decepcionado, «lo había defraudado. Me sentía terrible». No podía contener las lágrimas. Una de ellas corrió por mi mejilla, tomé una servilleta para secarla.


—Papá, por favor. No te molestes conmigo —le pedí con un leve temblor en la voz. «¡Maldición!, defraudarlo no era mi intensión».


—Basta hija, no te pongas así, cálmate por favor. —Mi padre tomó una de mis manos entre las suyas—Creo que se me ha pasado lo mano.


—Buenos días. —El saludo de Martha interrumpe nuestra conversación, pero al ver nuestros rostros contrariados, rápidamente se da cuenta que algo sucedía—Disculpen, creo que llegué en mal momento.


—No digas tonterías, Martha. Siéntate por favor —solicitó mi padre antes de levantarse—Me ha gustado volver a verte. Quédate con Paula, me tengo que ir al aeropuerto, tengo un vuelo que abordar. —Al recordar que papá se marchaba en pocas horas me inquieté. No quería que se fuera de esa manera: molesto conmigo.


—Pero papá, espera… —Él sonrió con resignación y se acercó para depositar un beso sobre mi frente.


—No te preocupes, hija, nos vemos mañana en casa. Ahora no es ni el momento ni el lugar para tener esta conversación.  —Sin decir más, se alejó de nosotras. El corazón se me partía al verlo marcharse cabizbajo. Era mi derecho conocer sobre mi madre, pero no quería lastimar a mi padre. Él había dado su vida por mi bienestar. Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas, que me esforcé en reprimir.


—Paula, tranquilízate, toma un poco de agua —propuso Martha preocupada, alcanzándome el agua que mi padre había dejado sobre la mesa.


—Gracias Martha, pero será mejor que vaya al baño.


—Te acompaño.


Caminamos sin decir una palabra hasta el cuarto de señoras. Al llegar, abrí el grifo y me refresqué la cara. 


Respiré con fuerza, logrando sentirme un poco mejor.


—Gracias por acompañarme, ya estoy más tranquila —Le dije a Martha mientras me recogía el cabello en una cola alta.


—No tengo idea de lo que ocurrió, pero te voy a decir algo, Paula: todo se soluciona. El amor vence a los rencores. —Nos abrazamos para luego despedirnos en el pasillo y tomar caminos opuestos.


Entré a la sala de conferencias en un mejor estado, con esa frase taladrándome la memoria: «el amor vence los rencores». Sabía que con una larga conversación lograría que mi padre me comprendiera y perdonara mi acción. Él me amaba. Pero ¿podía usar ese concejo para superar el resto de los rencores que albergaba mi corazón?


Me consideraba una chica tranquila, segura y enfocada, con prioridades determinadas y planes a seguir, pautas infranqueables y metas por alcanzar, pero desde que había llegado a esta ciudad, no había hecho más que recibir sorpresas que afectaban mi vida: reencontrarme con Pedro, engañar a Oscar, enterarme de la muerte de mi madre, recibir un paquete misterioso de parte de ella que aún no era capaz de abrir, y por último, esa discusión con papá. Aquello fue la gota que derramó el vaso, comenzaba a sentirme superada por los problemas.


Ese día se realizaron las últimas actividades del congreso. 


Muchos de los asistentes regresaban esa misma noche a sus ciudades de origen, a mí me tocaba esperar hasta la
mañana siguiente, para tomar el primer vuelo con rumbo a Nueva York.


No me sentía con ánimos para cenar en el restaurante, así que subí a mi habitación y llamé al servicio de habitaciones.


 Ordené una hamburguesa con papas fritas y una botella de vino. Aunque no hacían buena combinación era lo que me provocaba y me ayudaría a relajarme, olvidarme de lo traidora que me había vuelto últimamente y reunir las fuerzas necesarias para abrir la dichosa caja marrón.


Me duché, para luego vestirme con el pijama color rosa de pantalón y camiseta. Casi enseguida llamaron a la puerta, abrí y deje pasar a la chica uniformada con el pedido. 


Mientras ella colocaba la bandeja sobre el escritorio, me apresuré en buscar la propina.


Al quedarme sola me tomé mi tiempo. Sin apuro abrí la botella de vino, me serví una copa y me la llevé a los labios.


 Era un Oporto, dulce y fuerte, justo lo que necesitaba para terminar el día. Le di un mordisco a la hamburguesa y tomé una de las papas. Me la comí mientras me servía una segunda copa.


Fui en busca de mi bolso para sacar el móvil y revisar mi correo electrónico, pero al ver la caja marrón cambié de opinión. Lo mejor era salir de dudas de una buena vez.


—¡Vamos Paula, ánimo! —me dije en voz alta.


Coloqué la caja sobre la mesa, justo al lado de la bandeja. 


De un solo trago me bebí el vino que quedaba en la copa, y me serví otra mientras me sentaba en el escritorio. Acaricié la cinta rosa aterciopelada y desaté el lazo. Una sensación extraña se apoderó de mí. Mis manos torpes y temblorosas se alejaron de la caja, para pasarlas por mi cabello húmedo.


Le di un sorbo al vino antes de atreverme a quitar la tapa. Lo primero que vi fue una libreta de anotaciones. La tomé entre mis manos para examinarla con cuidado. Al abrirla logré leer en la primera hoja: Diario de Elizabeth Benson, para Paula Chaves.


Lo cerré de golpe sintiendo un escalofrío. No podía seguir.


Lo metí de nuevo en el bolso y lo cerré. Fui a la cama y me tumbé boca arriba en ella, me cubrí el rostro con una almohada para ahogar un grito de miedo, ira, y frustración. 


Me sentía devastada. Sin más le di rienda suelta a un llanto que tenía años dentro de mi pecho, anhelando salir.


Cuatro copas de vino más tarde, me sentía más calmada gracias al efecto del licor. Sin embargo, anímicamente aún estaba derrotada. Al escuchar que llamaban a la puerta con insistencia, caminé con paso inestable. Al abrir me encuentro con Pedro. Lo miré y me lancé sobre él. Quería perderme en sus brazos, besarlo, y ser suya una vez más hasta perder la conciencia.


—Paula —dijo algo sorprendido. Su rostro perfecto estaba serio, y no quería que estuviera así. Tiré de él hacia la habitación y cerré la puerta de una patada—No luces bien, ¿dime que pasa?—pronunció preocupado, dejándose llevar, pero yo no quería hablar. Si lo hacía volvería a llorar y no quería eso. Le atrapé el rostro entre mis manos y lo besé con suavidad. Pedro me correspondía rodeando mi cintura, enseguida pareció reaccionar separándome—Háblame, Paula dime qué te pasa.


—No quiero hablar, Pedro. —Me alejé de él, y caminé hasta la mesa donde estaba la botella de vino para rellenar mi copa—¿A qué has venido? —Lo desafié con la mirada mientras probaba el licor.


—¿Por qué estas tomando? —Preguntó acercándose a mí.


—¡Que te importa! —Expresé alzando la voz. Mis emociones estaban a punto de desbordarse.


—Me importas Paula —alegó con voz suave, pero al verme dar un nuevo trago al vino se ofuscó—¡Basta! Dame esa copa y deja de comportarte como una niña malcriada. El otro día me dijiste que eras una mujer, demuéstramelo. —Me arrebató la copa de la mano, cogió la botella y tiró todo en el bote de la basura.


—No me mientas, ¡nunca te he importado! Ni ahora, mucho menos hace ocho años. Desapareciste como un ladrón y jamás volviste. —Me acerqué enfurecida hacia él y traté de darle una cachetada, pero su reflejo era más rápido y logró detenerme.


Aprisionó mi mano acercándome hacia él. Sus ojos azules brillaron de una manera diferente. Fríos como el hielo. Me asustó por un momento, pero le mantuve la mirada con desafío. Aquello encendió una hoguera en nosotros.


Pedro se lanzó sobre mi boca, besándome con desesperación y mordiendo mi labio inferior.


Me tumbó sobre la cama observándome con deseo. Lo llamé con un dedo y con una sonrisa seductora. Pedro se acercó y me quitó los pantalones de un tirón, apartando a un lado mi bikini. Yo le abrí las piernas a modo de invitación. La ansiedad de él brilló en sus pupilas mientras se inclinaba y acariciaba mi clítoris con un dedo.


—Estas mojada y excitada. —Su voz era más ronca de lo habitual. Me gustaba demasiado. Mi cuerpo tembló al verlo desnudarse con premura y rasgar el envoltorio de un preservativo que había sacado de su billetera. Estaba tan excitada que sentía la sangre hirviendo bajo mi piel—Mira como me pones Paula, yo también te deseo.


La imagen de su miembro duro y erecto me hizo agua la boca. Rápidamente me incorporé para quitarme la camiseta.


Pedro se ubicó sobre mí y me penetró duro y fuerte. Eso era justo lo que mi cuerpo necesitaba. Una de sus manos acarició uno de mis senos y la otra se aferró a mi cadera para poder entrar y salir con firmeza. Me dejé llevar. Estaba volando en el país de la lujuria y lo único que quería era prolongar ese momento.


—No pares, dame más, Pedro, ¡dame más! —Le rogué en medio de un estremecimiento. Estaba cerca de caer al abismo.


—Ahh, Paula, me vuelves loco. Estás tan apretada. —Mi cuerpo comenzó a temblar. Sus palabras me enajenaron—Eres mía, quiero que lo digas.


—Soy tuya, Pedro, solo tuya —le repetí entre gemidos. Y así era, yo era suya, y no quería ser de nadie más.


Su movimiento se hizo más rápido y firme. Los dos estábamos a un paso de estallar. Mis caderas adquirieron vida propia. Mi cuerpo estaba fuera de control.


Grité su nombre y él el mío cuando nos vino el orgasmo al mismo tiempo. Me aferré a su cuello. Quería grabar ese momento en mi memoria, había sido el mejor sexo de mi vida y sabía muy bien que a partir del siguiente día solo el recuerdo me acompañaría.






MISTERIO: CAPITULO 8





Al terminar el evento, me levanté de la silla para alejarme un poco de Pedro. Mi padre se acercaba y, no quería que supiera lo que ocurría entre nosotros.



—¿Tienen hambre? —Preguntó al estar frente a mí—Aún queda tiempo para la cena, pero no sé si fue el whisky lo que me despertó un apetito feroz. Creo que puedo comer hasta un toro tejano. —Los tres reímos por la ocurrencia, papá tenía un especial sentido del humor.


—Si puedes aguantar un poco, me gustaría que ambos vinieran a comer a mi casa, ¿qué dicen? —Papá me miró de inmediato, animado por la invitación.


—Por mí perfecto. ¿Hija tú qué dices? —Los dos me observaron con ansiedad. Sonrío, porque parecían unos niños en espera de una aprobación para realizar una travesura.


—Mañana es el último día del congreso y quisiera descansar para levantarme temprano —alegué. Ir a casa de Pedro significaba entrar en su mundo, conocer aún más la vida que había llevado, y tenía miedo a enfrentarme con lo desconocido. No sabía cómo aquello podría afectarme. Pero papá quería pasar más tiempo con Pedro y conmigo antes de volver a Nueva York, no podía negarme más—Está bien, pero me tienen que dar tiempo para cambiarme, ¿trato hecho? —Ambos asintieron con resignación.


—¡Mujeres!, anda a cambiarte, te esperamos en el bar. Pero por favor, no te tardes hija.


—Lo prometo —aseguré antes de lanzarle a mi padre un beso con la mano mientras me alejaba.


Caminé lo más rápido posible. Subía al ascensor cuando mi móvil sonó dentro del bolso por la llegada de un mensaje de texto. Era Alicia mi mejor amiga. Una chica estupenda, madre de unas gemelas preciosas, trabajadora, brillante y muy hermosa, además era mi vecina.


Alicia: Me tienes abandonada.


Paula: Estoy en Dallas, ¿no te acuerdas?


Alicia: Y que tal mandarle a tu mejor amiga un mensaje de texto, digo para saludar…


Paula: Soy la peor, no me lo recuerdes.


Alicia: ¿Cuándo regresas?


Paula: Pasado mañana, en el primer vuelo. Tengo algo importante que contarte.


Alicia: Adelántame algo, no me dejes en ascuas.


Paula: Es acerca de Pedro.


Alicia: ¿Tu amor de la adolescencia?


Paula: Sí, está aquí en el congreso. Estoy tan confundida.


Alicia: Tranquila, hablamos cuando regreses.


Me despedí de mi amiga justo antes de entrar en la habitación y enseguida me pongo manos a la obra para asearme y cambiarme de ropa. Me puse unos jeans, una blusa manga larga negra, y me cambié los accesorios por unos más juveniles. Cepillé mi cabello, dejándomelo suelto y retoqué mi maquillaje.


«Te vez linda Paula», me dije mientras me vi reflejada en el espejo, «no tienes por qué preocuparte. Además, ¿qué puede pasar?, tu padre te acompaña», recordé para tranquilizar mis nervios. Aquella no sería una cita romántica con Pedro, sino una especie de cena familiar como en los viejos tiempos, sin ningún tipo de compromiso.


Tomé el bolso y salí de la habitación rumbo al bar. Al llegar al lobby entró una llamada a mi móvil.


—Cambio de planes, hija, estaremos afuera, esperándote frente al hotel, en un todoterreno… —hizo una pausa para preguntarle a Pedro de qué color y marca era su coche—Es un Range Rover Sport de color negro, ¿te falta mucho?


—Estoy saliendo del hotel, tranquilo, desde aquí los veo.


Cambié mi dirección y caminé hacia las puertas acristaladas de la entrada. Los dos estaban sentados en la parte delantera del auto, pero Pedro salió para abrirme la puerta, con una sonrisa dibujada en los labios.


«¡Ahh, era todo un caballero! Que alguien me recoja, me he derretido».


—Estas hermosa Paula, ha valido la pena esperar —dijo mientras abrió la puerta, afincando una mirada seductora en mí.


—Gracias —pestañeo con coquetería, antes de deslizarme en el asiento de cuero. Él cerró la puerta con cuidado y volvió a su puesto detrás del volante.


Estábamos juntos como en los viejos tiempos. Suspiré de felicidad. Pedro encendió la radio y durante el viaje, él y mi padre conversan y ríen. Fijé mi atención en el camino, y en la música que sonaba en el estéreo. Por primera vez en ese día pude relajarme, había sido de locos. Entre las actividades de la conferencia, la reunión con el investigador y el encuentro con mi padre, no había parado. Sin mencionar las emociones encontradas que Pedro producía en mí.


—¿Todo bien Paula? —preguntó Pedro y me miró por el espejo retrovisor.


—Todo bien gracias —hice una pausa y observé con admiración el interior del todoterreno, acariciando la tapicería—Tienes un auto hermoso.


—¿Te gusta? —indagó sorprendido.


—¿No lo sabías?, es el favorito de Paula. De niña siempre quiso que comprara uno, pero tú me conoces, soy más de autos deportivos.


Pedro sonrió complacido y volvió a mirarme por el retrovisor.


—Cuando quieras Paula, el auto está a la orden —dijo guiñándome un ojo, le agradecí con una sonrisa y centré de nuevo mi atención en el camino.


Veinte minutos más tarde Pedro se detenía frente a una casa imponente con una fachada de ladrillos y piedra, era hermosa y muy grande. La predecía un porche techado y un inmenso jardín. Papá se giró con disimulo e intercambiamos miradas, los dos estábamos gratamente sorprendidos, luego se bajó para abrirme la puerta. Los tres caminamos hacia la entrada de madera y hierro forjado. Era enorme y soberbia.


Antes de llegar, la puerta se abrió, apareciendo una señora de edad avanzada, alta, delgada y con un cabello corto lleno de canas.


—Roberto, Paula, les presento a Irma. Ella es mi ayudante en la casa. Sin esta mujer estaría perdido —confesó mirándola con ternura. Me acerqué con papá para saludarla.


 Irma nos recibió ruborizada, parecía avergonzada por el elogio de Pedro.


—Pasen por favor —pidió señalándonos el interior.


—Bienvenidos —completó Pedro mostrándose complacido, al tiempo que se sacaba la chaqueta para dejarla sobre una percha, haciéndole un gesto a papá para que repitiera la operación.


Seguimos caminando hasta un salón inmenso que se comunicaba con la sala, el comedor y la cocina. Una construcción moderna de espacios abiertos, donde solo las habitaciones tienen puertas. Era impresionante.


—Tienes una casa preciosa —dije con sinceridad mientras admiraba la decoración rústica con madera y hierro forjado, muy típico tejano.


—Gracias, pero siéntense por favor —nos dijo señalando el sofá con una mano—¿Qué les ofrezco de tomar, vino… whisky?


—Eso ni se pregunta Pedro, yo quiero un whisky —sentenció mi padre.


—Y yo vino, por favor —pedí recibiendo una dulce sonrisa de su parte.


Pedro se retiró en busca de nuestras bebidas. Me levanté inquieta, en dirección a una repisa llena de fotos familiares. 


Era mi oportunidad de saber algo de él.


Quedé sorprendida al ver a Pedro, en casi todas las fotografías junto a una hermosa niña rubia, pecosa y de ojos azules. Estaba tan absorta mirando las imágenes que no sentí cuando él se me acercó por detrás parándose muy cerca de mí rodeándome con uno de sus brazos para entregarme la copa. Su cálida respiración cayó sobre mi oreja produciéndome un intenso calor que me hizo estremecer.


—Doctor Alfonso, la cena está servida, pueden pasar a la mesa. —El aviso de Irma me hizo sobresaltar y lo obligó a alejarse un paso. Mi padre había estado ensimismado admirando un cuadro de un pintor local, por eso no se percató de la escena.


—Gracias Irma. Pasemos a la mesa —ordenó él antes de colocar una de sus manos en la parte baja de mi espalda, para guiarme.


—Irma, ¿Emma ya cenó? —consultó Pedro mientras nos sentábamos a la mesa.


¿Emma, quién era Emma?, la curiosidad me invadió, y un sentimiento extraño se instaló dentro de mí… ¿Acaso me estaba sintiendo celosa?


«!Oh Dios!, no lo permitas».


—Sí doctor, ella está en su habitación viendo una película. ¿Quiere que la llame?


—Aún no, en lo que terminemos de cenar. Gracias Irma, ya puedes servir.


La cena consistió en estofado de carne con vegetales. Tuvo un buen aspecto y un olor insuperable. Al probarlo quedé encantada. Había sido tan bueno como el que preparaba mi abuela Esther.


—Irma, déjeme hacerle un cumplido: tiene usted un don privilegiado para la cocina. Este estofado esta para chuparse los dedos —alabó papá sin poder para de comer. Era evidente que le había gustado.


—Gracias —respondió la mujer con timidez y se retiró.


Terminamos la cena, entre risas y viejas anécdotas, no podía negar que había sido un momento agradable. 


Finalmente nos fuimos a la sala a charlar un rato más, pero Pedro no se sentó con nosotros.


—Vengo en un momento, quiero que conozcan a alguien. —Desapareció por un pasillo lateral.


—¿Sabes de quien se trata? —pregunté intrigadísima a mi padre. El corazón comenzó a latirme con fuerza.


—No tengo la menor idea, pero parece importante —concluyó él sin mucho interés. Yo por el contrario, me sentía frustrada. Estaba segura que Pedro tenía una vida, era estúpido pensar que había pasado tantos años solo.


Mis temores se sosegaron al verlo aparecer con una niña en brazos. ¿Era la misma de la foto?


A medida que avanzaban distingo con más claridad su rostro. «Sí, sí era ella». Eso me tranquilizó.


—Les presento a mi hija Emma —anunció él con orgullo mientras la colocaba en el suelo. La niña enseguida se escondió tras de las piernas de su padre, asomando su cabellera rubia por un costado.


—Me llamo Roberto —se adelantó mi padre para presentarse, levantándose del sofá, inclinándose para quedar a su altura. Emma salió poco a poco de su escondite improvisado—¿Cómo te llamas? —Preguntó con dulzura, extendiéndole la mano. Ella se la estrechó un poco insegura, pero la sonrisa amistosa de mi padre la hizo sonreír también.


—Em… Emma —habló y caminó hacia mí—¿Tú cómo te llamas? —me preguntó mientras me sonreía con dulzura.


—Paula —le contesto. Mi mano se fue sola y le agarré un mechón de su rubio cabello—Me gusta tu cabello, Emma. Es muy bonito.


—Gracias —expresó con las mejillas llenas de rubor, creo que era un poco tímida—¿Quieres jugar conmigo? Podemos jugar a peinarnos, ¿quieres? —insistió mostrándome la carita más tierna que había visto en mi vida.


—¡Emma! —Pedro la reprendió.


—No pasa nada —alegué en su defensa—Anda Emma, busca lo que necesitemos para peinarnos. Te espero aquí, ¿te parece? —Ella sonrió emocionada. Pude comprobar que sus ojos eran del mismo tono azul de su papá y brillaban llenos de inocencia.


—¡Sííí!—gritó con alegría antes de correr hacia el pasillo. 


Todos reímos por su reacción, la energía que tenía era tremenda.


—Discúlpame, Pedro —dijo papá con cierta incomodidad—¿Dónde está la mamá de Emma?


Suspiré aliviada. Esa duda torturaba mi alma desde el instante en que Pedro nos había presentado a la niña. 


«Gracias por preguntar papá, eres lo máximo».


—No te preocupes, Roberto, entiendo que quieras saber. La mamá de Emma murió hace tres años. —Automáticamente me llevé una mano al pecho, no esperaba esa respuesta. 


Sentí pena por la niña, sabía muy bien lo que era crecer sin una madre.


Emma apareció sonriendo con una caja llena de accesorios para el cabello en las manos, y por supuesto, con un cepillo.


Nos sentamos todos en los sofás para charlar mientras le hacía una trenza tipo espiga a Emma, tenía un cabello liso y largo hasta casi rozarle la cintura, además era muy sedoso. 


Una hora más tarde, mi padre comenzó a bostezar. Se le veía cansado.


Irma apareció con la intención de llevarse a Emma. Era su hora de dormir.


—Papi, quiero que Paula me lea un cuento, por fis... —La niña colocó sus manitos juntas en señal de súplica.


—Estas abusando de Paula, Emma. —Pedro me miró, esperando que dijera algo, para evitar que ella insistiera, pero yo no me podía negar ante el ruego de esos ojitos azules.


—Te leeré un cuento. Vamos, Emma. Enséñame el camino a tu habitación. —Se despidió de su padre con un beso y de mi papá con la manito.


Finalmente me tomó de la mano para caminar juntas por el pasillo lateral acompañadas de Irma. Con rapidez llegamos a su habitación, un lugar espacioso con paredes pintadas de color púrpura, cortinas de corazones con diferentes colores y repleto de peluches, muñecas y libros.


Con la asesoría de Irma la ayudé a ponerse el pijama de princesas color rosa, y la señora la llevó al baño para asearse. Al salir hacia la cama Emma primero se dirigió a su pequeña biblioteca en busca de un libro. Cuando al fin estuvo bajo las sábanas, me acomodé a su lado. Irma al ver que la niña estaba preparada para dormir, se despidió de mí
y se retiró, dejándonos solas para la lectura del cuento.


Tomé el libro y revisé su portada. La historia se llamaba Las Hadas de las Galletas de Chocolate. Mientras se lo leía acariciaba su cabecita, esa era una técnica infalible que mi amiga Alicia me había confesado que practicaba con sus dos pequeñas.


Emma se durmió enseguida, pegadita a mí. Al terminar la historia me levanté de la cama con cuidado, para no despertarla, y le bajé la intensidad a la lámpara ubicada sobre la mesita de noche, como me lo había explicado Irma antes de irse.


Me dirigí a la puerta, sorprendiéndome por encontrar a Pedro esperándome apoyado del marco. «¿Cuánto tiempo había estado allí?».


—Gracias Paula. —Su comentario me conmovió. Desvié la mirada, para que él no notara que mis ojos se habían llenado de lágrimas. «¿Pero que me estaba pasando? ¿Por qué me sentía tan sensible?».


—Mejor salgo ya, seguro papá se quedó dormido —le dije cambiando de tema y me traté de escabullir con rapidez en dirección a la sala.


Pero mi cintura fue atrapada por las fuertes manos de Pedro. Me giró hacia él y me mordisqueó el labio inferior con suavidad.


—¿Por qué tan apurada? —preguntó sobre mis labios antes de apoderarse de ellos con dulzura. Los dos nos fundimos en un beso cargado de pasión, me sentía tan bien cuando estaba entre sus brazos que no podía evitar corresponderle. 


Luego bajó su boca hasta mi cuello y un gemido se escapó de mi garganta.


Me había excitado, sentía como un escalofrío recorría mi piel placenteramente. Sus manos subieron por mi espalda y me acariciaron con fervor. Volvió a tomar mi boca, esta vez el beso fue desesperado, nuestras respiraciones se aceleraron, estaba tan enajenada por la bruma del deseo que detenerme no era una opción.


Nuestros ojos se encontraron en el momento que liberó mis labios, sentía que me falta el aire. Vi ardor y propósito en su mirada.


Pedro… —las risas de mi padre y, Irma nos traen de vuelta al momento. Trato de separarme, pero él me lo impide.


—Te deseo Paula —la tensión creció entre nosotros—No quiero que regreses a Nueva York. —Sus palabras me sorprendieron de tal forma que no me molesto en ocultar mi confusión.


Quería salir corriendo de toda aquella situación. Enfrentarme a mi realidad cada vez estaba más cerca. Volver a mi rutinaria vida era un hecho del que no podía escapar.


—Me tengo que ir… —Le digo negando con la cabeza—No hagas esto Pedro. No me pidas que me quede. —Me zafo de su agarre y me encamino a la sala a encontrarme con mi padre.







MISTERIO: CAPITULO 7





Parpadeé un par de veces tratando de adaptarme a la claridad. Un rayo de sol me dio directo en el ojo izquierdo. 


Uff, tenía un dolor de cabeza tremendo. Busqué el móvil con la mirada y lo vi sobre la mesita de noche. La alarma sonaba sin parar. Debía apurarme si quería tomar el desayuno con el resto de los asistentes.


Miré a mi lado, pero no hallé rastros de Pedro. Tuve la esperanza de que se quedara y amaneciera conmigo, pero una vez más me equivocaba con él.


Me levanté con dificultad para darme un baño y arrancarme el sueño.


El recuerdo de la noche anterior vino a mi memoria mientras me alistaba. Suspiré y sonreí. Por primera vez, en mucho tiempo, me sentía realmente feliz a pesar de la incertidumbre.


No sé cómo lo hice, pero pude estar lista a tiempo para asistir al buffet.


—¡Paula!, te estoy apartando puesto en mi mesa —me avisó Mónica, cuando salió de la fila acompañada de Tony. Me miró con ansiedad, de seguro quería preguntarme por lo ocurrido la noche anterior. «Oh, por Dios, no me quería sentar con ella», tenía que escapar de alguna forma, no me sentía preparada para hablar acerca de Pedro.


Me serví una ración de fruta con una tostada, después del malestar de anoche, el estómago aún lo tenía sensible. 


Antes de salir de la fila alguien me dio un ligero apretón en el brazo.


—Paula, ¿cómo estás?, que alegría verte. —Era Martha la antigua amiga de mi padre, «¡qué alivio!». Ella era la excusa perfecta para escapar de Mónica.


—Bien, que bueno verte. Siéntate conmigo, ¿te parece bien? —Esperé su respuesta con interés.


—Me parece perfecto. Vamos ya tengo todo lo que necesito —aseguró y ambas sonreímos al mismo tiempo y caminamos a una mesa pequeña ubicada en un costado. Le hice una seña a Mónica para decirle que me sentaría con Martha, me resultó graciosa la mueca de desilusión de mi amiga—¿Roberto ya está aquí? —preguntó con ilusión, podía notar cómo sus ojos brillaban cada vez que hablaba de papá, era evidente que le gustaba mi padre.


—No, él llega esta tarde, viene para la entrega de los premios. Le toca dar un discurso —Martha sonrió con satisfacción confirmando mis sospechas.


Hablamos de trivialidades sobre la conferencia, ella era una mujer muy simpática, dulce y amable, pero sabía que no era el tipo que a mi padre le gustaba, al menos eso creía.


—Me tengo que ir Paula, me ha gustado hablar contigo —dijo a modo de despedida. Se acercaba la hora de la primera charla. Me levanté al mismo tiempo que ella.


—Caminemos juntas —le dije, aún no quería encontrarme con ninguno de los chicos con los que fui al Pub. En el pasillo nos separamos, con la promesa de vernos más tarde.


Entré a la clase, dispuesta a prestar atención, pero mi traidora memoria no paraba de recordarme la noche anterior. 


Aún sentía los fuertes brazos de Pedro rodeándome, y la intensidad de sus besos. ¡Mmm! y ese movimiento implacable de sus caderas…


El móvil vibró, avisándome la entrada de un mensaje de texto. Al revisar la pantalla y comprobar que era Oscar suspiré.


¿Cómo pude haber sido capaz de olvidarme de él? Mi novio, mi amante, mi confidente. ¿En qué clase de persona me estaba convirtiendo?


Oscar: Hola princesa, ¿qué haces?


Paula: En clase, ¿y tú?


Oscar: En el despacho, full de trabajo.


Paula: Papá llega esta tarde.


Oscar: Que bueno. Me haces falta. Contando las horas para verte.


No podía contestarle de manera cariñosa, no tenía la fuerza necesaria para mentirle. «¡Maldición!, ¿ahora qué iba a hacer con él y con nuestra relación?, me sentía fatal.


Paula: Faltan pocos días para que regrese. Te escribo más tarde, me tengo que ir.


Guardé el móvil en el bolso, no tenía sentido atormentarme en ese momento. Fije mi vista en el doctor Cohen quien estaba dando su charla. Al menos ese tema me interesaba, era acerca de la pediatría en tiempos modernos. Mi especialidad.


Al final de la mañana, chequeé el móvil notando que tenía un mensaje de voz de David Rodríguez, el detective que Oscar me había recomendado para que llevara el caso de mi madre. Me emocionaba saber de él, seguro tenía alguna noticia. Era la primera vez que se ponía en contacto conmigo.


Lo escuché, decía que tenía algo importante que entregarme.


«¿Entregarme, pero que sería?». No podía soportar la intriga, decidí salir a llamarlo desde el pasillo del hotel.


—¿Hablo con David Rodríguez? —esperé impaciente su respuesta.


—Sí, ¿en que la puedo ayudar? —Su voz era gruesa y tranquila.


—Le habla Paula, Paula Chaves, acabo de escuchar su mensaje de voz, ¿dice que tiene algo que entregarme?


—Así es, tengo algo que le va a interesar.


—Señor Rodríguez, el problema es que no me encuentro en Nueva York, estoy en Dallas asistiendo a un congreso.


—Estoy al tanto, y justo por eso la he llamado, yo también me encuentro en Dallas, cerca del hotel donde se aloja. Lo que he venido a buscar está relacionado con su caso.


No lo podía creer, eso sí que era una sorpresa. Quedamos de acuerdo para encontrarnos en una cafetería cercana. 


Decidí saltarme la charla de la tarde, para verme con él. El tema de mi madre era más importante. Me escabullí por las escaleras y salí por el lobby sin ser vista por alguno de los organizadores del evento, no quería dar explicaciones.


Llegué a la cafetería acordada, y eché un vistazo corroborando que el detective no había llegado aún. Divisé una mesa desocupada al fondo del local y me dirigí a ella para sentarme. Dos minutos más tarde abrió la puerta y vi al sujeto moreno de cabello rapado tipo militar bajo el marco, barriendo la estancia con la mirada. Me estaba buscando. Le hice señas con una mano para que me divisara.


—Buenas tardes señorita Chaves —me saludó al acercarse, ofreciéndome su mano.


—Buenas tardes señor Rodríguez. —Le di un ligero apretón y se sentó frente a mí.


—Por favor, llámame David, me siento como un viejo cuando me dices señor. —Le sonreí y asentí con la cabeza.


—Está bien, yo te llamo David, si tú me llamas Paula, ¿de acuerdo? —Él aprobó satisfecho la propuesta.


—De acuerdo… —Cuando estuvo a punto de decirme algo, apareció junto a nosotros la camarera.


—¿Desean ordenar? —preguntó con una sonrisa exagerada. 


Ordenamos dos cafés, la mujer lo anotó en una libreta y desapareció.


—Me gustaría ir al grano, Paula —asentí con ansiedad, estaba tan emocionada que no era capaz de pronunciar palabras—Tu madre, la señora Elizabeth Benson, era de Nueva York. —Me llevé una mano a la boca, no lo podía creer, ¿habíamos vivido siempre en la misma ciudad?—Tengo más. —Moví la cabeza tratando de enfocarme, la camarera apareció dejando los cafés sobre la mesa.


—Por favor David. Dime todo lo que sepas, estoy impaciente —insistí al quedar de nuevo solos. La emoción que sentía hacía que mi corazón se acelerara.


—Elizabeth fue fotógrafa —anunció antes de darle un sorbo a su taza—Se mudó a Dallas después de tenerte.


—Dijiste que fue fotógrafa, ¿eso quiere decir que está muerta? —indagué con angustia, tenía la esperanza de que ella estuviera viva. Necesitaba que respondiera a mis preguntas…


David tomó de nuevo la taza de café y le dio otro trago.


—Sí. Lo siento, Paula. —Una lágrima rodó por mi mejilla, pero contuve mis emociones. Le hice una seña con la mano para que prosiguiera—Ella murió hace veinticuatro años. —David me ofreció una servilleta. La tomé sin protestar para secar mis ojos. Mi madre murió cuando yo apenas tenía dos años. ¿Papá sabrá?— Ella dejó esto para ti.


Miré sorprendida la caja de color marrón que David me ofrecía. Estaba envuelta con una cinta rosa. La tomé con manos temblorosas pero enseguida la guardé en el bolso.


—¿Puedo preguntarte quien te la dio? —indagué, ya más resignada.


—No sería profesional de mi parte revelar la fuente, al menos no sin consentimiento. Te aconsejo que revises el paquete completo, cualquier otra información que encuentre te la haré llegar —«¿Eso era todo?».


—Discúlpame, David, pero me muero de la curiosidad, ¿se trata de algún familiar con el que me pueda poner en contacto? —Tenía la esperanza que me dijera que sí.


—No. lo siento, Paula. Por ahora no puedo decirte más, pero sigo trabajando en el caso. —Lo vi sacar del bolsillo de su pantalón un billete de veinte dólares, y lo dejó sobre la mesa para dejar pagos lo cafés—No te quito más tiempo, tengo que ir al aeropuerto, regreso a Nueva York esta misma tarde. —Nos estrechamos las manos—Estamos en contacto.


—Gracias David, gracias por todo —fue lo único que le pude decir antes de que él se girara y desapareciera a pasos agigantados del local. Había quedado tan impactada por aquella noticia que no podía reaccionar. Miraba el bolso con angustia, ¿Qué habrá dentro de la caja? ¿Qué me dejó mi madre? ¿Por qué me había abandonado?


El sonido de un mensaje de texto me sacó de mis cavilaciones.


Roberto: Acabo de llegar, estoy en el bar del hotel. Te espero.


Paula: Dame treinta minutos, ¿todo bien?


Roberto: Todo bien hija, no te preocupes.


Suspiré hondo después de recibir ese mensaje. ¿Mi padre estaba enterado de lo ocurrido con mi madre? Y si fuera así, ¿Por qué me lo ocultó por tanto tiempo? Inquieta coloqué el bolso sobre mis piernas, lo abrí y saqué la caja marrón. La acaricié con el pulgar. ¿Qué podrá haber aquí, quizás fotos, o tal vez cartas? Exhalé con fuerza, y volví a guardarla. No podía abrirla. Aún no estaba preparada para enfrentarme a la razón de los silencios con respecto a mi madre. Era una estúpida y una cobarde.


Molesta conmigo misma, me levanté de la mesa y me colgué el bolso en uno de mis hombros. Salí al exterior para dirigirme al hotel. Papá me esperaba.


Caminé sin apuro, recibiendo una brisa fría que alborota mi cabello. Me reproché por no haber tomado la chaqueta al salir, pero fue poco lo que pude pensar cuando llamé al detective.


El recuerdo de la conversación con David se repetía una y otra vez en mi cabeza: «Murió hace veinticuatro años», ¿cómo era posible que mi padre callara por tantos años una noticia como esta? Estaba casi segura de que él debía estar al tanto.


No sé cómo llegué a la entrada del bar del hotel, estaba tan sumida en mis pensamientos…


Recorrí la barra con la mirada hasta hallar a mi padre, que hablaba con Martha. Como estaba de espalda y no podía verme, me acerqué y cubrí sus ojos con mis manos.


—¡Paula! —exclamó enseguida y se giró hacia mí con una gran sonrisa para saludarme con un beso en la mejilla.


—Hola Martha, ¿puedo sentarme con ustedes? —pregunté aunque ya sabía la respuesta.


—Claro que sí, hija. Tengo casi una hora esperándote. —¿Me había tomado tanto tiempo reunirme con el detective y llegar al hotel? Para mí ese instante de mi vida había ocurrido demasiado rápido.


Martha esperó que yo tomara asiento para ella levantarse de su banqueta.


—Debo irme. Me ofrecí a ser apoyo logístico en el evento de esta noche. Tengo que verificar que no falte nada —justificó antes de darle un abrazo a papá como despedida—Eres un hombre con suerte Roberto. Tienes una hija adorable.


La sonrisa de papá aumentó de manera significativa mientras apretaba mi mano, se sentía satisfecho. Al marcharse, Martha y él compartieron una mirada cómplice, que yo no pude entender, pero que era evidente que para ellos tenía un gran significado.


Cuando la mujer se alejó, mi padre se giró hacia mí con un semblante cariñoso en el rostro.


—Hija, estas hermosa, como siempre. —Roberto era un adulador nato— ¿Quieres tomar algo?


—Sí, un Martini de manzana —le dije sonriendo. Necesitaba una bebida fuerte que me regresara el ánimo. Estaba tentada a enseñarle la caja que me había dejado Elizabeth, pero eso requería darle antes algunas explicaciones y que él me diera muchas otras. No era ni el momento ni el lugar indicado para hablar del tema, ya encontraría una oportunidad.


Mientras pedía mi bebida y otro vaso de whisky para él, noté como cambiaban las facciones de su rostro. Ahora se le veía preocupado, algo le sucedía. Lo confirmé cuando me encaró de nuevo y forzó una sonrisa.


—¿Todo bien papá?, te vez raro. —Frunció el ceño y negó con la cabeza.


—Imaginaciones tuyas hija, estoy bien. Cuéntame, ¿cómo te ha ido en la conferencia? —Enseguida me cambió el tema, sabía que yo insistiría en conocer su estado, pero ese día se equivocaba, prefería hablar de otras cosas.


La conversación se extendió por casi una hora mientras picábamos algo de comer, intentaba hacerle una versión resumida de las clases recibidas, omitiendo los encuentros con Pedro y la reunión con el investigador.


—¿¡Roberto, Roberto Chaves!? —Una voz potente y profunda retumbó en mis oídos y me erizó por completo.


—¡Pedro!, hermano, que agradable sorpresa. —Papá se levantó del taburete para recibirlo con un fuerte abrazo. Yo intentaba calmarme, controlando así todas mis emociones.


—Qué alegría, años sin verte —alegó Pedro con descaro. 


«¿Acaso no fue él quien desapareció de nuestras vidas como un ladrón?».


—Paula, no me dijiste que Roberto vendría.


«¿Me estaba reprochando algo? ». Me giré hacia él y lo fulminé con la mirada, pero el muy fresco sonreía con tanta gracia que despertó en mí el mal humor. No había en él una mirada cariñosa, ni un gesto cómplice. ¡Nada! Parecía que lo ocurrido la noche anterior no había sido más que una de sus aventuras.


—¿Ustedes ya se habían visto? —preguntó mi padre con interés.


—Veníamos en el mismo vuelo, ¿no te parece una coincidencia? —agregó Pedro, con una mirada pícara.


—Hija, eso no me lo habías contado. —Negué con la cabeza harta de aquella conversación.


—No hay nada que contar, papá. —Me levanto con intensión de marcharme, me sentía cansada—Los dejo para que se pongan al día, ocho años es mucho tiempo —presumí con malicia. Papá me detuvo tomándome del brazo.


—No, no, no señorita. No te he visto en días y a Pedro en años, así que vamos a celebrar que nos hemos vuelto a encontrar —sentenció antes de hacerle señas al chico de la barra para pedir otra ronda de bebidas—Pedro, espero no te moleste que te haya pedido para ti lo mismo que estoy tomando.


Resoplé con indignación, y me acomodé con fastidio en la silla, no tenía escapatoria, «por lo menos lo había intentado».


Al escucharlos hablar de trabajo, dediqué mi interés en revisar mis correos electrónicos en el móvil. Con disimilo lancé de vez en cuando miradas hacia Pedro. Esa tarde lucía más apuesto que el día anterior. Tal vez era el color de su traje, o el de su corbata, lo que hacía resaltar el azul hipnótico de sus ojos. Lo que me enfermaba era la frialdad con la que me trataba. Si bien no era prudente que hiciera comentarios delante de mi padre, no existía ni una sola mirada de anhelo de su parte.


—Cuéntame Pedro, ¿dónde te has metido todos estos años?—«Que buena pregunta, gracias papá».


—He estado viviendo en Dallas. —Me tomé de un solo trago todo lo que quedaba en mi copa, y luego le hice señas al barman para que la rellenara de nuevo. Estaba ansiosa por escuchar su historia—Pero tengo ganas de volver a Nueva York. —Sus palabras estallaron en mi cabeza. «¿Lo decía en serio, o solo quería ver mi reacción?».


—Si decides volver me ofrezco para lo que necesites, cuenta conmigo —expresó mi padre—Es más, tengo una plaza vacante en este momento en el hospital. Si te interesa, avísame. —Lo miré sorprendida. Él nunca hacía ese tipo de ofrecimientos. Se notaba que aún apreciaba a Pedro.


—Lo pensaré Roberto, gracias por la oferta. —La inquietud me invadió de nuevo, vi mi reloj de pulsera percatándome que estábamos sobre la hora para el inicio del discurso que daría mi padre.


—Siento ser una aguafiestas, pero tenemos que irnos. La entrega de premios comienza en quince minutos —argumenté apresurada mientras me levantaba de la banqueta.


Pedro pidió la cuenta, y papá comenzó a quejarse porque él también quería pagar las bebidas. Los dejé solos en su discusión y caminé hasta el pasillo, pero pronto me alcanzaron para entrar al salón de conferencias.


Martha nos esperaba en la entrada, muy sonriente. Se enganchó del brazo de mi padre para dirigirlo a una zona reservada. Me despedí de él con la mano y me dirigí a una silla ubicada al final. La sala estaba repleta.


—Quiero verte esta noche —me susurró Pedro al sentarse a mi lado. No pude evitar sentir un calor recorrerme toda.


Giré el rostro hacia él y me perdí en el mar azul de sus ojos. 


«¿De verdad quería estar conmigo? ¿Regresaría a Nueva York? ¿Volvería a ignorarme como lo hizo en el pasado? Y si no lo hacía, ¿yo sería capaz de mantener una relación con él? ¿Qué pasaría con Oscar?».


Él estuvo a punto de agregar algo más, pero el miedo me invadió. Las dudas y la incertidumbre llenaron mi cabeza. 


Coloqué mi dedo índice sobre sus labios no podría soportar alguna nueva promesa de su parte. Necesitaba pensar.


Regresé la mirada al frente viendo como mi padre subía al escenario en medio de aplausos, e intentando serenar mis emociones. Segundos después Pedro tomó con disimulo mi mano.


No tenía la menor idea de lo que sucedería mañana, pero ese momento quería disfrutarlo al máximo, sentir el calor de su tacto y la seguridad de su presencia.